Rosa María Torres
Nellie Ashford |
He visto escuelas funcionando en domicilios particulares, en templos, galpones, patios, atrios, plazas, carpas, chozas, hospitales, cárceles, guarderías, lanchas, corredores y pasadizos, y, por supuesto, a la sombra de árboles o a la llana intemperie. Pero no había visto hasta hoy una escuela funcionando en el interior de un bus.
Se trata de una escuela primaria en Sweetwaters ("Aguas Dulces"), una pequeña comunidad rural en Sudáfrica. 186 niños y niñas y 8 profesores aprenden y enseñan en el interior de tres buses destartalados que sirven de aulas. En un bus se acomodan 86 niños. En otro, 35. En el tercero, 65. Cada uno de ellos corresponde a un nivel.
Niños y niñas apretujados en los asientos que usualmente corresponden a los pasajeros. Algunos deben contentarse con el suelo, en el corredor que divide las dos filas de asientos. Muslos y rodillas hacen las veces de pupitres. Al frente, junto al asiento que alguna vez ocupó un chofer, está colgada una pequeña pizarra. La mayoría de ventanas están rotas, por lo que, cuando llueve, los buses se inundan. Las clases deben suspenderse cuando recruduce el invierno o cuando el clima se pone demasiado caliente, en época de verano.
La escuela, privada, viene funcionando desde 1974 sin ningún apoyo estatal. Simón Nobela, un joven negro de 17 años, se animó a abrir la escuela e iniciarse como maestro. Empezó en una pequeña choza que servía de única aula. Los alumnos, niños y niñas de los alrededores, pagaban 50 centavos por semestre, con lo que se cubría el salario de Simón. En 1989, muerto su fundador, asumió la escuela su hermana, Julia. Y hoy tomó la posta su hijo, con ocho jóvenes más.
La escuela se expandió. Es así como los buses, entonces carrocerías abandonadas, pasaron a incorporarse como infraestructura escolar. Para las 800 familias que viven en esta pequeña localidad, ésta es la única posibilidad de alfabetizar y escolarizar a sus niños, pues la escuela estatal está muy distante. Los padres de familia colaboran como pueden. Un comité de padres se encarga de dar de comer a los niños mientras asisten a clases.
Un testimonio más, entre millones que abundan en el mundo, de la precariedad en que se mueve esa institución que llamamos escuela y a la que tantos prescriben hoy una computadora por alumno, conectividad y banda ancha. Un testimonio más que confirma que la infraestructura no hace a la escuela y que no hay obstáculo insalvable para hacer educación cuando está de por medio la iniciativa, la voluntad y el empeño de toda una comunidad.
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