Abecedario Ilustrado - Pategallina |
En Chile ya no hay cocineras en los establecimientos escolares: hay manipuladoras de alimentos. “La señora manipuladora de alimentos” o, abreviadamente, “la manipuladora”: así nos iban presentando, en jardines de infantes y en escuelas, a mujeres humildes, uniformadas de blanco, cuya función ya no es preparar los alimentos sino simplemente manipularlos: abrir latas y cartones, calentar los alimentos y servírselos a los niños más pobres de cada escuela.
Grandes empresas privadas se encargan aquí de hacer - en nombre de la eficiencia - lo que todavía en algunos países de América Latina y en muchos países del mundo hacen voluntades y manos comunitarias, madres y cocineras, hombres y jóvenes de la propia comunidad, usando productos y mano de obra locales.
Gracias a la masividad y uniformidad que permiten los servicios de la empresa privada, niños y niñas en las escuelas de todo Chile comen exactamente lo mismo en el mismo día de la semana, independientemente del clima, de los productos y especialidades culinarias locales, de los gustos y sabores de cada región, de las preferencias de los niños.
La empresa se asegura ganancias mientras asegura supuestamente asepsia, eficiencia y entrega a tiempo de un servicio masificado que trata a la comida como negocio, no como nutrición, goce, aprendizaje, cultura. La privatización del servicio le evita al Estado dolores de cabeza y la posibilidad de malos manejos y pequeñas 'corrupciones' al menudeo a nivel de cada institución escolar (algún rebusque en las compras. sobras que son aprovechadas por las familias, etc.) Pero también asegura pérdida de fuentes de trabajo, de realización personal, de identidad y creatividad popular, y el abandono de una oportunidad tradicional de participación y colaboración familiar y comunitaria en la relación con la escuela. La empresa se ahorra la inversión en las personas, pues para manipular alimentos no se requiere o se requiere mínima capacitación.
La metamorfosis de la cocinera en manipuladora de alimentos está ocurriendo en muchas otras áreas: el vaciamiento de la función y el trabajo significativo de las personas, convertidas en ensambladoras y manipuladoras de objetos, de botones, de mensajes, de ideas.
Cada vez más, en todo el mundo, los educadores dejan de ser educadores y se convierten, sin que ellos mismos sea cabalmente conscientes de ello, en meros manipuladores de textos. La avalancha de textos escolares, guías y módulos autoinstructivos y manuales con toda clase de recetas para la enseñanza, coincide con el deterioro del perfil docente así como de su formación y capacitación. El moderno libro-enciclopedia-manual, que dicta y orienta paso a paso tanto los contenidos como los métodos y actividades de enseñanza, sustituye de hecho la función primordial del educador, “llevándole de la mano”, tal y como lo promocionan, sin vergüenza, las casas editoriales e incluso algunos expertos.
El libro envasado ahorra enormes cantidades de dinero, esfuerzo y tiempo que habría que invertir, de otro modo, en atraer, formar y remunerar a educadores competentes, profesionalmente autónomos, capaces de tomar decisiones curriculares y pedagógicas adecuadas y relevantes a cada situación y contexto.
Si al manipulador de alimentos se le malpaga por abrir latas y cartones, calentar y servir raciones alimenticias, al manipulador de textos se le malpaga por abrir y cerrar libros, calentar y servir la lección. La gran empresa alimentaria y la gran empresa editorial no requieren ni cocineras ni educadores sino manipuladores.
El libro envasado ahorra enormes cantidades de dinero, esfuerzo y tiempo que habría que invertir, de otro modo, en atraer, formar y remunerar a educadores competentes, profesionalmente autónomos, capaces de tomar decisiones curriculares y pedagógicas adecuadas y relevantes a cada situación y contexto.
Si al manipulador de alimentos se le malpaga por abrir latas y cartones, calentar y servir raciones alimenticias, al manipulador de textos se le malpaga por abrir y cerrar libros, calentar y servir la lección. La gran empresa alimentaria y la gran empresa editorial no requieren ni cocineras ni educadores sino manipuladores.
La enseñanza, igual que la cocina, es no sólo oficio y técnica sino arte. La enseñanza, como la cocina, no admite la monotonía ni la uniformidad. El secreto de una y otra radica no sólo en el conocimiento sino en la intuición, la creatividad y la imaginación, lo que hace de cada situación (de cada lección, de cada potaje) un evento único, irrepetible.
El buen enseñante, como el buen cocinero, disfruta de su oficio y de su arte, y está siempre abierto a la experimentación y a la innovación, a probar nuevos ingredientes, nuevas mezclas, nuevos sabores.
Arrebatar todo esto a la educación, igual que a la gastronomía, restringiéndolas a la receta y a la mera manipulación, es destruir el placer y la naturaleza misma de la enseñanza y de la culinaria.
El buen enseñante, como el buen cocinero, disfruta de su oficio y de su arte, y está siempre abierto a la experimentación y a la innovación, a probar nuevos ingredientes, nuevas mezclas, nuevos sabores.
Arrebatar todo esto a la educación, igual que a la gastronomía, restringiéndolas a la receta y a la mera manipulación, es destruir el placer y la naturaleza misma de la enseñanza y de la culinaria.
* Incluido en: Rosa Maria Torres, Itinerarios por la educación latinoamericana: Cuaderno de viajes, Editorial Paidós, Buenos Aires, Barcelona, México, 2000.
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