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Seis propuestas de Italo Calvino para la escritura


Lecturimatges

No hay razón por la cual las reflexiones sobre el lenguaje, los escritores y los textos deban pertenecer exclusivamente al reino de la poesía, el cuento o la novela.

El campo de la educación requiere, como ninguno, de una revolución en sus estilos de escribir y comunicar, tanto la produc­ción acadé­mica como la destinada a apoyar las tareas de la enseñanza y el aprendizaje.

Las seis cualidades de la literatura que Italo Calvino proponía conser­var más allá del año 2000 - "Seis propuestas para el pró­ximo mile­nio" (1985) - son extrañadas y deseables en el mundo de la educación: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad y consistencia.

Levedad
El "aligeramiento del lenguaje mediante el cual los significados son canalizados por un tejido verbal como sin peso", el uso de "elementos sutiles e imperceptibles", de recursos que "se imponen a la memoria más por su sugestión verbal que por las palabras". Levedad es delicadeza, movimiento. No va­guedad ni azar, sino precisión y determina­ción.

Rapidez
Economía expresiva, "agilidad, movilidad, desen­voltu­ra", trabajo riguroso en búsqueda de "ajustes pacientes y meticu­losos". Hacer brillar lo esencial, batallar contra el tiempo, penetrar en los secretos del ritmo, "ma­ntener vivo el deseo de escuchar la continuación", dejando espacio a la imaginación. Los textos bre­ves - recalca Calvino - son los más eficaces y se vuelven tanto más indispensables en los "tiempos cada vez más congestionados que nos aguardan".

Exactitud 
La exactitud está en el "diseño de la obra bien defi­nido y calcu­lado; la evocación de imágenes nítidas, incisi­vas, memora­bles; el lenguaje más preciso posible como léxico y como ex­presión de los matices del pensamiento y de la imagina­ción". "Tengo la impresión de que el lenguaje es usado cada vez más de manera aproximativa, casual, negligente, y eso me causa un disgusto intolerable", es­cribe Calvino. Y describe como caracte­rísticas de esta "peste del lenguaje" el "automatismo que tiende a nivelar la expresión en sus formas más genéricas, anónimas, abstractas, a diluir los sig­nificados, a limar las puntas ex­presivas, a apagar cualquier chis­pa que brote del encuentro de las palabras con nuevas expre­siones".

Visibilidad
"Capacidad para ver", "capacidad para imaginar". Advertir el "peligro que nos acecha de perder una facultad humana fundamental: la capacidad de enfocar las imágenes visuales con los ojos cerrados, de pensar con imá­genes". El peligro, en suma, del entie­rro de la imagina­ción.

Multiplicidad
"Entre los valores que quisiera se trans­mitiesen al próximo milenio figura sobre todo éste: el de una literatura que haya hecho suyo el gusto por el orden mental y la exactitud, la inteligencia de la poesía y al mismo tiempo de la ciencia y de la filosofía". El desafío de la "explotación del potencial semántico de las pala­bras, de toda la variedad de for­mas verbales y sintácticas con sus connotaciones y coloridos". El desafío de la literatura "como enciclopedia, como método de cono­cimiento, y sobre todo como red de conexiones entre los hechos, entre las personas, entre las cosas del mundo". El desafío de "ver el mundo como un sistema de sis­temas en el que cada sistema sin­gular condiciona a los otros y es condi­ciona­do por ellos", de lograr la "presencia simultánea de los elemen­tos más heterogéneos que concurren a de­terminar cual­quier aconteci­miento. Cualquiera que sea el punto de partida, el discurso se ensancha para abarcar horizontes cada vez más vastos, y si pudiera seguir desarrollán­dose en todas direc­ciones llegaría a abarcar el universo entero".

Consistencia
Calvino no llegó a escribir sobre esta sexta cua­lidad anunciada. Murió en 1985, antes de desarrollarla y a punto de viajar a Estados Unidos, donde debía presentar sus seis conferencias magistrales en la Universidad de Harvard.


Levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad, consistencia escasean en el mundo de la educación. Hija de la rigidez, la normativa, el enciclopedismo, la repetición, la afición por las respuestas, la autoridad sin más, sus estilos de escritura se han forjado a su sombra y alimentando el patrón. ¿Por qué informes, artículos, ponencias, deben ser jergosos, acartonados, repetitivos, plagados de lugares comunes, de listados sin fin, de números y estadísticas?. De otro lado, textos escolares que son esmeradas obras de antiliteratura y antipedagogía: sosos, confusos, densos, faltos de creatividad, inconsistentes, áridos, edulcorados, carentes de emoción; lenguaje plano, hueco, frondoso; imágenes opacas y estereotipadas, empobrecidas y empo­brecedoras de la realidad, obstruidoras de la imaginación.

¿Qué educando o educador puede sentirse inspirado por materiales de enseñanza y aprendizaje  manifiestamente instrumentales y pragmáticos, que no invitan al pensamiento sino a la mera reproducción? ¿Qué mente curiosa, qué espíritu sensible puede sentirse atraído hacia un mundo que, de entrada, desdeña la estética y la magia de la palabra escrita?

Para saber más:
Italo Calvino: Seis propuestas para el próximo milenio, por Pilar García Puerta (El País)
Las propuestas de Calvino
, por Manuel Clavell
La propuesta faltante: La sexta propuesta de Italo Calvino para un nuevo milenio
, por José Luis Menéndez


Caperucita, Blancanieves y otras crueldades

(La violencia en los cuentos infantiles)


Lobo feroz - Sabrina Dieghi

Para Camila

A la Caperucita Roja amenaza con comérsela un lobo feroz y a su abuelita se la engulle efectivamente. Unos leñadores despanzurran al lobo frente a la asustada Caperucita y sacan de sus asquerosas entrañas a la abuelita, viva. Liquidado el lobo, todos festejan y viven muy felices.

A la Blancanieves la envenena una reina malvada, envidiosa de su belleza. Frustrado el primer intento de asesinato (había ordenado a un criado-sicario llevarla al bosque, asesinarla y abandonarla ahí), el segundo intento - la manzana envenenada - funciona. El beso de un príncipe redentor saca del coma a Blancanieves, de la que se enamora y con la que se casa, convirtiendo así la tragedia en oportunidad.

Juanito, el de las habichuelas mágicas, le roba los tesoros al gigante aprovechando que duerme. Este despierta y persigue a Juanito árbol abajo, dispuesto a aplastarlo y a matarlo. Pero Juanito, investido de inusitada fuerza y rapidez, corta el tronco de un hachazo. El gigante se estampa estrepitosamente contra el suelo, lo que genera gran alegría posterior a Juanito y a su madre.

La linda Cenicienta no puede tener peor suerte. Muerto el papá, madrastra y hermanastras disfrutan teniéndola en harapos, encerrada, explotada y esclavizada cumpliendo tareas domésticas en un enorme castillo desvencijado. Gracias a una salvadora hada madrina logra escapar una noche, vestir de princesa y conocer al príncipe enamorado que irá casa por casa probando el zapatito de la doncella que huyó, despavorida, a medianoche.

Rapunzel es entregada por sus padres a una bruja a cambio de unas manzanas robadas. Cuando cumple 12 años la bruja la encierra en una alta torre. Todos los días Rapunzel debe soltar su trenza a través de la ventana, para que la bruja trepe por ella. Hasta que un día quien trepa es un príncipe. Descubierto el romance, la bruja le corta la trenza a Rapunzel, la abandona en un lugar lejano y le aplica un hechizo al príncipe, dejándolo ciego. Un día, ambos se encuentran, una lágrima de Rapunzel le devuelve la vista al príncipe, y terminan casándose y viviendo felices.

La infancia de los hermanos Hansel y Gretel es una sarta de horrores: primero, abandonados por sus padres en medio del bosque; luego, encarcelados, engordados y a punto de ser comidos por una vieja mala, con apariencia de buena, que maneja un antro de abuso de menores con fachada de chocolate. Los niños logran burlar a la vieja y se la sacan de encima empujándola dentro de un gran horno donde presumiblemente da alaridos mientras se chamusca, para beneplácito de los protagonistas y de los lectores.

Y así por el estilo con Pulgarcito, Alí Baba y los Cuarenta Ladrones y otros tantos clásicos de la literatura infantil. Historias de lobos, brujas, gigantes, ogros, madrastras y hermanastras, todos ellos malvados y feos, que abandonan, maltratan, explotan, torturan, asesinan, y comen niños. Historias de canibalismo, engaño, envidia, celos, maldad, crueldad, robos, asaltos y asesinatos primorosamente ilustradas, a todo color, en cientos de idiomas, en los formatos y versiones más variados, por las que transitan en su tierna infancia millones de niños y niñas en todo el mundo, desde nuestros tataratatarabuelos hasta el día de hoy.

¿Qué pasa por la mente de una niña cuando escucha la historia de la Caperucita, donde un lobo se come viva a una abuelita y pretende comerse, también viva, a la pequeña caminante que desobedeció a su mamá? ¿Qué siente un niño frente a niños abandonados por sus papás en medio de oscursos bosques y engordados tras rejas con candados para ser comidos por viejitas que indefectiblemente resultan ser brujas, brujas que tientan a los niños con caramelos y chocolates?

La maldad, la crueldad y la violencia que trasuntan muchos cuentos llamados "infantiles" - y especialmente aquellos convertidos en prototipos y tesoros de la literatura infantil - tienen, en verdad, poco de infantil. Son adultos quienes los han imaginado, los han escrito e ilustrado, y son adultos quienes los siguen leyendo o haciendo leer a los niños. Cuentos disfrazados ellos mismos de viejitas amables y casitas de chocolate, pensados no tanto para desarrollar la imaginación infantil como para sembrar entre los niños la desconfianza y el miedo. Cuentos con gancho que se aprovechan para el sermón, la lección y el castigo ejemplares: los niños desobedientes (Caperucita) o los que confían en extraños y se dejan seducir por sus halagos (Hansel y Gretel) pueden llegar a pagar con su vida (o la de sus parientes) la desobediencia y la credulidad. Cuentos cuyos personajes cobran vida real fuera del libro y sirven de comodines para lograr el control y la sumisión infantiles:

- "Si no comes, viene la bruja"
- "A los niños que desobedecen, les come el lobo"
- "Si te portas mal, le llamo al ogro".

Nos horrorizamos frente a la violencia del cine o la televisión, pero no dudamos en leer o hacer leer a nuestros niños cuentos de horror que nada tienen que envidiar a las más violentas series de televisión y a las pelícuas más truculentas. El reino del "cuento infantil", tradicionalmente idealizado e instrumentalizado por padres de familia y educadores, resulta ser, a menudo, un pavoroso reino del mal cuyos principales villanos son padres y madres, padrastros y madrastras, las personas mayores, los feos ... y cuyos héroes son hadas madrinas, príncipes y princesas.

La próxima vez que escoja un cuento para leer a sus alumnos, a sus hijos o a sus nietos, asegúrese que sea realmente un cuento infantil, es decir, una historia que abraza y que cobija, que genera sonrisas, que es capaz de abrir ojos y bocas no de miedo sino de sorpresa y de contento.

* Publicado originalmente en: Familia, revista dominical del diario El Comercio, Quito, 12 feb. 1996

Para saber más
Cuento de Caperucita Roja politicamente correcto
Cinderella variants
La metamorfosis de Caperucita (Revista Ñ)
Hansel y Gretel están perdidos en el bosque... y no tienen celular (Revista Ñ)
From Rapunzel to The Little Red Riding Hood, Beloved Children’s Classics as Minimalist Posters

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Y colorín colorado, este cuento nos ha atormentado...



(Libros infantiles y lectura en el aula de clase)

- “Voy a leerles un cuento que les va a gustar. Pero, eso sí: si empiezan a platicar y se distraen, suspendo el cuento. ¿Oyeron?”.

Así introduce la maestra la lectura de Los Diez Amigos, librito infantil, texto y dibujo de Ziraldo, referido a los diez dedos de las manos. Niños y niñas de primer grado, en una escuela pública de la ciudad de México, son los que -atentos y súbitamente quietos y silenciosos- se aprestan a escuchar. Distraerse o platicar, ya saben, tendrá consecuencias.

Lo que voy a transcribir aquí es lo que ocurrió en los 40 minutos subsiguientes a este anuncio: la lucha de una maestra consigo misma, con el libro y con los niños, sin tener clara la estrategia a seguir, sin una comprensión cabal de la naturaleza del texto y del acto de lectura. Incomprensión y frustración de lado a lado a partir de algo que arranca del entusiasmo y la buena voluntad de una maestra, y que termina convirtiéndose en tortura para ella y para los niños. Así empiezan y terminan, por desgracia, muchas ilusiones escolares de maestros y maestras, muchas ilusiones escolares de niños y niñas.

Episodios escolares como éste permiten entender la complejidad de verbos dados por simples como enseñar, aprender, leer, comprender, y acercarnos, aunque sea superficial y episódicamente, a las batallas que libran millones de maestros cada día en las aulas, incomprendidos en sus necesidades y en su labor, mal equipados para encarar la misión que la sociedad les asigna, pasto de la ideología educativa convencional y compartida en torno a temas claves relacionados con su tarea como son la infancia, la enseñanza y el aprendizaje, la relación maestro-alumnos, la lectura y la escritura, el libro, la tarea escolar, la atención, la comprensión, el manejo del tiempo, del silencio, de la risa. La formación y capacitación docente refuerza, antes que explicita y revisa, los supuestos que son parte del sentido común de la educación, un sentido común que niega a los maestros la posibilidad de visualizar y hacer lo que, en realidad, como educadores, quisieran para sí mismos y para sus alumnos. El aislamiento del trabajo pedagógico y el tabú construido en torno al mismo en el medio escolar, impide a los maestros distanciarse de su práctica, compartirla y acceder a la de sus colegas para, juntos, como profesionales de la enseñanza, hacer lo que yo tuve el privilegio de hacer durante esos 40 minutos - observar, reflexionar, pensar, tomar notas- y tengo el privilegio de hacer ahora: escribir para compartirlo con otros maestros, sabiendo el valor que tiene para un maestro la reflexión en torno a la actuación de otro maestro.

Antes de dar la voz a esta maestra y a sus alumnos, es importante explicar algunos elementos referidos al texto de lectura seleccionado en este caso, en tanto de aquí derivan algunas de las complicaciones e incomprensiones que tienen lugar durante y después de la lectura.

No todo lo que se escribe para niños pequeños es cuento, y éste, en particular, no lo es, aunque la maestra lo llame tal. Se trata de un diálogo entre los dedos de la mano, diálogo que tiene por objeto enseñar a los niños los nombres de los dedos y sus funciones. No hay pues estrictamente una trama o una historia. Manejar esto como un cuento, sin diferenciar los tipos de textos de lectura, es precisamente uno de los problemas que la maestra y los niños encontrarán al solicitar ella insistentemente a los niños que resuman “de qué se trata el cuento”.

El diálogo entre los dedos se apoya en texto e ilustración. Ambos están interconectados y se complementan: es difícil entender el texto sin mirar los dibujos, a la vez que estos, por sí solos, no conducen al texto. No es ésta, por tanto, la clase de texto que se presta para una lectura colectiva en voz alta por parte de una sola persona en posesión de un único libro. No tener esto claro, o no advertirlo a tiempo, es otro de los problemas que enfrenta esta maestra. Problema que, en definitiva, tiene nuevamente que ver con la falta de manejo de materiales de lectura y de  reflexión en torno a los mismos para fines de lectura en el aula.

- “¿Qué dicen: leo el cuento o nos ponemos a trabajar?”, pregunta la maestra, esperando -como es obvio- una única respuesta. Con lo cual, además, deja claro que, para ella, leer un cuento no es trabajo escolar.
- “!El cuento!”, gritan todos a una.
- “El cuento se trata de una de las partes de nuestro cuerpo. A ver, ¿quién atina?”, pregunta la maestra, iniciando de este modo un juego de adivinanzas con los niños.
- “De la cabeza”, dice un niño.
- “No”.
- “De los brazos”, dice una niña.
- “Por ahí vas”.
- “De las piernas”, dice otra.
- “Ya te perdiste”.
- “De las manos”, dice un niño.
- “Ya vas cerca”.
- “¡De los dedos!”, aciertan varios.
- “Eso es: de los dedos. Les vamos a llamar amigos...”, dice la maestra, buscando acercar a los niños al título del libro. “¿Cuántos amigos tienen ustedes?”.
- “¡Diez!”, gritan los niños.
- “Y si quito una mano, ¿cuántos amigos me quedan?”, aprovecha la maestra para desarrollar la clase de Matemática.
- “¡Cinco!”, gritan unos cuantos.
- “Ahora sí, me atienden”, dice la maestra sentándose en su pupitre, esta vez aparentemente dispuesta a arrancar con la lectura.
- “Atiendan bien, que voy a preguntar, ¿eh?”, agrega. Con lo cual, de un plumazo, borra toda posibilidad de escuchar el anunciado cuento por el simple placer de escucharlo, advirtiendo a los niños que están frente a una auténtica tarea escolar, que deben escuchar y comprender para ser evaluados.
- “El cuento se llama Los Diez Amigos", lee en la portada. Los niños se acomodan en los asientos. Algunos están semiparados, ansiosos por empezar.
- “¿Cómo se llama el cuento?”, quiere verificar la maestra.
- “¡Los Diez Amigos!”, repiten todos en coro.
Empieza ahora sí la lectura en voz alta:

Había una vez un dedo tan menudito que se llamaba Meñique.
Este Meñique tenía cuatro hermanos que se llamaban Anular, Medio, Indice y Pulgar.

- “¿Alguna vez ustedes les han puesto nombre a los dedos?”, pregunta la maestra, buscando conectar la lectura con la experiencia de los niños y, de paso, mantener viva la atención.
- “No”, dicen los niños.
- “Bueno, entonces de tarea para mañana me van a poner nombre a los dedos”. Primera tarea, primer signo claro de que el cuento no será tratado sólo como objeto de lectura sino como carnada para tareas escolares.

Meñique era muy juguetón, un dedo muy travieso, y vivía metiéndose en donde nadie lo llamaba. (El dibujo muestra a Meñique metiéndose el dedo en la ternilla de la nariz)

- “¿En dónde creen que se metía?”, pregunta la maestra, probando atención y comprensión al mismo tiempo.
- (Silencio).

Los niños ya no siguen la lectura, ya han perdido interés. Más de uno no debe entender de qué se está hablando, pues no conocen los nombres de los dedos y, por tanto, de los personajes centrales del cuento. La prueba es que, esta vez, los niños no intentan siquiera adivinar.

- “En donde nadie lo llamaba”, se contesta a sí misma la maestra. Los niños quedan sin saber cuál es ese lugar "en donde nadie lo llamaba". Mostrar el dibujo bastaría para aclararlo, pero a la maestra no se le ocurre hacerlo. Sigue leyendo:

Un día, Meñique tuvo una gran idea:
- ¡Vamos a jugar al teatro!
y agregó con voz de pito:

Los niños se ríen al escuchar el "voz de pito". 
- “A ver, no se distraigan”, reclama la maestra al escuchar las risas. En verdad, los niños ya estaban distraídos; el “voz de pito”, por el contrario, ha recuperado su atención. Pero la maestra -como la mayoría de maestras, como la mayoría de adultos tratando de enseñar a niños- percibe el asunto al revés, pues la risa tiene mala reputación en la pedagogía.

- ¡Yo voy a ser el enanito!
- ¡Yo quiero ser el Rey!, gritó Anular, y se puso los anillos de oro que tanto le gustaba usar.
- ¡Pues yo voy a ser un soldado!, dijo Medio, y se puso un dedal en la cabeza, que parecía un casco blindado.
- ¡Yo quiero ser el guía!, exclamó Indice, porque le encantaba señalar por donde iría.

- “¿Con qué dedo señalamos?”,  pregunta la maestra.
- “Con éste”, dicen los niños, mostrando diferentes dedos: algunos muestran el índice, otros el pulgar, otros el medio. Pero la maestra no ve lo que los niños muestran. Ha lanzado una pregunta al aire, simplemente para mantener a lo largo de la lectura este “diálogo” con los niños que la deje segura de que ellos están allí, de que ella está en control de la clase. Sigue leyendo:

- Bien, muy bien, dijo Pulgar con voz de matachín.
- Yo seré el villano. Pueden llamarme Cipriano.
Y dicho esto, apresó a sus cuatro hermanos en lo hondo de la mano.
(El dibujo muestra la mano convertida en puño).
- Quiero ver cómo se escapan, jo-jo.

Los niños se han desconectado ya totalmente. Varios están hurgando en sus mochilas, una niña hojea un cuaderno, dos o tres escriben o dibujan, la mayoría se mueve en sus asientos. La maestra sigue leyendo impasible.

Por ahí se oyó una orden:
- ¡Basta!
- ¡Suelta a tus hermanos!
En una mano cerrada pueden morir asfixiados.
(El dibujo muestra la mano nuevamente abierta).
- ¿Quiénes son ustedes?, preguntó Pulgar con voz de villano.
- ¡Nosotros somos los dedos de la otra mano!
- ¡Yo me llamo Chiquito-y-bonito!, dijo el más bajito.
- Yo soy el Señor-del-anillito, dijo el vecino.

- “Carla, ¿por qué le dice el chiquito que es el vecino?”, agarra la maestra por sorpresa a Carla, que está recogiendo un lápiz del suelo.
- “Por los anillos”, responde Carla, atolondrada.
- “A mi mamá le gustan mucho los anillos”, aporta espontáneamente un niño sentado cerca de Carla. Imposible saber qué lleva a este niño a voluntariar un comentario, en un encuadre que -todos los niños lo saben- sólo admite la pregunta y la respuesta. Sin darse por aludida con las disquisiciones sobre los anillos, la maestra continúa la lectura.

- ¡Yo soy el Tonto-y-loco!, dijo el grandote, que no era ni tonto ni loco.
- ¡Yo soy el escarbamocos!, dijo el que tenía cara de goloso.

Niños y niñas se ríen y hacen caras de asco al oír la palabra ”escarbamocos”.
- “Esa es una mala costumbre. En sus casas deben corregirles”, aprovecha la maestra para introducir la clase de Buenas Costumbres.
- “Mi mamá me pega cuando me meto el dedo en la nariz”, comenta un niño, congraciándose con la maestra. Pero ella retoma, inmutable, la lectura:

- ¡Y yo soy el Mata-piojos!, dijo el gordito que tenía nombre, voz y cara de maloso.

Algunos niños se ríen con lo del ”Mata-piojos”.
- “Atiendan, que no estamos jugando”, aclara la maestra, por si acaso a algún niño o niña le quedara aún alguna duda al respecto. La risa, definitivamente, no cabe para la maestra como respuesta natural de los niños frente a la lectura. No puede percibir en la risa la buena nueva que revela que lo niños han hecho contacto y que comprenden. 

- ¡Mucho gusto!, dijeron todos.
Luego se abrazaron y uno a uno se preguntaron:
- ¿A qué vamos a jugar?
(El dibujo muestra las dos manos entrelazadas).
- Yo quiero jugar a Pipis y Gañas.
- Yo a las manitas calientes.
- ¡Mejor toquemos la flauta!
Todos tenían mil ideas y hablaban sin parar.
Pero Tonto-y-loco habló más alto, y los otros escucharon:
- Todos nosotros somos todos los dedos de las dos manos. ¡Entonces!
- ¿Por qué discutimos tanto a qué jugaremos, si todos juntos, juntitos, del más grande al más pequeño...
... a todo podemos jugar!

- “Y colorín colorado..”, empieza la maestra.
- “...este cuento se ha acabado”, completan los niños. Acaso se preguntan cuál fue el cuento y en qué momento se acabó.
- “¿Sí les gustó el cuento?”, pregunta la maestra, iniciando su batería para medir comprensión lectora.
- “Sííííííííííííí”, gritan todos.
- “¿Quién me dice de qué se trató el cuento?”
- (Silencio)
- ”¿Nadie quiere decirme de qué se trató?”
- (Silencio)
-       A ver, repitan después de mí: Y colorín colorado, este cuento se ha acabado”.

Desconcertada frente al rotundo silencio, la maestra no sabe qué hacer. Quema tiempo mientras digiere su desconcierto y arma una estrategia.
- “Y colorín colorado, este cuento se ha acabado”, corean otra vez los niños.
- “Vamos a ver, Diego. ¿De qué se trató el cuento?”, insiste, ahora uno por uno.
- (Silencio)
- “Párate, párate. Dinos, ¿de qué se trató?”
- (Silencio)
-”¿Sí te gustó el cuento?”, quiere verificar.
- “Psí”, balbucea Diego.
- “Entonces, ¿de qué se trató?”. La maestra asume que si le gustó, entonces debe saber de qué se trató.
- “El chiquito se metió donde no le llamaban”, dice Diego. Se le ha quedado grabado el intercambio que tuvo lugar a propósito de esta línea de la lectura.
- “A ver, otro. Tú, Areli. ¿De qué se trató el cuento?. Dinos como tú quieras hablar”. Alienta a la niña a decirlo en sus propias palabras. Sospecha que el problema pueda ser de expresión.
- (Silencio)
- “Te hice una pregunta, Areli. ¿No me vas a contestar?”. Siente ahora su autoridad amenazada por el silencio de la niña.
- (Silencio)
- “Si no quieres hablar, te vas a quedar ahí parada”. Castigo por “no querer hablar”.
- (Silencio)
- “Muy bien, entonces ahí te quedas parada hasta que quieras contestar”. La deja, en efecto, parada. Y como Areli nunca hablará, se quedará allí parada hasta que termine la clase.
- “A ver, tú, ¿de qué se trató el cuento?”  Intenta con otro niño, aparentemente despierto e inquieto.
- “De unos dedos”, responde el interpelado. Imposible una respuesta más correcta que ésta a propósito de este “cuento”.
- “Sí, de unos dedos. Pero, ¿qué hacían los dedos?”. La respuesta "de unos dedos" le parece a la maestra muy corta. ¿Qué clase de respuesta quiere? ¿Una respuesta que abarque todo lo dicho por los dedos?.
- (Silencio)
- “¿Qué fue lo que más te gustó del cuento?”. Intenta otra estrategia, con el mismo niño. Piensa que es más fácil para un niño decir lo que le gustó (parte) que de qué se trató (todo).
- (Silencio)
- “Entonces quiere decir que no entendiste el cuento. ¿Me vas a hablar o no? Si no, estoy perdiendo el tiempo...” Se está poniendo molesta, irritada. El enojo es expresión de una tremenda frustración. Ella empezó la lectura ilusionada, imaginó sin duda otro tipo de reacción por parte de los niños.
- (Silencio)
- “Jessica. Párate y dinos, ¿de qué se trató el cuento?”. No ceja en su intento. Debe mostrarse a sí misma que alguien puede explicar de qué se trató el cuento.
- (Silencio)
- “A ver, Ruth. Dime de qué se trató el cuento...”. Debe seguir tratando. El asunto se ha convertido ya en afrenta personal. 
- “De que el más chiquito se llama Pulgar”, dice Ruth. Esto es, en efecto, parte del cuento. Pero la maestra ya ha pasado a otro niño, mostrando evidente inconformidad con la respuesta. ¿Cuál es la respuesta que quiere?.
- “A ver, Mauricio”. Parece dispuesta a pasar uno por uno, por todos los niños y niñas de la clase.
- “Se metió en una cueva para que nadie le hablara”, dice Mauricio.
- “¿Quién se metió en una cueva?”. Pregunta entre intrigada e ilusionada. Es el primer niño que aparentemente se acerca a la respuesta que la maestra tiene en mente.
- “Pulgarcito”, dice en voz muy baja Mauricio. Mauricio está jugando a las adivinanzas y a las asociaciones: Pulgar se asemeja a Pulgarcito. Nunca oyó de Pulgar, pero sí oyó de Pulgarcito. El niño se aventura, intenta, a ver si pega.
- “Yo no dije nada de ninguna cueva. Ni tampoco de Pulgarcito. Tú lo estás confundiendo con otro cuento”. Así es. A estas alturas, la maestra tiene ya claro que los niños no han seguido la lectura, que no han entendido. Su hipótesis fuerte es la de la falta de atención.
- “A ver, Gaby. ¿De qué se trató el cuento?”. No se da por vencida.
- (Silencio)
- “Pues ahí te quedas parada hasta que contestes”. Y queda parada. A pocos pupitres de Areli, que continúa parada junto al suyo.
- (Silencio)
- “Tienen que hablar. Si no quieren hablar, no volvemos a jugar”
- (Silencio)
- “A ver, Alejandra. Me vas a hablar, ¿sí o no?”.
- (Silencio)
- “Uy, Dios mío, no vuelvo a contarles cuentos. Vamos a trabajar, entonces”.
- (Silencio)
- “A ver, Cynthia. Dinos de qué se trataba el cuento”.
- “Se trataba de... unos dedos”, dice Cynthia, con la voz temblorosa.
- “A ver, tú, Nancy, ahora sí. Dinos lo que tú entendiste. Ponte de pie. En voz fuerte para que todos te escuchen”.
- “De unos dedos, del Pulgar”, dice Nancy, temerosa.
- “A ver, Alejandro”.
- “A mí me dio risa”, resume olímpicamente Alejandro.
- “¿Y por qué te dio risa?”
- “Porque decía que se metía el dedo en la nariz”.
- “Vas bien, vas bien. Sigue”, le estimula la maestra. Finalmente ha recuperado la risa como clave en la relación con los niños y con el cuento. 
- “También que le hablaron a Pulgar y Pulgar no contestó”, agrega Alejandro.
- “A ver, ¿quién más? Tú párate, m'hijito, y habla”. La maestra ha recuperado la esperanza. Está dispuesta a un borra y va de nuevo. Las últimas respuestas le han estimulado.
- (El niño murmura algo)
- “No te oigo nada. No sé lo que me estás hablando”.
- “¿Alguien más quiere explicar el cuento?”
- (Silencio)
- “¿Saben por qué no lo entendieron bien?”, recapacita y admite finalmente la maestra. Porque no se saben los nombres de los dedos, dice, intentando al menos una explicación posible. “Voy a volverlo a leer. Y te voy a volver a preguntar Areli, Angélica, Gabriela...”

Y así es como reinicia la lectura, esta vez corrigiendo algunos errores suyos que ahora percibe como tales. Por ejemplo, pide que los niños muestren sus dedos a medida que los va mencionando. Asimismo, se ha dado cuenta de que tiene que mostrar los dibujos pues no se puede entender el texto sin ellos. Así, en esta segunda lectura, voltea el libro de cara a los niños al pasar cada página y permite que los niños se paren y hasta se acerquen a ver los dibujos. Al llegar al final del cuento, la maestra no oculta un suspiro de alivio.

- “Y ahora sí, colorín colorado....”
- “¡este cuento se ha acabado!!!!”, completan los niños, dejando ver, también, la alegría del final de esta tortura. Pero el fin no ha llegado aún...
- “Para mañana van a hacerme la siguiente tarea: van a dibujar sus dos manos, una en cada hoja. En una hoja le dicen a su mamá que les diga el nombre de los dedos. En la otra mano anotan lo que hace cada dedo. ¿Entendieron?”.
- “Síiii” , responden -vacilando- unos pocos.
- “No se los vuelvo a repetir. Y si mañana no traen la tarea, ya saben lo que pasa”, sentencia la maestra.

En el tramo final ha tocado el timbre del recreo. Los niños se paran y salen volados al patio. Nos quedamos solas la maestra y yo, ella en su mesa, yo sentada en el último pupitre. Antes de que yo tenga tiempo de decir algo, ella se adelanta, me mira de frente y me dice:

- “No me salió bien hoy”. Sólo ella y yo sabemos cuánto le cuesta decir esto. “El otro día les leí otro cuento y les gustó, les interesó”.

Ella ha abierto el diálogo. Antes me abrió su aula, su intimidad de maestra. Ahora me ha abierto su corazón.

Consejos prácticos para anular el gusto por la Literatura

Claudius Ceccon, CECIP, Brasil

Anular el gusto por la literatura puede ser algo muy sencillo, sobre todo si se empieza desde la infancia. Los siguientes consejos prácticos, basados en la experiencia de varias generaciones de jóvenes y adultos que hemos pasado por las aulas, pueden serle muy útiles si usted es uno/a de tantos profesores empeñados en lograr que los alumnos desarrollen anticuerpos no sólo ante la literatura sino ante la lectura en general.

Envíe a leer como castigo (por no haber hecho la tarea, portarse mal en clase, etc).

Antes de empezar a leer algo, advierta a toda la clase que, al terminar la lectura, hará preguntas o tomará prueba.

Pida leer individualmente y en voz alta, mejor si en algún orden anticipable por los alumnos (el orden de la lista o de estatura o de los asientos).

Regañe a quienes, al leer en voz alta, leen en voz demasiado baja.

Pida resúmenes de todo lo que envía a leer.

Evalúe lo que escriben los alumnos fijándose sobre todo en la cantidad de escritura (número de oraciones, párrafos, páginas, etc.).

Al corregir, ponga atención en la redacción y la ortografía, antes que en el contenido y la intención de lo escrito.

Califique bien solo a los que opinan igual que usted (o según lo que usted considera que debían escribir).

Dicte clases aburridísimas de Literatura.

Seleccione como material de lectura algo que los alumnos no pueden entender (pues está por encima de su edad, sus conocimientos y su nivel de lectura) en aras del loable objetivo de ayudarles a aumentar su vocabulario y su cultura general.

Seleccione para leer algo que a usted le parece interesante, aunque a los estudiantes les parezca un plomo.

Pida leer todos los años los mismos libros.

Pida leer resúmenes de libros en vez de los libros completos escritos por los autores.

Pida leer los clásicos de la literatura mundial, evitando todo contacto con la literatura contemporánea y con los autores nacionales.

Evite que sus alumnos tengan arrebatos de escritura libre, en los que expresen sus propias ideas.

Pida un resumen de Platero y Yo, La Ilíada, La Celestina o Crimen y Castigo. Exíjalo como tarea para el próximo lunes.

Ponga como regla a sus estudiantes que deben leer al menos un libro por semana.

Desarrolle en sus estudiantes el hábito de llenar fichas de lectura para cada libro que leen (datos del libro, del autor, etc.).

Pida leer la biografía del autor (o, mejor aún, díctela) antes de leer el libro.

En el examen de Literatura pregunte datos tales como el lugar de publicación del libro, la fecha de nacimiento del autor, el número de páginas, y las veces que aparece repetida la palabra "asimismo".

Cuando más interesante está la lectura, interrumpa haciendo preguntas para verificar que los alumnos estén siguiendo el texto.

No bien se ha terminado con la lectura de un poema, empiece a preguntar a mansalva acerca del número de estrofas, el tipo de rima y el uso de las metáforas.

Ponga malas calificaciones en Literatura por no haber comprado o traído el libro a tiempo.

Siga convencido, en fin, de que lo importante es hacer que los estudiantes lean, no que desarrollen el gusto por la lectura.

* Publicado originalmente en la revista Familia del diario El Comercio de Quito, 23/04/95 (página de Educación que mantuve durante ocho años).
Publicado como cartel por la Secretaría de Educación Pública del Estado de Guanajuato, México, y distribuido a todas las escuelas del Estado (2003).

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Rosa María Torres del Castillo


El 8 de febrero es aniversario del nacimiento de Julio Verne, nacido en Nantes, Francia, en 1828.

El 8 de febrero es aniversario de la muerte de mi mamá, nacida en Quito, un siglo después de Verne.

La coincidencia en la fecha vuelve a juntarlos en mi vida y me ha sugerido escribir estas líneas. Entre Julio Verne y mi mamá se confabularon para hacer de mí la lectora curiosa y voraz que fui desde niña y que sigo siendo hoy.

Religiosamente, cada semana, mi mamá me compraba un libro de Verne, parte de una colección de Editorial Molino, de España. Eran libros de tapa dura y buen papel, con escasos dibujos, en blanco y negro, que entonces me parecían maravillosos, oasis indispensables para refrescarse entre tanta letra menuda. Frecuentemente terminaba el libro antes de concluir la semana; la espera por el siguiente era - recuerdo - una sensación agradable.

Leí, devoré, todos los libros de Verne. No teníamos televisión. Jugar, escuchar música, ir al cine, leer y escribir (en esa época, mi diario personal) eran mis principales pasatiempos, aparte de ir a la escuela, claro. También estudiaba música y ballet en el conservatorio. Preadolescentes y adolescentes todos nosotros - mi hermano Antonio, menor que yo, y mi primo Pancho, visitante frecuente - nuestros temas de conversación eran libros y canciones. Todavía nos maravilla y emociona a los tres recordar esos días.

Mi primer viaje fuera del país fue cuando tenía 14 años, un intercambio estudiantil a Estados Unidos durante las vacaciones de verano. Pero para entonces yo ya había dado la vuelta al mundo; había viajado a China, al centro de la tierra y hasta a la luna; había recorrido castillos, desiertos, espesas selvas, laberintos; había viajado a caballo, en elefante, en tren, globo, submarino y cohete; había conocido por dentro el cuerpo humano; había resuelto acertijos y enigmas extraordinarios. La laboriosidad de los dibujos incitaba a la imaginación, a imaginar épocas, personajes, caras, gestos, movimientos, vestimentas, artefactos, nunca vistos ni por ver.

Cuando, ya adulta, fui al cine a ver una película basada en una obra de Julio Verne, fue una desilusión. Lo que había experimentado, leyendo, cuando niña, era mucho más lindo y más vívido que lo que me ofrecía el cine con todos sus recursos. Esa constatación me fascinó. Era la constatación adulta del poder del libro, del poder de la escritura y de la lectura, del poder de la propia imaginación, incluso frente a los encantos del mundo audiovisual y las tecnologías.

Estoy segura que, en mi caso, Verne ocupa un lugar importante en esa compleja mezcla de circunstancias y eventos que marcan la infancia y contribuyen a hacer de las personas lo que son. Sus libros me introdujeron al mundo de la ciencia y la ficción, a la lectura y la escritura como reinos de la curiosidad, la fantasía, lo extraordinario. Verne me flechó con el amor por la aventura - ese que no se pasa con la edad - y por los viajes.

Fue mi mamá - no la escuela - quien me presentó a Julio Verne y me lo trajo a domicilio cada semana, durante meses, haciéndome saber y sentir que los libros son objetos cotidianos e imprescindibles en la infancia, tanto para los niños como para las niñas.

Quito, 8 de febrero de 2011

* Las ilustraciones han sido tomadas de: Julio Verne, el más desconocido de los hombres.

Este texto fue publicado en: Ciencia ficción en el Ecuador. Semana dedicada a Julio Verne 

Para saber más  
- Las predicciones de Julio Verne
- Julio Verne: Por los abismos de la imaginación I (video)
- Jules Verne: The Man Who Invented the Future, by Maria Popova
- Julio Verne, ¿un visionario?, Educarportal, Argentina


"No basta con enseñar a leer y escribir; hay que acercar la lectura y la escritura a la gente"


Entrevista con Rosa María Torres
por la Campaña Latinoamericana por el Derecho a la Educacion (CLADE)
(8 septiembre, 2007)

INEA, México


¿Qué significa estar alfabetizado, hoy?

Lo común sigue siendo a este respecto dividir al mundo entre “analfabetos” y “alfabetizados”, y dividir a su vez a los analfabetos  en dos grupos: los llamados “puros” o “absolutos” y los “funcionales” (personas con débil manejo de la lectura y la escritura, con baja y/o mala escolaridad). No obstante, ya hay abundante conocimiento indicándonos que estas clasificaciones simplifican realidades complejas, que no se trata de polos opuestos sino de un continuo, en el que existen diversos niveles de dominio del lenguaje escrito. Entre los que nos consideramos “alfabetizados” hay diferencias enormes, desde lectores incipientes y personas que apenas dibujan su firma, pueden copiar un texto pero no escribirlo propiamente,  hasta lectores y escritores sofisticados, con dominio de la lengua y manejo de varios idiomas.

Prefiero por mi parte hablar de niveles de alfabetismo antes que de niveles de analfabetismo. Es difícil imaginar hoy la existencia de un analfabeto “puro”: si, como muestra abundantemente la investigación disponible, los niños y niñas pre-alfabetizados saben muchas cosas acerca del lenguaje escrito mucho antes de llegar a la escuela, esto es tanto más cierto para una persona adulta, aún si se considera a sí misma analfabeta. Por otra parte, no existe estrictamente un “estar alfabetizado”; estamos continuamente perfeccionando nuestras habilidades para leer y escribir. Porque a leer se aprende leyendo y a escribir se aprende escribiendo.

Diríamos que una persona está “alfabetizada” cuando maneja con autonomía el lenguaje escrito, lee comprendiendo lo que lee y es capaz de transmitir con claridad sus propias ideas por escrito, de modo que otras personas puedan comprender lo que escribe. Esta persona no necesita más facilitadores o programas ad-hoc para seguir aprendiendo a leer y escribir; a partir de lo que sabe puede continuar leyendo y escribiendo sola, con propósito y con sentido, utilizando y perfeccionando sus habilidades para expresarse y comunicarse, lo que es la base misma del aprendizaje a lo largo de la vida.

La definición de “alfabetizado” dada por UNESCO a mitad del siglo pasado y que muchos siguen citando como si fuese actual – “estar en capacidad de leer y escribir un enunciado simple de la vida cotidiana” – requiere repensarse, porque cambió mucho lo que entendemos por “leer” y “escribir”, la noción de “enunciado simple” y  la propia vida cotidiana de la gente. ¿Cuáles son los requerimientos básicos de lectura y escritura, por ejemplo, para una persona joven o adulta que vive en área urbana, usa transporte público, camina por la calle e intenta cruzarla, necesita buscar y conseguir trabajo, manejar, llenar un formulario, entender un manual, leer un periódico, un cartel, un libro, los subtítulos en la televisión,  inscribirse en algún curso a distancia para continuar estudiando, participar en el mundo escolar de los hijos, en la vida del barrio, manejarse en un centro de salud, un banco, una plaza pública? ¿Qué se requiere hoy, en materia de lectura y escritura, para enfrentarse a una computadora y aprender a manejarla?

Una de las constataciones incluidas en el resumen ejecutivo de su estudio "Alfabetización y acceso a la cultura escrita por parte de jóvenes y adultos excluidos del sistema escolar en América Latina y el Caribe" es el uso político-electoral de la alfabetización de jóvenes y adultos por parte de autoridades locales /nacionales que impulsan estas acciones…

En efecto. Una cosa es la naturaleza política de la educación  – puesto que en este terreno se juegan importantes decisiones y cuestiones de poder – y otra cosa es el uso político de las intervenciones educativas por parte de quienes las impulsan. No es nuevo ni es coincidencia que muchos políticos se interesen en los analfabetos en tiempos electorales y como parte de su estrategia política.  Es que la "erradicación del analfabetismo", la declaración de "territorios libres de analfabetismo", etc., se prestan para las lógicas político-electorales. Son una inversión de bajo costo, a menudo de corta duración, a la que puede darse alta visibilidad social y política, en nombre de la equidad, el alivio de la pobreza, etc.

Este estudio, financiado por el CREFAL fue un estudio en terreno realizado en 2006-2009 en 9 países de la región: Argentina, Bolivia, Ecuador, Colombia, México, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. El 2006 fue año electoral en varios de estos países. El conteo de alfabetizados y la promoción de graduados y de cifras en los medios de comunicación, a cargo de alcaldes, gobernadores, ministros, primeras damas e incluso candidatos presidenciales, fue algo que observé repetirse en mis recorridos por varios de estos países. Es más: la propaganda electoral, especialmente en zonas rurales y urbano-marginales, apareció en la investigación como el tipo de material más extendido en la creación de “ambientes letrados”. Claro que, por lo general, dicha propaganda no está pensada para quienes no saben leer o apenas están aprendiendo. Lo que capta la atención es sobre todo la imagen y el uso de colores y símbolos.

¿Por qué la expresión “alfabetización y cultura escrita”?

Porque el objetivo no es solamente alfabetizar, sino asegurar las condiciones para que las personas lean y escriban efectivamente.  A esto llamamos “cultura escrita”. Hablamos por eso de adquisición, desarrollo y uso de la lectura y la escritura, y afirmamos que no basta con la adquisición. La consigna no es solo enseñar a leer y escribir sino acercar la lectura y la escritura a la gente, especialmente a las familias, comunidades y grupos sociales más pobres y que más las necesitan.

En otras palabras, acceder a la cultura escrita pasa por la alfabetización pero va mucho más allá de ésta. Con esto no queremos decir que acceder a la cultura escrita es acceder a un programa de postalfabetización, como suele llamársele, sino a los usos de la lectura y la escritura en situaciones reales de la vida cotidiana, en el hogar, en el trabajo, en el ocio, en los ámbitos educativos y de participación social, etc. 

Crear ambientes letrados implica poner a disposición pública todo tipo de materiales de lectura y escritura. No sólo en escuelas y bibliotecas sino en calles, plazas, mercados, paradas de buses, canchas deportivas, hospitales, cárceles, etc. No después de la alfabetización, como suele pensarse, sino antes de y junto con. Porque ese ambiente letrado facilita y motiva hacia el (aprender a) leer y el escribir, y le da sentido. Estuve en Bogotá, designada Capital Mundial del Libro 2007, y quedé maravillada con la amplia gama de instituciones, programas y experiencias que vienen desarrollándose para promover la lectura y la escritura entre toda la población. El paso siguiente es articular promoción de la lectura y alfabetización, las cuales siguen yendo cada cual por su lado. Dicha articulación ya está establecida en el Decreto 133 promulgado por la Alcaldía de Bogotá (abril 2006), un decreto de avanzada por medio del cual se adoptan los lineamientos de política pública de fomento a la lectura para el período 2006-2016, dentro de los cuales se incluye la alfabetización, como debe ser.

Qué bueno que el Plan Iberoamericano de Alfabetización y Educación Básica de Jóvenes y Adultos (2007-2015) no se detenga en la alfabetización sino que apunte a universalizar la educación básica entre jóvenes y adultos (lástima que la sigla adoptada sea PIA, cercenando la EB más amplia, tan importante de recordar y machacar). No obstante, aún dado este marco, la mentalidad tradicional  hace que muchos gobiernos, políticos, tecnócratas, y la “opinión pública” construida por los medios, sigan hablando de “reducir” o “erradicar el analfabetismo” como LA meta.

¿Cómo ve la situación del analfabetismo de jóvenes y adultos en América Latina y el Caribe?

Generalmente, en este campo los avances y logros vienen midiéndose en términos estadísticos: cuántas personas se inscribieron, a cuánto se redujo el índice de analfabetismo, a lo que se agregan más recientemente las estimaciones de “analfabetismo funcional” (personas con menos de 4 años de escolaridad, según  algunas definiciones). Hay poco interés en indagar acerca de las calidades, los desarrollos, usos e impactos de la alfabetización provista tanto por organismos gubernamentales como no-gubernamentales. Poco sabemos acerca de qué, cómo y cuánto están leyendo y escribiendo las personas alfabetizadas, si y cómo eso está contribuyendo a ampliar sus horizontes y mejorar sus vidas.

En todo caso, tanto en los números como en las calidades, ha habido poco avance – y más bien estancamiento y hasta involución en algunos aspectos - en este campo en los últimos años. En esto convergen varios factores: 

(a) La extendida pobreza: El analfabetismo no se resuelve solo desde las políticas educativas y los programas de alfabetización, sino desde la política económica y la política social en su conjunto. Mientras continúe reproduciéndose la pobreza, continuará reproduciéndose el analfabetismo, tanto el derivado de la falta de acceso a la escuela como el derivado del acceso a la mala escuela.

(b) La visión en torno a los sujetos de la alfabetización: Jóvenes y adultos siguen discriminados en términos educativos, a pesar de la retórica en torno a la “equidad”, el “respeto a la diversidad”, la “educación para todos”, el “aprendizaje a lo largo de toda la vida”, etc.  La edad y la pobreza son factores de fuerte discriminación social y de prejuicios: pobreza se asocia con déficit no sólo material sino intelectual y cultural, se asume que las personas adultas son lentas y torpes para aprender, etc.

(c) La visión de la educación y del derecho a la educación: Ambas, la educación y el derecho a la educación, se asocian a infancia y a escuela,  y es ahí donde se ubican las prioridades. Se habla de alfabetización y educación, como si la alfabetización no fuese parte de la educación (esta separación sigue presente en muchas constituciones y leyes, en los organigramas de los ministerios de educación, en la producción académica, en la programación, metas e informes de las agencias internacionales, etc.).

(d) La visión de la alfabetización: Sigue instalada una concepción restringida de la alfabetización, la lectura y la escritura. Sigue asociándose alfabetización con jóvenes-adultos y con educación no-formal, sin reconocerse que éste es un proceso y un aprendizaje que no tiene edad, y que se realiza dentro y fuera del sistema escolar. Sigue confundiéndose alfabetización con castellanización, como en tiempos de la Colonia; son pocos los programas que enseñan y promueven la lectura y la escritura en  lenguas indígenas. Sigue pensándose la promoción de la lectura básicamente como promoción del libro y como refuerzo escolar.

Siguen predominando, en fin, viejos parámetros, sólo que ahora en muchos casos combinados con el uso de modernas tecnologías, lo cual produce algunas mezclas insólitas, indescriptibles. En el estudio que acabo de concluir resalta el subaprovechamiento o mal uso de las tecnologías, las modernas y las tradicionales, para promover la lectura y la escritura entre niños, jóvenes y adultos, y sobre todo entre estos últimos. 

En el plano estadístico, es difícil afirmar hoy cuál es la situación real de la región y de cada país, pues hay muchas distorsiones encadenadas, desde la continuada falta de instrumentos idóneos para determinar el analfabetismo – que sigue basándose por lo general en la autopercepción y autodeclaración de las personas – hasta problemas de recolección y procesamiento de la información y “conteos” al ojo, surgidos sobre todo de la necesidad de mostrar resultados rápidos y exitosos. En la mayoría de centros de alfabetización que he visitado, en los diversos países, están juntos los llamados analfabetos “puros” y los “funcionales”, y no es raro que estos últimos sean mayoría dentro de la clase. Estas últimas son personas con alguna experiencia escolar y algún manejo de la lengua escrita. No obstante, todos son contados estadísticamente como analfabetos al inicio y como alfabetizados al final. ¿Quién se ocupa de constatar si los dados por alfabetizados son en verdad tales?. En la carrera por los números, se pierden de vista la calidad, la relevancia y la sostenibilidad de los aprendizajes.

Hay quienes ven como un buen signo el actual “boom” mundial y regional de la alfabetización de jóvenes y adultos. En los últimos años han proliferado, en efecto, planes e iniciativas internacionales en este campo, empezando con la Década de las Naciones Unidas para la Alfabetización (2003-2012). Hay programas mundiales, regionales, hemisféricos e iberoamericanos entrecruzándose hoy en día en nuestra región. UNESCO coordina la Década, la Educación para Todos (1990-2015) - una de cuyas metas es reducir el analfabetismo a la mitad para 2015 – y el programa mundial LIFE (apoyado por la Casa Blanca) que ha seleccionado 35 países, 2 de ellos (Brasil y Haití) en esta región. España, a través de la OEI, viene organizando el Plan Iberoamericano de Alfabetización y Educación Básica de Jóvenes y Adultos, el cual propone eliminar el analfabetismo adulto para el  2015. Cuba, a través del IPLAC, viene implementando desde 2003 el programa “Yo Sí Puedo” en varios países, incluidos también Brasil y Haití. Cada iniciativa tiene marcos, objetivos, metas, plazos, alcances, investigaciones, informes y modalidades diferentes de acción. Lamentablemente, lo que predomina es la descoordinación, el paralelismo y hasta la competencia entre las diversas iniciativas, caldo de cultivo para los protagonismos, la duplicación de esfuerzos, el desperdicio de recursos, y la siempre vigente y temida “guerra de los métodos”.

Usted dice que hay retrocesos en algunos ámbitos. ¿Cuáles son esos retrocesos?

Hay involuciones en el ámbito pedagógico y en el político-ideológico.

Así como en el campo de la alfabetización infantil vemos un embate contra el constructivismo - al que se le echa la culpa (especialmente en Brasil, también en otros países) del reiterado fracaso alfabetizador de la escuela - y una defensa a ultranza del “método fónico”, en el campo de la alfabetización de adultos estamos presenciando el retorno a métodos silábicos, fonéticos y hasta alfabéticos, que creíamos superados. El método cubano Yo Sí Puedo introduce como novedad el asociar cada letra del alfabeto a un número, lo que – en las observaciones de clase que he realizado en los 9 países mencionados, en todos los cuales está presente – confunde y complica, más que facilita, el aprendizaje y la apropiación de la lengua escrita. Si bien es cierto que por lo general las personas analfabetas conocen los números y hacen operaciones aritméticas mentalmente, también sabemos que letras y números tienen lógicas distintas así como sistemas diferentes de escritura (alfabético y numérico, respectivamente), por lo que sus procesos de enseñanza-aprendizaje varían considerablemente y se recomienda más bien diferenciarlos en el proceso de alfabetización.

Asimismo, el sentido político y transformador de la alfabetización, la concientización tan apasionadamente defendidos por Paulo Freire, se han abandonado o descolorido en la mayoría de programas, y quedan como una impronta en los más apegados a la lucha social y a la educación popular. El “diálogo”, que llegó a ser sello distintivo en los programas de alfabetización de adultos, se ha perdido, minimizado o mecanizado como un “paso” más del método. El pragmatismo de los tiempos lleva a hacer todo de prisa, con el menor costo, en tiempos récord y sin cuestionar demasiado al sistema que continúa produciendo y reproduciendo la pobreza y el analfabetismo. 

¿Qué piensa de la evaluación de los programas de alfabetización en la región?

Conozco pocos programas de alfabetización de jóvenes y adultos que hayan sido evaluados a fondo e integralmente, como se debe hacer. Uno de ellos, la Campaña Nacional de Alfabetización “Monseñor Leonidas Proaño” en el Ecuador (1988-1990), de la que fui Directora Pedagógica. Hicimos una evaluación interna y una externa, esta última coordinada por un equipo contratado por UNESCO. La interna incluyó evaluación de los aprendizajes, de las estrategias, instrumentos y materiales utilizados, no sólo desde el punto de vista de los alfabetizandos sino también de los alfabetizadores, de las autoridades locales, de las familias. Trabajé un año entero en la elaboración del informe final de la campaña, integrando los resultados de ambas evaluaciones. Cuando se publicó, nadie lo esperaba y pocos lo leyeron seguramente, aunque lo distribuimos de manera amplia y gratuita. Y es que no hay cultura de evaluación. Lo que la gente y los medios piden es simplemente un dato: a cuánto se redujo el índice de analfabetismo en el país. Lo demás – cuántos aprendieron realmente, qué aprendieron, cómo valoran eso que aprendieron, qué les pareció más interesante, más útil, más fácil, más difícil - no interesa.

La ausencia de evaluación persiste, sobre todo de orden cualitativo, así como parámetros consistentes para definir qué es una buena política y una buena práctica de alfabetización, hoy. Cada programa asegura haber alfabetizado a tantas personas (cada cual decide qué entiende por “alfabetizado”, cómo y en cuánto tiempo lo hace), por lo general entendiendo como tal un nivel muy elemental de alfabetización. En ocasiones, la breve carta que sirve como prueba de haber aprendido a escribir, es redactada por el propio alfabetizador y copiada por los alumnos de la pizarra. Lo sé porque lo he visto en muchos lados y desde hace muchos años. Lo menciono porque copiar no es escribir, es copiar. Conozco asimismo pruebas de evaluación aplicadas a niños y a adultos, que no miden realmente capacidad de lectura y escritura sino más bien información previa y capacidad para seguir instrucciones orales y por escrito.

Desde 2003, el Instituto de Estadísticas de la UNESCO (UIS) viene desarrollando el LAMP (Literacy Assessment and Monitoring Programme) que establece cinco niveles de alfabetismo y que desde 2006 se está piloteando en seis países (entre ellos, El Salvador, el único país en esta región), con resultados previstos para fines de 2008. Entretanto, se abren paso otras iniciativas de definición de indicadores, entre otras en el seno del PIA.

Personalmente, me inquieta la posibilidad de que pasemos de la ausencia de evaluación en este campo, a la sobredosis de empeños evaluadores y de construcción de indicadores que viene impregnando a la educación en general. El campo educativo es muy proclive a estos movimientos pendulares. La educación básica de jóvenes y adultos, y dentro de ella la alfabetización específicamente, deben pensarse desde otros parámetros, inseparables de las condiciones  de vida de la gente, de sus aspiraciones y luchas. Estas no pueden verse aquí como meros “factores asociados” al aprendizaje, como mero “contexto”. Si reconocemos, por ejemplo, que aprender a leer y escribir es un derecho ciudadano, una herramienta de conciencia y transformación social, un aprender a leer no sólo lo escrito sino a “leer el mundo” y la propia realidad críticamente, como decía Paulo Freire, ¿cuáles deberían ser los parámetros para definir el “perfil” deseable o el buen “desempeño” del alfabetizador y el buen “rendimiento” del alfabetizando?

¿Cómo pensar políticas de alfabetización considerando la gran diversidad social y cultural en los diversos países y dentro de cada país?

Justamente: la buena política educativa es aquella que asume e incluye expresamente la diversidad como principio central y condición de eficacia de la política, tanto en el diseño como en la ejecución. No hay nada que obligue a una política a ser homogénea, igual para todos, nacional, regional, mucho menos globalizada. Esa es la mala política, la que norma pero no funciona y a la que estamos acostumbrados, principalmente a través de la acción de los organismos internacionales. La buena política es contextualizada, es participativa, y se hace cargo de sus condiciones de implementación, alentando la diversificación, que es lo que exige la especificidad de cada contexto y momento.  De hecho, un recorrido por los 19 informes nacionales presentados en 2006 por los países de América Latina en el marco del PIA y por los 20 informes nacionales preparados en 2006-2007 el marco de un estudio regional CREFAL-CEAAL sobre educación de adultos, muestra la gran diversidad de realidades, historias, concepciones, terminologías, marcos legales, esquemas organizativos y financieros, culturas políticas, lingüísticas, institucionales, etc., que existen hoy en materia de alfabetización de jóvenes y adultos en esta región.

Esa buena política no se puede hacer sólo desde el conocimiento experto; éste requiere contrastarse y complementarse con otros saberes especializados, con el sentido común, con el conocimiento práctico, con la opinión y la participación social, con el involucramiento de los actores en cada caso. El diseño de las políticas no compete únicamente a las cúpulas y a los técnicos sino, cada vez más, a los grupos interesados, a los otrora llamados “beneficiarios”. Es parte de la responsabilidad de quienes dirigen facilitar las condiciones para que la población participe y contribuya desde criterios informados y cabalmente deliberados en el seno de sus respectivas organizaciones.

Al respecto, en el Grupo Latinoamericano de Especialistas en Alfabetización y Cultura Escrita (GLEACE) analizamos y discutimos el estudio realizado en 2004-2005 por la Campaña Mundial por la Educación y Action Aid (en inglés “Writing the Wrongs: International Benchmarks on Adult Literacy”, traducido al español como “Corregir los errores: Puntos de referencia internacionales sobre la alfabetización de adultos”). El estudio concluye con 12 recomendaciones o estándares de calidad (“benchmarks”) para políticas y programas de alfabetización de adultos a nivel mundial. Muchas de las conclusiones y recomendaciones de este estudio no reflejan ni se ajustan a las realidades de América Latina y a la diversidad de países y situaciones. Algunas recomendaciones son discutibles en general como indicadores de buena práctica en este campo. Un ejemplo: una clase de 30 alumnos (Recomendación 7: “al menos un(a) facilitador(a) por cada 30 alumnos”) es muy difícil de manejar y va en sentido contrario de los esfuerzos de retención y de la necesidad de atención más personalizada, particularmente dada la usual heterogeneidad de los grupos de alfabetización y las condiciones de gran precariedad que caracterizan a estos programas. Por lo demás, nuestros recorridos por América Latina nos muestran pobrezas, distancias, soledades, dispersiones, dificultades y costos de movilización, conflictos de horario, locales inadecuados, etc., que hacen en muchos casos difícil respetar los mínimos establecidos en cada programa – 20, 15, e incluso 10 y hasta 5 personas – para organizar un centro de alfabetización, lo que lleva a menudo a completar el número con personas para quienes no está pensado el programa o simplemente a falsear las estadísticas para poder habilitar el centro y recibir el equipamiento y el subsidio correspondientes.

¿Cuál es, a su juicio, el principal desafío de la alfabetización de jóvenes y adultos?

Al mencionar los problemas, quedan de hecho mencionados los desafíos. No obstante, si hay que escoger uno, no dudo en decir que el principal desafío radica hoy en la formación, en la formación de cuadros – entendiendo por esto personas con conocimientos, con criterio, con capacidad analítica y crítica, con sensibilidad y compromiso social, capaces de moverse entre lo micro y lo macro, de definir  políticas y organizar acciones en el terreno – a todos los niveles. Me refiero a formación, que es más amplia e integral que la capacitación.

El campo de alfabetización ha sido siempre flojo en términos de formación y capacitación, tanto de los educadores del sistema escolar como de los que actúan fuera de éste. En la alfabetización de adultos, éste ha sido tradicionalmente uno de los grandes talones de Aquiles. Además, cuando se habla de formar y capacitar, se piensa en los alfabetizadores, en los facilitadores. No obstante, se requiere un esfuerzo de renovación de cuadros a todos los niveles, con una visión actual y ampliada de la alfabetización y de la cultura escrita, en todos los ámbitos: la investigación, el diseño políticas y programas, la elaboración de materiales, la enseñanza, la asesoría, la supervisión, la evaluación, etc.

Esta es precisamente una línea de trabajo que hemos promovido desde el CREFAL y desde el Instituto Fronesis. En mayo de 2007 realizamos un primer Diplomado Latinoamericano en Alfabetización y Cultura Escrita, en la sede del CREFAL, en Pátzcuaro, México. Lo ideal sería continuar promoviendo esta línea de formación en los propios países y en alianza con otros organismos, recurriendoa especialistas nacionales y de la región, y contextualizando el curso de acuerdo a las realidades y necesidades específicas de los países.
 

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