Si bien los avances en el tiempo son muy pobres a lo largo de las últimas décadas, la alfabetización se mantiene como tema en la agenda internacional. Cada 8 de septiembre, religiosamente, se conmemora en todo el mundo el Día Internacional de Alfabetización, entendiéndose por tal alfabetización de adultos. La UNESCO premia experiencias que, a juicio de un jurado, merecen ser premiadas.
Los datos van siempre de desalentadores a desastrosos, las dos terceras partes de los analfabetos siguen siendo mujeres, los estancamientos y hasta retrocesos superan a los logros, la celebración resulta cada vez más incómoda y agridulce. Los diarios se llenan de cifras de analfabetismo y alfabetismo, y de citas célebres alusivas. Al día siguiente nada, y hasta el año siguiente.
Cada año, la 'comunidad internacional' llama a renovar esfuerzos. No obstante, y sin que muchos se percaten, las aspiraciones y las metas van achicándose: de erradicar pasamos hace mucho a reducir el analfabetismo y, finalmente, a hacer lo que se pueda.
Todos sienten que tienen que decir algo. Todos se pronuncian en favor de la alfabetización. Unos esgrimen argumentos económicos, otros argumentos sociales, políticos, culturales, éticos.
Sin embargo, cuando hablan de alfabetización, ¿de qué están hablando realmente?.
Basta recorrer publicaciones recientes y no tan recientes, autores diversos, organismos internacionales y nacionales, para advertir la enorme disparidad de significados con que se maneja el término alfabetización. La ambigüedad principal está en la raíz, en lo que se entiende por "leer y escribir" y por "aprender a leer y escribir".
Como sabemos, leer y escribir pueden querer decir cosas muy distintas: desde conocimientos y habilidades de gran complejidad y con gran nivel de dominio, que permiten a las personas leer y escribir con soltura, con placer, manejar textos diversos, en distintos soportes y aprender por sí mismas, hasta conocimientos y habilidades muy rudimentarios sobre los cuales las personas no tienen dominio ni autonomía: un garabato, una firma, la copia o el descifrado (muchas veces sin comprensión) de unas cuantas palabras como las que se encuentran en silabarios, cartillas de adultos y textos escolares.
Las metas que hablan de eliminar o reducir el analfabetismo, de avanzar hacia una alfabetización universal, de la alfabetización como derecho de niños, jóvenes y adultos, ¿de cuál alfabetización hablan: de la avanzada o de la incipiente?.
Las declaraciones que firman los ministros, los objetivos que formulan planes y programas de estudio, los acuerdos nacionales e internacionales sobre el tema, ¿de cuál alfabetización hablan: de la que sirve a las personas de carne y hueso para el resto de sus vidas o de la que sirve sobre todo para mostrar avances estadísticos?.
La alfabetización de adultos ha estado dominada por una visión muy elemental de la lectura y la escritura, entendidas como destrezas a adquirirse apresuradamente en unas pocas semanas o meses, sin compromiso con su uso efectivo en la vida cotidiana de las personas ni con su continuado desarrollo y perfeccionamiento.
Esta es la concepción de alfabetización que transpiran los consensos nacionales e internacionales sobre el tema. No es coincidencia que el término alfabetización se mantenga en la indefinición y la ambigüedad, sin distinguirse niveles y ámbitos de complejidad y de manejo.
Si llegara a discutirse lo que cada cual entiende por alfabetización, los consensos se desvanecerían y quedaría al descubierto la gran mezquindad con que el mundo define alfabetización cuando se trata de las personas adultas y de los pobres.
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