Expertos


Dedicado a Miguel Soler Roca

 En un evento del Banco Mundial en Washington el panel en que fui expositora se extendió en un conversatorio reducido en el que quedaron varios jóvenes con traje, corbata y cartelitos colgados en el pecho que decían EXPERTO. Al que estaba a mi lado le pregunté en qué era experto. Me dijo, sin rubor, que era «experto en países en desarrollo», como si tal cosa existiera. Tres meses de trabajo en un país latinoamericano y una pasantía en un país africano = experto. Le pregunté cuántos años tenía. Me dijo que 25. Le dije que nadie puede ser experto en desarrollo a esa edad. Que el conocimiento experto toma años en forjarse, implica no solo estudio sino experiencia práctica, inmersión en la realidad, capacidad de escucha, trabajo con otros. Se rió, sin consecuencias. Había ocho más como él en la sala.  

 Una universidad ofrece una Maestría en Políticas Educativas (un año de duración, en línea) que asegura conocimientos y competencias para planificar, implementar y evaluar políticas educativas. Quienes trabajamos desde hace muchos años en políticas educativas sabemos la complejidad de este campo, la importancia de enfrentarse a situaciones reales en las que es preciso tomar decisiones mínimamente fundamentadas, arraigadas en historias y contextos concretos. Nunca contrataría como experto a alguien que carece de la experiencia necesaria como para dilucidar los factores y dilemas en juego. 


EXPERTOS. Los hay reales y los hay postizos. Alguna vez la pala­bra se aplicaba a quienes dominaban un campo, un saber o una especialidad. Hoy el calificativo se aplica con ligereza y a mansalva. La pandemia contribuyó a multiplicar los expertos en los campos más variados, pudiendo considerarse tales a personas que han obtenido un título y que tienen cero experiencia laboral e incluso poca experiencia de vida.

Se considera experto a alguien que posee no solo título sino experiencia y trayectoria en determinado campo. Es apreciado  justamente porque junta teoría y práctica, saber y saber hacer, conocimiento y criterio formado.

Me refiero aquí específicamente al experto en educación, un campo complejo y altamente sensible a la cultura y al contexto, lleno de clichés pero que se resiste a recetas universales, que exige escuchar y valorar los saberes de la comunidad y de las personas comunes, que requiere empatía, capacidad para observar, humildad para reconocer errores, cautela para postergar el juicio fácil o la propuesta apresurada.

A medida que se amplía y complejiza, la educación ha venido segmentándose en numerosos subcampos y especialidades. Es imposible saber de todo, manejar en profundidad todos los elemen­tos que inter­vienen en las decisiones de política y en los procesos educativos dentro y fuera de las aulas.

El experto, hoy, puede saber de una pequeña parte del todo o bien presentarse como un todólogo. En cualquier caso, ninguno de ellos está en capacidad de asumir visiones o decisiones sistémicas. La educación es campo multi- y trans-disciplinar, que exige mútiples saberes, trabajo en equipo, participación social, experimentación, tiempo y condiciones para ensayar, errar y rectificar.

Jóvenes inexperientes o bien funcionarios jubilados o que van quedando a la deriva por cambio de gobierno o de administración pasan a engrosar las filas de los expertos y las carpetas de candidatos a ser considerados por agencias internacionales y burocracias/tecnocracias nacionales. Grupo aparte son los economistas, quienes tienden a creerse expertos en cualquier campo y que de hecho lideran hoy las decisiones de la educación a nivel mundial, a menudo desde visiones estrechas y desinformadas de lo que significa enseñar y aprender.

Un país latinoamericano se embarcó en una reforma curricular. La lista de candidatos a asesores internacionales apareció encabezada por un ex-Ministro de Educación - reconocidamente no especialista en educación y menos en currículo - que acababa de quedar vacante por cambio de gobierno. Para no hacerla larga: fue necesario contratar a un experto a distancia para que asesorara al experto y a expertos menores que le ayudaran in situ. Todo duró y costó mucho más de lo previsto. El resultado: un engendro. Dos o tres publicaciones, el clásico taller de «validación» que empaca y pone sello internacional a cualquier cosa ... y no se habló más del asunto.

Otro país latinoamericano decidió que había llegado la hora de una profunda reforma educativa. La palabra excelencia copó los discursos. Profesores de Harvard y otras universidades VIP desfilaron con sus ideas, propuestas, visiones de «calidad educativa» y de «futuro de la educación». Los sesudos y vistosos documentos elaborados reposan en centros de documentación nacionales e internacionales como incómodo testimonio de lo que resulta cuando se pretende reformar la educación con expertos VIP que desconocen el país y se sienten libres para imaginar cualquier cosa, independientemente de su viabilidad e incluso de su comprensión por parte de la sociedad.

En un país asiático se necesitaba alguien para diseñar y dirigir un programa nacional de alfabetización de adultos. El experto internacional recomenda­do y finalmente contratado, si bien vinculado al campo educativo, sabía nada de alfabetización y nada de adultos. Así pues, al poco tiempo hubo que contratar expertos que hicieran el trabajo, con lo cual solo en salarios de exper­tos este pobre país debió pagar sumas extravagantes. Al final, el programa no llegó a despegar.

En un evento del Banco Mundial en Washington el panel en que fui expositora se extendió en un conversatorio reducido en el que quedaron varios jóvenes con traje, corbata y cartelitos colgados en el pecho que decían EXPERTO. Al que estaba a mi lado le pregunté en qué era experto. Me dijo, sin rubor, que era "experto en países en desarrollo", como si tal cosa existiera. Con tres meses en un país latinoamericano y una pasantía en un país africano, convertido en experto. Le pregunté cuántos años tenía. Me dijo que 25. Le dije que nadie puede ser experto en desarrollo a esa edad. Que el conocimiento experto toma años en forjarse, articulación teoría-práctica, un largo y muy trabajado matrimonio entre aprender a escuchar, aprender a pensar y aprender a hacer (con otros). Se rió, sin consecuencias. Había ocho más como él en la sala.

En Africa he encontrado los casos más espectaculares de expertos internacionales. Expertos que muchas veces van de país en país dejando los mismos documentos, modificando a lo sumo tablas, estadísticas, siglas, fechas, o bien traduciendo el documento a otro idioma, con idénticas conclusiones y recomendaciones para países y circunstancias diversos. Expertos con horarios reducidos y salarios abultados, en países con grandes necesidades. Expertos que trabajan en hoteles cinco estrellas, junto a la piscina, con sus laptops, servidos por sirvientes locales. Y que, además, con alarde y sin empacho, desprecian la cultura local y se burlan de la gente con la que trabajan. Millones paga Africa en expertos internacionales, mayoritariamente provenientes del Norte, de los países que la colonizaron. (En el Education Cluster en UNICEF, en Nueva York, tuve un jefe etíope, Aklilu Habte, que me decía que soñaba con una muralla alrededor del continente africano).

Cordón umbilical lucrativo y costoso, lleno de trampas y de círculos viciosos, el de los expertos internacionales. Mucho experto descomprometido con su tarea y con la gente que le paga y depende de sus decisiones. Mucho experto serial, ajeno e insensible a los contextos, repitiendo lo mismo en todo lado. Mucho experto no reconocido en su propio país pero a quien en otros lados le tienden alfombras rojas.

Una industria internacional que consume mucho dinero de los «países en desarrollo» y con réditos dudosos. Una industria nutrida de préstamos, rituales, pleitesías, CVs, conferencias, viajes, eventos y documentos al por mayor. Prospera sobre todo en los países pobres y pequeños, en los con deficientes sistemas educativos y débiles capacidades nacionales, en los convencidos de que lo extranjero es siempre mejor, en los ávidos de visibilidad y de ránkings, en los empeñados en lograr «nivel internacional» como objetivo. Una industria, en fin, en la que, por todo eso y parafraseando un tango, se vuelve cada vez más difícil diferenciar al experto del chambón.

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