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¿«Excelencia educativa»?



"Hoy se proclama como obligatorio para las universidades el ideal de la «excelencia» : la institución debe ser excelente, los programas de formación y los profesores también, y los estudiantes deben aspirar a ser excelentes y a demostrarlo.

Permítanme decirles que considero este ideal de la excelencia una aberración. «Excelente» es el superlativo de «bueno»; excelente es el que excellit, el que sobresale como único sobre todos los demás; en la práctica, el perfecto. En el ámbito educativo, hablar de excelencia sería legítimo si significara un proceso gradual de mejoramiento, pero es atroz si significa perfección. Educar siempre ha significado crecimiento, desarrollo de capacidades, maduración, y una buena educación debe dejar una disposición permanente a seguirse superando; pero ninguna filosofía educativa había tenido antes la ilusoria pretensión de proponerse hacer hombres perfectos.

Yo creo que la excelencia no es virtud; prefiero, con el poeta, pensar que “no importa llegar primero, sino llegar todos, y a tiempo”. El propósito de ser excelente conlleva la trampa de una secreta arrogancia. Mejores sí podemos y debemos ser; perfectos, no. Lo que una pedagogía sana debe procurar es incitarnos a desarrollar nuestros talentos, preocupándonos por que sirvan a los demás. Querer ser perfecto desemboca en el narcisismo y el egoísmo. Si somos mejores que otros —y todos lo somos en algún aspecto— debemos hacernos perdonar nuestra superioridad, lo que lograremos si compartimos con los demás nuestra propia vulnerabilidad y ponemos nuestras capacidades a su servicio".

Pablo Latapí, en Conferencia Magistral al recibir el doctorado Honoris Causa de la Universidad Autónoma Metropolitana (2007). 

Lograr calidad en educación - más allá de cómo se defina concretamente este concepto - es tarea titánica, delicada, compleja, multi- y trans-sectorial, sostenida, de largo aliento, de varias décadas, permanente, sin fin. Más si se trata no de lograrla en un plantel o en un conjunto de planteles sino en todo un sistema educativo. Por eso resulta curioso que hoy muchos se empeñen en hablar de excelencia educativa. Como sin con calidad, con buena educación, no bastara.

«Excelencia educativa» se ofrece o se propone hoy no solo para la universidad sino desde la educación inicial. La ofrece el plantel particular en su folletería promocional y la gran política educativa desde los gobiernos. De tanto leerla y escucharla en documentos, en charlas y en eventos tengo la impresión de que donde más se habla de excelencia es donde más lejos se está de alcanzarla.

Conservo hace muchos años esta cita de Pablo Latapí - inspirada en versos de León Felipe: “Voy con las riendas tensas y refrenando el vuelo, porque no es lo que importa llegar solo ni pronto, sino con todos y a tiempo” - que ahora me sirve para enmarcar esta breve reflexión. No solo no perdió sino que ganó en relevancia y en vigencia.

"El propósito de ser excelente conlleva la trampa de una secreta arrogancia", escribe Latapí, maestro de maestros, para quien calidad educativa, equidad y servicio social fueron siempre de la mano. Arrogancia que niega las realidades de la educación en nuestros países y la necesidad de transformarla con sentido de justicia y equidad, para poder construir sociedades más felices, más democráticas, más igualitarias, más y mejor educadas.

Son tiempos de exacerbado individualismo-narcisismo y perenne inequidad social, en que se ha ido perdiendo la pasión transformadora de la educación no para mejorar puntajes en pruebas sino para transformarnos como personas, para transformar la realidad y el mundo en que vivimos. Hay, al mismo tiempo, creciente conciencia de que, a nivel global y de cada país, no hay calidad educativa posible mientras no se avance en equidad. El aprendizaje a lo largo de la vida se ha propuesto como nuevo paradigma para la educación en el siglo XXI, dentro y fuera de las aulas. La colaboración (antes que la competencia), la empatía y la inclusión se incorporan a las reformas y a las políticas educativas como valores deseables en las personas y como competencias indispensables del 'aprender a aprender' y para la convivencia social. La Agenda 2030 para la Educación adopta como lema central "que nadie se quede atrás". En este contexto, el discurso de la excelencia va a contramano y resulta hasta chocante.

Paradójico: el Ecuador habla de excelencia, Finlandia de calidad.

"El Modelo Ecuatoriano de Excelencia (MEE) es un instrumento práctico que ayuda a las instituciones públicas a establecer un sistema de gestión apropiado, midiendo en qué punto se encuentra dentro del camino hacia la excelencia, identificando posibles debilidades y definiendo acciones de mejora" se lee en el informe de Rendición de Cuentas 2016 del Ministerio de Educación (p. 29)

"Toda escuela una buena escuela" es el lema de los finlandeses, que han logrado, a lo largo de varias décadas, convertirlo en realidad y en desafío continuo, no para una minoría sino para todos. Nunca aspiraron a ser los mejores en PISA, reiteran los arquitectos de la nunca acabada reforma educativa en ese país. No hablan de excelencia. Lograr una "educación de excelencia" jamás estuvo en su ideario, solamente lograr una buena educación para todos, prestando para ello atención tanto a la equidad como a la calidad. Y por eso han logrado lo que hoy se expresa a nivel mundial como un deseo para el año 2030 y más allá, fraseado en el Objetivo de Desarrollo Sostenible 4 como asegurar una educación equitativa, inclusiva y de calidad que ofrezca oportunidades de aprendizaje a lo largo de toda la vida para todos.

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Participación social en educación y observatorios ciudadanos



Conferencia magistral

Foro "La participación social en educación"

Observatorio Ciudadano de la Educación (OCE) /
Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE)-UNAM
México D.F., 3 agosto 2010

Rosa María Torres del Castillo


No acostumbro leer textos en conferencias, pero esta es una ocasión especial y he preferido confiar en la palabra escrita, que tiene el poder de decir, conservar y perdurar.

Me siento contenta y honrada con esta invitación y son varias las razones. Este foro se realiza en México, país al que me unen lazos familiares, de estudio y profesionales. Lo organizan dos instituciones prestigiosas de este país. A una de ellas, el Observatorio Ciudadano de la Educación (OCE), fundado por Pablo Latapí, me une una historia de colaboración y un largo sentimiento de admiración, que he plasmado en muchos escritos. Este foro convoca a la Cátedra Pablo Latapí Sarre, como una prolongación de su vida y de su obra, a la que tantos educadores debemos tanto.

Dos grandes Pablos latinoamericanos – Freire y Latapí - han marcado a varias generaciones de educadores e investigadores. Sin serlo formalmente, ambos fueron mis maestros, inspirándome con sus ideas y su ejemplo consecuente y militante. Con ambos entré en contacto a través de sus escritos sobre educación de adultos y educación no-formal, que es por donde yo también le tomé cariño a la educación y en donde encontré un lugar para hacer militancia social. Todos nosotros fuimos avanzando hacia nuevas y más amplias comprensiones de lo educativo, que hoy confluyen, para mí, en el Aprendizaje a lo Largo de la Vida.

Con Latapí compartí la redacción del Pronunciamiento Latinoamericano por una Educación para Todos, que preparamos con ocasión del Foro Mundial de Educación en Dakar, en abril 2000. Una iniciativa pionera en esta región, que dio lugar a una comunidad virtual, Comunidad Educativa, que modero desde 2002, la cual tendrá un encuentro presencial en Buenos Aires el 8-11 septiembre y que hemos decidido dedicar a la memoria de Pablo. De aquí saldrá un segundo Pronunciamiento Latinoamericano, actualizado y sintonizado con los nuevos tiempos.

El tema de este foro, sobre el cual OCE me ha pedido hablar – la participación social en educación y el papel de los observatorios – es fundamental. Vengo estudiando y escribiendo al respecto desde que trabajé en la Revolución Sandinista, en la Nicaragua de los 80s, y en sucesivos momentos, caminando con los nuevos escenarios y avanzando sobre mis propios aprendizajes.

Las reflexiones que siguen se enmarcan en este siglo 21 que apenas empieza, rebosante de viejos y nuevos problemas, y aún lidiando con una educación que, en muchos aspectos, corresponde no al siglo anterior sino a siglos anteriores. Me escucharán mencionar a las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) pues el mundo virtual no es ya un mundo aparte sino elemento constitutivo del mundo real, un campo más de observación, análisis, uso, aprendizaje, disputa y formación de opinión pública para la participación social en educación.

Participación en educación: discursos y prácticas

Hablar de participación en educación se ha vuelto trivial. Como hablar de calidad. Ambas dejaron de ser banderas progresistas o incluso innovadoras en el campo educativo. Los discursos de la participación y de la calidad se han “democratizado” al punto de incluirnos a todos, incluso al empresariado privado y a los organismos financieros internacionales, quienes han contribuido a popularizarlos y al mismo tiempo a elitizarlos y tecnocratizarlos. El Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) han venido promoviendo activamente y financiando con préstamos y asesoría el “mejoramiento de la calidad de la educación”, el “fortalecimiento de la sociedad civil”, la “incidencia en educación”, etc.

Desde posturas progresistas y emancipatorias - la Educación Popular, las pedagogías críticas, el constructivismo, etc. - venimos defendiendo y trabajando hace varias décadas para la participación en educación, no para la “eficiencia social” sino para la transformación social, entendiéndola como derecho, empoderamiento, construcción de ciudadanía activa.

Hay mucho escrito y propuesto al respecto en esta región, para la educación formal y para la no formal. No obstante, persisten grandes vacíos, en los planteamientos y en la práctica, como lo señala OCE para el caso de México pero que de hecho caracterizan a toda la región.

Hace falta una renovación de fondo, la que exigen las tozudas realidades de nuestros países, las nuevas oportunidades y contradicciones, la presencia ya irreversible de las modernas tecnologías, los muchos fracasos acumulados, los avances y redefiniciones del conocimiento en los campos que atraviesan a la participación y a la educación. Aunque quizás con nuevos ropajes, gobiernos y sociedades siguen en gran medida replicando premisas y mecanismos de una época anterior. La inercia, la inacción, o, peor aún, la acción inconsecuente, carcomen nuestras frágiles democracias, nuestras débiles ciudadanías y nuestros cuestionados sistemas educativos.

Sabemos y hemos reiterado que la participación es esencial por diversas razones y fuimos apoyando tal afirmación en la cada vez más demandada “evidencia” basada en estudios y casos.

Dijimos:

- Que no se trata sólo de más sino de más-y-mejor y, consecuentemente, de “calificar” la participación social y volverla participación ciudadana en ese proceso.

- Que participar en educación es asunto de todos - alumnos, docentes, padres de familia- y no solo de la “comunidad educativa” sino de la ciudadanía en general.

- Que no basta con participación dentro del aula, la escuela, el sistema escolar, pues lo educativo trasciende a lo escolar.

- Que todos somos sujetos de derecho en educación y, por ende, interlocutores válidos en la definición de las políticas – la educativa y las demás que inciden sobre las condiciones de enseñanza y aprendizaje.

- Que no se trata de participar a nivel local solamente sino en las decisiones que se toman a todos los niveles, incluidas las de escala nacional, regional y mundial.

- Que se trata no solo de instaurar procesos participativos sino de promover una cultura participativa.

Esto y mucho más sabemos producto de la investigación y la experiencia acumulada. No obstante, saberlo, decirlo e intentar llevarlo a la práctica no han sido hasta hoy suficientes para modificar sustancialmente modos de pensar y de hacer. Es evidente que algo viene fallando tanto por parte de quienes conceden participación como de quienes están llamados a reclamarla no como dádiva sino como derecho ciudadano.

Si usáramos los viejos esquemas binarios de “Logros y Dificultades” de los 1970s-1980s, podríamos colocar varios ítems en la lista de Logros.

- La participación (social/ciudadana/popular) en educación está instalada, incluso constitucional y legalmente, en varios países, con mecanismos y organismos institucionalizados para el efecto.

- En la mayoría de países contamos hoy con leyes que obligan a los Estados a la rendición de cuentas, la transparencia, el acceso a la información, la participación ciudadana, el control social.

- Las consultas en torno a la educación han pasado a integrarse como componente de muchas políticas y leyes (con eventos nacionales como el Debate Educativo en Uruguay o la aprobación en el Ecuador de un Plan Decenal de Educación mediante votación universal, ambos en 2006, para mencionar dos ejemplos de los últimos años). (1)- Por su parte, pueblos y organizaciones indígenas han empezado a reclamar el derecho a ser consultados en asuntos que atañen a su identidad, sus culturas, sus condiciones de vida, incluido el ecosistema.

- En los bancos de “buenas prácticas” que han venido armando organismos internacionales, gobiernos y organizaciones de la sociedad civil pueden encontrarse algunas que son efectivamente tales, y que destacan justamente su componente participativo.- Todo esto y más, con el trasfondo de un desarrollo tecnológico que ha facilitado y horizontalizado estos procesos, borrando papeleos y jaqueando jerarquías, con ayuda de unas TICs que no son solo herramientas de información y comunicación sino herramientas de expresión, participación, consulta, debate, articulación, creación, investigación, aprendizaje…

En la columna de “Dificultades” necesitaríamos hacer espacio para un largo listado de “peros”…

- La gran brecha entre lo prescrito y lo actuado, entre políticas y realizaciones, entre las leyes y su aplicación.

- La persistencia de concepciones estrechas de participación (centrada en aspectos instrumentales), de sociedad civil (reducida a menudo a ONGs) y de educación (entendida como educación escolar). (2)

- La continuada visión de las políticas educativas como algo que se piensa y define “desde arriba y desde afuera” (de la escuela, del sistema escolar, incluso del país) y que se “baja” para que otros las ejecuten.

- La imposición a sangre y fuego, en muchos países, de la evaluación docente, aderezada con el pago por desempeño y por mérito, y la retórica de la “valorización” y la “profesionalización” docentes.

- El mal sabor que vienen dejando muchas experiencias de consulta, atropellando tiempos y condiciones fundamentales para llamarse tales.

- La fragilidad de pactos y alianzas en favor de la educación.

- El debilitamiento de sindicatos y organizaciones de la sociedad civil.

- La burocratización e inoperancia, en muchos casos, de instancias de participación oficiales creadas y reguladas desde el Estado.

- El continuado relegamiento de alumnos y padres de familia como actores centrales del hecho y del cambio educativos, y como sujetos de consulta y participación.

- La desatención a la educación jóvenes y adultos, con esquemas que incluso nos retrotraen a épocas que considerábamos superadas en términos ideológicos y pedagógicos.

- La falta de seguimiento de iniciativas, a menudo congeladas como “proyectos” o “experiencias” que no trascienden ni en el espacio ni en el tiempo.

- La falta de políticas integrales y consistentes de democratización de las TICs, más allá del equipamiento y el acceso a secas, y la ausencia de información y debate públicos al respecto.

- Los dilemas y problemas de la participación que se replican en los nuevos espacios virtuales…
- Etcétera, etcétera.

Seguir leyendo la conferencia completa aquí


(1) Rosa María Torres, “Participación ciudadana en educación: Una mirada amplia y 20 experiencias de América Latina”. Documento presentado en la II Reunión de Ministros de Educación en el marco del Consejo Interamericano para el Desarrollo Integral –CIDI, organizada por la Unidad de Desarrollo Social y Educación (UDSE) de la Organización de Estados Americanos (OEA) (Punta del Este, Uruguay, 24-25 Septiembre, 2001).

(2) El Debate Educativo uruguayo, convocado por el Gobierno, la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) y la Universidad de la República, y coordinado por la Comisión Organizadora del Debate Educativo (CODE), es una de las experiencias más prolongadas y sólidas de este tipo en la región. Ver http://www.debateducativo.edu.uy/ El proceso ecuatoriano tuvo otro carácter, resultando en una consulta formal. Ver: Rosa María Torres, “Por qué voté en blanco por el Plan Decenal de Educación en la Consulta Popular”, Quito, 15 dic. 2006

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Rosa María Torres, Incidir en la educación
Rosa María Torres, 12 tesis para el cambio educativo

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