King-bolitos (o la manía del Spanglish)



Rosa María Torres

Nunca olvidaré el rótulo que ví una vez en una callecita angosta y colonial cerca de la Mama Cuchara, colocado a la entrada de uno de esos pequeños res­taurantes populares que pueblan el centro de Quito. 

HOY
SABROSOS KING-BOLITOS

decía el rótulo, escrito a mano sobre una pequeña pizarra esco­lar. Si hay KING CHICKEN, KING BURGER, KING SANDWICH, KING PIZZA, ¿por qué no convertir a nuestros sabrosos QUIMBOLITOS en KING BO­LITOS?. Tal vez quien los vende cree que se escri­be así. O tal vez sabe que, para atraer la atención y vender me­jor, nada como poner nombres gringos a las cosas.

CENTER BURGER, KING BURGER, TROPI BURGER, ROY BURGER, AIR BURGER, CHEAP BURGER, SUN BURGER, BIG BOY BURGER, MAXI BURGER, CRISTIAN BURGER, WENDY'S BURGER y quién sabe cuántas va­riedades más de BURGER: rótulos que uno encuentra por todos la­dos, en ciudades grandes y pequeñas, en cual­quier esquina semi­poblada. Rótulos que introducen a restaurantes y comideros ­donde no solo venden hambur­guesas y papas fritas, sino caldo de patas, sánduches de per­nil,  morocho, hornado, llapingachos, sopa de bolas de ver­de, y otras tantas maravillas de la comida criolla.

El CHICKEN es otro favorito, en sustitución del vulgar POLLO. Ahí tiene usted el KING CHICKEN, el GRAND CHICKEN, el CHICKEN BOY, el CHICKEN AL PASO, el CHICKEN & CHICKEN, el CHICKEN SABROSO... Tam­bién hay el TOM POLLO o el MR. POLLO, haciendo concesiones al POLLO pero con tí­tulo de MISTER.

El uso abundante e indiscriminado del 'S es alucinan­te. Lo común hoy en día es que tiendas de abarro­tes, bo­ticas, car­nicerías, heladerías, mueblerías, sastre­rías, ferrete­rías, fu­nerarias, se bauticen con el nombre del dueño o dueña, pero con toque gringo: PEPE'S, CARMEN'S, ANIBAL'S, FAUSTO'S, LUCY'S. Las peluquerías y las boutiques, en particular, adoran este re­curso. ¿Sabrán to­dos que esa coma y esa S no son adorno sino un geniti­vo, que de­nota per­tenencia, equivaliendo al español DE?. A juzgar por los errores y aberraciones que encuentra uno en este terreno, muchos ni la sospechan. El ejemplo más extraordinario que he encon­trado fue el rótulo PELO'S PELUQUERIA (li­teral­mente LA PELU­QUERIA DEL PELO). ¿Cómo le suena?

Un gringo en nuestro país, con solo mirar rótulos por las calles, debe sentirse como en casa. En cambio, algunos tenemos la sensa­ción de estar cada vez menos en casa. Nuestra cultura - incluida por supuesto la popular - se agringa a pasos agigantados. Antes, eran la burguesía y los negocios caros los que monopoliza­ban el uso del inglés. Ahora el inglés se ha democratizado y popula­rizado para fines comerciales, con lo que se ha logrado una ven­taja adicional: los errores ortográficos ya no son solo en español sino también en inglés. Cerca de mi casa hay un rótulo de MISTHER PAN (con una H que nada tiene que hacer ahí) que siem­pre me ha fascinado. Encon­tré también alguna vez el LUPE'S SCOOL (con una H faltante, por el contra­rio) y el maravilloso CHIQUEN RESTAURANT, versión criolla del CHICKEN norteamericano... 

Las preferencias gringas no son sólo en los rótulos sino sobre todo en los nombres de pila. Ahí están los que se llaman ROBERT, ELIZABETH, MARY, JOHN, PAUL, habiendo Roberto, Isabel, María, Juan y Pablo. Y así resultan las combinaciones exóticas como JOHNY Simbaña, KATHLEEN Toapanta, EDWARD Llumiquinga o MERCY Sigüenza.

En la televisión, abundan los SHOWS y los presentadores haciendo gala de Spanglish criollo. Entre los grupos musicales hay para esco­ger. El club de video se llama VIDEO CLUB, el centro de video VIDEO CENTER y el de copiado COPY CENTER. La agenda del evento más pedestre incluye COFFEE-BREAK (por café, descanso, refrigerio) y algunos hasta LUNCH (por almuerzo). Uno debe escoger entre las tallas SMALL, MEDIUM y LARGE. Nos van acostumbrando al MARKETING, el PERFORMANCE, el SNACK, el LEASING, el JET-SET, los TOP 10, el PERSONAL TRAINER...

Y, si usted no maneja el inglés, ¡olvídese del Internet y la computación! Desde el HARDWARE y el SOFTWARE, y la conexión ONLINE, hemos avanzado hacia un mundo absurdamente spanglishado en el que incluso términos con su perfecto equivalente en español, prefieren usarse en inglés. Ahí están el  MAIL, el LINK, el PASSWORD, el POST, el NETWORKING, los SOCIAL MEDIA, el PERSONAL LEARNING ENVIRONMENT, el CLUSTER, el HUB, y la creciente colección de E-: E-MAIL, E-LEARNING, E-BOOK, E-READER ...

¡HELP! 

* Artículo publicado originalmente en Familia del diario El Comercio de Quito,  el 2/2/1992. Revisado y actualizado en 2011.

Kazi, el sin gracia ▸ Kazi, The Graceless



(text in English below)

Como parte de la visita a la escuela, los profesores han preparado un conjunto de actividades a las que denominan "co-curriculares". Uno por uno los alumnos van pasando adelante a cantar, recitar, bailar, hacer acrobacias y demostraciones de atletismo. Un trío de niñas canta una canción típica de Bangladesh. Una pareja de niño y niña baila al son de la música cantada por el resto. Varios niños nos muestran sus habilidades para la gimnasia. Una niña pequeña hace contorsionismo. Otra me entrega una flor. En el fondo de la clase percibo a un niño que no se ha movido de su asiento, y le invito a acercarse.

- "El es muy tímido y no sabe hacer ninguna gracia", me susurra al oído la profesora.

Terminada la visita a la escuela, expreso al director y a los profesores mi deseo de recorrer brevemente el barrio. Barrio marginal en las afueras de Dhaka, Bangladesh. Barrio extremadamente pobre, maloliente, sin agua potable ni luz ni alcantarillado, lleno de basura por todas partes, asentado sobre el río, literalmente flotando sobre el río. Casas difíciles de ser llamadas tales, apretujadas unas contra otras y alineadas en hileras a ambos costados del único camino de tierra. En vez de calles, troncos flotantes. Cada paso es una posibilidad de errar el tronco y meter el pie en el agua, agua sucia, empozada, a la que van a parar desperdicios y excrementos.

Al pasar por una de estas casas reconozco, adentro, al niño tímido que no sabe hacer ninguna gracia. Padre y madre se me unen enseguida y los vecinos se agolpan a nuestro alrededor. A una voz todos empiezan a contarme que Kazi - éste es su nombre - está enseñando a leer y escribir a su familia y a todo el vecindario. Los ha distribuido por grupos de edad - niños, adultos y ancianos - y les enseña en su casa, desde que llega de la escuela hasta la noche. Kazi es el primero y único en su familia que va a la escuela, y el único en todo el vecindario que sabe leer y escribir.

- "El es un buen alumno y un buen hijo", dice la madre.
- "El es nuestro orgullo", dice el padre.
- "El es nuestra salvación", dice una viejita.
- "Gracias a él he aprendido ya a escribir mi nombre".
- "Kazi no aprende sólo para él; aprende para todos nosotros", agrega un señor.
- "El dice que nos va a sacar un día de aquí, que para eso tenemos que estudiar, aprender a leer y escribir", dice emocionada una señora.

Pequeño, escuálido, débil, tímido, sin gracia conocida o aparente, Kazi es en verdad un dechado de gracia, un niño especial, un héroe, un líder en su vecindario, un personaje extraordinario. Sus profesores y yo jamás lo habríamos sabido de no haber salido ese día a explorar su barrio, a reconocer sus territorios.

* Publicado originalmente (en inglés) en:
Education News, Special Issue No. 17-18, UNICEF, New York, February 1997.

Kazi, the Graceless

As part of the visit to the school, the teachers have prepared a number of "co-curricular" activities. One by one, students come to the front to sing, recite, dance, perform acrobatics and athletic demonstrations. A trio of girls sings a typical Bangladeshi song. A boy and a girl dance to music sung by the rest. Several children display their gymnastic abilities. A little girld does contorsions Another girl presents me a flower.

At the end of the classroom I perceive a boy who has not moved from his seat and I encourage him to approach.

- "He is very shy and does not have any grace", whispers his teacher in my ear.

When the visit is over, I express to the headmaster and the teachers my desire to walk around the neighborhood. Marginal neighborhood in the outskirts of Dhaka, Bangladesh, extremely poor, foul-smelling, no running water or electricity or sewers, garbage all over lying on the river, literally floating on the river. Houses difficult to be termed such, built tightly together and aligned in rows on both sides of the single, narrow, earthen walking path. Instead of streets, floating logs. Every steps presents the possibility of missing the log and slipping one's foot into the water, dirty, stagnant water, thickened by excrement and waste.

In passing one of the houses I recognize inside the shy, graceless boy at the school. Father and mother join immediately; neighbours follow and encircle us within a minute. With one single voice, they all start to tell me that Kazi - the child's name - is teaching his family and the whole neighborhood to read and write. He has organized them in groups according to age - children, adults, and the elderly - and teaches them every day at his house, after school and well into the night. Kazi is the first and only member if his family who has attended school, and the only literate person in the neighborhood.

- "He is a good student and a good son", says the mother.
- "He is our pride", says the father.
- "He is our salvation", says an old woman. "Thanks to him I have learned to write my name".
- "Kazi does not learn only for himself; he learns for all of us", adds another woman.
- "He says he is going to take us all from here one day, and for that to happen we need to study. to learn to read and write", says an old man.

Small, thin, fragile, without apparent or known grace, Kazi is indeed full of grace, a very special child, a hero, a leader, an extraordinary character. His teachers and I would never had known this had we not ventured on that day to explore his neighborhood, to acknowledge his territory.

* Published originally in: Education News, Special Issue No. 17-18, UNICEF, New York, February 1997.



Si a los niños se les permitiera escribir libremente...



                                                                                                                   Para Emilia


Concejo de la escuela para los piojos
Los piojos son incectos que molestan.
Los piojos pican mucho.
Ay piogicidas muy buenos.
Después de lavarnos la cabeza nos pasamos el peine fino.



Esto es lo que escribió en su cuaderno Leticia Yerolami, una niñita uruguaya, a la consigna de "Tema libre". Haciendo uso de su insospechada libertad para decir sobre un papel, escogió - de los infini­tos temas posibles - hablar de los piojos, de su relación con ellos y de lo que sabe de ellos. Decoró la página con unos lindos dibujos de piojos pequeños y grandes, y encerró todo dentro de un recuadro pintado con lápices de colores.

Si a los niños se les permitiera escribir libremente, escribirían las cosas más inesperadas. Porque escribirían sobre lo que piensan y sienten, sobre lo que saben y ven, con la misma frescura con que piensan y sienten, con la misma ingenuidad con que saben y ven, con la misma espontaneidad con que se expresan y comunican. 

Si los niños pudieran escribir libremente darían rienda suelta a eso que los adultos llamamos "imaginación infantil" (cuidadosamente alimentada y controlada por la fantasía adulta): hadas madrinas, reyes y princesas, pócimas mágicas, animalitos que hablan y se comportan como personas, castillos encantados, gigantes y enanos, elefantes con alas, gatos azules, viajes extra­ordinarios. Esto es seguramente lo que la maestra de Leticia esperaba, lo que quieren encontrar maestros y padres de familia en una redac­ción escolar: el tema infantil, el cuento de hadas, la primorosa anécdota familiar, el testimonio cándido, el mundo rosado y dorado visto a través de los ojos ingenuos de los niños.

Pero - como bien lo saben los maestros - dejar a los niños escribir en libertad, y sin tema predeterminado, significa invitarles a poner sobre el papel no sólo sus ilusiones y sueños, sino también sus penas y temores, sus frustraciones y pesadillas.

Si los niños pudieran escribir libremente nos hablarían de mons­truos y serpientes, de cachetadas, insultos, castigos, falta de afecto, incomprensión, soledad, tristeza. Sabríamos de la pelea con el amiguito, el cero injusto de la maestra, la agresión del papá, la ausencia de mamá. A través de las redacciones infanti­les veríamos, con la claridad y nitidez de una película de dibujos animados, los problemas más acuciantes que afectan a la familia y a la sociedad: pobreza, hacinamiento, insalubri­dad, trabajo infantil, maltrato, violencia, machismo, racismo, autoritaris­mo, alcoholis­mo, abuso, drogas, acoso, violación cotidiana de derechos, guerra.

Si los niños pudieran escribir con "Tema Libre" escribirían mucho más y mucho mejor porque hablarían de sus cosas, de lo que les interesa y les afecta. Pero sería muy peligroso. Por eso, el sistema escolar - de común acuerdo con los padres de familia y con toda la sociedad - instauró la copia, el dictado y las planas como modos institucionales de escritura infantil, y selecciona para los niños un conjunto de temas escolares universa­les.

Por ello, desde que usted y yo fuimos a la escuela, y hasta el día de hoy, niños y niñas escolares siguen escribiendo la composición sobre La Vaca, ¿Qué Hice En Mis Vacaciones?, Mi Primer Día de Clases, El Día de la Madre, El Día del Padre, Mi Maestra, Mi Patria, Mi Bandera, Mi Escuelita.

* Publicado en: Espacios para la Lectura, Año II, N° 3-4. México, Red de Animación a la Lectura, Fondo de Cultura Económica, 1996.

Textos relacionados: 
Rosa María Torres, Tarjetas navideñas

Para saber más:
Los piojos, ese problema en la colonia y en el aula
, La Nación, Buenos Aires, 2012

Una escuela islámica en Jaipur, India

Rosa María Torres
PhotographersDirect

La escuela funciona en pleno centro de la ciudad de Jaipur, capital del Estado de Rajashtan, India. Una zona populosa, ruidosa, con calles estrechas y ajetreadas. La escuela funciona en tres habitaciones adosadas junto a la mezquita, en el segundo piso. Una cortina hace de puerta de entrada, flanqueada por la inconfundible hilera de zapatos y zapatillas de alumnos y profesores. 

213 alumnos, entre niños y niñas, estudian en estas tres habitaciones, comunicadas entre sí a través de pequeñas puertas. En cada habitación funcionan dos grados. No existe mobiliario, excepto por una pequeña mesa para el profesor. Los niños se sientan en el suelo, sobre las pequeñas alfombras que cada uno trae de su casa. El uniforme consiste, para los niños, en pantalón azul y camisa blanca, y, para las niñas, en el típico pantalón con túnica y la cara cubierta con un velo.

El calendario escolar incluye 200 días de clase. Las clases se inician a las 7:30 de la mañana y terminan a las 12:30 del mediodía. Los primeros 25 minutos del día se dedican a orar. Luego, los niños aprenden Urdu, Arabe, Hindi, Matemáticas, Ciencias Sociales y Ciencias Naturales. A diferencia de las escuelas regulares del gobierno, donde sólo se enseña Hindi, en estas escuelas islámicas los niños aprenden tres lenguas: Urdu, Hindi y Arabe. El Urdu es la lengua local, la lengua oral de los niños y sus familias. El Hindi es la lengua oficial. El Arabe es la lengua del Corán, la lengua que deben aprender para leer el Corán. y que aprenden, de hecho, al mismo tiempo que aprenden a leer.

Algunos niños y niñas vienen a clases con sus hermanitos pequeños, única posibilidad de asistir a la escuela. Los profesores aceptan este hecho como parte de la realidad escolar: en cada habitación, mientras los niños escolares toman parte en la clase, recitan, leen o escriben, los más pequeños, en sus brazos o junto a ellos, duermen, comen, retozan o juegan, casi sin hacer ruido, como si fuesen conscientes de que de su silencio e inmovilidad depende que el hermano o hermana pueda estudiar y siga asistiendo a clases.

El mayor ruido proviene de la calle: autos, buses, bicicletas, motos, vendedores ambulantes, vecinos que se detienen a conversar bajo las ventanas. El ruido de afuera sirve de telón de fondo al ruido de adentro: el interminable responso a que da pie la lectura, la respuesta, el ejercicio, el repaso, el saludo, todo. No obstante, sin que entienda uno bien cómo, en este gran ruido - el de la calle, vivo y diverso; el de la escuela, monótono y rítmico - se abren paso la palabra, el significado, la concentración, el aprendizaje. Al final de la mañana, cada niño y niña recoge su pequeña alfombra, la dobla y mete en su mochila junto con los libros y cuadernos, y sale de ahí con una sonrisa. 

Derechos de los maestros, ¿y los derechos de los alumnos?

Rosa María Torres



Claudius Ceccon - CECIP, Brasil



Es indispensable reconocer y defender los derechos de los maestros. Pero es fundamental también analizar cuándo y hasta qué punto esos derechos entran en conflicto con los derechos de los alumnos.

El paro y la huelga docentes son vistos generalmente como el escenario por excelencia de la confrontación entre derechos de los maestros y derechos de los alumnos. Mientras que el paro es la expresión de un reclamo docente en defensa de sus condiciones laborales, la suspensión de clases lesiona el derecho de los alumnos a asistir a clases y aprender.

Existen otros frentes de conflicto entre derechos de los maestros y derechos de los alumnos. En el estado de Chiapas, México, me encontré con la situación - ampliamente conocida y reconocida en ese país - de que, en el medio indígena, y cuando se trata de la escuela, a menudo no coinciden las lenguas que hablan los maestros y sus alumnos. Así, por ejemplo, es común la situación de un maestro que habla tzotzil dando clases en una zona de habla chol, o la de un maestro que habla chol enviado a trabajar con una población hablante de tzotzil. Obviamente, en este caso maestros y alumnos no se entienden entre sí, pues se trata de lenguas - no apenas de dialectos - diferentes.

El problema parece sencillo de resolver: enviar a los maestros tzotziles a la zona tzotzil, a los que hablan chol a la zona chol, a los que hablan tzeltal a la zona tzeltal, etc. Pero no es sencillo en absoluto y la realidad así lo demuestra no solo en México sino en varios países con alta presencia de lenguas indígenas. En México, muchos atribuyen el problema a fallas de planificación de la Secretaría de Educación Pública (SEP). Otros - incluidos los maestros entrevistados durante mi recorrido en Chiapas - mencionan también al sindicato y los “derechos sindicales". “Estamos ubicados de acuerdo a nuestro derecho”, me decía una maestra hablante de tzeltal que enseña a niños hablantes de tzotzil. “Poco nos entendemos. Ellos no me entienden a mí, y yo tengo que hacer el esfuerzo de hablarles en su lengua. Ya he aprendido un poco en estos meses”.

Es decir: dentro de la política oficial de distribución de plazas docentes, y de común acuerdo con el sindicato, al maestro o maestra se le asigna una determinada zona de trabajo según sus calificaciones y años de experiencia. El criterio de distribución tiene que ver prioritaria, si no exclusivamente, con el eje campo-ciudad. En otras palabras, cada punto ganado en experiencia docente y en currículum vitae sirve para avanzar la ficha un casillero, en un tablero que empieza en lo más apartado de la zona rural y termina en la gran ciudad. En las primeras casillas, donde se concentran los grupos y las lenguas indígenas, y donde se concentran los grupos (y lenguas) con menor estatus y menor capacidad para reivindicar sus derechos, inician su carrera los maestros y maestras con menores “derechos”, no necesariamente los que hablan esas lenguas. El que habla la lengua local, a su vez, gana con los años y los cursos el derecho a avanzar en el tablero, cada vez más cerca de la ciudad, cada vez más cerca de los grupos sociales y lenguas prestigiosos.

¿Qué clase de sistema social y de sistema escolar hemos construido, en el que los derechos que asisten a los que aprenden - el derecho a aprender, a aprender en la propia lengua, a aprender con sentido - pueden ser a tal punto contradictorios con los derechos reivindicados como tales por quienes enseñan, que terminan negándose incluso requisitos básicos para el aprendizaje como son el manejo de una lengua común, la comunicación, la obvia necesidad de la comprensión?

Textos míos relacionados en este blog
- Monólogo
- El modelo de preparación docente que no ha funcionado

- Sobre educadores, buenos educadores y profesionalización
- Historias de docencia y heroísmo  
- Por qué los maestros están llamados a ser los primeros defensores de los derechos de los niños

Para eliminar el analfabetismo hay que eliminar la pobreza

Newsweek


Llegamos al lugar. Un basural inmenso en El Cairo, cuyo olor nos inunda y nos marea no bien abrimos la puerta del vehículo. Por increíble que parezca, aquí vive gente, gente que vive entre basura, de la basura, gracias a la basura. 

La organización no-gubernamental que trabaja aquí en diversos programas - salud, saneamiento ambiental, capacitación laboral, alfabetización - nos ha in­vitado a visitar el centro de alfabetización.

En un pe­queño cuarto destartalado el coordinador del centro nos explica el programa. Terminada la exposición, un colega se anima a preguntar lo que todos estamos mascullando: en vez de alfabetizar, ¿no sería mejor ayudar a estas familias a escapar de este lugar?.


Esto sucede en Egipto pero puede suceder en cual­quier lugar del mundo. En Nueva York y Bogotá, en Río de Ja­neiro y Bangkok, en Quito y Nairobi, hay basurales como éste y gente que vive de la basura. Gente que, en su mayoría, es anal­fabeta, no puede enviar a sus hijos a la escuela o no puede sostenerlos en ella, y no ve posibilidad de romper el círculo vicioso de la pobreza. En este mar de basura maloliente, ¿puede un poco de alfabetización hacer alguna diferencia? 

El analfabetismo se concentra don­de se concentra la pobreza: "países en desarrollo", zonas rurales y urbano-marginales, tugurios, villas miseria, basurales...

El analfabetismo es hijo de la pobreza. Los analfabetos son los más pobres entre los pobres. Los que no pudieron ir a la escuela cuando niños o debieron abandonarla al poco tiempo porque tuvieron que trabajar. Los que repiten los años porque carecen de condi­ciones mínimas para estudiar y aprender.

Una y otra vez los gobiernos y la comunidad internacional anuncian propósitos de reducir y hasta "erradicar" el analfabetismo. No obstante, es imposible pretender encarar eficazmente el analfabetismo sin tocar el drama de la pobreza, fuente de su perpetua reproduc­ción. Pueden seguir abriéndose escuelas y ofreciéndose programas de alfabetización de adultos, pero el problema subsistirá. Solo el día en que go­biernos y sociedades se comprometan en serio a eliminar la pobreza será pensable un mundo alfabetizado.

"No basta con enseñar a leer y escribir; hay que acercar la lectura y la escritura a la gente"


Entrevista con Rosa María Torres
por la Campaña Latinoamericana por el Derecho a la Educacion (CLADE)
(8 septiembre, 2007)

INEA, México


¿Qué significa estar alfabetizado, hoy?

Lo común sigue siendo a este respecto dividir al mundo entre “analfabetos” y “alfabetizados”, y dividir a su vez a los analfabetos  en dos grupos: los llamados “puros” o “absolutos” y los “funcionales” (personas con débil manejo de la lectura y la escritura, con baja y/o mala escolaridad). No obstante, ya hay abundante conocimiento indicándonos que estas clasificaciones simplifican realidades complejas, que no se trata de polos opuestos sino de un continuo, en el que existen diversos niveles de dominio del lenguaje escrito. Entre los que nos consideramos “alfabetizados” hay diferencias enormes, desde lectores incipientes y personas que apenas dibujan su firma, pueden copiar un texto pero no escribirlo propiamente,  hasta lectores y escritores sofisticados, con dominio de la lengua y manejo de varios idiomas.

Prefiero por mi parte hablar de niveles de alfabetismo antes que de niveles de analfabetismo. Es difícil imaginar hoy la existencia de un analfabeto “puro”: si, como muestra abundantemente la investigación disponible, los niños y niñas pre-alfabetizados saben muchas cosas acerca del lenguaje escrito mucho antes de llegar a la escuela, esto es tanto más cierto para una persona adulta, aún si se considera a sí misma analfabeta. Por otra parte, no existe estrictamente un “estar alfabetizado”; estamos continuamente perfeccionando nuestras habilidades para leer y escribir. Porque a leer se aprende leyendo y a escribir se aprende escribiendo.

Diríamos que una persona está “alfabetizada” cuando maneja con autonomía el lenguaje escrito, lee comprendiendo lo que lee y es capaz de transmitir con claridad sus propias ideas por escrito, de modo que otras personas puedan comprender lo que escribe. Esta persona no necesita más facilitadores o programas ad-hoc para seguir aprendiendo a leer y escribir; a partir de lo que sabe puede continuar leyendo y escribiendo sola, con propósito y con sentido, utilizando y perfeccionando sus habilidades para expresarse y comunicarse, lo que es la base misma del aprendizaje a lo largo de la vida.

La definición de “alfabetizado” dada por UNESCO a mitad del siglo pasado y que muchos siguen citando como si fuese actual – “estar en capacidad de leer y escribir un enunciado simple de la vida cotidiana” – requiere repensarse, porque cambió mucho lo que entendemos por “leer” y “escribir”, la noción de “enunciado simple” y  la propia vida cotidiana de la gente. ¿Cuáles son los requerimientos básicos de lectura y escritura, por ejemplo, para una persona joven o adulta que vive en área urbana, usa transporte público, camina por la calle e intenta cruzarla, necesita buscar y conseguir trabajo, manejar, llenar un formulario, entender un manual, leer un periódico, un cartel, un libro, los subtítulos en la televisión,  inscribirse en algún curso a distancia para continuar estudiando, participar en el mundo escolar de los hijos, en la vida del barrio, manejarse en un centro de salud, un banco, una plaza pública? ¿Qué se requiere hoy, en materia de lectura y escritura, para enfrentarse a una computadora y aprender a manejarla?

Una de las constataciones incluidas en el resumen ejecutivo de su estudio "Alfabetización y acceso a la cultura escrita por parte de jóvenes y adultos excluidos del sistema escolar en América Latina y el Caribe" es el uso político-electoral de la alfabetización de jóvenes y adultos por parte de autoridades locales /nacionales que impulsan estas acciones…

En efecto. Una cosa es la naturaleza política de la educación  – puesto que en este terreno se juegan importantes decisiones y cuestiones de poder – y otra cosa es el uso político de las intervenciones educativas por parte de quienes las impulsan. No es nuevo ni es coincidencia que muchos políticos se interesen en los analfabetos en tiempos electorales y como parte de su estrategia política.  Es que la "erradicación del analfabetismo", la declaración de "territorios libres de analfabetismo", etc., se prestan para las lógicas político-electorales. Son una inversión de bajo costo, a menudo de corta duración, a la que puede darse alta visibilidad social y política, en nombre de la equidad, el alivio de la pobreza, etc.

Este estudio, financiado por el CREFAL fue un estudio en terreno realizado en 2006-2009 en 9 países de la región: Argentina, Bolivia, Ecuador, Colombia, México, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. El 2006 fue año electoral en varios de estos países. El conteo de alfabetizados y la promoción de graduados y de cifras en los medios de comunicación, a cargo de alcaldes, gobernadores, ministros, primeras damas e incluso candidatos presidenciales, fue algo que observé repetirse en mis recorridos por varios de estos países. Es más: la propaganda electoral, especialmente en zonas rurales y urbano-marginales, apareció en la investigación como el tipo de material más extendido en la creación de “ambientes letrados”. Claro que, por lo general, dicha propaganda no está pensada para quienes no saben leer o apenas están aprendiendo. Lo que capta la atención es sobre todo la imagen y el uso de colores y símbolos.

¿Por qué la expresión “alfabetización y cultura escrita”?

Porque el objetivo no es solamente alfabetizar, sino asegurar las condiciones para que las personas lean y escriban efectivamente.  A esto llamamos “cultura escrita”. Hablamos por eso de adquisición, desarrollo y uso de la lectura y la escritura, y afirmamos que no basta con la adquisición. La consigna no es solo enseñar a leer y escribir sino acercar la lectura y la escritura a la gente, especialmente a las familias, comunidades y grupos sociales más pobres y que más las necesitan.

En otras palabras, acceder a la cultura escrita pasa por la alfabetización pero va mucho más allá de ésta. Con esto no queremos decir que acceder a la cultura escrita es acceder a un programa de postalfabetización, como suele llamársele, sino a los usos de la lectura y la escritura en situaciones reales de la vida cotidiana, en el hogar, en el trabajo, en el ocio, en los ámbitos educativos y de participación social, etc. 

Crear ambientes letrados implica poner a disposición pública todo tipo de materiales de lectura y escritura. No sólo en escuelas y bibliotecas sino en calles, plazas, mercados, paradas de buses, canchas deportivas, hospitales, cárceles, etc. No después de la alfabetización, como suele pensarse, sino antes de y junto con. Porque ese ambiente letrado facilita y motiva hacia el (aprender a) leer y el escribir, y le da sentido. Estuve en Bogotá, designada Capital Mundial del Libro 2007, y quedé maravillada con la amplia gama de instituciones, programas y experiencias que vienen desarrollándose para promover la lectura y la escritura entre toda la población. El paso siguiente es articular promoción de la lectura y alfabetización, las cuales siguen yendo cada cual por su lado. Dicha articulación ya está establecida en el Decreto 133 promulgado por la Alcaldía de Bogotá (abril 2006), un decreto de avanzada por medio del cual se adoptan los lineamientos de política pública de fomento a la lectura para el período 2006-2016, dentro de los cuales se incluye la alfabetización, como debe ser.

Qué bueno que el Plan Iberoamericano de Alfabetización y Educación Básica de Jóvenes y Adultos (2007-2015) no se detenga en la alfabetización sino que apunte a universalizar la educación básica entre jóvenes y adultos (lástima que la sigla adoptada sea PIA, cercenando la EB más amplia, tan importante de recordar y machacar). No obstante, aún dado este marco, la mentalidad tradicional  hace que muchos gobiernos, políticos, tecnócratas, y la “opinión pública” construida por los medios, sigan hablando de “reducir” o “erradicar el analfabetismo” como LA meta.

¿Cómo ve la situación del analfabetismo de jóvenes y adultos en América Latina y el Caribe?

Generalmente, en este campo los avances y logros vienen midiéndose en términos estadísticos: cuántas personas se inscribieron, a cuánto se redujo el índice de analfabetismo, a lo que se agregan más recientemente las estimaciones de “analfabetismo funcional” (personas con menos de 4 años de escolaridad, según  algunas definiciones). Hay poco interés en indagar acerca de las calidades, los desarrollos, usos e impactos de la alfabetización provista tanto por organismos gubernamentales como no-gubernamentales. Poco sabemos acerca de qué, cómo y cuánto están leyendo y escribiendo las personas alfabetizadas, si y cómo eso está contribuyendo a ampliar sus horizontes y mejorar sus vidas.

En todo caso, tanto en los números como en las calidades, ha habido poco avance – y más bien estancamiento y hasta involución en algunos aspectos - en este campo en los últimos años. En esto convergen varios factores: 

(a) La extendida pobreza: El analfabetismo no se resuelve solo desde las políticas educativas y los programas de alfabetización, sino desde la política económica y la política social en su conjunto. Mientras continúe reproduciéndose la pobreza, continuará reproduciéndose el analfabetismo, tanto el derivado de la falta de acceso a la escuela como el derivado del acceso a la mala escuela.

(b) La visión en torno a los sujetos de la alfabetización: Jóvenes y adultos siguen discriminados en términos educativos, a pesar de la retórica en torno a la “equidad”, el “respeto a la diversidad”, la “educación para todos”, el “aprendizaje a lo largo de toda la vida”, etc.  La edad y la pobreza son factores de fuerte discriminación social y de prejuicios: pobreza se asocia con déficit no sólo material sino intelectual y cultural, se asume que las personas adultas son lentas y torpes para aprender, etc.

(c) La visión de la educación y del derecho a la educación: Ambas, la educación y el derecho a la educación, se asocian a infancia y a escuela,  y es ahí donde se ubican las prioridades. Se habla de alfabetización y educación, como si la alfabetización no fuese parte de la educación (esta separación sigue presente en muchas constituciones y leyes, en los organigramas de los ministerios de educación, en la producción académica, en la programación, metas e informes de las agencias internacionales, etc.).

(d) La visión de la alfabetización: Sigue instalada una concepción restringida de la alfabetización, la lectura y la escritura. Sigue asociándose alfabetización con jóvenes-adultos y con educación no-formal, sin reconocerse que éste es un proceso y un aprendizaje que no tiene edad, y que se realiza dentro y fuera del sistema escolar. Sigue confundiéndose alfabetización con castellanización, como en tiempos de la Colonia; son pocos los programas que enseñan y promueven la lectura y la escritura en  lenguas indígenas. Sigue pensándose la promoción de la lectura básicamente como promoción del libro y como refuerzo escolar.

Siguen predominando, en fin, viejos parámetros, sólo que ahora en muchos casos combinados con el uso de modernas tecnologías, lo cual produce algunas mezclas insólitas, indescriptibles. En el estudio que acabo de concluir resalta el subaprovechamiento o mal uso de las tecnologías, las modernas y las tradicionales, para promover la lectura y la escritura entre niños, jóvenes y adultos, y sobre todo entre estos últimos. 

En el plano estadístico, es difícil afirmar hoy cuál es la situación real de la región y de cada país, pues hay muchas distorsiones encadenadas, desde la continuada falta de instrumentos idóneos para determinar el analfabetismo – que sigue basándose por lo general en la autopercepción y autodeclaración de las personas – hasta problemas de recolección y procesamiento de la información y “conteos” al ojo, surgidos sobre todo de la necesidad de mostrar resultados rápidos y exitosos. En la mayoría de centros de alfabetización que he visitado, en los diversos países, están juntos los llamados analfabetos “puros” y los “funcionales”, y no es raro que estos últimos sean mayoría dentro de la clase. Estas últimas son personas con alguna experiencia escolar y algún manejo de la lengua escrita. No obstante, todos son contados estadísticamente como analfabetos al inicio y como alfabetizados al final. ¿Quién se ocupa de constatar si los dados por alfabetizados son en verdad tales?. En la carrera por los números, se pierden de vista la calidad, la relevancia y la sostenibilidad de los aprendizajes.

Hay quienes ven como un buen signo el actual “boom” mundial y regional de la alfabetización de jóvenes y adultos. En los últimos años han proliferado, en efecto, planes e iniciativas internacionales en este campo, empezando con la Década de las Naciones Unidas para la Alfabetización (2003-2012). Hay programas mundiales, regionales, hemisféricos e iberoamericanos entrecruzándose hoy en día en nuestra región. UNESCO coordina la Década, la Educación para Todos (1990-2015) - una de cuyas metas es reducir el analfabetismo a la mitad para 2015 – y el programa mundial LIFE (apoyado por la Casa Blanca) que ha seleccionado 35 países, 2 de ellos (Brasil y Haití) en esta región. España, a través de la OEI, viene organizando el Plan Iberoamericano de Alfabetización y Educación Básica de Jóvenes y Adultos, el cual propone eliminar el analfabetismo adulto para el  2015. Cuba, a través del IPLAC, viene implementando desde 2003 el programa “Yo Sí Puedo” en varios países, incluidos también Brasil y Haití. Cada iniciativa tiene marcos, objetivos, metas, plazos, alcances, investigaciones, informes y modalidades diferentes de acción. Lamentablemente, lo que predomina es la descoordinación, el paralelismo y hasta la competencia entre las diversas iniciativas, caldo de cultivo para los protagonismos, la duplicación de esfuerzos, el desperdicio de recursos, y la siempre vigente y temida “guerra de los métodos”.

Usted dice que hay retrocesos en algunos ámbitos. ¿Cuáles son esos retrocesos?

Hay involuciones en el ámbito pedagógico y en el político-ideológico.

Así como en el campo de la alfabetización infantil vemos un embate contra el constructivismo - al que se le echa la culpa (especialmente en Brasil, también en otros países) del reiterado fracaso alfabetizador de la escuela - y una defensa a ultranza del “método fónico”, en el campo de la alfabetización de adultos estamos presenciando el retorno a métodos silábicos, fonéticos y hasta alfabéticos, que creíamos superados. El método cubano Yo Sí Puedo introduce como novedad el asociar cada letra del alfabeto a un número, lo que – en las observaciones de clase que he realizado en los 9 países mencionados, en todos los cuales está presente – confunde y complica, más que facilita, el aprendizaje y la apropiación de la lengua escrita. Si bien es cierto que por lo general las personas analfabetas conocen los números y hacen operaciones aritméticas mentalmente, también sabemos que letras y números tienen lógicas distintas así como sistemas diferentes de escritura (alfabético y numérico, respectivamente), por lo que sus procesos de enseñanza-aprendizaje varían considerablemente y se recomienda más bien diferenciarlos en el proceso de alfabetización.

Asimismo, el sentido político y transformador de la alfabetización, la concientización tan apasionadamente defendidos por Paulo Freire, se han abandonado o descolorido en la mayoría de programas, y quedan como una impronta en los más apegados a la lucha social y a la educación popular. El “diálogo”, que llegó a ser sello distintivo en los programas de alfabetización de adultos, se ha perdido, minimizado o mecanizado como un “paso” más del método. El pragmatismo de los tiempos lleva a hacer todo de prisa, con el menor costo, en tiempos récord y sin cuestionar demasiado al sistema que continúa produciendo y reproduciendo la pobreza y el analfabetismo. 

¿Qué piensa de la evaluación de los programas de alfabetización en la región?

Conozco pocos programas de alfabetización de jóvenes y adultos que hayan sido evaluados a fondo e integralmente, como se debe hacer. Uno de ellos, la Campaña Nacional de Alfabetización “Monseñor Leonidas Proaño” en el Ecuador (1988-1990), de la que fui Directora Pedagógica. Hicimos una evaluación interna y una externa, esta última coordinada por un equipo contratado por UNESCO. La interna incluyó evaluación de los aprendizajes, de las estrategias, instrumentos y materiales utilizados, no sólo desde el punto de vista de los alfabetizandos sino también de los alfabetizadores, de las autoridades locales, de las familias. Trabajé un año entero en la elaboración del informe final de la campaña, integrando los resultados de ambas evaluaciones. Cuando se publicó, nadie lo esperaba y pocos lo leyeron seguramente, aunque lo distribuimos de manera amplia y gratuita. Y es que no hay cultura de evaluación. Lo que la gente y los medios piden es simplemente un dato: a cuánto se redujo el índice de analfabetismo en el país. Lo demás – cuántos aprendieron realmente, qué aprendieron, cómo valoran eso que aprendieron, qué les pareció más interesante, más útil, más fácil, más difícil - no interesa.

La ausencia de evaluación persiste, sobre todo de orden cualitativo, así como parámetros consistentes para definir qué es una buena política y una buena práctica de alfabetización, hoy. Cada programa asegura haber alfabetizado a tantas personas (cada cual decide qué entiende por “alfabetizado”, cómo y en cuánto tiempo lo hace), por lo general entendiendo como tal un nivel muy elemental de alfabetización. En ocasiones, la breve carta que sirve como prueba de haber aprendido a escribir, es redactada por el propio alfabetizador y copiada por los alumnos de la pizarra. Lo sé porque lo he visto en muchos lados y desde hace muchos años. Lo menciono porque copiar no es escribir, es copiar. Conozco asimismo pruebas de evaluación aplicadas a niños y a adultos, que no miden realmente capacidad de lectura y escritura sino más bien información previa y capacidad para seguir instrucciones orales y por escrito.

Desde 2003, el Instituto de Estadísticas de la UNESCO (UIS) viene desarrollando el LAMP (Literacy Assessment and Monitoring Programme) que establece cinco niveles de alfabetismo y que desde 2006 se está piloteando en seis países (entre ellos, El Salvador, el único país en esta región), con resultados previstos para fines de 2008. Entretanto, se abren paso otras iniciativas de definición de indicadores, entre otras en el seno del PIA.

Personalmente, me inquieta la posibilidad de que pasemos de la ausencia de evaluación en este campo, a la sobredosis de empeños evaluadores y de construcción de indicadores que viene impregnando a la educación en general. El campo educativo es muy proclive a estos movimientos pendulares. La educación básica de jóvenes y adultos, y dentro de ella la alfabetización específicamente, deben pensarse desde otros parámetros, inseparables de las condiciones  de vida de la gente, de sus aspiraciones y luchas. Estas no pueden verse aquí como meros “factores asociados” al aprendizaje, como mero “contexto”. Si reconocemos, por ejemplo, que aprender a leer y escribir es un derecho ciudadano, una herramienta de conciencia y transformación social, un aprender a leer no sólo lo escrito sino a “leer el mundo” y la propia realidad críticamente, como decía Paulo Freire, ¿cuáles deberían ser los parámetros para definir el “perfil” deseable o el buen “desempeño” del alfabetizador y el buen “rendimiento” del alfabetizando?

¿Cómo pensar políticas de alfabetización considerando la gran diversidad social y cultural en los diversos países y dentro de cada país?

Justamente: la buena política educativa es aquella que asume e incluye expresamente la diversidad como principio central y condición de eficacia de la política, tanto en el diseño como en la ejecución. No hay nada que obligue a una política a ser homogénea, igual para todos, nacional, regional, mucho menos globalizada. Esa es la mala política, la que norma pero no funciona y a la que estamos acostumbrados, principalmente a través de la acción de los organismos internacionales. La buena política es contextualizada, es participativa, y se hace cargo de sus condiciones de implementación, alentando la diversificación, que es lo que exige la especificidad de cada contexto y momento.  De hecho, un recorrido por los 19 informes nacionales presentados en 2006 por los países de América Latina en el marco del PIA y por los 20 informes nacionales preparados en 2006-2007 el marco de un estudio regional CREFAL-CEAAL sobre educación de adultos, muestra la gran diversidad de realidades, historias, concepciones, terminologías, marcos legales, esquemas organizativos y financieros, culturas políticas, lingüísticas, institucionales, etc., que existen hoy en materia de alfabetización de jóvenes y adultos en esta región.

Esa buena política no se puede hacer sólo desde el conocimiento experto; éste requiere contrastarse y complementarse con otros saberes especializados, con el sentido común, con el conocimiento práctico, con la opinión y la participación social, con el involucramiento de los actores en cada caso. El diseño de las políticas no compete únicamente a las cúpulas y a los técnicos sino, cada vez más, a los grupos interesados, a los otrora llamados “beneficiarios”. Es parte de la responsabilidad de quienes dirigen facilitar las condiciones para que la población participe y contribuya desde criterios informados y cabalmente deliberados en el seno de sus respectivas organizaciones.

Al respecto, en el Grupo Latinoamericano de Especialistas en Alfabetización y Cultura Escrita (GLEACE) analizamos y discutimos el estudio realizado en 2004-2005 por la Campaña Mundial por la Educación y Action Aid (en inglés “Writing the Wrongs: International Benchmarks on Adult Literacy”, traducido al español como “Corregir los errores: Puntos de referencia internacionales sobre la alfabetización de adultos”). El estudio concluye con 12 recomendaciones o estándares de calidad (“benchmarks”) para políticas y programas de alfabetización de adultos a nivel mundial. Muchas de las conclusiones y recomendaciones de este estudio no reflejan ni se ajustan a las realidades de América Latina y a la diversidad de países y situaciones. Algunas recomendaciones son discutibles en general como indicadores de buena práctica en este campo. Un ejemplo: una clase de 30 alumnos (Recomendación 7: “al menos un(a) facilitador(a) por cada 30 alumnos”) es muy difícil de manejar y va en sentido contrario de los esfuerzos de retención y de la necesidad de atención más personalizada, particularmente dada la usual heterogeneidad de los grupos de alfabetización y las condiciones de gran precariedad que caracterizan a estos programas. Por lo demás, nuestros recorridos por América Latina nos muestran pobrezas, distancias, soledades, dispersiones, dificultades y costos de movilización, conflictos de horario, locales inadecuados, etc., que hacen en muchos casos difícil respetar los mínimos establecidos en cada programa – 20, 15, e incluso 10 y hasta 5 personas – para organizar un centro de alfabetización, lo que lleva a menudo a completar el número con personas para quienes no está pensado el programa o simplemente a falsear las estadísticas para poder habilitar el centro y recibir el equipamiento y el subsidio correspondientes.

¿Cuál es, a su juicio, el principal desafío de la alfabetización de jóvenes y adultos?

Al mencionar los problemas, quedan de hecho mencionados los desafíos. No obstante, si hay que escoger uno, no dudo en decir que el principal desafío radica hoy en la formación, en la formación de cuadros – entendiendo por esto personas con conocimientos, con criterio, con capacidad analítica y crítica, con sensibilidad y compromiso social, capaces de moverse entre lo micro y lo macro, de definir  políticas y organizar acciones en el terreno – a todos los niveles. Me refiero a formación, que es más amplia e integral que la capacitación.

El campo de alfabetización ha sido siempre flojo en términos de formación y capacitación, tanto de los educadores del sistema escolar como de los que actúan fuera de éste. En la alfabetización de adultos, éste ha sido tradicionalmente uno de los grandes talones de Aquiles. Además, cuando se habla de formar y capacitar, se piensa en los alfabetizadores, en los facilitadores. No obstante, se requiere un esfuerzo de renovación de cuadros a todos los niveles, con una visión actual y ampliada de la alfabetización y de la cultura escrita, en todos los ámbitos: la investigación, el diseño políticas y programas, la elaboración de materiales, la enseñanza, la asesoría, la supervisión, la evaluación, etc.

Esta es precisamente una línea de trabajo que hemos promovido desde el CREFAL y desde el Instituto Fronesis. En mayo de 2007 realizamos un primer Diplomado Latinoamericano en Alfabetización y Cultura Escrita, en la sede del CREFAL, en Pátzcuaro, México. Lo ideal sería continuar promoviendo esta línea de formación en los propios países y en alianza con otros organismos, recurriendoa especialistas nacionales y de la región, y contextualizando el curso de acuerdo a las realidades y necesidades específicas de los países.
 

Paulo Freire, los sexshops y la comida tailandesa


Rosa María Torres


Hace mucho he querido escribir estas dos anécdotas personales con Paulo; finalmente, lo hago. El título de la nota puede desconcertar a muchos. Se trata, no obstante, de cosas simples, que muestran al Paulo Freire ser humano, curioso, ingenuo y fresco como un niño, aprendiz permanente dispuesto a dejarse sorprender y a maravillarse con el mundo.

Paulo y yo nos conocimos en 1985, en Sao Paulo. Eran días de Revolución Sandinista; yo vivía y trabajaba en Nicaragua por entonces. A través de Moacir Gadotti, Paulo me invitó a compartir con él un seminario sobre alfabetización en la ciudad de Diadema, donde se realizaba un proyecto con su metodología y apoyo. Ahí mismo nos hicimos amigos. Aproveché la ocasión para hacerle, al día siguiente, una larga entrevista que luego terminaría siendo un libro (Educación Popular: Un encuentro con Paulo Freire, 1986). La entrevista la hicimos en su departamento, en Sao Paulo, con fondo de canarios y aroma de feijoada que venía de la cocina y del arte de Elza, su mujer.

1. Sexshops en Hamburgo

En junio de 1991 nos reencontramos en Hamburgo, invitados ambos, junto a otros colegas educadores latinoamericanos, a la celebración del 40 aniversario del Instituto de Educación de la UNESCO (UIE, hoy UIL). Paulo estuvo a cargo de la conferencia central y yo del agradecimiento en nombre de los especialistas latinoamericanos que habíamos participado en un seminario de una semana en el instituto.

Terminado el acto, alguien propuso el clásico paseo por el puerto y los famosos sexshops de Hamburgo. Paulo se negó en redondo: mucho frío, él ya no estaba para estas cosas, mejor se iba al hotel. Tras breve forcejeo argumentativo, le tomé del brazo y se vino con nosotros.

Incómodo al principio, caminaba pretendiendo no mirar. Pero quien ha estado por allí sabe que es imposible sustraerse al variado menú de artilugios a la vista: ropa interior loquísima, bijoutería, cadenas, látigos, penes de dos o tres puntas, preservativos de todas formas y colores, un amplio repertorio de muñecas inflables, etc, etc.

Inicialmente tironeado por mí, luego por su propia curiosidad, Paulo se instalaba frente a cada vidriera, abría los ojos y no cesaba de preguntarme qué era y para qué servía cada cosa. A fin de aclarar toda duda, le propuse entrar a las tiendas y preguntar a los empleados (hablar alemán fue de gran ayuda, aunque me faltó claramente vocabulario para la ocasión). El mismo empezó a dictarme, sin tapujos, las preguntas: “¿Por qué vale tanto esa muñeca? ¿Qué hace?”. “Este agujero, ¿para qué sirve?”... Los vendedores nos explicaban, entre risas y sonrisas.

Así fuimos, pavoneándonos como adolescentes, vidriera por vidriera, tienda tras tienda, a pesar del gran frío. Mirar, especular, y luego entrar, preguntar, reír. Y Paulo maravillándose, sonoramente, con lo que veía y nos explicaban.

El grupo siguió caminando, delante de nosotros, en perfecta complicidad. Acordamos juntarnos después en un lugar convenido para tomar un chocolate caliente. Cuando llegamos, todos estaban sentados –curiosos- esperándonos. Fue el propio Paulo quien tomó la palabra, comentó sobre sus aprendizajes esa noche y públicamente me agradeció por “haberme permitido descubrir todo un mundo que no sabía que existía”.

Pepe Rivero – uno de los amigos latinoamericanos de esa noche en Hamburgo – recuerda como memorable aquella experiencia de “educación porno-sexual”, como la llama. En verdad, Paulo y yo aprendimos y nos divertimos juntos esa noche, y yo me sentí dichosa sirviéndole de acompañante, animadora, facilitadora y traductora.

2. Comida tailandesa en Nueva York

A mediados de los 1990s, siendo yo asesora en la Sección de Educación de UNICEF en Nueva York, le invité a Paulo a dar una conferencia. Su venida fue todo un acontecimiento en UNICEF. Gentes de todas partes del mundo sabían quién era y se sentían maravilladas con su visita. Paulo viajó con Nita, su segunda mujer. Yo había consultado telefónicamente con Nita acerca de las preferencias de Paulo en cuestiones de comida. Quería agasajarle, como bienvenida, con un pequeño restaurante tailandés que era nuestra joya gastronómica familiar en Manhattan. Sin vueltas, Nita me advirtió que Paulo sólo comía comida brasileña, en donde estuviera; ella había fracasado en sus intentos por internacionalizarlo en materia culinaria. José Luis, por su parte, me insistía: "Déjelo tranquilo. El quiere comida brasileña. Usted siempre queriendo cambiar a la gente...".

Porfiada, seguí adelante en mi empeño. Me parecía inconcebible que Paulo, ciudadano del mundo, renunciara a las exquisiteces de la gastronomía universal y de la tailandesa en particular.

En el auto, después de recoger a Paulo y a Nita en el aeropuerto, fui tanteando la estrategia: le dije a Paulo que teníamos reserva en un restaurante tailandés, pero que si, después de unas probadas, él decidía que la comida no le gustaba, iríamos al brasileño, también previsto y reservado. Paulo se resistió por un rato pero finalmente aceptó el trato.

Ya sentados en el lugar, hice personalmente la selección y el pedido, tratando de combinar la mayor variedad de platos. Mesa llena, en un santiamén, del grandioso colorido de los platillos tailandeses, con sus peculiares arreglos y olores. Paulo miraba de reojo cada plato y preguntaba qué contenía. Empecé sirviéndole un poquito de uno o dos, para que los degustara, sin compromiso. Al rato estaba comiendo todo lo que le servíamos e incluso sirviéndose él solo. Disfrutó cada plato, cada sabor. Al salir del restaurante, frotándose la barba, confesó: "¡Fantástico!".

Según me contó Nita después, durante la semana que estuvieron en Nueva York, a insistencia de Paulo terminaron comiendo todos los días en el mismo restaurante tailandés.

Buenos Aires, 24 septiembre de 2010

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