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Una clase de alfabetización entre rejas (República Dominicana)



Programa Diocesano de Alfabetización de Jóvenes y Adultos (PROALVA)
Visita a la Cárcel de Azua “19 de Marzo”
Diócesis de San Juan de la Maguana, República Dominicana (15 junio, 2006)


Este reportaje es parte del estudio “Alfabetización y acceso a la cultura escrita por parte de jóvenes y adultos excluidos del sistema escolar en América Latina y el Caribe”, financiado por el CREFAL. Entre 2006 y 2009 visité programas de alfabetización y de promoción de la lectura y la escritura en nueve países de la región (Argentina, Bolivia, Colombia, Ecuador, México, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela).

Dedicado a Miriam Camilo
Fotos y texto: Rosa María Torres

Hemos venido a ver el programa de alfabetización que se hace en la Cárcel Pública de Azua “19 de Marzo”. Es una cárcel de hombres. La mayoría de los 122 presos está aquí por robo, estafa, tráfico de drogas; algunos sirven condenas por asesinato; otros aún esperan juicio. Una consulta en Internet describe condiciones de hacinamiento, violación de derechos y gran conflictividad en su interior y, en general, en el sistema carcelario en el país.

El programa de alfabetización que funciona en ésta y otras dos cárceles es impulsado por la Diócesis de San Juan de la Maguana y la Fundación para el Desarrollo de Azua, San Juan y Elías Piña (FUNDASEP), organismo de apoyo a la Pastoral Social de la Diócesis, en la Región Suroeste de República Dominicana, frontera con Haití. El programa empezó en 1997. Hoy existen 371 grupos y 3.800 personas alfabetizándose en la región.

“Fortaleza 19 de Marzo: Todo por la Patria” puede leerse, en letras grandes, en la fachada del edificio, una fortaleza militar convertida en cárcel. Afuera nos juntamos con el equipo técnico del programa. Ya en la entrada, con los guardias de seguridad. Sin demasiado trámite, y con mayor facilidad que la esperable, Miriam y yo estamos frente a la puerta con rejas y candados que nos separa de los reos. Un soldado macizo nos abre la puerta y, sin tiempo para pensarlo otra vez, ya estamos adentro.

“Adentro” es un patio rodeado de rejas y celdas, lleno de reclusos sentados en sillas plásticas, que nos esperan. Al escuchar el crujido de la puerta, todos se voltean a vernos entrar. Los visitantes somos llevados adelante y sentados en lugar especial para presenciar la clase junto a personal del Departamento de Educación de la Dirección General de Prisiones.
El acto inicia con un rap sobre la alfabetización a cargo de un conjunto de cuatro y coreado por todos los reos. El conjunto suena y se mueve muy bien. Una cárcel en República Dominica es, al fin y al cabo, una cárcel llena de dominicanos. Hombres en su mayoría jóvenes o de mediana edad, tez morena, musculosos, algunos con tatuajes o con cicatrices visibles.

El método de alfabetización se inspira – nos dicen - en la pedagogía de Paulo Freire. La Guía del Alfabetizando “Queremos Saber” se acompaña de una Guía del Alfabetizador (Facilitador). “Nuestro método no es ‘Yo Sí Puedo’, sino ‘Nosotros Podemos’”, me aclara un miembro del equipo coordinador diocesano.

Rafael, el facilitador, se ha preparado con esmero. Se percibe que es un tipo educado y con madera de educador. Ha copado el lugar de materiales hechos de cartulina, recortes de periódico, etiquetas, ramas, latas, residuos plásticos... Después sabremos que él mismo es un recluso. Es periodista, lleva diez años preso, le faltan cuatro y le han reducido la pena por buena conducta.  

Su primer acto pedagógico es escribir en la pizarra:
Azua de Compostela 15 de junio año 2006
Nombre Propio Rafael

La clase que ha preparado para hoy gira en torno al nombre propio. Ha confeccionado tarjetas con los nombres de los alumnos, que cada quien lleva prendida o colgada en el pecho.
Angel
Juan
Elvir
Teófilo
Wilson
Carlos
Víctor Hugo
Fernando
Antonio
Hugo
Gregorio
Juan Bautista
Rafael
Leonel
Mauro
Blas
Manuel
Félix
Jorgito
Carlito (sin s final, tal y como la pronuncian) 

Nadie lleva la tarjeta con su propio nombre. El juego de aprendizaje consiste precisamente en buscar a quién corresponde cada tarjeta y ponérsela. Todos se divierten y hacen bromas mientras juegan.

Partiendo de su propio nombre, Rafael pide a sus alumnos que digan en voz alta nombres propios que empiecen con R. Ellos dan nombres y él los anota en la pizarra. A continuación escribe la familia silábica ra-re-ri-ro-ru

- “Ahora, algún valiente que quiera pasar a escribir su nombre”, les desafía.   Varias manos se levantan.

Jorgito es el primero en pasar a la pizarra. Lentamente, con trazos irregulares, de principiante, escribe:

J o R g i t o   P a t r i c o    N o V a

Al ver el conjunto, Jorgito percibe que a Patrico le falta una i, borra y la mete antes de la o. El auditorio aplaude la obra terminada.

Ahora pasa Manuel Martínez Méndez, un joven seguramente con alguna experiencia escolar, que escribe en letra manuscrita:

Manuel maltine mendes

Rafael le deja con su triunfo, sin corregir la escasez de mayúsculas y el “maltine”, otra pieza de escritura fiel al habla.

Así siguen pasando los demás, cada cual cosechando aplausos.

Momento culminante: el “árbol de sílabas”, una pequeña rama ubicada en el suelo, debajo de la pizarra, en la que Rafael ha colgado papelitos con sílabas. Cada alumno pasa a sacar un papel, lo fija en la pizarra con masking tape y forma la palabra que dicta el profe. Cada palabra formada es celebrada con sonoros aplausos.
La clase termina. Ha sido una hora de intensa actividad, mucha participación y mucha risa. Definitivamente, nada mejor que una buena clase presencial. 

Es el momento de los visitantes, los discursos, las fotos. Uno por uno pasamos nosotros también a la pizarra, no a escribir sino a decir nuestra palabra de felicitación y agradecimiento.

El acto concluye con una oración colectiva. Todo ha quedado grabado en cámaras de fotos y de video presentes. De hecho, para escribir esto y poder ser fiel en el relato, he recorrido más de cuarenta fotos que tomé ese día y he vuelto a revivir, así, esa memorable jornada.

Un patio en el que transcurre la vida

A medida que avanzaba la clase y que la situación de estar ahí se naturalizaba, pude dedicarme a recorrer visualmente el patio y lo que en él sucedía. No se trata realmente de un patio. En este pequeño cuadrilátero encementado transcurre la vida de los reclusos: éste es lugar de encuentro, socialización, descanso, esparcimiento, deporte, ejercicio, sala de visitas, alacena, armario, cocina, comedor, lavadero y tendedero, cancha de básquet, salón de juegos, pista de baile, ring, ágora, capilla, escuela. La clase de alfabetización es una de tantas actividades ocurriendo, ahora mismo, en la precarided de este espacio.

Alrededor están las celdas, el encierro, el evidente hacinamiento. De tanto en tanto vemos reclusos que se asoman a curiosear a través de los barrotes, tal vez impedidos de salir, tal vez sin interés, tal vez con necesidades escolares básicas resueltas.

En ningún lado como aquí resultan palpables la ilusión y la esperanza asociadas a la lectura y la escritura. 

Quien aprende a leer y escribir decide liberar la curiosidad, honrar la imaginación, abrirse al aprendizaje, construir posibilidades de futuro.

Aún y cuando, hoy y aquí, todo lo que tienen estos hombres para leer son tarjetas con sus nombres, sus propias rudimentarias escrituras, recortes de diario y etiquetas pegadas en la esquina donde transcurre la clase, las leyendas en sus propias camisetas y gorras, y los escasos letreros y textos escritos sobre las paredes de la prisión.

* Una primera versión de este reportaje se publicó en: La Piragua Nº 25: "América Latina sin analfabetismo ¿cómo y cuándo?", CEAAL, 2007.

Para saber más

Círculos de alfabetización «Sí Podemos» (Perú)


Rosa María Torres

Cruzada Nacional por la Alfabetización «Sí Podemos» – Derrama Magisterial.
Visita a círculos de alfabetización en la Provincia de Huaura y en Lima, Perú
(20-24 Abril, 2006)

Este reportaje es parte del estudio “Alfabetización y acceso a la cultura escrita por parte de jóvenes y adultos excluidos del sistema escolar en América Latina y el Caribe”, financiado por el CREFAL. Entre 2006 y 2009 visité programas de alfabetización y de promoción de la lectura y la escritura en nueve países de la región (Argentina, Bolivia, Colombia, Ecuador, México, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela).


Junto en este reportaje impresiones de visitas a varios círculos de alfabetización en Huacho, capital de la provincia de Huaura, así como en el distrito El Agustino, en Lima. Todos ellos vinculados a la “Cruzada Nacional por la Alfabetización” desarrollada desde fines de 2004 por la Derrama Magisterial, en convenio con el Instituto Pedagógico Latinoamericano y Caribeño (IPLAC) de Cuba y con auspicio del Ministerio de Educación del Perú. Las visitas fueron organizadas por Luis Alberto Macazama, maestro peruano coordinador de la cruzada, y por Nora, asesora cubana. Ambos me acompañan en los recorridos, durante cuatro días.

La Derrama Magisterial, creada en 1965, es la organización previsional del magisterio peruano. Con cerca de 300.000 asociados (aportantes) a nivel nacional, ha sido declarada una de las 50 mejores empresas del Perú. Los fondos de la empresa provienen del pago de 17 Soles que hace mensualmente cada maestro afiliado al Sindicato Unitario de Trabajadores en la Educación del Perú (SUTEP). (Nota: Al momento de esta visita, el cambio estaba a 3.3 Soles por 1 US Dólar).

La cruzada usa el método cubano de alfabetización ‘Yo, Sí Puedo’, que combina cartilla, videos y apoyo presencial de un(a) facilitador(a). Según el tríptico informativo, la cruzada está dirigida a esas “miles de personas que no tuvieron oportunidad de ir a la escuela” y se propone alfabetizar en dos meses, con clases diarias de 2 horas. Para abrir un círculo se requiere al menos 15 alumnos. Los facilitadores son jóvenes estudiantes o maestros, a quienes se capacita y otorga un pequeño subsidio (9 Soles diarios, 180 Soles mensuales) para gastos de movilización.

Se arrancó en septiembre 2004 con un proyecto piloto en dos asentamientos del cono norte de Lima, La Ensenada y Laderas de Chillón. Ahora se ha entrado en una etapa de ampliación. Tanto la asesoría técnica cubana como los materiales de alfabetización – cartilla y juego de 17 cassettes con 65 videoclases – son donados gratuitamente a la Derrama por el gobierno cubano. Se busca convocar a otros grupos a sumarse a la iniciativa, cobrando por los materiales: 75 dólares el juego de videos y 1 dólar la cartilla.

Los círculos operan en zona urbana. Cuando se plantearon llegar a la zona rural, encontraron que 60% de los potenciales beneficiarios hablan quechua y el 25% no tiene energía eléctrica, indispensable para un método que se basa en teleclases a través del video. Se considera por ello adaptar el método a la radio y traducirlo al quechua.

Con esta cruzada la Derrama Magisterial se ha propuesto aportar al combate del analfabetismo en el país (11%, 2 millones de personas mayores de 15 años, según el censo de 2005), complementando acciones que vienen haciendo a escala nacional programas como: PNA (Programa Nacional de Alfabetización) del Ministerio de Educación, que llega al 16% de los analfabetos y cuya meta es alfabetizar a 250.000 personas hasta 2012;  PAEBA, programa oficial iniciado en 2003, financiado y coordinado por la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI); e IRFEYAL, programa radiofónico de Fe y Alegría, que ofrece educación de adultos desde alfabetización hasta bachillerato.

Antes de adoptar el «Yo Sí Puedo», el coordinador de la cruzada había preparado un material fotocopiado titulado “Dame la Mano: Un programa para enseñar a leer y escribir a jóvenes y adultos”. No obstante, la iniciativa se descartó y el material no llegó a usarse. Lástima. Había ahí ideas interesantes, como ésta: “La propuesta está orientada a promover desde el comienzo el contacto constante con todo tipo de material escrito, buscando la interacción del participante con el texto, la comparación de sus propias producciones con los textos producidos por sus compañeros. No estamos sujetos a un texto de lectura, pero se hace necesario contar con textos variados para uso de los participantes, no descartando el uso de los medios audiovisuales, para lo cual nos estamos preparando”.

Una clase de “aprestamiento”

En el asentamiento que visitamos en Huacho los círculos de alfabetización funcionan en domicilios particulares. Por 3 Soles (menos de 1 Dólar) por clase, los dueños de casa alquilan la sala, el televisor y el aparato de VHS. La alfabetización ha pasado a ser, así, motivo de encuentro entre vecinos y fuente de un pequeño ingreso para algunas familias.

El primer círculo que visitamos funciona en una casa que aloja al mismo tiempo una pequeña tienda, una minihabitación con ventana a la calle. Durante las dos horas que dura la clase todos los días, la ventana se cierra y la venta se suspende. Una breve ojeada a la tienda permite inventariar los productos de primera necesidad del barrio. Dispuestos prolijamente en estanterías semivacías vemos sal, huevos, gaseosas, fideos, té, bolsitas de especias y aliños, cloro, papel higiénico, sobres de Nescafé, sobres de Sal de Andrews, pasta de diente Kolynos y toallas higiénicas Nosotras.

La sala de la casa – piso de cemento - ha sido acondicionada para la clase. A continuación está el comedor y, al fondo, una cortina de tela que seguramente separa este espacio social del o de los dormitorios. Los adornos en las paredes incluyen una estampa de Jesús, un crucifijo, un calendario con fotos de caballos, un cuadro de flores. Junto a la mesa del comedor hay una vitrina con libros, en la que divisamos sobre todo textos escolares, además de revistas, cómics, una enciclopedia de lomo dorado, y adornos en miniatura.

Todo asiento disponible en la casa ha sido puesto al servicio de la clase: dos sillones de paja, una banca de madera, varias sillas de plástico. Todos los sentados son mujeres, de diversas edades. Luego sabremos que aquí están juntos hoy dos grupos, el que estudia de 3 a 5 p.m. y el que estudia de 5 a 7 p.m.

- “Juntamos las dos clases porque las señoras del primer grupo no vinieron todas, tienen reunión en la escuela”, explica Shirley, la joven facilitadora.

El televisor de la casa, un Sony de 17 pulgadas, ha sido colocado en el centro, entre la sala y el comedor. El cartel con letras y sus respectivos números, que recomienda y usa el método ‘Yo Sí Puedo’, ha sido confeccionado y está a la vista, pegado con cinta adhesiva en la pared. Una pequeña pizarra blanca, arrimada sobre una silla, en la habitación contigua, aguarda su momento.

Esta es apenas la segunda clase. Empezaron ayer, presentándose entre ellas y aprendiendo a sostener y manejar el lápiz.

Shirley, nerviosa, no logra hacer funcionar el VHS. Nora acude en su  ayuda. Finalmente, entre ambas logran prenderlo. Antes de empezar a correr el video, Shirley aclara a la audiencia:

- “Esta clase les va a dar la señorita Angela, ella es la que les va a enseñar a leer”.

Angela, la maestra cubana protagonista en los videos, enseña a sus alumnos y alumnas ficticios los clásicos ejercicios de aprestamiento para la escritura. Las alumnas de carne y hueso, en esta casa en Huacha, tratan de imitarlos. Pero mientras los alumnos de Angela en la pantalla tienen pupitres, las alumnas de Shirley en esta casa tratan de escribir en hojas blancas sueltas, apoyándolas sobre las piernas. El facilitador del otro grupo, presente en esta clase, advierte el problema, saca rápidamente libros de la vitrina y empieza a distribuirlos entre las señoras, para que apoyen las hojas.

Desde adentro de la pantalla, Angela sigue orientando:
-       “Ahora vamos a hacer líneas curvas”    U U U U U U
-       “Ahora trazamos la línea curva al revés”                         
-       “Ahora eliminamos los pespuntes, sin levantar el lápiz”

Las mujeres siguen bien las instrucciones. Algunas borran y vuelven a escribir. Las hojas blancas se van llenando de líneas rectas y curvas, temblorosas, sumamente imperfectas, muy diferentes de las que vemos desfilar en el televisor.

- Angela: “Ahora vamos a repasar los números, aunque yo sé que ustedes ya los conocen… Vamos a asociar letras con números: 1  2  3  4  5”.
-  Alumna en el video: “Los dedos de la mano son 5”.
-  Angela: “Muy bien. Eres muy inteligente y muy observadora”.

No es fácil concentrarse y ver la pantalla, por varias las razones: niños y niñas pequeños corretean por la sala, distraen y tapan intermitentemente la pantalla; demasiado brillo, apenas si se divisan las siluetas de Angela y sus alumnos, y los trazos de las líneas se ven muy borrosos; el video corre muy rápido, es imposible seguir la pantalla y atender al mismo tiempo el propio papel.

Ahora se apaga el televisor y entra en funciones la pizarra. Paula, “la mayorcita” del grupo, es invitada a estrenarla. Shirley dibuja líneas punteadas y le pide a la señora Paula que las repase, “tal y como hizo antes en su hoja”. Parece sencillo, pero no lo es. Hay diferencias importantes entre un lápiz y un marcador, y entre una hoja de papel y una pizarra como instrumentos de escritura. Ni qué hablar de lo que significa pasar por primera vez a una pizarra, acto público de gran compromiso y alto riesgo para toda persona colocada en el rol de aprendiz.

En la conversación que sigue, resulta que la mayoría de estas mujeres fue algún día a la escuela, hasta 1º, 2º o 3er grados. La señora Paula es la única aquí realmente comenzando a aprender a leer y escribir.

A una señora que estuvo tres años en la escuela le pregunto si sabe leer. Dice que sí. Le pido que lea la última página de la cartilla. Lee “Ya sé leer”, sin dificultad. En su caso, es estrictamente cierto. ¿Qué hace, entonces, aquí? Este material y este programa no son para ella.

Una clase con mesa que se lleva y se trae todos los días

Visitamos otra casa del barrio. Aquí lo que se alquila para la clase de alfabetización no es la sala sino un patio a la entrada, una especie de galpón techado con carrizo. En el centro una mesa y alrededor 11 mujeres, sentadas en troncos de madera y algunas en el suelo, arrimadas contra la pared. Luego sabremos, por Nelly, la facilitadora, que ella trae la mesa todos los días desde su casa, para que “al menos algunas de las señoras se sientan cómodas, como si estuvieran en la escuela”.

También aquí todas las alumnas son mujeres, la mayoría de la tercera edad. Una de las señoras usa audífonos. Dos mujeres jóvenes, en sus treintas, son las que llevan la delantera.

También aquí están empezando con los ejercicios de aprestamiento y escribiendo en hojas sueltas. A quienes se sientan en el suelo, sin apoyo para escribir, les vemos intentar las posiciones más extrañas para ajustarse a los requerimientos de un lápiz y un papel.

El televisor, un Sony viejo, es muy pequeño y está lejos de las alumnas. Es difícil ver incluso estando cerca, en particular las líneas punteadas. Al momento de alquilarlos, ¿no se ponen requisitos en cuanto a las condiciones del lugar y del equipamiento?. La respuesta es: no hay mucho donde escoger, sobre todo porque aunque en todas las casas hay televisor, son pocas las que tienen un aparato VHS.

El Agustino

Vamos ahora a El Agustino, un distrito periférico de Lima surgido en 1947 a partir de una invasión violenta. Violenta es, también, la pobreza circundante. Más de medio siglo después, y de sucesivas invasiones, los ocupantes de estos cerros siguen viviendo mal, aunque 85% ya tiene acceso a servicios básicos. El Agustino se asocia con pobreza, hacinamiento, delincuencia, droga.

En vehículo se puede llegar hasta el Ovalo, una pequeña meseta  congestionada con mototaxis o ‘cholotaxis’ y muchos pasajeros. De aquí en adelante hay que subir a pie por lo que, desde abajo, parece una inmensa cascada de gradas.

Aquí, en medio de la mayor precariedad, surge la discusión en torno a la tecnología: ¿por qué se usa para las teleclases el sistema VHS en lugar del más moderno DVD? Hemos visto cómo florece en Lima la industria de la piratería, la proliferación de puestos que venden videos en formato DVD. El DVD, con su sistema de almacenamiento óptico, tiene muchas ventajas frente al VHS, claramente para fines educativos: mayor calidad de imagen y sonido, menor degradación de la grabación con el uso, capacidades multimedia e interactivas, con iguales e incluso menores costos. Además, los cassettes en VHS son muy grandes, lo que hace más difícil trasladarlos y encarece el costo de traerlos desde Cuba.

Así es, en efecto. El coordinador nos confirma además que en El Agustino la gente no tiene VHS sino DVD. Ya es difícil encontrar en Lima un aparato VHS. Un VHS cuesta 20 dólares, un DVD no llega a 100. Justamente se está planteando a Cuba la necesidad de que los videos del ‘Yo Sí Puedo’, grabados en VHS, se pasen a DVD.

Un círculo de “Nivelación”

El primer círculo que visitamos, en la Sala Comunal, está iniciando la segunda etapa del proceso, denominada «Nivelación». No hay video. La teleclase ha cedido su lugar a la clase presencial y la cartilla ha sido sustituida por un breve material con lecturas contextualizadas a la realidad peruana.

La facilitadora, Esperanza, tiene a su cargo seis alumnas, señoras de 60 años y más, todas quechuahablantes. Hablan entre ellas en quechua y con nosotros en español.

¿Dónde aprendieron a leer y escribir? Una señora terminó el primer grado. Otras cuatro asistieron al programa de alfabetización ofrecido el año pasado por el Comité de Damas de la Municipalidad. Una de ellas explica que ha venido aprendiendo “de a poquito”, entre escuelas nocturnas y programas de alfabetización. De las nocturnas la echaban por no tener partida de nacimiento.

- “Cuando terminé el primer nivel mi marido me regaló de premio el Coquito”, cuenta una señora. Coquito, cartilla de autor peruano - Everardo Zapata - con la que han aprendido a leer y escribir millones de personas hispanoblantes, y que en 2005 cumplió 50 años.

Entusiasmada con su entusiasmo, les pido que me muestren cómo leen. No pueden leer ni en la cartilla ni en las hojas de nivelación, sobre todo porque la letra es muy chica. Esperanza saca el texto que ha preparado, escrito en letra grande, en el reverso de un afiche. Aquí empiezan a leer, la mayoría con dificultad.

La mayor dificultad es que no logran “juntar las letras”, como dicen ellas. Habiendo aprendido con el alfabeto y los nombres de las letras, la palabra PERU es leída como PE-E-ERE-U. Algunas tratan de adivinar, completando la palabra a partir de la letra o la sílaba iniciales. “No tengo memoria”, “Me falla la cabeza”, “Me falla la vista”, son las explicaciones que dan estas mujeres, igual que en todos lados. Mujeres sencillas, canosas, desdentadas, sudan ante el compromiso que significa leer en voz alta, sobre todo en presencia de visitantes.

Una Iglesia evangélica con vista panorámica


Un poco más arriba está una iglesia evangélica, una casa de dos pisos en cuya parte alta funciona un círculo de alfabetización. Al subir nos encontramos con una habitación de piso de tierra a medio construir y llena de materiales de construcción, con una pared inexistente que conduce a una azotea abierta, sin bordes, con vista panorámica a El Agustino y su laberinto de cerros, casas, caminos, gradas, antenas y cables de televisión, ropas colgadas, gentes subiendo y bajando, atareadas en sus quehaceres.

El televisor y el VHS, aunque modestos, parecen aquí objetos de lujo. Al igual que la pizarra blanca, ubicada a un costado, sobre un atril.

La clase va de 4 a 6 de la tarde. Sandra, la facilitadora, tiene 25 años, terminó Administración de Empresas, recorrió todo Lima buscando trabajo y no lo consigue. Se inscribió en este programa como voluntaria y está descubriendo que le gusta enseñar. Hay otros facilitadores trabajando más arriba del cerro. La Municipalidad no les paga pero les trae en transporte hasta aquí y luego les recoge para llevarlos de vuelta hasta abajo.

De las 6 alumnas inscritas, hoy han venido 3. Ya las encontramos sentadas en la banca frente al televisor, el VHS y la pared inexistente con acceso a la azotea y vista a los cerros.

La señora Silvia, 54 años, trabaja de ayudante en un comedor. Las otras dos lavan ropa, una de ellas tiene una tienda. Viven en familia, con hijos y nietos.

Cuando vienen a estudiar, ¿a dónde dicen a sus familias que van?, pregunto.
-       “Voy a mis clases”, dice doña María.
-       “Voy al colegio”, dice doña Silvia. “Yo sí estuve en la escuela, dos años”

¿Y qué aprendió en la escuela?
- “Un poco de suma, las cinco vocales, ba-be-bi-bo-bu, ma-me-mi-mo-mu, pa-pe-pi-po-pu. Deletreando leo la Biblia, algo de libros, el periódico, revistas”.

Le pido que lea la portada interior de la cartilla ‘Yo Sí Puedo’. En el centro de esa página dice: “UN PROGRAMA PARA PONER FIN AL ANALFABETISMO EN LA AMÉRICA DE BOLÍVAR Y MARTÍ”. Al llegar a “ANALFABETISMO”, Doña Silvia se traba, no la puede leer.

-       “Es muy larga la palabra”, dice.

¿Alguna ha visto una computadora? ¿Les gustaría aprender a manejar una? Todas dicen que sus hijos y nietos saben usarla, ellas no. ¡Claro que les gustaría!

Son las 6 de la tarde, hora de cerrar. Al salir nos fijamos en un cartel escrito a mano, ubicado en la casa junto a la iglesia:

SE DEJA A CREDITO UNIFORMES COMO PANTALONES, FALDAS, CAMISAS Y CHOMPAS PARA PAGAR S/ 10.00 SEMANAL

El cartel es obra de estas mujeres, una colaboración de este círculo con una familia del barrio y su pequeña empresa familiar. Una muestra maravillosa de la utilidad social de la escritura, de su madera solidaria, de su función pública, de su relevancia para la reproducción de la vida.

Un poco más abajo, nos topamos con un café Internet. El rótulo, muy visible, pegado sobre la puerta de madera, abierta de par en par, invita a entrar:
INTERNET (1 SOL LA HORA)


Foto Diana Paredes
Seguimos bajando y fotografiando todo lo que hay para leer en un día cualquiera, con sólo subir o bajar por la escalinata. ¡Una mina de oro! Rótulos y anuncios a granel, en diversos tipos y tamaños de letra, con y sin dibujos, con y sin errores ortográficos. Placas con los nombres de las familias en las puertas de algunas casas, nombres de las calles y pasajes, leyendas pintadas en las paredes, grafittis, avisos, marcas de productos, anuncios comerciales, carteleras, propaganda electoral, el menú de un restaurante, etc. Mucho más y más útil que lo que ofrecen cartillas y textos para adultos. Si solo los programas de alfabetización y promoción de la lectura y la escritura tuvieran más en cuenta los contextos de vida de la gente, los textos reales que forman parte de su cotidianeidad, las oportunidades de leer y escribir que aguardan en cada esquina, en cada mirada llena de curiosidad.

Psje. Tayacaja 110
Imágenes prestadas
Fam. Huaringa Pomajulca

ESCAPE
RUTA DE EVACUACION

INCA KOLA
EL SABOR DE LO MISMO

SE VENDE CASA

HOY
Arroz chaufa
Alitas Broster

Limambulante
Lomo saltado
Papa revuelta
Pescado c/arroz
Milanesa arroz
Hamburguesa

Las Estrellas de la Cumbia
Baile y Artistas Invitados
domingo Mayo 5 pm

SE VENDE CERVEZA Y GASEOSA
POR MAYOR Y MENOR 
TELEFONO PUBLICO
NACIONAL E INTERNACIONAL

UBICACIÓN MESA DE SUFRAGIO
OLLANTA Presidente - Amor por el Perú
APRA Alan con el pueblo Presidente 

Referencias / Para saber más
-
Fe y Alegría Perú 
-
Método de alfabetización «Yo, Sí Puedo» (Wikipedia) 

Bolivia: Una clase de alfabetización en español, traducida al aymara

Fotografías: Rosa María Torres


Rosa María Torres

Programa Nacional de Alfabetización “Yo Sí Puedo”.
Visita a la Unidad Educativa Cajuata, Cantón Sotalaya, Provincia de La Paz, Bolivia
(17 agosto, 2006)
Este reportaje es parte del estudio “Alfabetización y acceso a la cultura escrita por parte de jóvenes y adultos excluidos del sistema escolar en América Latina y el Caribe”, financiado por el CREFAL. Entre 2006 y 2009 visité programas de alfabetización y de promoción de la lectura y la escritura en nueve países de la región (Argentina, Bolivia, Colombia, Ecuador, México, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela).



Mediante el método cubano de alfabetización 'Yo Sí Puedo' y el programa nacional de este nombre iniciado en marzo de 2006, el gobierno boliviano se propuso, con ayuda de Cuba y Venezuela, alfabetizar a un millón 200 mil personas y declarar a Bolivia “Territorio Libre de Analfabetismo”. La declaratoria se hizo en efecto el 20 de diciembre de 2008, contabilizándose 827.000 nuevos alfabetizados en las tres lenguas mayoritarias del país: español, quechua (13.599 personas) y aymara (24.699 personas). El Plan duró 33 meses.

El punto de alfabetización que visitamos funciona en las instalaciones de un colegio, el Colegio Técnico Humanístico Cajuata, ubicado en el Cantón Sotalaya. Es una visita planificada y el lugar ha sido elegido por el equipo técnico del Programa Nacional de Alfabetización, iniciado hace tres meses, y cuyos materiales (videos y cartlla) están disponibles en este momento solo en español. La técnica que me acompaña desde La Paz tiene a su cargo esta zona.

La escuela celebra hoy su aniversario, así que nos topamos con un ambiente de fiesta. Toda la actividad transcurre en el patio central: sobre el podio, una banda que ya está empeñada con la música; a un costado, sentados en fila, hombres con sombreros y algunos con un cinto de colores cruzado sobre el pecho (“los que tienen un cinto cruzado son autoridades”, me explican); del otro costado del patio, una fila de mujeres, ataviadas con trajes elegantes y sentadas en el suelo, conversando entre ellas. Hombres y mujeres van separados en las fiestas. “Así es la tradición andina”. Los hombres sentados sobre un muro, las mujeres sentadas en el suelo.

La clase de alfabetización funciona en una suerte de altillo, al que se sube por una escalera exterior. Esta es regularmente la sala de video del colegio, nos explica el director. Ahora se está usando para la alfabetización de adultos.

Arriba, la habitación – un espacio estrecho, con suelo de tabla, muy modesto, bien iluminado - está repleta de mujeres indígenas, aymaras, la mayoría en su tercera edad y algunas de mediana edad, con grandes polleras* y arropadas con mantas, a la usanza boliviana. Los sombreros Borsalinos ya han sido colocados en el dintel de la ventana, que da al patio central, el de los festejos. Hay un solo hombre, mayor, bendito entre las mujeres. No hay asientos: todos sentados en el suelo, frente a bancas de madera con espacio para tres personas que sirven de mesas y en las que están desplegados cuadernos y cartillas. Al fondo, unas pocas mujeres sentadas en el suelo pero sin banca adelante. Todos atentos, mirando al joven facilitador y al televisor, prendido, que ha quedado congelado en esta pantalla:
sale
sa-le
                                                                                 
El facilitador me invita a pasar adelante, junto a él. Este joven aymara, flamante bachiller de la comunidad, se llama Mamerto. Buzo deportivo celeste con el logo de Coca Cola en la parte delantera, Mamerto es el único aquí vestido al modo occidental, aparte de nosotros, los visitantes.

Desde el frente, con una vista panorámica de la clase, cuento 28 personas, entre ellas una niña y un niño, seguramente acompañantes de mamás o abuelas. En medio de los saludos y presentaciones de rigor, en los que Mamerto oficia de maestro de ceremonias y de traductor, empiezo a conversar con él.

La clase

¿Cuándo empezó a enseñarle a este grupo?
- “Empecé hace dos meses aproximadamente. Las señoras están interesadas en aprender. Y a mí me gusta enseñarles. Es la primera vez que enseño”.

¿Cuál ha sido el mayor problema hasta ahora?
- “Ellas hablan aymara, muy poco entienden el español. No entienden los videos. Además, no alcanzan a ver las letras que aparecen en el televisor, tienen problemas de vista”.

¿Y cómo hace entonces con las teleclases?
- “En realidad, poco se usan, y cuando las usamos, yo les traduzco al aymara”.

¿Alguien le ha enseñado a hacer esto?
- “No, yo solo me voy inventando, por la necesidad. Me ayuda la facilidad de que yo hablo ambos idiomas”.

Le pido a Mamerto que prosiga con su clase, utilizando el video que ya ha colocado, posiblemente en honor a la visita. Me interesa ver cómo se las arregla para usarlo en estas condiciones. Lo que sigue a continuación es uno de los episodios pedagógicos más desconcertantes y fascinantes que he presenciado en mi vida. Mientras en el televisor corre la videoclase en español – versión del ‘Yo Sí Puedo’ grabada por actores ecuatorianos, para uso en el Ecuador - Mamerto habla, gesticula, blande la cartilla, se mueve incesantemente y hace uso, en fin, de todos los recursos imaginables, en su afán por “traducir” a sus alumnos al aymara lo que se escucha y ve en español en el televisor. El acto se completa con 28 pares de ojos y oídos que danzan sin cesar entre Mamerto, la cartilla y la pantalla. Cuando llega el momento de los ejercicios, él congela la pantalla, se sienta en una pequeña silla que tiene al costado del televisor y, con ayuda de una vara, recorre letras, números, sílabas, palabras, frases, mientras pide a sus alumnas que las repitan en voz alta y en coro. ¡La pantalla usada como la pizarra convencional! Con la limitación de que es mucho más pequeña, no puede escribir sobre ella ni agrandar los textos a antojo.

El Manual del Facilitador ‘Yo Sí Puedo’ orienta a los facilitadores que "cada una de las clases tiene un carácter global e integrador, por lo que recomendamos que los participantes las observen primero en su totalidad y después vuelvan a aquellas partes de la clase que así lo requieran". Esta orientación no contempla situaciones como la descrita aquí, que anula toda posibilidad de comprensión, tanto en el plano lingüístico como en el visual.

Los problemas que enfrenta Mamerto con el método 'Yo Sí Puedo' – y algunas de sus “soluciones” - los hemos visto ya en los diversos países en que viene usándose este método. Dos problemas en particular:
(1) La lengua: Quienes no hablan o no hablan bien el español, se enfrentan a problemas de comprensión si el método de enseñanza – éste o cualquier otro – usa el español como lengua de instrucción. (En el caso de Bolivia, los equipos encargados de producir los videos en quechua y en aymara viajaron a grabarlos en Cuba justamente durante los días de nuestra visita).
(2) La visión: Quienes tienen problemas de vista no alcanzan a leer los textos en la pantalla del televisor, más aún si la pantalla es pequeña y la distancia grande. Tratándose de un método de alfabetización, ambos problemas son serios, pues el analfabetismo en Bolivia y en toda América Latina se concentra precisamente en la población indígena – hablante de numerosas lenguas y con grados muy diferentes de bilingüismo y multilingüismo- y entre personas adultas y mayores, edad en la que, como se sabe, se agudizan los problemas de visión.

El Ajtapi **

Terminada la clase, y cuando estamos por irnos, una señora se acerca y me entrega, ruborizada y de costado, un atadito con cinco huevos frescos. Los acepto, aunque sé que estos huevos son alimento de una familia entera, y que yo no podré comérmelos en el hotel ni me permitirán subirlos al avión. Gesto de agradecimiento y amistad, ofrenda de generosidad excepcional precisamente porque proviene de la renuncia, de una sobrecogedora pobreza material.

Las mujeres empiezan a sacar sus ataditos para el Ajtapi
de cierre y despedida. Organizándose rápidamente en el fondo de la habitación, sentadas en el suelo, una por una empiezan a desatar amorosamente sus atados y a ponerlos sobre el suelo para celebrar este frugal y maravilloso ágape colectivo, sin platos ni cubiertos, compuesto de chuño, papas y habas.

Tres juegos de televisores y VHS en la habitación

Mientras comemos, me fijo que en este extremo de la habitación hay otros dos televisores y VHS, nuevos ambos, aún junto a sus cajas. Mamerto me explica que en este mismo espacio funcionan tres grupos de alfabetización, en horarios diferentes. ¿Por qué no se usa un solo equipo de televisión y VHS? El colegio registró tres grupos de alfabetización; a cada grupo se le entregó un juego completo. Estos equipos han sido donados por el gobierno venezolano, el gobierno de Hugo Chávez con el que Evo Morales tiene excelentes relaciones.

Para conformar un grupo de alfabetización, y recibir el respectivo equipo, se requiere presentar una lista con un mínimo de 15 personas.
El mecanismo, evidentemente, no está funcionando bien. El atractivo de estos aparatos puede distorsionar las estadísticas y el propio sentido y objetivo del programa de alfabetización. De hecho, en los meses posteriores a esta visita supimos y leímos en diarios bolivianos sobre las disputas entre autoridades, grupos y comunidades por obtener los aparatos y quedarse con ellos. 

En el camino de regreso a La Paz vamos conversando con los técnicos del programa acerca de éstas y otras anomalías que ellos ya conocen, que todos hemos percibido en las visitas y que es preciso corregir.

* Polleras: faldas. Mantas: chales, chalinas. Sombreros Borsalinos: sombreros típicos en Bolivia. 
** Ajtapi (aymara). Comida comunitaria y originaria. La comida se pone en el suelo sobre un aguayo (mantel), para que la coman los presentes. Cada persona lleva un atado con lo que puede ofrecer: papas, habas, charque, pescado, tutu (maíz cocido), huevos, queso, chuño (papa deshidratada), waika (tipo de aderezo), etc.

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