In Botswana I learned of the existence of the Basarwa, a nomadic group living in the Kalahari desert and whom the government has been trying to persuade, without much success, to attend school.
Asked why they do not send their children to school, fathers and mothers have basically the same responses: in their culture, adults do not shout at children or hit them; when children do something wrong, adults talk to them. In school, they state, there is no dialogue; mistakes are paid for with punishment.
What do the Basarwa know of school? Some have actually been to school. Others have heard stories of reprimands and punishments, threats and teasing, humiliation and slaps on the hand and the head. The word has spread. Now, neither adults nor children want to go to school.
What kind of people are the Basarwa? What kind of adults and parents are these who neither shout at nor hit their children, who talk to them, respect them and treat them with sensitivity? What kind of children are these exceptional Basarwa children who grow up without fear of punishment, ill-treatment, and physical violence, without fear of telling the truth and admitting to error?
Nomadic, poor, unschooled, in a perpetual struggle for survival, the Basarwa teach us a lesson in ethics, humanity and hope. Their contempt for school, for the type of school they know or of which they have heard, is indeed a sign of mental health, an act of love and protection for their children.
From their hidden retreat in the Kalahari desert, Basarwa children coalesce the hopes of all the children of the world, regardless of race or culture, economic income or social status. Unknowingly, Basarwa parents give life to the utopia so often envisioned and reiterated, signed and ratified, of the right of children to be loved, respected and heard. Through their dignified illiteracy, the Basarwa remind us of the inevitability of a school meant to love and respect children.
* Published originally in: Education News, UNICEF Education Cluster, New York, 1994.
Los niños Basarwa
En Botswana supe de la existencia de los Basarwa, un grupo nómada que habita en el desierto del Kalahari y al que el gobierno viene tratando hace mucho de persuadir, sin éxito, de enviar a sus niños y niñas a la escuela.
Preguntados acerca del por qué se resisten a la escuela, padres y madres tienen básicamente la misma respuesta: en su cultura, los adultos no gritan ni pegan a los niños; cuando los niños se portan mal, las personas adultas hablan con ellos. En la escuela - dicen - no hay diálogo; los errores se pagan con castigo.
¿Qué saben los Basarwa sobre el sistema escolar? Algunos de ellos han asistido efectivamente a la escuela. Otros han escuchado historias de reprimendas, amenazas y burlas, humillación y golpes en las manos o en la cabeza. Las historias han circulado. Hoy, ni adultos ni niños quieren saber nada de ir a la escuela.
¿Qué clase de personas son los Basarwa? ¿Qué clase de adultos y de padres de familia que no gritan ni pegan a sus hijos, que hablan con ellos, les respetan y les tratan con sensibilidad? ¿Qué clase de niños son estos excepcionales niños Basarwa que crecen sin miedo al castigo, sin maltrato, sin violencia física, sin miedo a decir la verdad y a admitir el error?
Nómadas, pobres, no-escolarizados, en perpetua lucha por la supervivencia, los Basarwa nos enseñan una lección de ética, de humanismo y de esperanza. Su desprecio por la escuela, esa escuela que conocen o de la cual han escuchado, es de hecho un signo de sanidad mental, un acto de amor y de protección hacia su prole.
Desde un lugar remoto en el desierto Kalahari, los niños Basarwa portan la bandera de todos los niños del mundo, independientemente de su raza, cultura, ingreso económico o estatus social. Sin saberlo, los padres y madres Basarwa dan vida a la utopía tanta veces imaginada y reiterada, tantas veces acordada y ratificada, de niños y niñas con derecho a ser queridos, respetados y escuchados. Desde su digno analfabetismo, los Basarwa nos recuerdan la inevitabilidad de una escuela hecha para amar y respetar a los niños.
* Texto en español publicado originalmente en: Página editorial El Comercio, Quito, 21/8/1994.
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