La escuela - sin rótulo y sin ningún signo exterior que la identifique - es de las más pobres y precarias que he conocido jamás. Funciona en una casa sumamente pobre en el centro de la ciudad de Bissau, capital de Guinea-Bissau, ocupando un pasadizo-zanja lateral y un galpón posterior, ambos de piso de tierra, este último lindando con la cocina de la casa vecina y con el calor que sale de ella a través de las paredes de lámina de zinc. Al fondo, un patio con árboles de plátano, en el que juegan niñitos desnudos y se pasean pollos, gallinas y cerdos.
52 alumnos de primero a cuarto grado se ubican en estos espacios, agrupados por grado, y atendidos por dos profesores: el Tío Bernardo (74 años), fundador y dueño de la escuela, quien vive en un cuarto alquilado en esta casa, y su sobrino Bernardo Jr. (27 años), hoy el profesor principal, ambos apenas con alguna enseñanza primaria. Dos alumnos de cuarto grado hacen de ayudantes, atendiendo y vigilando a los más pequeños. El mobiliario consiste en 9 bancas largas y destartaladas, 3 mesas en el mismo estado, 2 pequeñas pizarras en jirones, 1 atril para sostenerlas, 1 esponja que sirve de borrador, y 3 ramas de árbol que hacen a la vez de punteros y de varas para pegar a los distraídos, o a los que no aprenden rápido la lección. Los alumnos, niños y niñas que viven en la cercanía, no hablan portugués -la lengua oficial- sino el criollo y/o alguna de las lenguas vernáculas de Guinea-Bissau.
Se trata de una escuela privada. Se inició en 1957 como una iniciativa personal del Tío Bernardo para ayudar a sus sobrinos con las tareas escolares. Más tarde, ante la insistencia de la vecindad, decidió ampliar el servicio y empezó a cobrar una pequeña cuota, cuota para bolsillo de pobre, y que da un ingreso ínfimo, también de pobre. La escuela -oficializada en 1978- funciona al mismo tiempo como escuela regular y como refuerzo escolar: los alumnos regulares asisten mañana (8:30 a 12:30) y tarde (15:00 a 18:30), y los otros solo a la tarde. No se toman exámenes; a fin de año los alumnos toman su examen en las escuelas oficiales.
La escuela del Tío Bernardo cumple ciertamente una función: así lo muestra el mismo hecho de haber logrado funcionar ininterrumpidamente por cerca de cuatro décadas, así como el surgimiento y proliferación reciente de escuelas similares (se estima que a la fecha existen más de 25 escuelas de este tipo en la ciudad de Bissau), buena parte de ellas abiertas por ex-alumnos del Tío Bernardo. Tienen su propio nombre: no se las llama "escuelas" (escolas) sino "explicación" (explicação); aquí se "explica", en definitiva, lo que no queda claro en la escuela.
Esto es parte de un texto que escribí en 1993, a raíz de una visita a Guinea-Bissau, en Africa. La “Escuela del Tío Bernardo” fue la primera “explicaçãô” que conocí, y, aún para un país inmensamente pequeño y pobre como Guinea-Bissau, parecía una aberración. ¿Cómo era posible que el propio Ministerio de Educación permitiera la proliferación de sui géneris escuelas privadas para “explicar” a los niños lo que han “aprendido” en la escuela pública de la mañana?
Había creído, con todo, que el fenómeno era africano y específico de uno de los países más pobres de la tierra. Hasta que, ya en este siglo XXI, me topé con un proyecto, enviado desde Brasil, que proponía organizar escuelas de “explicação” en favelas de Rio de Janeiro. Según afirmaba el documento del proyecto, una investigación revela que, entre los sectores populares que habitan estas favelas, está extendida la práctica, hasta no hace mucho típica de las clases medias, de contratar tutores (“explicadores”) para complementar la labor de la escuela y ayudar a sus hijos con las tareas escolares.
La misma problemática, la misma solución: puesto que la escuela regular no explica, hay que crear una escuela paralela que lo haga. ¿Será posible, no importa si en Africa o en América Latina, que estemos llegando a aceptar que enseñar y explicar pueden ir por separado, que puede haber aprendizaje sin comprensión, que puede mantenerse una red de escuelas para enseñar y crearse una red paralela para resolver los problemas que esas otras escuelas no resuelven? ¿Podemos concebir escuelas para copiar y escuelas para escribir, escuelas para descifrar y escuelas para leer, escuelas para repetir y escuelas para comprender, escuelas para memorizar y escuelas para saber, escuelas para dar exámenes y aprobar los años y escuelas para aprender de verdad? ¿Será posible que hayamos llegado al punto de creer que no es posible cambiar la escuela y que lo que queda es construirle muletas, plantillas ortopédicas, prótesis de todo tipo?
La sola perspectiva escandaliza, pero está ya de hecho instalada con mecanismos diversos, tanto en el proyecto local como en la política nacional. La “explicaçãô”, al fin y al cabo, es lo que vemos multiplicarse y generalizarse como respuesta a algunos de los problemas de la escolaridad: programas compensatorios y remediales; tutores y academias privadas que “nivelan” y “recuperan” a los alumnos; clases especiales e instituciones de “refuerzo escolar” ; programas extra-escolares, educación no-formal y paquetes informáticos que “completan” o “complementan” lo hecho (o no hecho) por la escuela; talleres de lectura y escritura para los alumnos que ingresan a la universidad, etc.
Todo esto no únicamente para la red de enseñanza pública y los pobres, sino también para la red de enseñanza privada y los sectores de mayores ingresos, aquellos que pueden acceder y financiar los refuerzos, complementos, nivelaciones, explicaciones, y demás. Es, en definitiva, el sistema escolar en su conjunto el que no da abasto y el que, históricamente condicionado y estructuralmente inhabilitado para encarar el problema, tiende a desentenderse del aprendizaje, ubicándolo como responsabilidad del alumno y, cada vez más, como dominio ajeno, como función extraescolar.
Todo esto no únicamente para la red de enseñanza pública y los pobres, sino también para la red de enseñanza privada y los sectores de mayores ingresos, aquellos que pueden acceder y financiar los refuerzos, complementos, nivelaciones, explicaciones, y demás. Es, en definitiva, el sistema escolar en su conjunto el que no da abasto y el que, históricamente condicionado y estructuralmente inhabilitado para encarar el problema, tiende a desentenderse del aprendizaje, ubicándolo como responsabilidad del alumno y, cada vez más, como dominio ajeno, como función extraescolar.
Hoy se acepta ampliamente que el aparato escolar ya no es la única institución educativa y la única fuente de aprendizaje. Aceptarlo implica repensar y re-estructurar la escuela, delimitar lo que el sistema escolar puede y debe enseñar hoy a los alumnos, asegurando a todos el dominio de los aprendizajes definidos como esenciales y como propios del sistema escolar, en cada contexto. Lo que es inaceptable es continuar arrastrando y reforzando el absurdo de un sistema escolar que separa enseñanza de explicación, es decir, enseñanza de aprendizaje. Sencillamente porque aprendizaje implica comprensión, y enseñanza sin aprendizaje es un sinsentido.
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