Rosa María Torres
Quito: El regreso a clases tendrá 5 medidas para aliviar el tráfico Diario El Telégrafo, Ecuador, 1 sep. 2014 |
Escribí este artículo en 1990 a propósito del fin de las vacaciones y el regreso a las aulas. Pasó un cuarto de siglo. Quién podría haber anticipado entonces que el problema del tráfico en Quito llegaría a los niveles actuales, tanto como para convertirse en tema central del inicio de clases (como en tantas otras ciudades latinoamericanas). Estaba, eso sí, en lo cierto al anticipar que tomaría muchos años ver que "aprender haya llegado finalmente a coincidir con interés, descubrimiento, alegría y relevancia, como debe ser". Un cuarto de siglo después, ese día todavía no llegó.
Niños pequeños disfrazados de escolares y armados de loncheras vistosas todavía con etiquetas de almacén pueden verse sollozantes frente a guarderías y jardines de infantes, colgados de la mano o del cuello de papás y mamás que luchan por convencerlos y desprenderlos. Escenas desgarradoras pueden encontrarse también entre los aspirantes al primer grado. Los que asumen la entrada a clases sin problemas probablemente es porque tienen ya alguna experiencia como clientes regulares del sistema escolar.
Uniformes nuevos y pulcros, zapatos lustrados, carriles y mochilas relucientes, por todas partes. El tráfico se congestiona y se desquicia, desacostumbrado ya a los buses escolares repletos de alumnos bulliciosos, que ahora vuelven a serpentear orondos por calles y avenidas.
Quito tomado por pequeñas y grandes ceremonias de inauguración. Abundan las elegancias, los discursos, los himnos, los abrazos, las normas para los alumnos, los avisos y consejos para los padres. Terminado el acto, cada cual se dirige a lo suyo: alumnos y maestros a las aulas, padres y madres a sus ocupaciones. Estas últimas incluyen, ahí mismo, el abordaje a los profesores para la presentación personal y las recomendaciones de rigor, así como las compras apresuradas de los últimos útiles escolares.
Luego vendrá el reencuentro con los hijos para la ansiada relatoría de los acontecimientos. En el reino de caos y confusión tan propio del primer día de clases, dichas relatorías suelen estar próximas a las crónicas de aventuras fantásticas.
Se inician las clases y, con ellas, las ilusiones y emociones que trae consigo todo comienzo. Emociona la incertidumbre de lo nuevo pero emociona también el reencuentro con lo conocido y extrañado (el chico o la chica a quien dejó de verse durante las vacaciones, los amigos, los compañeros, los profesores, los lugares, las seguridades, los afectos).
¡Qué lindos son los útiles escolares nuevos!. Lápices con punta y borrador afilados; reglas, colores, compases en estuches; cuadernos y libros intactos, con membretes, cubiertos de plásticos aún olorosos y brillantes. ¡Qué lindo es ponerle a cada cosa el nombre de uno!. ¡Qué lindo es estrenar cuaderno, escribir en hojas vírgenes, blancas, tersas!. ¡Qué lindo es abrir el libro en la primera página, imaginando que todas están llenas de cosas interesantes!.
Todo invita a los buenos propósitos, a los "este año todo será distinto". El vago junta decisión para proponerse estudiar más. El tímido descubre voluntad y fortaleza para ser más lanzado. El solitario se dice que este año hará amigos. Todos se aprestan de algún modo a cambiarse y a cambiar.
Lamentablemente, no tarda mucho en colarse la rutina escolar y el desencanto de quienes, primerizos en el sistema, imaginaban otra cosa. Los uniformes empiezan a encogerse y descolorirse. Los cuadernos empiezan a llenarse de observaciones en rojo, los lápices a achicarse, las reglas a perderse, los borradores a mancharse. Los primeros llamados de atención, los primeros castigos, las primeras pruebas, las primeras notas, van abonando el terreno para el inevitable deterioro de ánimo que, a medida que avanza el año, pasa a convertirse, como siempre, en la ansiada espera de las vacaciones.
Algún día, afortunadamente, todo esto será distinto. Niños y jóvenes ansiarán la entrada a clases no solo por la expectativa efímera de lo nuevo sino por el placer perdurable que produce aprender. Esto sucederá, claro, después de muchos años, cuando la sociedad y el sistema escolar hayan cambiado de manera tal que aprender haya llegado finalmente a coincidir con interés, descubrimiento, alegría y relevancia, como debe ser.
Entretanto, no está demás que empecemos a hacer algo para que este nuevo año escolar se acerque un poquito más a ese después de muchos años.
* Publicado en: Revista Familia, diario El Comercio, Quito, 30/09/1990
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