A la memoria de Ermel Velasco Mogollón
Oye uno hablar de "los maestros de antes", esos que se nombran con admiración y respeto, esos que parecen estar en los inicios de la pedagogía, poniendo cimientos, sembrando vocaciones. Oye uno decir que "esos sí eran maestros", forjados en la vocación y el amor por el oficio. Conoce uno a esos maestros de antes, productivos hasta último momento, sostenidos por una convicción y una pasión que dan sentido a toda una vida y a toda una generación, y entiende uno cuán insuficiente puede ser todo eso que se dice ...
Escucha uno sus relatos cargados de dignidad y no puede dejar de emocionarse. Relatos de una época en que hacerse maestro era una decisión y un compromiso de vida.
Tiempos en que los libros - papel rústico, letra menuda - eran preciados y se cuidaban como oro en polvo. Lo poco que llegaba a las manos se leía con avidez. El mundo era mucho más pequeño y había menos que saber, pero había mucha gana de leer y de saber.
Amigos-compañeros-colegas se hacían en las aulas y, más tarde, en el oficio. Eran épocas en que la docencia atraía a las mentes más lúcidas, a las voluntades más firmes, a las vocaciones mejor definidas. La educación encendía entusiasmos y fervores colectivos, se extendía más allá de la jornada de trabajo, se instalaba como tema de conversación en reuniones informales, contagiaba el mundo de los afectos y los sentimientos, involucraba a la familia, llenaba la vida.
El maestro y la maestra eran respetados y valorados por una sociedad que veía en ellos la encarnación del saber y los valores a seguir. Segundo en el pueblo después del cura, el maestro era considerado un intelectual, un referente ético, modelo y ejemplo para sus alumnos por su entrega como maestro.
Son otros tiempos. Muchas cosas han cambiado y muchas en un sentido positivo. No es cierto que "todo tiempo pasado fue mejor". Pensar así equivaldría a creer en un futuro condenado a la decadencia. Pero, en lo que hace a la educación, hay cosas e historias de ese pasado que es importante conocer, valorar y recuperar.
De hecho, cuando uno de esos maestros se va, siente uno el deseo de multiplicarse, de devolver al magisterio el lugar y el prestigio perdidos, y a la educación su relevancia vital. Y es entonces cuando toma uno conciencia de que esos maestros de antes siguen entre nosotros, recordándonos lo especial y trascendente que puede ser el oficio docente.
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