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Sudáfrica 1993: Un momento con Mandela





Aquí estoy, sola, en Hamburgo, viendo todo lo que hay que ver sobre Mandela en la televisión, y penando. Este hombre me tocó e inspiró a mí y a toda una generación en todo el mundo. Parecía inmortal pero ha muerto. Tuve el privilegio de verle en Sudáfrica, en 1993, hace veinte años. Estaba por convertirse en Presidente y preparándose para asumir el gobierno.

Fui por primera vez a Sudáfrica en noviembre de 1993. Mandela había sido liberado en 1990, después de 27 años en prisión. Su liberación fue celebrada mundialmente, y muy especialmente en su propio país. En febrero de 1994, Mandela se convirtió en el primer Presidente negro de Sudáfrica.

Yo trabajaba entonces en UNICEF, en Nueva York, como miembro del equipo de asesores en la Sección de Educación, cuando recibí la invitación del Centre for Education Policy Development (CEPD), una ONG técnica vinculada al Congreso Nacional Africano (African National Congress - ANC), el partido político de Mandela. El CEPD se había creado ese mismo año, "durante los años moribundos del apartheid, para desarrollar políticas alternativas de educación y capacitación para una futura Sudáfrica democrática" abanderada del anti-racismo, la equidad, la democracia, una educación de calidad y el aprendizaje a lo largo de la vida. El esfuerzo culminó en el Marco de Política para la Educación y la Capacitación del ANC. Más de 300 investigadores, académicos y educadores contribuyeron al documento.

El CEPD me invitó a contribuir al componente de educación básica de adultos del plan de gobierno en preparación. También me invitó a dar la conferencia inaugural en la Conferencia Nacional de Educación Básica de Adultos "Putting Adult Basic Education in the National Agenda" ("Ubicando la Educación Básica de Adultos en la Agenda Nacional") que se realizó en Johannesburgo el 12-14 de noviembre de 1993. El nombre que eligieron para mi conferencia fue: "La educación de adultos y la construcción de sociedades democráticas".

Por supuesto, me encantó la idea de ir a Sudáfrica en un momento tan especial y para una tarea tan importante. Un país muy sufrido viviendo a plenitud la felicidad y la esperanza, preparándose para votar, para gobernar, para empezar a enterrar el apartheid. Por donde fui encontré gente maravillosa, talentosa y comprometida, de todos los colores, de todas las edades. He vuelto a Sudáfrica varias veces desde entonces, pero esa primera vez, en 1993, fue un evento excepcional. 

Mucha gente llegó a la conferencia. El salón estaba lleno, ruidoso, brillante. Los sudafricanos estaban ansiosos de escuchar, de aprender, de imaginar cómo sería la nueva educación en su país. 

Hablé sobre Paulo Freire, como me pidieron. Freire había sido prohibido en Sudáfrica durante los años oscuros del apartheid. Copias piratas de sus escritos - especialmente de la Pedagogía del Oprimido - habían circulado de modo clandestino y habían inspirado a varios grupos universitarios a emprender intentos radicales de alfabetización de jóvenes y adultos. En realidad, muchos se sorprendieron al saber que Freire estaba vivo, y activo.  El apartheid no solo había prohibido sus escritos sino que había logrado eliminar a su autor.

Visitar Soweto en aquel momento fue toda una experiencia. Me impresionó todo lo que ví y escuché. No conservo fotos pero la memoria ha retenido personas, lugares y conversaciones de una manera muy vívida.

Mandela apareció, de repente, en una de esas visitas. Le ví a la distancia, rodeado de gente y sonriendo todo el tiempo. Percibir el amor y la admiración que los sudafricanos tenían por él fue una experiencia inolvidable. Aún y si no nos presentamos y si no llegamos a estar cerca, he atesorado ese momento como un momento precioso en mi vida.

Hamburgo, 5 de diciembre de 2013

Textos relacionados en este blog
» Una sentadita con Nelson Mandela
» A mi amigo Paulo Freire | To my friend Paulo Freire

Buses que sirven de aulas (Sudáfrica)


Rosa María Torres

Nellie Ashford

He visto escuelas funcionando en domicilios particulares, en templos, galpones, patios, atrios, plazas, carpas, chozas, hospitales, cárceles, guarderías, lanchas, corredores y pasadizos, y, por supuesto, a la sombra de árboles o a la llana intemperie. Pero no había visto hasta hoy una escuela funcionando en el interior de un bus.

Se trata de una escuela primaria en Sweetwaters ("Aguas Dulces"), una pequeña comunidad rural en Sudáfrica. 186 niños y niñas y 8 profesores aprenden y enseñan en el interior de tres buses destartalados que sirven de aulas. En un bus se acomodan 86 niños. En otro, 35. En el tercero, 65. Cada uno de ellos corresponde a un nivel.

Niños y niñas apretujados en los asientos que usualmente corresponden a los pasajeros. Algunos deben contentarse con el suelo, en el corredor que divide las dos filas de asientos. Muslos y rodillas hacen las veces de pupitres. Al frente, junto al asiento que alguna vez ocupó un chofer, está colgada una pequeña pizarra. La mayoría de ventanas están rotas, por lo que, cuando llueve, los buses se inundan. Las clases deben suspenderse cuando recruduce el invierno o cuando el clima se pone demasiado caliente, en época de verano.

La escuela, privada, viene funcionando desde 1974 sin ningún apoyo estatal. Simón Nobela, un joven negro de 17 años, se animó a abrir la escuela e iniciarse como maestro. Empezó en una pequeña choza que servía de única aula. Los alumnos, niños y niñas de los alrededores, pagaban 50 centavos por semestre, con lo que se cubría el salario de Simón. En 1989, muerto su fundador, asumió la escuela su hermana, Julia. Y hoy tomó la posta su hijo, con ocho jóvenes más.

La escuela se expandió. Es así como los buses, entonces carrocerías abandonadas, pasaron a incorporarse como infraestructura escolar. Para las 800 familias que viven en esta pequeña localidad, ésta es la única posibilidad de alfabetizar y escolarizar a sus niños, pues la escuela estatal está muy distante. Los padres de familia colaboran como pueden. Un comité de padres se encarga de dar de comer a los niños mientras asisten a clases.

Un testimonio más, entre millones que abundan en el mundo, de la precariedad en que se mueve esa institución que llamamos escuela y a la que tantos prescriben hoy una computadora por alumno, conectividad y banda ancha. Un testimonio más que confirma que la infraestructura no hace a la escuela y que no hay obstáculo insalvable para hacer educación cuando está de por medio la iniciativa, la voluntad y el empeño de toda una comunidad. 

Textos relacionados:
Rosa María Torres, Escuelas del mundo - Schools in the World


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