Recordando al Conejo - Fernando Velasco Abad

La madre en los textos escolares


Rosa María Torres



Todas las mamás miman, arrullan, sonríen, abrazan, son abnegadas, saben coser y cocinar. A pesar de que se revientan trabajando desde la madrugada hasta la noche, siete días a la semana - y contrariamente a lo que usted pudiera imaginar - son mujeres realizadas. El prototipo escolar de la madre per­fec­ta.

Jamás tienen un mal modo, un gesto desagradable, un exabrupto. Jamás se les escapa un grito, una reprimenda, un ma­notazo. Madres fuera de serie, siempre dispuestas a renunciar a sí mismas por el bienes­tar de los hijos y de la familia. Dan todo lo que tienen sin espe­rar nada a cambio, por el puro santo amor de madre, sacrificio inconmensurable de madre, bondad suprema de madre.

La mamá de Elisa cose. La de Vidal lava la ropa. La de Timoteo vende tamales. La de Teresa es maestra. La rural se hace cargo además de tareas agrícolas y de los animales. La citadina puede llegar a tener un puesto en el mercado o una tienda de abarrotes, o bien trabajar en una fá­brica, un salón de belleza, una escuela, un centro de salud. 

Trabajar doble y hasta triple jornada, alargando el día y reduciendo las horas de sueño, aparece como la cosa más normal del mundo si se es mujer. Si se gana la vida fuera del hogar, igual le toca asumir  las tareas domésticas. Las formalmente "mantenidas" por marido o similiar complementan el ingreso familiar con algún pequeño oficio - mo­dista, lavande­ra, artesana - que es, de hecho, una exten­sión remunera­da del trabajo doméstico. 

Mamás profesionales, con estudios universitarios y aspiraciones personales, escasean incluso cuando los escenarios se ubican en hogares de clase media. En estos estratos, las mamás a lo sumo parecen tener tiempo libre para pasear, bordar, hacer pasteles o invitar a las amigas.

Pasando por alto las evidencias y las estadísticas, en los textos escolares no hay madres adolescentes ni prematuras ni solteras ni abandonadas ni separadas ni divorciadas ni golpeadas ni asesinadas. De vez en cuando aparece algu­na viuda. Ni hablar de mamás lesbianas. En general, son mujeres con hombres cerca, hombres proveedores, que trabajan y traen el pan al hogar, además del cansancio, la necesidad de respeto, comprensión y atención especial.

No hay madres insultadas, pegadas ni maltratadas. Los hijos son básicamente buenos hijos y buenos alumnos. Los maridos son trabajadores, buenos tipos, compañeros. Cero borrachos, vividores, maltratadores, abusadores. No asoman por ningún lado la escasez, el hacinamiento, el desempleo, la inflación, la emergencia, el abandono, la infidelidad, la violencia.

Mientras el hombre batalla cotidianamente en el hostil mundo ex­terior, la mujer tiene el privilegio de pasar recluida en esa cueva de la felicidad llamada hogar, rodeada de enseres y placeres domésticos. Dibujos y textos describen primorosamente cómo las madres se la pasan lavando, planchando, cocinando, cosiendo, lim­piando, trapeando, barriendo, baldeando, atendiendo al marido y a los hijos. 

Es así como, en el Día de la Madre, con variaciones propias de cada bolsillo pero con asombrosa universalidad, se re­gala a las madres más de estos mismos enseres, verdaderos íconos de entretenimiento: ollas, platos, mue­bles, manteles, sábanas, toallas, esco­bas, trapos de limpieza, plan­chas, cubiertos, lavadoras, licuado­ras y toda clase de "doras"..

Usted, padre o madre de familia, maestro o maestra, alumno o alum­na, no vaya a confundirse: la idealización de la madre no es sino parte del mismo paquete que hace posible y legitima la opre­sión de la mujer.

Nuestros niños y jóvenes, en ocasión del Día de la Madre, en lugar de las clásicas redacciones escolares que acompa­ñan a este día, deberían ser invitados a analizar críticamente la ima­gen de madre que tran­s­miten los textos escolares (y los comerciales de los medios) y a discutir, en ese marco, la hipocresía de una sociedad que idealiza a la madre y que maltrata a la mujer.  


* Publicado originalmente en: Educación de Adultos y Desarrollo, N° 39. Bonn: DVV, 1992.


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