En educación no manda Don Dinero: más dinero no asegura mejor educación




"El éxito de un sistema educativo ya no es el resultado de cuánto dinero se gasta sino de en qué se gasta". Andreas Schleicher, coordinador de la prueba internacional PISA (OCDE), en entrevista con la BBC, "7 mitos derribados de los mejores sistemas educativos", 2015.


Escribí una versión original de este artículo en 1994, como parte de la serie que publicaba cada domingo en la revista Familia del diario El Comercio de Quito. Ya entonces sabíamos del mito "más inversión en educación = mejor educación". Tres décadas después el mito continúa vivo en la propaganda de los políticos, en el reclamo de las organizaciones docentes, en la abogacía de instituciones nacionales e internacionales, en la desinformación de la opinión pública. Todo ello a pesar de la investigación y la evaluación que confirma la invalidez del mito. No basta con más dinero para la educación; es indispensable gastarlo mejor, con las prioridaes correctas en cada caso, dejando atrás viejas inercias y creencias.


Todo indica que en educación no manda Don Dinero. Aprendizaje, calidad educativa, profesionalismo docente, sociedad del conocimiento, no se dejan comprar con dinero. Hacen falta otras cosas. Se puede gastar el dinero de otro modo, en cambios profundos antes que en remiendos, con otra racionalidad, de forma más eficiente y responsable, con austeridad, estableciendo prioridades, experimentando antes de generalizar, evitando la improvisación, usando resultados de investigación para planificar y tomar decisiones, dejando de lado intereses políticos y financieros, evitando el despilfarro, erradicando la corrupción. E invirtiendo no solo en "educación" - sectorialmente, escolarmente - sino en todas las políticas que inciden en las condiciones de enseñanza y de aprendizaje dentro y fuera de las aulas, políticas tradicionalmente consideradas "extraescolares" como eliminación de la pobreza, salud, alimentación, nutrición infantil, primera infancia, vivienda, trabajo, bienestar familiar, educación de personas adultas, seguridad, participación social, información oportuna y confiable, cultura ciudadana.

Cuando se compara a los países según el presupuesto que cada uno asigna a la educación, mayor inversión no necesariamente coincide con mayor nivel de escolaridad, mejor nivel educativo de la población, mejor calidad de la enseñanza o mejor calidad de los aprendizajes. Apenas un 20% de los resultados de las pruebas internacionales PISA se explica por el monto de la inversión en educación, según la OCDE. Y, sin embargo:

▸ Sindicatos docentes, ONGs, organismos internacionales y toda la sociedad claman por "incrementar el presupuesto educativo" y fijan porcentajes deseables, porcentajes que se incorporan a leyes y normativas nacionales e internacionales y que se incumplen (América Latina es un caso claro: la mayoría de países no llega al 6% del PIB recomendado por la UNESCO, pese a la reiteración de dicha recomendación a lo largo de los años). La lucha y la abogacía por el derecho a la educación terminan convertidas en acciones de vigilancia en torno a un monto, una cifra, un porcentaje.

▸ La "inversión en educación" continúa siendo indicador estrella en las estadísticas e informes sobre la educación, e incluso en la definición de la importancia que un determinado país atribuye a ésta. Del que más invierte se asume que es no solo el más interesado sino el que más avanza. Y los gobiernos basan en esos datos sus promesas y campañas electorales, sus rendiciones de cuentas, su reputación en el "frente social", sus simpatías entre la población.

▸ Cuánto dinero se destina a educación es un indicador opaco y engañoso pues no dice - y nadie pregunta - de dónde sale ese dinero, cuánto contribuyen las familias al financiamiento de la educación de sus hijos (en muchos países un monto muy alto, invisibilizado e incluso ni siquiera contabilizado), en qué condiciones se gestionan los préstamos, cómo se definen las prioridades, cuánto se gasta en burocracia y tecnocracia, en consultorías y estudios que muchas veces no sirven o no se usan, cómo se distribuyen los salarios, cuánto se despilfarra, cuánto queda en el camino y jamás llega a su destino, cuánto se come la corrupción, cuánto pudo ahorrarse con solo planificar y gestionar mejor los dineros públicos ... El derecho a la transparencia en el manejo del dinero (y la consiguiente y clara explicación a la ciudadanía acerca de criterios, usos y resultados) sigue siendo un derecho ciudadano no realizado y no reclamado.

▸ Curiosamente, nadie parece pedir otros indicadores. Por ejemplo: ¿por qué existe un indicador de "gasto por alumno" pero no uno de "gasto por maestro"?, ¿por qué todo se centra en la acción de un Ministerio - el de Educación - sin mirar el conjunto de la acción gubernamental?, ¿por qué los indicadores giran en torno a la oferta escolar, ignorando las otras instituciones que inciden sobre la educación y la cultura de las personas como son la familia, las bibliotecas, los espacios deportivos y culturales, los programas de educación no-formal, los medios de comunicación, la acción política, las tecnologías y el internet, etc.?

Lo real es que - como revelan entre otros los resultados de la prueba internacional PISA - muchos países con presupuestos educativos robustos tienen rendimientos académicos escuálidos, iguales o inferiores a otros con presupuestos mucho menores. Como es obvio, o debería serlo, inyectar más dinero al sistema escolar no trae automáticamente mejoras. Tampoco se da la esperada relación proporcional entre monto invertido por alumno y rendimiento escolar (medido en calificaciones y pruebas).

Estados Unidos es un claro ejemplo de esto, como lo afirman y discuten investigadores y analistas del tema educativo dentro de E.E.U.U.: la fuerte inversión en educación que tuvo lugar en ese país en las últimas décadas no trajo el salto cualitativo esperado y más bien mostró tendencias contrarias. Los resultados escolares, en comparación con los de otros países industrializados e incluso con varios con menor inversión, se han mantenido a la zaga. En otras palabras: el sistema escolar se volvió más caro y los resultados generales del sistema empeoraron.

Así pues, Estados Unidos - al que tantos desde afuera miran con admiración y ven como la meca educativa de sus hijos - es un ejemplo patético de lo que la ideología educativa dominante sigue resistiéndose a aceptar: invertir más dinero, por sí solo, no garantiza mejor educación. Es preciso preguntarse qué significa "buena educación" y, en ese marco, qué significa "buen gasto en educación".

Saber que el dinero, por sí solo, no compra la buena educación es a la vez buena y mala noticia. Buena, porque alienta en los "menos favorecidos" (países, programas, organizaciones, instituciones) la convicción de que las cosas se pueden hacer bien aún si el dinero no abunda.... Mala, porque hace las cosas más difíciles. Siempre es más fácil afirmar que hay escasez, echarle la culpa a la falta de dinero, hacer préstamos, endeudarse, subir impuestos, comprar (cosas, expertos, estudios, títulos, cargos) que invertir en madurez política, en educación ciudadana, en tiempo y en perseverancia, en calidad del conocimiento y del esfuerzo, en consulta y en participación social, en rectificación de errores, en humildad para reconocerlos y en honestidad para encararlos abiertamente y seguir aprendiendo.

Para saber más
- Invertir más en educación no garantiza mejores resultados, según la OCDE (Feb 2012)
- All that money can’t buy, by Marilyn Achiron. OECD-Education Today (Feb 2012)
- The Rising Cost and Deteriorating Quality of Education in America - Occupy Boulder
- ¿Por qué América Latina necesita invertir mejor?, BID, enero 2018.

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