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Escuelas para madres de tiempo completo



Sabemos que el sistema escolar está desactualizado en muchos aspectos. Nos referirnos aquí a uno solo: la escue­la sigue contando con madres amas de casa, dedicadas a tiempo completo a sus hijos y habilitadas - a menudo desde el simple amor de madres - para servir de auxiliares de la escuela.

El mundo cambió mucho en las últimas décadas,  y muy especialmente para las mujeres. Pobres y acomodadas, de todas las edades, con poca o con mucha educación formal, millones de mujeres salimos a trabajar fuera del hogar. La mayoría sin abandonar por ello el trabajo doméstico, el invisibile, el más pesado de todos, el poco valorado y no remunerado. Muchas mujeres se graduaron de «jefas de familia», madres solteras, abandonadas, divorciadas, o emparejadas pero forzadas a mantener a consortes desempleados. Mujeres con doble y triple jornada de trabajo que llegan cansadas al hogar, les falta tiempo libre y les sobra problemas y responsabilidades. Agréguele al cuadro datos alarmantes de pobreza, violencia doméstica y bajos niveles educativos, que afectan a millones de mujeres en todo el mundo.

Y, sin embargo, el sistema escolar sigue anclado en la familia ideal y la madre clasemediera, educada y disponible, que sigue alimentando el ideario escolar, los programas de estudio, los deberes en casa, los materiales de enseñanza, las pruebas, las reuniones de padres de familia. Varias veces, siendo madre de hijos escolares, reclamé por formula­rios que  seguían registrando el rubro «dirección del trabajo» únicamente para los padres, y reservando para las madres el de «dirección del domicilio».

¿Cuántas veces le han convocado a usted, señora madre de familia, a reuniones escolares o entrevistas con profesores, a media ma­ñana o a media tarde?. ¿Cuántas veces le ha tocado llegar al fin del día y encontrarse con el pedido urgente de conseguir, para el día siguiente, ese artefacto inaccesi­ble que su hijo o hija nece­sita para la clase de mañana, o los dos me­tros de tela verde a cuadritos que deberá llevar para la clase de actividades prácticas?.

El director o directora asume que usted es desocupada y está dispuesta a cualquier hora. La maestra cuen­ta con que usted tiene tiempo para dedicarse a reco­rrer almacenes, librerías, papelerías, bibliotecas, fábricas, aserraderos, mecá­nicas, en búsqueda de los mil y un objetos que se le ocurren al sistema escolar.

La cultura de los deberes cuenta por lo general con madres de tiempo com­pleto. Apuesto a que le resulta familiar la queja de «mami, no entiendo la tarea». ¿Cuántas veces le ha tocado llegar a su casa y encontrarse con que la estaban esperan­do para explicar esas palabras que no se entienden, ayudar a dibujar ese mapa que no se puede copiar de ningún lado, ir a buscar los apuntes a la casa del amiguito o tratar de suplir esa computadora o impresora que no existe en casa?.

La situación se agrava cuando la mujer asume sola el papel escolar, ya porque no hay padre a mano, ya porque el que hay se desentiende de estos menesteres. «La vida escolar de los hijos» ha sido vista tradicionalmente como tarea femenina, reino y responsabilidad de las madres. Y así continúa siendo, en gran medida. Sólo por curiosidad, cuente, en la pró­xima reunión de padres de familia, cuántas mujeres y cuántos hombres hay...

La escuela condena y penaliza a las madres que no son de tiempo completo. La que no lo es, vive apesadumbrada y culpabili­zada. Cuando llegan las calificaciones, se pregunta cuánto mejores podrían haber sido si estuviese disponible y equipada para apo­yar a los hijos en las tareas, estudiar con ellos los exámenes, explicar lo que no se comprendió en clase.

Cierto que a la familia le toca acompañar, apoyar, esti­mular y complementar la labor de la escuela, con los recursos - afectivos, materiales, de conocimiento, de tiempo - que cada familia tiene. Cierto también que no sólo las madres sino también los padres deben asumir esta responsabilidad. Pero no menos cierta la cirugía mayor que debe hacer puertas adentro el sistema escolar, descartando de una vez por todas a la madre de tiempo completo y al servicio de la escuela.

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Mi mamá me mima, mi papá fuma pipa (Sexismo en los textos escolares)


Rosa María Torres





MI MAMA ME MIMA, MI PAPA FUMA PIPA: oraciones triviales de textos escolares triviales con los que millones de niños y niñas de ha­bla hispana en nuestro país y en el mundo entero aprenden no sólo a leer y escribir sino a ver como natural una realidad igualmente trivial: el sexismo, vale decir, la discrimina­ción de la mujer   ­frente al hombre. El sistema educativo y, en particular, los tex­tos escolares, suelen ser portadores privilegiados de este virus.

Eche usted una mirada a cualquier texto escolar y encontrará muy probablemente que...

Tomasa amasa la masa mientras Tomás se sienta a la mesa
Lupe pela la papa mientras Lupo patea la pelota
Lola lava la loza mientras Lolo lee La Ilíada
Eva ve la uva mientras Ivo ve a Eva
La nena menea la melena mientras El nene menea a la nena
Tania tiene tenia mientras Toni tiene tino
Brenda borda la bata mientras Boris bate la batería
Malú se pone mala mientras Milo no se amilana
Camila come coles mientras Camilo come lomo
Roberta barre las ramas mientras Roberto borra las rimas
Soledad sala la salsa mientras Saúl se asolea
Quica se queda quieta mientras Quico es un pequeñín inquieto 
Nela mira la telenovela mientras Jairo lee el diario
Teresa es chismosa mientras Tirso es chistoso
Silvia es suave mientras Silvio es solvente
La niña baña a su muñeca mientras El niño se baña solo 
La muchacha enchufa la plancha mientras El muchacho choca el coche
Olga cuelga las algas mientras Holger cabalga con holgura
Doña Juana tiene un juanete mientras Don Juan tiene una damajuana
Juliana juega a la Pájara Pinta mientras Julián juega al ajedrez
Angela es una gemela ingenua mientras Angel es un genio sui generis
Rosa repasa la ropa en el ropero mientras Ramiro reposa en la ribera
Vera es una buena enfermera mientras Pedro es un buen ingeniero
Alina trabaja contenta en la cocina mientras Alsino trabaja contento en la oficina

¿Pura coincidencia?. No. Parecen trabalenguas inofensivos, pero no lo son. Parecen simplones juegos de sílabas y letras, pero son mucho más que eso. Son primitivos reductos escolares en los que anida el sexismo, disfrazando de natural y risible lo que no lo es, haciéndonos creer desde pequeños que las niñas son para la cocina y los niños para las cosas grandes. Haga usted el ejer­cicio de inter­cambiar hombres y mujeres en cada oración, y vea qué resulta. Sin duda, más de una situación le parecerá ridícula y hasta absurda...

Y, sin embargo, una sociedad más igualitaria sería definitivamen­te aquella en que, al menos de vez en cuando, fuese Lupo quien pela la papa y Lupe quien patea la pelota.
 

Lalo y Lola no valen lo mismo en el aparato escolar



Para Lolita

El machismo - ese que hace de las suyas todos los días en la casa, en el trabajo, en la calle, en la política, en los medios de comunicación - tiene en el sistema escolar uno de sus nidos preferidos. No se trata únicamente de los estereotipos en los textos escolares. Se trata de la percepción, las expectativas y el trato diferenciados que se aplican a alumnOs y alumnAs en la rutina escolar.

De Lalo se espera que sea inquieto, inquisitivo, independiente, rebelde. De Lola se espera que sea una «princesa» dócil, obediente, pasiva, dependiente de la ayuda, la autoridad y el criterio de otros.

De Lalo se esperan comportamientos inmaduros. De Lola se espera que se comporte como una «mamita» en potencia, dispuesta a servir, sacrificarse y renunciar.

De Lalo se espera que se desentienda de la limpieza y el orden en el ámbito escolar. A Lola se le pide que empiece a ejercitarse desde temprana edad como «amita de casa», asumiendo tareas de limpieza y ornamentación.

De Lalo se espera que sea travieso, que corra y salte, que se ensucie, que defienda sus puntos de vista. De Lola se espera que se comporte como una «damita». Recato, ausencia de curiosidad y de espíritu de aventura, esmero en la apariencia personal, prolijidad con los cuadernos y las tareas escolares, predisposición a ocupar los segundos lugares, vocación de sumisión.

De Lalo se espera que sea inteligente. De Lola se espera que sea aplicada.

De Lalo se espera que sea bueno para las Matemáticas y las Ciencias. De Lola se espera que sea buena para las Manualidades, y, más adelante, para Literatura o Sociales.

Si Lalo hace mal un trabajo, el problema será de conducta, falta de atención y, por último, de esfuerzo. Si Lola hace mal un trabajo, lo que entra en duda no es su esfuerzo sino su capacidad intelectual.

Lalo es nombrado Presidente; Lola es nombrada Secretaria o Tesorera. A Lalo se le encarga dar el discurso, presidir la comisión; a Lola se le encarga repartir los cuadernos, recoger las cuotas, preparar los sánduches para la kermesse. Lalo es el capitán del equipo de fútbol; Lola es la madrina. Lalo participa en el concurso intercolegial de Física; Lola concursa para reina de belleza del plantel.

Poco a poco Lola termina aceptando como natural que Lalo y ella sean tratados de manera diferente. Cualquier comportamiento afirmativo o disruptivo - discrepar, interrumpir, argumentar - es visto como rasgo de masculinidad.

Lola entiende que ser mujer implica ocupar posiciones subordinadas. El propio campo educativo le muestra que esto es así: hay más hombres que mujeres en cargos de dirección (rectores, supervisores, inspectores); hay más mujeres que hombres en tareas intermedias y de servicio (secretaría, limpieza, cocina); hay menos mujeres y más hombres profesores a medida que se avanza en la escalera escolar, se especializan las materias e incrementan los sueldos y el prestigio profesional.

Así es como el aparato escolar - a menudo en sintonía y complicidad con la familia - contribuye a reforzar, desde temprana edad, la mentalidad y la actitud machista de Lalo, socializado en una supuesta superioridad respecto de las mujeres, en el estereotipo del niño que domina y manda, que ejerce la fuerza, que no expresa sus sentimientos.

Así es como, cotidiana y sistemáticamente, el aparato escolar va domesticando a Lola. La niña potencialmente triunfadora que entró al primer grado, y que aprendió a leer más rápidamente que sus compañeros varones, va siendo derrotada en el camino, minada en su autoconfianza y autoestima. Los puntos fuertes con los que inició su vida escolar van convirtiéndose en desventajas antes que en ventajas. Ser «buena estudiante» - dedicada, esmerada, prolija - pasa a ser objeto de burla antes que de admiración. De Lalo se espera que siga estudiando; de Lola se espera que busque marido y forme una familia, y consiga un empleo mientras tanto. Ella misma llegará a afirmar, convencida, que el estudio no es lo suyo o escogerá carreras consideradas «femeninas», segura de que «la ciencia» (así se llama a las ciencias duras) y la tecnología no son para ella.

La igualdad de oportunidades de acceso a la escuela por parte de niños y niñas sigue no siendo tal en muchos países del mundo y, en todo caso, no resuelve la desigualdad que persiste en el trato, las condiciones de enseñanza y de aprendizaje, y las expectativas de futuro respecto de unos y otras.

Afortunadamente, cada vez son más las Lolas que se sacuden los estereotipos y que logran avanzar desafiando al sistema escolar, a su familia y a sí mismas. Hacen falta más políticas, medidas y voluntad política y social para impulsarlas y acompañarlas.

* Publicado originalmente en la revista Familia del diario El Comercio de Quito, 6 marzo 1994.

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Anecdotario: Acerca del machismo, la dirigencia y el poder



Quito, Mayo 2003.- Paro de la Unión Nacional de Educadores (UNE) y pleno proceso de negociación con el Presidente de la República, Lucio Gutiérrez, y dentro de la Comisión de Negociación (Ministros/as de Gobierno, Economía, Trabajo, Educación, y dirigencia de la UNE). El Ministro de las Platas, Mauricio Pozo, insistía en que no había dinero para incrementar ni el presupuesto de la educación ni los salarios de los maestros. Las protestas y manifestaciones de la UNE hasta ese momento habían ido dirigidas a quienes correspondía: el Ministerio de Economía y el Palacio de Gobierno. Yo, como ministra, y todos nosotros, como Pachakutik, respaldábamos el reclamo salarial de los maestros.

No obstante, a la mañana de ese día, un contingente de maestros/as movilizado por la UNE Provincial de Pichincha llegó al Ministerio de Educación y Culturas (MEC). El Presidente de la UNE de Pichincha, Alex Castro, lideraba la marcha y el coro de consignas. El estribillo preferido, que resonó esa noche a través de los canales nacionales de televisión, fue:

“Ministra, cochina,
ándate a la cocina”.

En la puerta del ministerio, los manifestantes entregaron a los guardias de seguridad una canasta con verduras en mal estado, dentro de la cual venía un papel con dedicatoria y el estribillo en cuestión.

A la noche, nueva reunión de la Comisión en el Palacio de Gobierno. Antes de comenzar la reunión, pedí la palabra. Les dije a los dirigentes de la UNE presentes - Ernesto Castillo, Alex Castro y Jorge Escala - que no estaba dispuesta a aceptar el doble juego de insultos televisados por la mañana y diálogos de negociación por la noche, que exigía de la UNE el mismo respeto que yo tengo por los maestros, además de un llamado de atención y una disculpa por el comportamiento del dirigente de la UNE Provincial. El Presidente Nacional de la UNE calló. El dirigente de la UNE Provincial enrojeció hasta las orejas. El Presidente de la República, cándidamente, preguntó:

- “¿Qué es lo que le dijo, Ministra”?

Le recité varias consignas que se habían gritado frente al Ministerio esa mañana, incluida la de “Ministra, cochina, ándate a la cocina”.

- “Es que usted ha de cocinar muy bien pues, ministra”, acertó a comentar, jocosamente, Gutiérrez.

Siguieron sonoras carcajadas de los presentes, todos hombres, todos ecuatorianos, todos en posiciones de liderazgo. No viene a colación relatar lo que dije y sucedió a continuación. En todo caso, la anécdota relatada es más que eso: es una estampa del machismo profundo - bravucón, desvergonzado, impune, cotidiano - que pervive en el Ecuador, desde el palacio de gobierno hasta el hogar más humilde, desde la dirigencia magisterial hasta el aula escolar, y del cual puede llegar a hacer gala el propio Presidente de la República. ¿Qué clase de país y qué clase de educación podemos construir con esta clase de líderes, anti-ejemplo de los valores y actitudes que deben cimentar una educación y una sociedad democráticas?

No basta con contar cuántas mujeres hay entre los expositores del panel, en puestos de dirección, en cargos de gobierno. El índice de equidad de género va mucho más allá de los conteos y el llenado de 'cuotas' femeninas; compromete a la calidad de las relaciones entre ambos géneros, a los modos como se vive y ejerce el poder y la autoridad por parte de unos y otras, y entre ellos.

Es preciso seguir hablando, denunciando y penalizando socialmente el machismo - el burdo y explícito, el de todos los días, el que no tiene vergüenza, se disfraza de sentido común o de chiste de mal gusto - y también el solapado, el que anida entre líneas, en imágenes, giros, interrupciones aparentemente inocuas, asimetrías de todo tipo.

Es preciso seguir luchando para construir un genuino sentido de igualdad entre los géneros, una sociedad donde las mujeres seamos valoradas, bien tratadas y respetadas no por ser mujeres sino por lo que somos, sabemos y somos capaces de hacer, por ser personas, seres humanos, ciudadanas, madres o profesionales con méritos propios.

No es ésta tarea solo para mujeres. Es fundamental la complicidad activa y militante de los hombres. Necesitamos hombres y mujeres que se indignen - no que se rían - frente a las estampas cotidianas del machismo naturalizado como 'cultura', que violenta no solo la dignidad humana sino el sentido común.

En este caso, no era yo - la ministra - la denigrada, sino las millones de mujeres (y de hombres) que, desde tiempos inmemoriales, han hecho de la cocina un oficio y un arte, una estrategia de supervivencia y un regalo de amor a los suyos. Yo, que no sé cocinar, escribo esto no en defensa propia sino en defensa de todas las mujeres y hombres humildes cuyo oficio y cuyo arte no tolera degradaciones.

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