Para Bernardo
Bernardo me contaba que, cuando niño, veía la llegada de las vacaciones como un tormento y el regreso a clases como una liberación.
Nacido en España, en familia pobre y campesina, Bernardo debía caminar más de una hora todos los días para ir y regresar de la escuela, y acomodar el estudio dentro de esa larga lista de tareas que son parte de la vida cotidiana de un niño rural.
La llegada de las vacaciones significaba trabajo desde el amanecer hasta el anochecer. La vuelta a la escuela - escuelita rural, lejana, precaria - era motivo de regocijo. Volver a la escuela era volver a ser niño, volver al juego, a los amigos, al trabajo dosificado, a la caminata que permitía un tiempo a solas para pensar y para soñar.
Es bueno recordar que no todos los niños y adolescentes se alegran con la llegada de las vacaciones, que no todos ven el retorno a clases como el fin de la diversión y el reinicio de las obligaciones. Para millones de niños y niñas como Bernardo, en todo el mundo, la escuela es liberación más que castigo.
Desde temprana edad, niños y niñas de familias pobres, en el campo y en la ciudad, ayudan en los quehaceres domésticos y asumen responsabilidades que en otros contextos son consideradas propias de los adultos. Muchos contribuyen a la supervivencia y al sustento familiar. Para estos trabajadores infantiles, el propio concepto de vacación es inexistente. La vacación es sencillamente ausencia de escuela. Lo normal, lo de todos los días, lo de toda la vida, es el trabajo. La escuela es una incrustación en la rutina laboral.
Millones de niños encuentran en la escuela el espacio, el agua potable, la luz eléctrica, el servicio higiénico o la letrina, la mesa y hasta la silla que no tienen en sus casas. La escuela provee a menudo la única comida del día, la única posibilidad de acceder a servicio médico o dental y, más recientemente, para muchos, la posibilidad de tener a mano una computadora, aunque sea vieja, lenta, compartida con muchos.
Millones de niños no tienen en sus hogares condiciones para jugar. Para ellos, la escuela es no solo disciplinamiento sino esparcimiento, socialización, lugar para estar con otros niños, zona liberada y pequeño territorio autónomo respecto de la familia.
Para millones de niños pobres la escuela es el único recinto intelectual: el encuentro con el mundo impreso, la lectura y la escritura, el dibujo, el arte, el cuaderno, el libro, la biblioteca, el cuento, el periódico, el conocimiento sistemático, por elemental que sea.
Tanto en hogares pobres como acomodados, millones de niños y niñas padecen maltrato, abuso, abandono. Para ellos, pobres y ricos, la escuela puede ser la posibilidad de un confidente o un amigo de verdad, la ilusión del primer amor, la suerte de un maestro o maestra que brinde atención, afecto y apoyo.
Para millones de niños y niñas en el mundo aún la escuela más precaria y el profesor más humilde pueden ser un oasis de esperanza y felicidad en medio de la pobreza, el hacinamiento, el trabajo infantil, la violencia doméstica, el desafecto, la desatención, el maltrato. El derecho a la escuela es, para estos niños, parte esencial del derecho a ser niños.
A los discursos demoledores de la escuela no está demás recordarles y reiterarles: para millones de niños y niñas en todo el mundo, la escuela real - esa que tienen a mano, a menudo con muchas carencias y urgida de cambios y mejoras - es bendición y liberación antes que tortura.
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3 comentarios:
Conheço a vida de um estudante da Zona Rural, pois fui um deles! Mas naquela época foi tudo de bom na minha vida!A escola era um sol que brilhava na minha vida todos os dias! Bjs.
Venho convida-la a conhecer o site www.educadoresmultiplicadores.com.br
um abraço.
Gracias, Mazé, por dejarnos tu testimonio. Un abrazo, Rosa María
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