Recordando al Conejo - Fernando Velasco Abad

Leer en el metro de Tokyo

Rosa María Torres


La primera vez que fui a Japón hubo un hecho que me maravilló: la gente leyendo en el metro. Niños, jóvenes, adultos, sentados, parados, holgados, apretados: todos leyendo. Rarísima sensación: en un mar de lectura, yo era la única que no leía, la única que observaba.

Era 1996 y la lectura, entonces, era en papel. Cada cual con su libro, su periódico, su revista. Lectura en columnas, de arriba hacia abajo, y, con mirada occidental, "de atrás para adelante". Niños leyendo de cuadernos y libros que sacaban y metían en sus mochilas escolares. Adultos leyendo el periódico, haciendo malabares para mantenerse en pie y para no estorbar a los demás. Todos concentrados. El metro convertido en una gran biblioteca rodante. Afuera, en los andenes, la gente esperando con un libro o un periódico en la mano.

En los cinco días que estuve en Tokyo solo viajé en metro. Estaba fascinada con el espectáculo de la lectura y quería disfrutarlo a tope, contrastando trayectos y distintas horas del día. En horas pico, libros apretados contra el pecho, periódicos en alto, lectores colgados de argollas, arrimados a puertas, enroscados en tubos.

En 2005, diez años después, regresé a Japón y volví a sorprenderme y fascinarme. Periódicos y libros habían desaparecido. Ahora el metro de Tokyo era un escaparate de aparatos electrónicos, un bazar de pequeños objetos de colores con infinitos adornos y colgantes. Cada cual con su celular o su videojuego. Todos pendientes de diminutas pantallas. Niños y adolescentes cuidando a sus mascotas electrónicas. Teléfonos convertidos en dispositivos de lectura y escritura. Lectores convertidos en lectores-escritores.
Foto: Bruce Peter

Afuera, a la salida del metro, la novedad de recipientes para basura electrónica. Me quedé un buen rato mirando cómo las personas tiraban allí sus aparatos. Preferí no averiguar a dónde va a parar todo eso. Me fui caminando al hotel invadida por un indescriptible sentimiento de tristeza y catástrofe. La fiesta de la lectura estropeada por una pesadilla futurista.
Trainhanger
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