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En una reunión de trabajo con jóvenes profesionales, en Medellín, empezamos con una ronda de presentaciones. Cada uno debía decir qué hace y cuál es su especialidad. Eramos cerca de 30 personas alrededor de la mesa y la ronda de presentaciones duró más de una hora. La mayoría de los presentes tenía dos y hasta tres títulos universitarios, y en temas dispares, algunos muy novedosos. Unos pocos estaban pensando ya incluso en un cuarto título. Todo esto con grandes sacrificios para muchos de ellos, trabajando y estudiando al mismo tiempo, durmiendo poco, invirtiendo gran tiempo en movilizarse en la ciudad, etc.
Quedé
aturdida y llena de preguntas. ¿Por qué no basta con un título, a lo
sumo dos? Básicamente, la dictadura de los tiempos, cuestión de
sobrevivencia. Con uno o dos títulos ya no alcanza muchas veces para
conseguir empleo, o un buen empleo. Se requiere tres para ser
competitivo. ¿Por qué eligen carreras que a menudo no tienen que
ver con lo que estudiaron antes, en vez de profundizar y especializarse
en un campo? La diversidad permite más oportunidades laborales.
La titulitis
es mundial y está instalada con fuerza en el Ecuador. Los CVs son vitrinas de títulos. El que logra uno abre espacio para colocarlo junto al nombre, como título nobiliario. Fulanito o fulanita Ph.D. Ya no
basta con licenciaturas e incluso maestrías; la meca es el Ph.D
(aunque muchos no saben qué significa ni en qué se diferencia de un vulgar
doctorado). Quien obtiene un título lo considera su primer título. El que logró el
segundo, quiere un tercero. Al hilo. Mejor si en universidades extranjeras.
A
jóvenes y padres de familia que me consultan sobre estos temas, les digo: a) la clave para ser feliz y ser bueno en lo que se hace está en identificar y perseguir una pasión más que un título; b) antes de elegir una carrera de estudio hay que informarse bien (de qué se trata, cuáles son las posibilidades de
encontrar cupo en una universidad y de conseguir un empleo que tenga
algo que ver con ese que se estudió; c) para aprovechar lo que puede aportar una maestría o un
doctorado conviene tener alguna experiencia de vida y alguna
experiencia de trabajo; la secuencia licenciatura-maestría-doctorado exige pausas de vida útil entre ellas.
En lo personal, a los 18 años me sucedieron tres cosas importantes: empecé a estudiar en la universidad, empecé a trabajar y me enamoré de la persona con quien me casaría dos años después. Siempre combiné estudio y trabajo, me financié mis estudios y aporté económicamente a mi familia. A los 29 años me fui a estudiar un doctorado en México (tres años), con una beca ganada gracias a mis excelentes calificaciones en toda mi trayectoria educativa.
Agradezco pertenecer a una generación y a una época en que íbamos a la universidad y elegíamos un campo de estudio motivados más por preferencias personales que por el mercado de trabajo. Los títulos importaban mucho menos y lo que uno leía y aprendía por cuenta propia importaba mucho más. Los jóvenes nos formábamos no solo en el estudio sino en el trabajo, en la lectura, en el contacto con otros, en el servicio y la participación en causas sociales, en el ensayo y el error.
Agradezco pertenecer a una generación y a una época en que íbamos a la universidad y elegíamos un campo de estudio motivados más por preferencias personales que por el mercado de trabajo. Los títulos importaban mucho menos y lo que uno leía y aprendía por cuenta propia importaba mucho más. Los jóvenes nos formábamos no solo en el estudio sino en el trabajo, en la lectura, en el contacto con otros, en el servicio y la participación en causas sociales, en el ensayo y el error.
Nunca
les dí importancia a los títulos. No los menciono. Nunca los enmarqué. Tengo guardados títulos, certificados y diplomas en un archivo de cartulina que he acarreado por el mundo en cada mudanza. No me he ocupado siquiera de registrarlos en la SENESCYT.
A
quienes me preguntan que dónde he aprendido lo que sé, no me
vienen a la mente las universidades en las que he estudiado. Les digo que trabajando, leyendo, escribiendo, viajando y navegando, cinco poderosas fuentes de aprendizaje, información y conocimiento. Es mucho lo que aprendo todos los días en y gracias a internet. Internet me permite mantenerme actualizada en los campos que manejo y que me interesan, y es una herramienta fenomenal de investigación y socialización.
Mi hijo mayor se encontró con la música a los 16 años y nunca más la soltó. Crearon Tercermundo con cuatro compañeros. Y terminó haciendo de la música su pasión y su carrera. Se preparaba para ser economista, como su papá. Entró a estudiar Economía, en Quito, y luego Comunicación en Nueva York. Pero la música pudo más. A los dos años decidió regresar a reencontrarse con su banda. Una opción de vida que los papás respetamos. Nuestros hijos saben que lo que queremos es que sean personas de bien y personas felices, que descubran sus talentos y los desarrollen, que elijan sus propios caminos y perseveren.
Mi hijo menor estudió cine, primero en Buenos Aires y luego en Barcelona. El tuvo siempre claro: lo que quería era aprender, no conseguir un título. Tomó las materias que le gustaban, le dedicó tiempo a lo que le interesaba, se metió a trabajar en proyectos contestararios y solidarios. Hoy es feliz haciendo arte sensorial e interactivo a partir de un colectivo multidiscplinario que creó.
Tres generaciones. Hijos de papás intelectuales que eligieron ser artistas; muy frecuente hoy en día. Cada uno de nosotros en lo suyo, realizados, dedicados, en búsqueda y en aprendizaje permanente. Caminando contracorriente en esta sociedad afectada de titulitis que, cada vez más, valora a las personas por los títulos que poseen antes que por lo que son, saben y son capaces de hacer.
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