Casi no habló durante la reunión de directores y, cuando lo hizo, porque era su turno de presentación, le temblaban las manos y la voz. Tímida, de muy bajo perfil, nadie habría dicho que la maestra Raquel iba a ser quien nos mostrara luego una escuela memorable, su escuela, la “16 de Septiembre”, en Querétaro, México.
La escuela, pública, rural, ubicada en medio de un paraje seco, tiene un amplio terreno al frente, senderos encementados, y plantas y árboles sembrados por todos lados. Fueron los padres y madres de familia quienes plantaron los árboles hace tres años y quienes los riegan y cuidan junto con sus hijos. En el panorama semidesértico y desolador de sus alrededores, la escuela se levanta como una especie de oasis.
La escuela está linda, pulcra, bien cuidada. El espacio exterior no da la idea de una escuela sino más bien de un parque: además de los senderos y del verde, están las mesas redondas y las bancas circulares, de cemento, que la maestra Raquel tuvo la idea de poner, también con ayuda de las familias, inicialmente para la hora del almuerzo. Primero, las madres les llevaban el almuerzo a los hijos; luego, ella les instó a que vinieran a comer junto con ellos. Así, bancas y mesas pasaron a usarse para picnics familiares dentro de la escuela. Más tarde, se integraron al currículo, transformándose en mesas de reunión, de dibujo, de lectura, de arte, de manualidades. De hecho, en estas mesas y bancas al aire libre transcurre buena parte de la vida escolar de estos niños: aquí comen, hacen sus trabajos en grupo, sus dibujos, sus tareas. Dentro de la escuela, pero fuera de la escuela.
La recepción por parte de los profesores es cálida y sencilla. Todo fluye con naturalidad. El profesor de música - un joven que viene todos los miércoles, cargando su teclado a cuestas, y enseña a todos los grados - me pregunta si me agradaría que los niños cantaran algo. En un abrir y cerrar de ojos, saca al patio a todo el alumnado, de primero a sexto grado. Mientras nos servimos una ensalada de frutas, preparada por madres de familia, escuchamos a los niños cantar dos canciones y vemos a este joven músico no caber en sí de orgullo. Puesto que la música es sumamente importante y puesto que no está financiada en el presupuesto de la escuela, la maestra Raquel contrató aparte a este joven músico. Cada alumno le paga una cuota mensual de 2,50 pesos (un cuarto de dólar); en el caso de los que no pueden pagar, la directora y dos profesores pagan las cuotas de sus bolsillos. Así de simple.
La vinculación con la comunidad es parte del secreto de esta escuela. Los padres, y sobre todo las madres, almuerzan ahí a menudo, son visitantes frecuentes y colaboradores. El año pasado, la maestra Raquel tomó la iniciativa de celebrar en la escuela el Día de los Ancianos. Vinieron y se juntaron por primera vez todas las personas mayores de la comunidad, junto con sus familias. Fue un día maravilloso, relata la supervisora, un día de unidad familiar, de homenaje a los abuelos y abuelas, de integración escuela-comunidad. Están en marcha los preparativos para repetir la celebración este año.
Otra clave importante de esta escuela es que la maestra Raquel es al mismo tiempo directora y maestra, maestra de primer grado, más exactamente. A la mañana hace de directora y a la tarde enseña a los más pequeños. Su aula es un aula alegre, llena de dibujos y textos infantiles. Con cartones de desecho y papeles de colores han fabricado ayer un trencito en el que cada caja es un vagón y en cada vagón va un niño o niña. El tren será la principal atracción en la fiesta de clausura que tendrá lugar pasado mañana. Contentos con la visita, los niños piden mostrarnos a las visitantes cómo va a ser la función. La maestra Raquel accede y ahí tenemos, ante nuestro ojos, la fiesta de clausura anticipada.
Antes de concluir la visita, la maestra Raquel corre a sacar de un armario el libro de visitantes y dos paneles de cartón en los que están pegadas fotos de la escuela: en un panel está el ANTES (tres años atrás, cuando ella se hizo cargo de la escuela) y en otro está el AHORA. El cambio es en verdad notable. La escuela de antes era de tierra, no había una sola planta, las dos alas de aulas estaban deterioradas, el patio rajado. Lo hecho en estos tres años se hizo con el mismo presupuesto, pero con la colaboración y el valor agregado de los padres y madres de familia y de los propios alumnos y profesores.
Ya afuera, me detengo a observar nuevamente la escuela, el verde, los senderos, la limpieza del lugar, las mesas redondas con sus bancas circulares de cemento, los alumnos trabajando a gusto al aire libre y la maestra Raquel despidiéndose con la mano. Con poco, con casi nada, con cosas muy simples, esta directora ha logrado para su escuela cosas que escuelas mucho mejor dotadas y más ricas no consiguen (ni se proponen) para su alumnado, sus padres de familia y su comunidad.
De hecho, las claves más importantes entre ese ANTES y este AHORA que ella muestra en sus fotos, no están a la vista: una directora que no deja de enseñar y que está a cargo del grupo más numeroso y difícil; un estilo de dirección democrático, amistoso, informal; una voluntad por integrar no solo a las familias sino a toda la comunidad; una escuela que valora la música, el canto, el baile, el arte; una escuela que sale de la escuela, que entiende que ni los niños ni los aprendizajes se llevan bien con los muros y los encierros.
* Incluido en: Rosa María Torres, Itinerarios por la educación latinoamericana: Cuaderno de viajes, Paidós, Buenos Aires-Barcelona-México, 2000.
Brillante escuelita, gracias!, Publique otros casos maestra, por favor
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