Directora Pedagógica de la
El Puyo, Pastaza, Ecuador, 23.8.89
El nombre de Ramona Cuji - Editorial El Conejo, Quito
Les encontramos ya de salida. Han cerrado tras de sí el aula, han apagado las luces y vienen caminando, sin rostros visibles, en medio de la oscuridad de la noche. Insisten, sin embargo, en regresar al aula para conversar con nosotros.
Se trata de un Círculo de Alfabetización Popular (CAP)
a cargo de cuatro estudiantes del colegio mixto "Francisco de
Orellana", que funciona de 7 a 9 de la noche en el local del Instituto de
Educación Especial de El Puyo.
De los 11 alfabetizandos que había inicialmente, han
quedado 4. ¿Por qué se fueron los demás?
- "Doña María se fue porque se le murió el
papá".
- "Otra señora y su marido dejaron de venir
porque vivían muy lejos y se les hacía difícil movilizarse de noche. Ahora estudian
en otro CAP, por la tarde, cerca de su casa".
- "Don Nelson decía que él venía muy de noche del
trabajo".
- "La mujer de él se quebró la pierna y ya no
pudo seguir asistiendo".
- "Don Méntor se retiró hace poco. Le fuimos a
buscar a la casa pero nos dijeron que ya no vivía ahí".
- "Don Angel se fue a trabajar adentro, por El
Porvenir, sacando madera. Dijo que iba a faltar unos 15 días, pero cuando
vuelva ya se habrá terminado la campaña".
Doña Ramonita y sus 72 años
Ramona Cuji es "la mayorcita" del grupo. Con
sus 72 años y su rostro indígena, se mantiene callada oyendo la conversación.
"Doña Ramonita", como le llaman los alfabetizadores, pasó ocho días
en cama, a raíz de la mordedura de una culebra. Pero volvió.
- "Tiene un interés increíble por aprender",
dice una muchacha.
No ha logrado avanzar mucho en el aprendizaje, pero está feliz de haber aprendido a escribir su nombre. Alfabetizadores y alfabetizandos le piden a coro que pase a la pizarra a escribirlo. Ella no se hace rogar. Se levanta decidida mientras las sillas se colocan en semicírculo como para presenciar un espectáculo. De pronto, la sala se llena de un expectante silencio.
No ha logrado avanzar mucho en el aprendizaje, pero está feliz de haber aprendido a escribir su nombre. Alfabetizadores y alfabetizandos le piden a coro que pase a la pizarra a escribirlo. Ella no se hace rogar. Se levanta decidida mientras las sillas se colocan en semicírculo como para presenciar un espectáculo. De pronto, la sala se llena de un expectante silencio.
Ramona, con su vista escasa y su mano temblorosa,
empieza a dibujar lentamente cada una de las letras de su nombre. No se diría
que lo escribe sino que lo esculpe. Todos seguimos ansiosos el movimiento de
la mano, el trazo cuidadoso de las letras. Lo único que se escucha es el
susurro de Doña Ramona que va acompañando la lectura de cada sonido.
Cuando llega a la i final, se detiene y se
distancia de la pizarra para observar el conjunto. Sonríe. Sin que nadie se lo
pida, lee en voz alta las dos palabras que ha escrito: Ramona Cuji. Siguen estruendosos los aplausos, las felicitaciones, los abrazos.
Ahora, en mi propio cuaderno, Doña Ramona me regala la
filigrana de su nombre tan laboriosamente aprendido y construido. Le pone una
línea curva alrededor y cuatro pequeños palitos verticales en la parte de
abajo. La firma está completa.
Al regalármela, me dice:
- "Yo podría aprender más, señorita. Mi ojito
nomás es el que me falta".
* Incluido
en el libro: Rosa María Torres, El nombre de Ramona Cuji (Reportajes de la Campaña Nacional de
Alfabetización “Monseñor Leonidas Proaño”), ALDHU / Editorial El Conejo, Quito, 1990.
** Rosa María Torres, Directora
Pedagógica de la Campaña Nacional de Alfabetización “Monseñor Leonidas Proaño”,
Ecuador, 1998-1999.
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