Por el Día del Maestro en el Ecuador (13 abril), el Colectivo de Maestras Parvularias y la Carrera de Educación Inicial de la Facultad de Filosofía de la Universidad Central del Ecuador (UCE) me invitaron a un cine-foro en torno a la película "Detrás de la Pizarra" (Beyond the Blackboard). Al cine-foro asistieron estudiantes y profesores de la especialidad.
La película narra una historia real, la de la maestra Stacey Bess, una maestra sin experiencia que se estrena en una escuela a la que asisten niños y familias sin hogar, en Salt Lake City, Estados Unidos.
La maestra, de 24 años, se graduó en la Universidad de Utah, se casó, tuvo su primer hijo a los 16 y ahora está embarazada de un tercero.
La escuela, creada en 1984, está en un refugio ubicado en una zona apartada de la ciudad, en la que abundan el tráfico y el consumo de drogas. Escuela unidocente que da cabida a niños y niñas de muy diversas edades, desde el pre-escolar hasta el fin de la educación primaria. Escuela de una sola aula, sin nombre, sin pupitres, sin libros, sin nada.
En poco tiempo, con mucho empeño y esfuerzo, la maestra - con ayuda de los niños y de algunos padres y madres de familia - convierte este galpón en un espacio limpio, colorido, acogedor. Luego van ingresando la lectura, la música, el deporte al aire libre, la organización del salón de estudio, los 15 minutos diarios de deberes en familia. Poco a poco va creciendo el interés y el apoyo de algunas autoridades así como el apoyo y la integración de las familias.
A través de una historia real, la película muestra, en definitiva, lo que es capaz de hacer una maestra en una situación precaria y compleja, transformando no solo la escuela sino la vida de estos niños y de estas familias.
Stacey Bess recibió varios premios y reconocimientos, el más importante el Jefferson Award for Greatest Public Service by Someone 35 Years or Younger (Premio Nacional Jefferson al Mejor Servicio Público por una Persona de 35 años o Menos). Después de dar a luz a su tercera hija, MacKenzie, continuó trabajando en la escuela durante ocho años. Hoy da conferencias sobre el derecho a la educación de los niños más pobres. Sobre su experiencia en la escuela escribió un libro, Nobody Don’t Love Nobody: Lessons on Love from the School with No Name.
Había visto la película y me había conmovido hasta las lágrimas. La ví aquí por segunda vez, y volví a llorar. Esta vez, además, emocionada por el contexto, rodeada de estudiantes que han elegido la carrera docente y la responsabilidad más grande de todas: el trabajo con los niños y niñas más pequeños.
La película narra una historia real, la de la maestra Stacey Bess, una maestra sin experiencia que se estrena en una escuela a la que asisten niños y familias sin hogar, en Salt Lake City, Estados Unidos.
La maestra, de 24 años, se graduó en la Universidad de Utah, se casó, tuvo su primer hijo a los 16 y ahora está embarazada de un tercero.
La escuela, creada en 1984, está en un refugio ubicado en una zona apartada de la ciudad, en la que abundan el tráfico y el consumo de drogas. Escuela unidocente que da cabida a niños y niñas de muy diversas edades, desde el pre-escolar hasta el fin de la educación primaria. Escuela de una sola aula, sin nombre, sin pupitres, sin libros, sin nada.
En poco tiempo, con mucho empeño y esfuerzo, la maestra - con ayuda de los niños y de algunos padres y madres de familia - convierte este galpón en un espacio limpio, colorido, acogedor. Luego van ingresando la lectura, la música, el deporte al aire libre, la organización del salón de estudio, los 15 minutos diarios de deberes en familia. Poco a poco va creciendo el interés y el apoyo de algunas autoridades así como el apoyo y la integración de las familias.
A través de una historia real, la película muestra, en definitiva, lo que es capaz de hacer una maestra en una situación precaria y compleja, transformando no solo la escuela sino la vida de estos niños y de estas familias.
Stacey Bess recibió varios premios y reconocimientos, el más importante el Jefferson Award for Greatest Public Service by Someone 35 Years or Younger (Premio Nacional Jefferson al Mejor Servicio Público por una Persona de 35 años o Menos). Después de dar a luz a su tercera hija, MacKenzie, continuó trabajando en la escuela durante ocho años. Hoy da conferencias sobre el derecho a la educación de los niños más pobres. Sobre su experiencia en la escuela escribió un libro, Nobody Don’t Love Nobody: Lessons on Love from the School with No Name.
Había visto la película y me había conmovido hasta las lágrimas. La ví aquí por segunda vez, y volví a llorar. Esta vez, además, emocionada por el contexto, rodeada de estudiantes que han elegido la carrera docente y la responsabilidad más grande de todas: el trabajo con los niños y niñas más pequeños.
La Decana de la Facultad, Ruth Páez, y yo, fuimos invitadas a comentar la película. Ella habló de las satisfacciones de la docencia y relató anécdotas de su vida profesional vinculadas a esta construcción de cimientos, desde cero y con esfuerzo. Yo destaqué tres puntos de la película: a) lo más importante en una escuela es el maestro o maestra, no la infraestructura ni el equipamiento; b) la complejidad de los procesos reales y el valor del afecto y la perseverancia; c) la enorme felicidad que da ser y sentirse socialmente útil, ayudando a transformar vidas de otros y sobre todo de los más necesitados.
Todo esto resulta importante destacar en el contexto ecuatoriano, donde lo que ha primado en la última década es la infraestructura y el equipamiento, a menudo confundidos, por sí mismos, como calidad de la educación, y donde se ha declarado la guerra a la escuela unidocente, en lugar de impulsar su transformación. (Ver mis artículos "Escuelas multigrado, ¿escuelas de segunda?" y "Elefantes blancos: La estafa social de las escuelas del milenio").
Al final, un regalito elaborado por el Colectivo de Maestras Parvularias y entregado por su coordinadora, Lorena Araujo, un brindis con fotos, y una cena entre pocos.
En lo personal, la invitación fue además una oportunidad para volver, después de muchos años, a la Facultad donde estudié y terminé mi licenciatura en Ciencias de la Educación. No tengo buenos recuerdos de esa experiencia en términos académicos. Antes de entrar al cine-foro les contaba, riendo, mis anécdotas con la Dra. Garrido, algunas de las cuales relaté hace mucho en "Dinosaurios en la universidad". Fuimos sin duda varias generaciones de aspirantes a educadores las que padecimos sus clases. Me alegró escuchar de profesores y directivos el empujón de cambio en el que están empeñados. No hay esfuerzo transformador más necesario y urgente que la formación de los futuros maestros y maestras de este país.
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