Esther Pearl Watson |
Leo en un diario del Ecuador: "Este año será algo especial pues se espera la reforma educativa".
El periodista, como la mayoría de personas, no tiene una idea clara de lo que es una «reforma educativa» . Al leer el titular de la nota pienso en la llegada de la cigüeña o de una nave espacial. Una Reforma Educativa que aterriza o cae de algún lado.
Los ciudadanos abren un buen día el periódico y se encuentran con la noticia de que La Reforma Educativa ha arribado al país. Los alumnos llegan el lunes a clases y se topan en la puerta de la escuela con la Señora Reforma. Los profesores son convocados a reunión urgente para informarles que acaba de posesionarse la Autoridad Reforma. Las familias reciben, al final del año escolar, hijos reformados por la Reforma.
¿Este año? La reforma educativa es un proceso que toma muchos años, incluso décadas. Llevar a la práctica y generalizar cambios significativos en el ámbito educativo es tarea compleja, multisectorial, cultural. Pensarla como «evento» es error frecuente; cambiar la educación es un proceso permanente, siempre inacabado.
¿Un año especial? En muchos países la reforma educativa es cosa trillada. La anuncia cada gobierno e incluso cada nuevo equipo ministerial. El año sería verdaderamente especial si no se anunciara una reforma a la reforma.
¿Se espera? Poca gente espera la «reforma educativa». La mayoría está conforme o relativamente conforme con lo que tiene. Los más conformes son los que reciben la educación de la peor calidad. Los profesores son los más afectados pues todo cambio implica desacomodos, adaptaciones, esfuerzos adicionales y, para algunos, malas noticias.
¿La reforma? Hay reformas educativas de todo tipo. La mayoría - aunque se rebauticen como «revolución», «transformación», etc.- realiza ajustes cosméticos de orden administrativo y/o legal, antes que cambios integrales y sistémicos, con visión de mediano y largo plazo. Pocas se animan con cuestiones complejas y de fondo como el aprendizaje, el currículo, la pedagogía, la evaluación, la selección y evaluación docente, etc. Menos aún con cuestiones de inclusión y de equidad: priorizar la primera infancia y los grupos más pobres y vulnerables, reducir - antes que seguir ampliando - desigualdades, ocuparse del bienestar de las familias y de la educación de padres y madres, replantear las políticas docentes, poner en el centro el aprendizaje, el derecho a aprender y el paradigma del aprendizaje a lo largo de la vida.
Cada ministro o ministra aspira a que su gestión pase a la historia como la que fue capaz de hacer una reforma sustantiva que sienta bases y deja huella, no la reforma pasajera que se desarma o desanda al poco tiempo.
Al final, la experiencia acumulada muestra que las reformas duran y reforman poco. La gran mayoría no tiene seguimiento ni evaluación. Son pocos los procesos de reforma educativa que tienen consistencia y permanencia en el tiempo, y que se hacen informando e involucrando a la ciudadanía.
Algún día la sociedad avanzará lo suficiente como para exigir y comprometerse con cambios educativos profundos, que superen viejas recetas y viejas lógicas, que logren visualizar una educación realmente diferente, igualitaria, plena de sentido, que saque y desarrolle lo mejor de nuestros niños, jóvenes y adultos.
* Publicado originalmente en la revista Familia del diario El Comercio de Quito, 8 enero 1995.
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