¿Mejorar la educación para aliviar la pobreza? ¿O aliviar la pobreza para mejorar la educación?


La estrategia del Banco Mundial para reducir la pobreza se centra en promover el uso productivo del trabajo -el bien más importante que tienen los pobres- y proveer servicios sociales a los pobres. La inversión en educación contribuye a la acumulación de capital humano, esencial para incrementar el ingreso y lograr un crecimiento económico sustentable. La educación -especialmente la educación básica (primaria y primer ciclo de la secundaria)- ayuda a reducir la pobreza al incrementar la productividad de los pobres, reduciendo la fertilidad y mejorando la salud, y equipando a las personas con las habilidades necesarias para participar plenamente en la economía y la sociedad. De modo general, la educación ayuda a fortalecer las instituciones civiles, a construir capacidades nacionales y un buen gobierno, todos ellos elementos críticos en la implementación de políticas económicas y sociales adecuadas” (Banco Mundial, Prioridades y estrategias para la educación,1996:1-2).














“La política educacional es imprescindible pero insuficiente por sí sola para superar la falta de equidad característica del desarrollo latinoamericano”.




    









   
 “La alta concentración de la distribución del ingreso se ha mantenido en la región. Esta no sólo muestra resistencia al mejoramiento sino que, en algunos casos, retrocesos”.
























        “Persiste una alta concentración del capital educacional y del patrimonio físico y financiero”.


























         “La expansión de la educación en un contexto de desigualdad social no siempre se traduce en igualdad de oportunidades”.











“La tarea de superar los problemas de equidad requerirá acciones en muchos frentes: educativo, ocupacional, patrimonial, demográfico”




 (CEPAL, Panorama Social de América Latina).



La “focalización en la pobreza” cruza hoy al conjunto de las políticas sociales. En el terreno educativo, esto se expresa en lo que algunos denominan “el nuevo concepto de equidad”: equidad como oferta de oportunidades educativas (equidad sustituye a lo que antes era igualdad y oportunidades a lo que antes eran derechos) para todos; una oferta diferenciada -en tanto los puntos de partida de los diversos sectores y grupos son desiguales- precisamente para lograr resultados homogéneos; y, en vinculación con esto, la oferta de políticas y programas compensatorios, de discriminación positiva, focalizados en los más pobres.

La consigna de la educación como motor para aliviar la pobreza y como herramienta fundamental para lograr la equidad ha sido impulsada en los últimos años desde los centros internacionales y adoptada de manera generalizada en los países de menor desarrollo. Todos parecen empujar el carro de la educación, por lo general desde el volante del sistema escolar, convencidos de su potencial efecto desparramador sobre los más pobres. No obstante, el contexto y el momento mundial son de creciente pobreza y exclusión económica, social, cultural y política para grandes masas de la población, lo que no sólo arroja dudas acerca de la eficacia de la educación en el logro de semejante empresa sino que obliga a invertir la pregunta: ¿educar para aliviar la pobreza o aliviar la pobreza, para poder educar?.

La pobreza se enquista en el mundo a niveles y con velocidades muy superiores a los del carro de la educación y la reforma educativa, limitando las posibilidades e incluso poniendo en jaque la propia viabilidad e impacto de dichas reformas en términos de calidad y equidad para los pobres. La pobreza ha pasado a ser, en sí misma, el muro contra el cual se estrellan las intenciones de aliviarla desde las aulas, incluso para los indicadores clásicos del sistema escolar (matrícula, retención, aprobación, rendimiento, etc.) y para las medidas identificadas como importantes por las reformas escolares (la extensión de la jornada escolar, por ejemplo, tropieza con el trabajo infantil; el incremento de las tareas en casa con la falta de condiciones y apoyos familiares para hacerlas en el hogar; la creación de espacios colegiados y colectivos para el trabajo docente en la institución escolar con el multiempleo docente dados los bajos salarios; etcétera). Es evidente que no basta con la focalización en la pobreza de las políticas sociales, con los programas compensatorios y de discriminación positiva, con la reforma educativa sectorial e intra-escolar. Es evidente que el problema no se resuelve con más políticas compensatorias (bonos y becas para los pobres) sino con intervenciones directas sobre las condiciones estructurales que generan y reproducen la pobreza.

La educación anda mal en todo el mundo, pero -tanto en los países ricos como en los pobres- anda peor entre los pobres. No es coincidencia que el analfabetismo, las bajas tasas de matrícula y las altas tasas de deserción y repetición se ensañen sobre todo con los pobres. Hay algo común al hambre, la desnutrición, el hacinamiento, la falta de acceso a servicios públicos, el cansancio, el desempleo, la desesperanza, que no se lleva bien con la educación y con los aprendizajes escolares.

El acceso a la educación empeora o, por lo menos, ya no mejora en el mundo, a menos que mejore la situación socio-económica de las familias. Como lo revelan numerosos estudios, la razón más común para no enviar al hijo o hija a la escuela (o para optar entre hijo e hija, por lo general renunciando a la educación de la hija), es la pobreza, más que el analfabetismo, la ignorancia o la falta de aprecio por la educación, que suelen atribuirse a rasgos de la "cultura de los pobres". Y, al revés: la liberación de costos directos e indirectos de la educación -uniformes, libros y útiles escolares, transporte, cuotas de diverso tipo, etc.- ha mostrado ser, en varios países, disparador de la matrícula escolar. Pero matrícula es solo eso, matrícula, y nada dice de la calidad de la educación que reciben los pobres una vez dentro de la escuela.

La repetición está asociada de muchos modos con la pobreza. El pobre falta, el que falta se atrasa, y al que se atrasa el sistema escolar no le espera y le pone, expedito, orejas de burro. Repite el alumno que no rinde en la escuela en los términos y ritmos definidos por ésta, una escuela discriminatoria, rígida e implacable que no está pensada para el que se enferma, el que debe ausentarse temporalmente, el que trabaja, el que cuida a sus hermanos menores, no tiene apoyo en casa con las tareas escolares, y a veces ni siquiera una familia o un hogar. Repite el que le cuesta prestar atención en clase pues tiene el estómago vacío, llega cansado después de una larga caminata o tiene, en fin, demasiado temprano en la vida las preocupaciones que deberían llegar en la edad adulta. Y hasta repite el que es pobre, simplemente por ser pobre, por los prejuicios sociales y escolares en contra de los pobres: el profesor “sabe” quiénes van a aprobar y quiénes van a repetir el año con sólo pasar lista el primer día de clases. El apellido, la apariencia física del alumno y el grado de escolaridad de los padres inciden de modo significativo en las expectativas de los profesores respecto del comportamiento escolar de sus alumnos.

La pobreza, junto con la repetición, es la principal predictora de la deserción escolar. Abandona la escuela el alumno que debe trabajar, para ayudar al sustento de su familia y al suyo propio, para compensar al padre que quedó desempleado y no encuentra trabajo o cubrir a la madre que sale a vender todo el día, pues la escuela sigue sin asumir la problemática del trabajo infantil, sigue sin entender que éste no es excepción sino regla. Retiran al hijo o hija de la escuela los padres que se atienen al diagnóstico y las señales que les da reiteradamente la propia escuela: “No es bueno para el estudio”, “No aprende rápido”, “Tiene la cabeza dura”. ¿Quién puede querer insistir en una empresa que demanda tanto sacrificio personal y familiar, y que, a cambio, rinde maltrato, frustración, baja autoestima, repetición y un dudoso provecho a futuro?

Los aprendizajes escolares, según van afinando sucesivas evaluaciones y estudios, están determinados por una multiplicidad de factores, tanto internos como externos a la escuela. La pobreza, donde se instala, no respeta límites, haciendo de hecho irrelevante la distinción afuera/adentro y afectando por igual a todos: alumnos, padres y profesores. De este modo, se cierra redondo el círculo vicioso: el alumno pobre tiene una familia pobre que acepta una educación pobre en una escuela pobre servida por docentes mal pagados y que logra (previsiblemente) resultados escolares pobres que son atribuidos a la pobreza de los pobres... “Mejorar la calidad de la educación”, dentro de este esquema, quiere decir, a lo sumo, lograr que los resultados sean un poco menos pobres. 

Todo esto se sabe, no sólo gracias a información anecdotal, sino porque existe ya bastante evidencia y literatura acumulada al respecto en esta región y en todo el mundo. Es fácil, entonces, concluir que la matrícula escolar no aumenta con medidas coercitivas o con reiterar la obligatoriedad de la escolaridad; que para reducir la repetición hace falta mucho más que buena disposición docente; que la deserción no se detiene con campañas y mensajes concientizadores a padres y jóvenes en torno a las bondades de la educación; que el rendimiento escolar no necesariamente mejora con más tiempo de instrucción, más textos escolares o más cursos de capacitación, si todo lo demás permanece igual; que la revalorización y la profesionalización docentes no son posibles sin modificar sustantivamente las condiciones laborales de los educadores; que la educación no puede avanzar si, en lugar de retroceder, no avanzan también sus presupuestos; que la educación que los pobres necesitan para romper con el círculo vicioso de la pobreza no es apenas una educación mejorada a partir de su punto de partida sino la mejor educación; que la democratización efectiva de los aprendizajes, más allá del mero acceso a la educación, implica correcciones mayores no sólo puertas adentro de la escuela sino en la sociedad.

Incluido en: Rosa María Torres, Itinerarios por la educación latinoamericana: Cuaderno de viajes, Editorial Paidós, Buenos Aires-Barcelona-México, 2000.

Textos relacionados:
Rosa María Torres, Justicia educativa y justicia económica: 12 tesis para el cambio educativo (libro para descargar)

Rosa María Torres, Pobre la educación de los pobres

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