Rosa María Torres
La joven dentista está hoy de visita en la
escuela y se encuentra en plena lección explicando a los alumnos la importancia
de la higiene bucal. Con ayuda de una serie de carteles con fotografías y
dibujos empieza por mostrar a los niños las consecuencias de la falta de
higiene: caries, tártaro, piezas dentales dañadas o rotas, encías inflamadas.
Los niños reaccionan según lo esperado: estupor, asco, incluso horror. Acto
seguido, aparece el gráfico de un diente feliz, blanco, limpio, sonriente.
- "¿Por qué será que este
diente está feliz?", pregunta la dentista. La pregunta se queda
sin respuesta.
- "¿Será que le gusta el
chocolate?".
- "Noooo".
- "¿Le gustan los
caramelos?"
- "Noooo".
- "¿Le gusta el cepillo de
dientes?”
- "Síiii".
Ahora los alumnos son introducidos en las ventajas de cepillarse con
regularidad. Con ayuda de otros gráficos, la dentista muestra los movimientos correctos para un buen cepillado. Los niños prestan atención, están
interesados. Parecería que ha logrado convencerles de que cepillarse los
dientes es importante, además de fácil.
- "Pero el cepillo no es
suficiente", aclara. "Para
una buena limpieza hay que usar el hilo dental. ¿Quién ha oído hablar del hilo
dental?".
Unos cuantos alumnos alzan la mano. Enseguida, la dentista muestra
gráficos que ilustran el uso del hilo dental. Antes de dar por concluida la
clase y salir del aula, insiste:
- "No se olviden, niños, de
usar el hilo dental".
Exposición clara, didáctica, amena. La joven dentista tiene madera de pedagoga. El único pequeño problema es que no sabe
ubicar su audiencia. La escuela en cuestión está ubicada en un barrio marginal
sumamente pobre de Belo Horizonte, Brasil, y los niños a los que ha recomendado
el cepillado después de cada comida y el uso diario del hilo dental son niños
que a duras penas comen una vez al día y viven en casas en las que no hay agua
corriente ni lavabos, ni siquiera letrinas. Basta una mirada al barrio, en el
trayecto de ida y vuelta, para saberlo.
Pensará usted que se trata de un caso aislado, de una dentista
joven e inexperta, de una demostración inusual de torpeza e insensibilidad
social. Pero no es así. Se trata de la misma generalizada torpeza e
insensibilidad que despliegan técnicos y expertos en planes, currículos y textos escolares primorosamente ilustrados que recomiendan alimentación y nutrición adecuadas (dieta balanceada, alimentos ricos en tal o
cual vitamina, verduras, frutas frescas, yogurt, pescado) a alumnos que apenas
si logran llenarse el estómago con lo que hay a mano; descanso y sueño suficientes a niños que trabajan, viven en condiciones de hacinamiento y duermen en el suelo o en colchones insalubres; o baño diario a alumnos que tienen que acarrear agua o sacarla de un pozo y no tienen siquiera las condiciones mínimas indispensables para lavarse las
manos con regularidad.
* Incluido en: Rosa María Torres, Itinerarios por la educación latinoamericana: Cuaderno de viajes, Editorial Paidós, Buenos Aires-Barcelona-México, 2000; Itinerários pela Educação Latino-Americana – Caderno de Viagens, Artmed Editora, Porto Alegre, 2001, 344 páginas. Prólogo de Fabricio Caivano.
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