Recordando al Conejo - Fernando Velasco Abad

Educación sexual


Rosa María Torres
Educación sexual - Bonil



Este artículo fue publicado el 18/11/1990 en Aulabierta, periódico del Programa Nacional "El Ecuador Estudia" del Ministerio de Educación y Cultura del Ecuador, que co-coordiné junto con Raúl Vallejo. Contaba allí una historia personal, la de mi primer embarazo y mi primer hijo, cuando la sexualidad era tabú mayor en esta sociedad y la "educación sexual" apenas un experimento. Casi 25 años pasaron. Muchas cosas han cambiado, para bien y para mal. La sexualidad se discute hoy mucho más abiertamente, la vida sexual se inicia antes, el embarazo adolescente pasó a ser nuevo campo de preocupación social y política pública, el aborto es tema nacional de controversia y de disputa, la homofobia se combate como una tara más. Religión y política siguen coincidiendo en las visiones más retardatarias de la sexualidad,  la mujer, su cuerpo y sus derechos. ¿Qué tanto avanzó la educación sexual, en la familia, en  el sistema escolar, en los medios, en la iglesia, en el sistema político?


Para mi hijo Juan Fernando


Cuando estaba en tercer año de la universidad y embara­zada de mi primer hijo, empecé a trabajar como profesora de inglés en un afamado colegio particular religioso femenino de Quito (ahora puedo agregar el nombre: Colegio Cardenal Spellman). Un día, mientras subíamos las gradas con las alumnas en forma­ción, una monja que venía más abajo alzó a ver: sentí, supe, que se percató de que estaba embarazada.

Al día si­guiente, reunión urgente convocada por la monja rectora. Visiblemente irritada, me habló de mi embarazo como un doble pro­blema: le preocupaban las molestias que sig­nificaría el parto para el colegio (le aseguré que sólo falta­ría dos días y así fue), pero sobre todo le preocupaba que mis alumnas, chicas de segundo curso, angelitos de 13 o 14 años, pu­diesen tener "malas ideas" y despertárseles inquietudes "malsa­nas" sobre el sexo.

De nada me sirvió aclararle que estaba legal­mente casada y que tener un hijo no era pecado ni motivo de vergüenza. Me pidió, ac­to seguido, que, en adelante, disimulara mi barriga poniéndome abrigos o ponchos, y que llegara todos los días cuarto de hora an­tes de empezar la clase y me ubi­cara detrás del escri­torio, tra­tando en lo posible de desarrollar la clase sentada, a fin de que las chicas no me vieran. Aunque usted no lo crea. Ve­rídico.

Por supuesto que mis alumnas desde hace tiempo, mucho antes que las monjitas, se habían dado cuenta de mi embarazo. Todos los días se acercaban a sobarme la panza para sentir cómo se movía el bebé. Todas estaban curiosas por saber cómo era eso de estar embarazada.

Algunas clases de inglés, subrepticiamente, se convir­tieron en conversaciones sobre el tema. Varias de ellas tenían mamás embarazadas o hermanitos recién nacidos. Todas tenían enamorados y más de una había dejado de ser virgen. Las más "adelantadas" se ma­quilla­ban y algu­nas fumaban a escondidas en el baño.

Puesto que, en tiempos de mini­falda, el colegio exigía que el uniforme se llevara debajo de la rodilla (en el patio de formación la monja inspec­tora medía determinada altura a partir del suelo, igual para todas), no bien sonaba el timbre de salida y se pasaba el umbral de la puer­ta, todas proce­dían apuradas a treparse las faldas haciéndose bollos en la cin­tura. Afuera, a pie, las esperaban en motos o en autos del año.

Hablo de hace muchos años, cuando en la mayoría de colegios ni se soñaba con eso que hoy llaman Educación Sexual. Pero mucho me temo que dicha Educación Sexual haya venido a instalarse como un parche, sin que hayan cambiado demasiado las condiciones, la represión y el tabú generalizados ha­cia el tema sexual.

¿En qué consiste a menudo la famosa Educación Sexual?. Una charla o un conjunto de charlas inocuas, en lenguaje sumamente científi­co y profiláctico, a cargo de médicos, psicólogos, curas, etc., ca­da uno exponiendo desde su propia especialidad e ideología. Otras veces, o complementando a lo anterior, se recurre a videos, quizás entre otras cosas para evitar el bochor­no de explicar todo esto personalmente y cara a cara.

Si he de juzgar por los videos que le tocaron a mi hijo mayor, en el bachillerato de un colegio particular, diría que los que se eligen son deficientes, mal hechos, desactualizados y profundamente moralis­tas. Imágenes borrosas intercala­das con gráficos y explicaciones tediosas acerca del comportamiento sexual del género humano, se empeñan en dejar claro que la sexualidad es fuente de muchas y muy graves enfer­medades tales como la sífilis, la gonorrea, etc. (videos más ac­tualiza­dos, claro está, agregan el SIDA a la lista).

Lo cierto es que, en general, ni charlas ni videos termi­nan sa­tisfaciendo las inquietu­des reales de los jóvenes y sus­citan mas bien algunas nuevas. O son demasiado ele­menta­les para el nivel real de conocimiento y ma­nejo efectivo de los alumnos. No es raro, en efecto, que a estu­diantes de secundaria se les siga hablando de las abejas y el polen, de los pajaritos y la primave­ra, versiones un poquito menos infan­tiles que las cigüeñas del pre-escolar.

Maestros o maestras sonrojados, nerviosos, incómodos, peroran con ayuda de gráficos anatómicos que explican, por un lado, la anato­mía femenina y, por otro, la masculina. "Organos sexuales masculinos" y "órganos sexuales femeninos" difícilmente pueden nombrarse con sus términos comunes y corrientes. El lenguaje cien­tí­fico ofrece la necesaria cobertura de asepsia y pudor que requiere el tema.

Cómo se junta el gráfico de la izquierda con el de la derecha y, en fin, cómo y dónde se encuentran el óvulo con el espermatozoi­de, es el tema más espinoso, el más esperado y el menos clarifi­cado. Todo se presenta como si se tratara de un pro­blema de mecá­nica, palancas o émbolos. Los sentimientos y las sen­saciones - el amor, la ternura, la sensualidad, el placer - se pierden en la enmarañada jerga y en su explicación única: la re­producción animal.

Charlas y videos terminan bruscamente. El espacio final para las preguntas, para el debate, cuando se da, suele ser corto y pobre. ¿Cuántos se animan a hacer preguntas, cuántos a hacer las que verdaderamente importan, inquietan y hasta torturan?. Lo que más tiempo y energía ocupa son las recomendaciones, los consejos prácticos, la normativa, por lo general estigmatizadora de la sexualidad. En definitiva, el mensaje termina siendo: "No se me­tan", "¡Cuida­do!" y hasta "¡Bas­ta!".

Cierto que muchas cosas han cambiado en estos años pero, en lo fundamental, siguen reinando en nuestra sociedad, en la familia y en el sistema educativo la represión y el prejuicio respecto de la sexualidad. Ayer quizás más ignorantes y reprimi­dos, hoy más infor­mados pero también más expuestos, pero hoy, como ayer, chicos y chicas se ven forzados a seguir improvisando, a seguir aprendien­do clandestinamente, a seguir equivocándose, a seguir ocultan­do, a seguir cul­pabilizándose. Y enton­ces, cuando la mucha­cha descu­bre su em­barazo y recuerda su clase de Educación Sexual, se pregunta para qué le sirvió el cuento de las abejas o los pulcros gráficos anatómicos del hombre y la mujer.

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