Recordando al Conejo - Fernando Velasco Abad

¡A las aulas!

Rosa María Torres

Quito: El regreso a clases tendrá 5 medidas para aliviar el tráfico
Diario El Telégrafo, Ecuador, 1 sep. 2014

Escribí este artículo en 1990 a propósito del fin de las vacaciones y el regreso a las aulas. Pasó un cuarto de siglo. Quién podría haber anticipado entonces que el problema del tráfico en Quito llegaría a los niveles actuales, tanto como para convertirse en tema central del inicio de clases (como en tantas otras ciudades latinoamericanas). Estaba, eso sí, en lo cierto al anticipar que tomaría muchos años ver que "aprender haya llegado finalmente a coincidir con interés, descubrimiento, alegría y relevancia, como debe ser". Un cuarto de siglo después, ese día todavía no llegó.


Niños pequeños disfrazados de escolares y armados de loncheras vis­­tosas to­da­vía con etiquetas de almacén pueden verse sollo­zan­tes frente a guar­derías y jardines de infantes, colgados de la mano o del cue­llo de papás y mamás que luchan por con­ven­cerlos y desprenderlos. Escenas desgarrado­ras pueden encon­trarse también entre los aspirantes al primer grado. Los que asumen la entrada a clases sin problemas probable­mente es porque tienen ya alguna experiencia como clien­tes re­gula­res del sistema escola­r.

Uniformes nuevos y pulcros, zapatos lustrados, carriles y mochilas relucientes, por todas partes. El tráfico se conges­tiona y se desquicia, desacostumbrado ya a los buses es­cola­res repletos de alumnos bulliciosos, que ahora vuelven a serpen­tear orondos por calles y avenidas.

Quito tomado por pequeñas y grandes ceremo­nias de inaugu­ración. Abundan las elegancias, los discur­sos, los himnos, los abrazos, las normas para los alumnos, los avisos y consejos para los padres. Termina­do el acto, cada cual se dirige a lo suyo: alumnos y maes­tros a las aulas, padres y madres a sus ocupacio­nes. Estas últimas in­cluyen, ahí mismo, el abor­daje a los profesores para la pre­senta­ción per­so­nal y las reco­men­daciones de ri­gor, así como las compras apresu­radas de los últimos útiles escolares.

Luego vendrá el reencuentro con los hijos para la ansiada relato­ría de los acon­tecimientos. En el reino de caos y confusión tan propio del primer día de clases, dichas re­latorías suelen estar próximas a las crónicas de aventuras fantásticas.

Se inician las clases y, con ellas, las ilusiones y emociones que trae consigo todo comienzo. Emociona la incertidumbre de lo nuevo pero emociona también el reencuen­tro con lo conocido y extrañado (el chico o la chica a quien dejó de verse durante las vacaciones, los amigos, los compañeros, los profeso­res, los lugares, las seguridades, los afec­tos).

¡Qué lindos son los útiles escolares nuevos!. Lápices con punta y borra­dor afilados; reglas, colores, compases en estuches; cuader­nos y libros intactos, con membretes, cubiertos de plásti­cos aún olorosos y brillantes. ¡Qué lindo es ponerle a cada cosa el nombre de uno!. ¡Qué lindo es estre­nar cuaderno, escribir en hojas vírgenes, blancas, tersas!. ¡Qué lindo es abrir el libro en la primera página, ima­ginando que todas están llenas de cosas interesan­tes!.

Todo invita a los buenos propósitos, a los "este año todo será dis­tin­to". El vago junta deci­sión para pro­ponerse estudiar más. El tímido descubre voluntad y fortaleza para ser más lanzado. El solitario se dice que este año hará amigos. Todos se aprestan de algún modo a cambiarse y a cambiar.

Lamentablemente, no tarda mucho en colarse la rutina escolar y el desencanto de quie­nes, primerizos en el sistema, ima­ginaban otra cosa. Los unifor­mes empiezan a enco­gerse y descolorirse. Los cuadernos em­piezan a lle­narse de observaciones en rojo, los lá­pices a achicarse, las reglas a per­derse, los borrado­res a manchar­se. Los primeros llama­dos de atención, los primeros castigos, las prime­ras prue­bas, las prime­ras notas, van abonan­do el terreno para el inevi­ta­ble deterio­ro de ánimo que, a medida que avanza el año, pasa a convertirse, como siempre, en la ansiada espera de las vacacio­nes.

Algún día, afortunadamente, todo esto será distinto. Niños y jóvenes ansiarán la entrada a clases no solo por la ex­pectativa efímera de lo nuevo sino por el placer perdura­ble que produce aprender. Esto sucederá, claro, después de muchos años, cuando la sociedad y el sistema escolar hayan cambiado de manera tal que aprender haya llegado finalmente a coincidir con interés, descubrimiento, alegría y relevancia, como debe ser.

Entretanto, no está demás que empecemos a hacer algo para que este nuevo año escolar se acerque un poquito más a ese después de muchos años.

* Publicado en: Revista Familia, diario El Comercio, Quito, 30/09/1990

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