Tomado de Lengua Escrita |
Rosa María Torres
Para Gabriel
Que en estas Navidades todo sea paz y felicidad,
y que en vuestro hogar perdure para siempre el amor.
Son los deseos de su hijo.
G a b r i e l
Gabriel, sobrino mío, 5 años, va al jardín de infantes y no sabe leer ni escribir. Poco antes de la Navidad llega a su casa con una tarjeta navideña en la que, debajo de un dibujo, aparece escrito este texto. El dibujo lo ha hecho él, pero el texto, obviamente, lo ha escrito su maestra. Al pie, ella le ha pedido que estampe su "firma", es decir, una cadena de letras trabajosas y retorcidas que componen la palabra GABRIEL.
Gabriel no sabe leer lo que ha "escrito", así que lo lee en voz alta mi hermano, su papá. Con su dedito Gabriel recorre su nombre pero le sobran letras cuando ha terminado de "leer" toda la palabra ...
En vano trata mi hermano de que Gabriel explique qué significa "perdure" o a qué viene lo de "vuestro" hogar .... Nunca escuchó ni "perdure" ni "vuestro" ni tiene claro, en fin, lo que él, con firma y todo, está deseándoles a sus papás en esta Navidad.
Desde la perspectiva de la maestra, ella cree haber hecho lo mejor e incluso lo único posible en este caso: el niño no sabe escribir, ella sí; las tarjetas deben redactarse en estilo elegante y formal, no importa la edad o la condición del remitente; los padres de familia merecen lo mejor, lo que, a juicio escolar, incluye el uso de "vuestro" y "vosotros" propios de la Madre Patria.
Desde la perspectiva de Gabriel, él se limitó a hacer lo que le dijeron: "Escribe GABRIEL aquí abajo, lleva esta tarjeta a tus papás, ellos se van a poner contentos" debe haber sido más o menos la consigna.
Desde la perspectiva de papá y mamá, ellos habrían apreciado mucho más un texto que reflejara lo que su hijo de 5 años hubiera escrito si supiera hacerlo.
¿Que el niño no sabe escribir y por tanto a la maestra no le queda otra alternativa que escribir por él?. No es cierto. Gabriel no sabe escribir pero sabe pensar, sabe hablar, sabe expresarse y puede - por último - dictar. La maestra pudo haber servido de escriba, limitándose a transcribir lo que él quería decirles a sus papás. En lugar de eso, decidió suplantar al niño, redactar su mensaje - adulto, formal, convencional - y pedirle a él agregar su nombre al pie, como un postizo.
La insensibilidad escolar respecto de lo que los niños son, piensan y quieren, así como de las expectativas de los padres de familia, puede ser francamente asombrosa. Pedir a un niño que ponga un garabato validando un texto que no le pertenece y que ni siquiera comprende, es negar el valor de ese nombre y de esa firma, irrespetar la identidad de quien la rubrica, despreciar la razón de ser de la palabra escrita, lapidar la escritura como acto hueco, como ritual. ¿Qué sentido tiene pedir a un niño que enseñe a sus padres como suyo algo que él no hizo, y que tanto él como los padres lo saben? ¿Qué clase de maestra puede creer que los padres prefieren un texto escrito por ella, pulcramente y con mensaje estándar, a las ideas espontáneas de su hijo?
En Navidad, en el Día de la Madre, del Padre o de San Valentín, los padres quieren escuchar y leer lo que sus hijos tienen para decirles, en sus propias palabras, con sus errores, con sus inestimables verdades, sin apuntadores ni intermediarios. Para el mensaje prefabricado, producido en serie, abundan las tarjetas listas para cada ocasión que se venden en kioskos y librerías de todo el mundo y en todos los idiomas.
¿Será mucho pedirle al sistema escolar que deje a nuestros hijos expresarse libremente, al menos cuando se comunican con su familia, con su papá y su mamá?.
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