Los niños pequeños deberían ser los mimados de la sociedad

Entrevista con Rosa María Torres

(Fundación Bernard van Leer, La Haya, Junio 2008)


Eneko

1. Los beneficios de invertir en la educación en los primeros años de vida son ampliamente reconocidos. ¿Por qué se sigue entonces prestándole tan poca atención, en especial respecto a las poblaciones más vulnerables?


En general, a los sectores más vulnerables se les presta poca atención, en la educación y en todo lo demás. Por eso son y seguirán siendo “vulnerables”. Es el modelo económico, social y político el que produce y reproduce dicha “vulnerabilidad”. Pongo el término entre comillas pues es uno de esos términos modernos que oculta una serie de innombrables: injusticia, desigualdad, inequidad, discriminación, violación de derechos elementales. Además, pone en un mismo saco a la diversidad de sectores y grupos que padecen estas circunstancias, y que resultan ser la mayoría de la humanidad: los pobres, los niños, las mujeres, los grupos indígenas, la población con necesidades especiales, las minorías sexuales y todos aquellos, en fin, sometidos a maltrato y subordinación. 

En cuanto a los niños pequeños, la importancia de los primeros años y de la educación (de los niños y de sus padres o encargados) en el desarrollo integral de la infancia, sigue siendo un reconocimiento más nominal que real, como lo muestran los hechos. Si hubiese conciencia de todo lo que se juega en los primeros años de vida, los niños pequeños serían los mimados de la sociedad, en todos los sentidos, y habría atención preferencial para ellos, sus madres y sus familias. No es esto lo que ocurre. La mortalidad, morbilidad, desnutrición, abandono, abuso, falta de afecto y protección de los niños pequeños siguen siendo alarmantes en el mundo entero. Ni qué hablar de oportunidades de aprendizaje y desarrollo, cuando la propia supervivencia no está asegurada para millones de ellos.

Ser niño y ser pobre es una combinación fatal en nuestras sociedades, pues en ella confluyen dos fuentes mayores de discriminación: el estatus socio-económico y la edad. Mientras que la pobreza se reconoce oficialmente como factor de discriminación, la edad suele pasar inadvertida. No obstante, es evidente que tanto los primeros como los últimos años de la vida de las personas tienen bajísima prioridad en las políticas públicas y en el plano de los derechos. La prioridad continúa centrada en la llamada “edad escolar”, definida como tal en siglos pasados. De hecho,  la oferta educativa que viene extendiéndose hacia abajo, sigue fuertemente asociada a la impronta de lo “pre-escolar”. Los extremos ubicados fuera de la “edad escolar”, la primera infancia y la edad adulta, no cuentan o cuentan muy marginalmente para fines educativos.

La iniciativa mundial de Educación para Todos (EPT) - lanzada en Jomtien en 1990 y reafirmada en Dakar en el 2000 - es un claro ejemplo de esto. No es coincidencia que, de las seis metas de la EPT, las menos atendidas sigan siendo las referidas a los niños pequeños y a los adultos. Esta fue una tendencia marcada desde los primeros años de la EPT post-Jomtien (1990) y siguió siéndolo post-Dakar (2000), como lo vienen reconociendo los informes anuales de seguimiento de la EPT en el mundo. Es más: estas dos metas no fueron incluidas en el Indice de Desarrollo de la EPT (IDE), creado desde el 2003 a fin de monitorear los avances de la EPT. La razón que se da para esta exclusión es que “los  datos correspondientes a ambos no están suficientemente estandarizados” (EPT 2007, Resumen, p. 9). La primera infancia y la edad adulta están también ausentes de los Objetivos de Desarrollo del Milenio – ODM (2000-2015), cuya meta para la educación se centró en la universalización de la educación primaria infantil, entendida como “supervivencia hasta el quinto grado”.

En las negociaciones entre agencias internacionales que culminaron con la Conferencia Mundial sobre Educación para Todos (Jomtien, 1990) y su propuesta de una “visión ampliada de la educación básica”, el desarrollo de la primera infancia lo introdujo y lo defendió principalmente UNICEF. UNESCO abogó por la inclusión de los adultos y, en general, por una visión holística de lo educativo. No obstante, la meta que terminó imponiéndose en el marco de la EPT a lo largo de estas casi dos décadas ha sido la educación primaria, defendida especialmente por el Banco Mundial.

El problema es que, incluso en pleno auge de la retórica de la “sociedad del conocimiento” y del “aprendizaje a lo largo de la vida”, el término educación
e incluso el término aprendizaje continúan fuertemente asociados a educación escolar. Los aprendizajes que tienen lugar fuera de la escuela, en la vida diaria - en la familia, en la comunidad, en el juego, en el trabajo, en el contacto con los demás, a través de la lectura autónoma, de los medios de comunicación y las tecnologías, etc. - no se consideran propiamente aprendizaje ni son asumidos como parte de la política educativa. No obstante, el derecho a la educación, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, incluye educación tanto dentro como fuera de la escuela.

Persisten, por otra parte, problemas, indefiniciones y debates no resueltos en estos dos campos marginalizados e interconectados, el de los niños pequeños y el de las personas adultas. La propia terminología empleada sigue siendo inestable e inconsistente. Esto salta a la vista al analizar la propia formulación de las metas de la EPT (recuadro).


Educación para Todos
Jomtien (1990-2000)
Dakar (2000-2015)
Meta 1: Expansión de las actividades de cuidado y desarrollo de la primera infancia, incluyendo intervenciones de la familia y la comunidad, especialmente para los niños y niñas pobres, en desventaja y discapacitados.
Meta 1: Expandir y mejorar el cuidado y la educación integrales de la primera infancia, especialmente para los niños y niñas más vulnerables y en desventaja.

Nota mía: Dados los usuales problemas de traducción inglés-español, éstas son mis propias traducciones de los textos originales en inglés. 


La meta 1, referida a la primera infancia, está fraseada de manera diferente en la versión 1990 (Jomtien) y en la versión 2000 (Dakar). En ninguna de las dos se cuantificó la meta, lo que la vuelve difícil no sólo de medir sino de exigir. En 1990 las palabras elegidas fueron “cuidado y desarrollo”; en el 2000 fueron “cuidado y educación (agregándose además la palabra “integrales”). En 1990 se propuso “expandir”;  en el 2000 se agregó la necesidad de “mejorar” la oferta. En ambos casos la meta se focalizó en los niños “en desventaja”, destacándose en el primer caso a los pobres y a los con discapacidad. En 1990 se aclaró que las intervenciones podrían incluir aquellas basadas en “la familia y la comunidad”, lo cual se omitió en el 2000. El Informe Mundial 2007 de seguimiento de la EPT, cuyo eje es la primera meta de la EPT, no toma como punto de partida el año 1990 – que es cuando se inició la EPT en el mundo – sino el año 2000, y concluye entre otros que, “a medio camino del 2015”, si bien se han dado avances en todos los frentes, las metas referidas a la primera infancia y a la alfabetización de adultos son las menos atendidas  y las más rezagadas en su cumplimiento.

¿Se trata de la misma meta, la formulada en 1990 y la reformulada en el 2000?. Creemos que no, en primer lugar porque es muy diferente poner en el centro el “desarrollo” o poner en el centro la “educación” de los niños pequeños. En torno a esto hay diversas posturas y se ha dado un largo y amplio debate, que no es meramente terminológico sino de fondo. Poner el acento en lo educativo, sobre todo teniendo en cuenta el lente escolar con el que tiende a mirarse la educación, tiene el riesgo de alentar enfoques y estrategias que ven la educación inicial como una escuela anticipada, destinada a compensar carencias e incluso a “evitar el fracaso escolar” entre los más pobres, que es como lo pone y justifica abiertamente el Banco Mundial.

Como educadora, sé y digo siempre que la meta no es la educación sino el aprendizaje (recordando de paso que no toda educación produce aprendizajes y que no todo aprendizaje es producto de la educación), y esto es válido a cualquier edad. En este caso, si lo que importa es el desarrollo integral del niño, esto implica integrar la educación como un componente entre otros de dicho desarrollo, de ninguna manera el principal. En la primera infancia, los niños deben principalmente jugar: ésta es la mejor manera de aprender y de prepararse para aprendizajes futuros.


* Entrevista publicada en: Espacio para la Infancia, "La educación infantil: El desafío de la calidad", Nº 29, Fundación Bernard van Leer, La Haya, Junio 2008.  También incluida en: Revista Iberoamericana de Educación, ISSN 1681-5653, Vol. 47, Nº. 3, 2008.

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