Exposición en CIESPAL en Quito, en el acto por el Día de la Mujer (8 de marzo) organizado por el PNUD en 2003. En el acto participamos las tres ministras mujeres designadas por Pachakutik: Nina Pacari, de Relaciones Exteriores, Doris Solís, de Turismo, y yo, de Educación y Culturas. Cada una de nosotras presentó lineamientos de género que proponía impulsar desde su cartera.
Cuando se habla de “disparidad de género” en educación, saltan típicamente datos de acceso y de analfabetismo. Dos cifras se mencionan en particular: cuántas niñas acceden al sistema educativo (tasa de matrícula en comparación con la de los niños) y cuántas mujeres no saben leer ni escribir (tasa de analfabetismo femenino adulto en comparación con la de los hombres).
La calidad, pertinencia y relevancia de la educación que se ofrece a las niñas y a las mujeres - condiciones apropiadas (distancia del hogar, infraestructura, instalaciones sanitarias, horarios, entre otros), un currículo no sexista, trato igualitario respecto de niños y hombres, altas expectativas por parte de los docentes, resultados de aprendizaje, etc.- no entra por lo general en las consideraciones.
Tampoco se pregunta qué pasa una vez que esas niñas y mujeres se alfabetizan o escolarizan, si y cómo cambia su vida en el hogar, su condición de esposas y de madres, sus oportunidades de trabajo y de aprendizaje permanente, su remuneración, sus posibilidades de realización personal.
Una tercera mujer suele quedar oculta tras las alumnas y las madres: la maestra, también mujer y también discriminada, en su doble condición de mujer y de maestra.
Muchos optan por enfrentar la inequidad de género en educación por el lado de las niñas. En las últimas décadas, agencias internacionales como UNESCO, UNICEF y el Banco Mundial redoblaron sus empeños en este sentido: priorización de la niña, más recursos financieros, realización de estudios, revisión de instrumentos legales, campañas de sensibilización, información y comunicación social, diálogo con gobiernos a fin de poner a la niña como alta prioridad en la agenda educativa nacional. Las madres y las maestras no suelen incluirse en el paquete de políticas y estrategias destinadas a mejorar la situación de las niñas. Esto, pese a la abundante investigación que afirma la importancia decisiva que tiene la madre en la educación y el bienestar de los hijos, y la importancia que tiene, especialmente en algunas culturas, que sean maestras (mujeres) quienes se ocupen de la educación de las niñas en el ámbito escolar.
Otros sectores se vuelcan sobre todo al trabajo con mujeres adultas. A menudo, los programas dirigidos a la educación de las mujeres desestiman el hecho de que esas mujeres tienen hijas que van (o no) a la escuela, niñas y jóvenes requeridas, como sus madres, de una educación emancipadora, reafirmadora de sus derechos como mujeres y como ciudadanas. Suele pasar desapercibida, aquí también, esa otra mujer, mediadora escolar entre la niña y la madre, cuyos valores, actitudes y conocimientos pueden llegar a ser definitorios sobre una y otra: la maestra.
Muchos otros, empeñados también en combatir la discriminación de la mujer en y a través de la educación, apuestan a la formación docente y al trabajo con las maestras. Bien hecho, este trabajo debería tener repercusiones en las aulas, modificar mentalidades y prácticas pedagógicas. No obstante, estos esfuerzos, a su vez, generalmente aíslan la problemática de género de la mujer-maestra de la problemática de la mujer-alumna y de la mujer-madre de familia.
Enfrentar eficazmente la cuestión de género vinculada a la educación pasa por trabajar de manera articulada con políticas educativas y trans-sectoriales en relación a estas tres mujeres: la alumna, la maestra, y la madre. Y hacerlo con una perspectiva de ciclo de vida, que incluya a niñas y a mujeres, a lo largo de toda su trayectoria educativa.
Esto es especialmente cierto e importante en América Latina, donde niñas y mujeres constituyen la mitad o más de la población escolar; donde la mayoría de docentes de nivel pre-primario y primario - años críticos de la formación de toda persona - son mujeres; donde es grande el número de mujeres cabeza de hogar y cabeza de familia; y donde reinan la dominación del hombre y el machismo, en sus formas más sutiles y más violentas.
La educación es ciertamente importante para resquebrajar la histórica subordinación de la mujer. Pero esto implica mucho más que acceder a la escuela. No basta que las niñas vayan a la escuela, a cualquier escuela, y que completen cuatro años de primaria (Objetivos de Desarrollo del Milenio). No se trata solo de cantidades, de tasas de escolaridad, de número de mujeres en la política, en parlamentos, en puestos de dirección o en la actividad económica, como usualmente se conciben y miden los índices de Equidad o de Igualdad de Género a nivel internacional. Se trata también y sobre todo de calidades: calidad de la educación, de las relaciones, del trato, de las expectativas, del tiempo y del dinero invertidos, de los contenidos, de la pedagogía, de los aprendizajes, de la participación.
La escuela convencional reproduce la subordinación social de la niña-futura-mujer, la quiere "buena alumna" y la prepara para ser "buena ama de casa" a continuación. Es preciso luchar no sólo por el acceso femenino a la educación sino por una educación que lleve a la práctica y enseñe, a niñas y niños, sus derechos, valores y actitudes igualitarios, democráticos, tanto en el aparato escolar como en el hogar, en los medios de comunicación, en el espacio público. Esto requiere docentes y padres de familia capaces de encarnar y desarrollar esos valores y actitudes, maestras y madres en proceso de aprendizaje y crecimiento como mujeres y como ciudadanas.
Afirma el Banco Mundial que "una niña que termina el quinto grado tiene más probabilidades de casarse a una edad más tardía, tener menos hijos, no infectarse con VIH/SIDA, encontrar empleo en el futuro, buscar atención médica, votar en su comunidad, tener acceso a crédito" (World Bank, Girls' Education).
Lo cierto es que cuatro o cinco años de mala escuela no logran siquiera una alfabetización elemental, como lo reiteran estudios y evaluaciones en todo el mundo, más aún si a la mala escuela se le agregan situaciones de pobreza, discriminación y maltrato.
Las niñas nacen y viven en familias, necesitan de otros para aprender y desarrollarse. Niños y niñas requieren padres y madres informados, educados, capaces de ofrecerles no solo protección y afecto sino también confianza, diálogo, información, comunicación y comprensión para poder crecer en plenitud, con mente abierta y despierta, sin castigos y sin miedo.
Solo políticas e intervenciones que asuman integralmente la trilogía alumna-maestra-madre tienen condiciones para romper el círculo vicioso intergeneracional y el también vicioso divorcio entre familia y escuela, entre madres y maestras.
* Una versión anterior de este texto fue publicada en: Fempress, N°187, Santiago de Chile, 1997.
Para saber más
» CEPAL, Observatorio de Igualdad de Género
» PNUD, Indice de Desigualdad de Género (IDG)
» Social Watch, Indice de Equidad de Género (IEG)
» The UNESCO World Atlas of Gender Equality in Education
» SITEAL: Perfil de los docentes en América Latina
» United Nations Girls' Education Initiative (UNGEI)
» Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer / Convention on the Elimination of All Forms of Discrimination Against Women
» ONU Mujeres
» The World Bank: Girls' Education
» The World Bank: Gender Statistics
» The World Bank, 2012 World Development Report on Gender Equality and Development
» Ignacio Bosque-RAE, Informe: Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer - El País
» La mujer latinoamericana, la más poderosa y la más maltratada - El País (Día Internacional de la Mujer)
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