Recordando al Conejo - Fernando Velasco Abad

Fiascos tecnológicos

Ilustración tomada de Diario La República

Tengo, como todos, experiencias amargas y jocosas con las tecnologías en mi experiencia de docente y de conferencista. Se ha dañado el micrófono, ha fallado el cañón, no ha funcionado el Powerpoint o el Skype, se ha ido la luz o bien la luz natural ha impedido ver o leer las diapositivas, he debido cambiar de idioma en la mitad de una presentación, me ha tocado usar flipcharts y marcadores en un auditorio inmenso, y pasar innumerables veces por la incómoda situación de depender de una persona externa encargada de pasar las diapositivas.

Destaco tres experiencias pedagógicas que me dejaron perpleja e impotente frente a las tecnologías.


Brasil (2001)

Me habían honrado pidiéndome dar la conferencia de apertura en el I Fórum Mundial de Educação (Porto Alegre, 24-27 octubre 2001). Le dediqué mucho tiempo a preparar un elaborado Powerpoint que - como siempre - seguí trabajando hasta último momento.

Fui a ver el estadio Gigantinho la noche anterior, apenas llegué a Porto Alegre. Me reuní y coordiné con los técnicos. Todo en orden. A la mañana siguiente, no bien entré al lugar, tuve un anticipo del desastre (¡que los técnicos no pudieron advertir!). En el último graderío había un amplio ventanal, que daba la vuelta al estadio y lo iluminaba por completo. Muy tarde para hacer nada al respecto. Dí la conferencia con ayuda de un Powerpoint que nadie podía ver pues había demasiada luz. Es el mayor padecimiento que he experimentado en un escenario docente. Y rodeada de miles de personas.

Brasil (2011)

Fui a Brasil invitada esta vez a dar una conferencia en un evento organizado por el
Instituto Paulo Freire  y la Secretaría de Educación de Osasco, en Sao Paulo (2º Encontro Internacional de Educação de Osasco, 5-7 octubre 2011). Mi conferencia se llamó "Lectura: el adentro y el afuera".

Venía de Paraguay, donde participé en un evento regional organizado por la UNESCO. Me enfermé en el evento, gracias a un aire acondicionado funcionando a tope, que todos padecimos. En el trayecto a Osasco el resfriado se me complicó y perdí la voz. Al llegar tuve que ir al médico, tomar medicamentos y hacer reposo. Pasé dos días encerrada en la habitación del hotel. Fui a dar la conferencia sinitiéndome muy mal.

Rogué a los técnicos encargados de filmar el panel que no me grabaran pero me dijeron que todos los conferencistas debían ser grabados para fines de la memoria del evento. No sé cómo dí la conferencia. Nunca quise ver el video. Debe ser un testimonio fehaciente del lamentable estado en que me encontraba. Fue una experiencia dramática. Implacables requerimientos de las nuevas tecnologías en los eventos académicos.
             
México
(2012)
 
Debí dar una clase con dos públicos: uno presencial (30-40 personas de la universidad) y uno que participaría a distancia, a través de una pantalla gigante colocada a mis espaldas. Se había elegido un salón de clase moderno, bien equipado, que permitiría el acceso y la interacción de los invitados externos. En las mesas había grandes pantallas planas con teclados frente a cada participante. Pedí si podían retirarlas, pues no cumplían ninguna función y estorbaban la vista; el técnico dijo que no; los académicos a cargo acataron. No había caso: aquí mandaba la tecnología. 
 
Así pues, dí la clase enfrentada a hileras de pantallas modernísimas, viendo cabezas o pedazos de cabezas asomando por encima de las pantallas o por los costados. Y recordando voltearme o correrme hacia un costado, cada tanto, a fin de no dar la espalda a la gran pantalla - con gente de cuerpo entero, en Michoacán - que tenía detrás. Delirante. (Paradójicamente, como parte de este mismo seminario-taller tuve una experiencia pedagógica extraordinaria con ayuda de una pizarra blanca de tres cuerpos, con el grupo más reducido de la Maestría que me había invitado).

 
Estoy en franca rebeldía tecnológica, retornando a los viejos métodos y a las viejas maneras, buscando integrar viejas y nuevas tecnologías a la comunicación y a la enseñanza. Solía hacer maravillas - algunas memorables y todas ellas únicas, irrepetibles - con una pizarra, con un retroproyector y una caja de acetatos, en los que escribía, dibujaba y me divertía a colores, in situ y en tiempo real, mientras pensaba, escuchaba, interactuaba.

Nada como una buena charla a cappella y sin zozobras, un conversatorio que admite la improvisación y la espontaneidad, una tertulia cara a cara y sin gadgets.

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