Titulitis




En una reunión de trabajo con jóvenes profesionales, en Medellín, Colombia, empezamos con una ronda de presentaciones. Cada uno debía decir en qué trabaja y cuál es su especialidad. Eramos cerca de 30 personas alrededor de la mesa. Las presentaciones tomaron más de una hora. La mayoría tenía dos y hasta tres títulos universitarios. Algunos estaban pensando en un cuarto título. Todo esto con grandes sacrificios para la mayoría de ellos, que trabajaban y estudiaban al mismo tiempo, dormían poco, y se movilizaban por toda la ciudad.

Quedé aturdida. ¿Por qué no basta con un título, o dos? Básicamente la dictadura de los tiempos, cuestión de supervivencia, dijeron. Con uno o dos títulos no alcanza para conseguir empleo, o un buen empleo. Se requiere tres para ser competitivo. ¿Por qué eligen carreras diversas, en vez de profundizar y especializarse en un campo? La diversidad permite más oportunidades laborales, fue la explicación. 

La titulitis es mundial y está instalada también con fuerza en mi país, el Ecuador, así como la industria del fraude que trae consigo el apetito por los títulos (plagio de tesis, falsificación y venta de títulos, etc.). Los CVs son hoy vitrinas de títulos. Se colocan junto al nombre, como títulos nobiliarios. Fulano o fulana Ph.D. No basta con licenciaturas e incluso maestrías; la meca es el doctorado. Quien obtiene un título lo considera su primer título. El que logró el segundo, quiere un tercero. Mejor si en universidades extranjeras.

A jóvenes y familias que me consultan sobre estos temas, les digo: 

a) la clave para ser feliz, aprender y ser bueno en lo que se hace está en identificar y perseguir una pasión antes que un título;

b) el título tiene corta vida, se desactualiza rápidamente, a menos que continuemos aprendiendo y avanzando por cuenta propia, haciendo realidad el Aprendizaje a lo Largo de la Vida; 

c) el conocimiento proviene no solo del estudio sino, sobre todo, de la práctica, de la aplicación del conocimiento a la solución de problemas reales; la experiencia es esencial e insustituible; 

d) antes de elegir una carrera o un campo de trabajo conviene informarse bien (el ikigai puede ser una herramienta útil en el proceso de reflexión y toma de decisiones); 

e) para aprovechar una maestría o un doctorado conviene tener alguna experiencia de vida; la secuencia licenciatura-maestría-doctorado exige pausas de vida útil entre ellas. Les aconsejo siempre tener una experiencia de trabajo antes de emprender con más estudios formales.

f) hoy en día, y especialmente en el ámbito laboral, se valoran sobre todo las actitudes y las aptitudes (valores, comportamientos, habilidades, competencias: empatía, creatividad, pensamiento crítico,  capacidad de trabajo colaborativo y en equipo, disposición al aprendizaje permanente). 

Vivimos tiempos convulsos, inciertos, de grandes transformaciones y de crisis profundas en muchos ámbitos, con una enorme y creciente presencia de la tecnología y del Internet. El mundo de la educación y el mundo del trabajo han experimentado cambios profundos. 

En lo personal, a los 18 años me sucedieron tres cosas importantes: empecé a estudiar en la universidad, empecé a trabajar (mi primer trabajo fue como guía de turismo y luego como guía en el museo arqueológico del Banco Central), y me enamoré de la persona con quien me casaría dos años después. Una infancia y una adolescencia con mucha lectura, sin televisión y sin Internet, aprendiendo de todo un poco en las tardes, fuera de la escuela: solfeo, ballet y violín en el conservatorio, francés en la Alianza Francesa, inglés es un intercambio estudiantil en Estados Unidos, quichua en la universidad. Todos ellos aprendizajes prácticos promovidos por mi mamá, y que me serían de gran utilidad en la vida. 

Desde que terminé el colegio siempre combiné estudio y trabajo, me financié mis estudios y aporté económicamente a mi familia. A los 29 años fui a estudiar un doctorado en México (tres años), con una beca ganada gracias a mi trayectoria educativa.

Agradezco pertenecer a una generación y a una época en que elegíamos un campo de estudio motivados por vocaciones y preferencias personales antes que por requerimientos del mercado de trabajo. Los títulos importaban, pero más importaba la experiencia y lo que uno leía y aprendía por cuenta propia. Los jóvenes nos formábamos no solo en el estudio sino en el trabajo, en la lectura, en la relación con otros, en el contacto con la música, en el servicio a los demás y en el activismo en torno a causas sociales.

Cuando me preguntan que dónde he aprendido lo que sé, lo primero que me viene a la mente no son las instituciones en que he estudiado. Lo más importante lo he aprendido en el trabajo, leyendo, escribiendo, enseñando, investigando, compartiendo con otros, viajando, navegando, todas ellas poderosas fuentes de aprendizaje. Es mucho lo que aprendo todos los días en Internet. La web me permite mantenerme actualizada en los campos que me interesan, y es una herramienta fenomenal de entretenimiento, socialización, investigación y divulgación.

Mi hijo mayor se encontró con la música a los 16 años y nunca más la soltó. Terminó haciendo de la música su pasión y su carrera. Se preparaba para ser economista, como su papá. Entró a estudiar Economía, en Quito, y luego Comunicación, en Nueva York. Pero la música pudo más. A los dos años decidió regresar a Quito y reencontrarse con su banda. Una opción que los papás respetamos. Nuestros hijos saben que lo que queremos es que sean personas de bien y felices, que descubran sus talentos y los desarrollen, que elijan sus propios caminos y perseveren.

Mi hijo menor estudió cine, primero en Buenos Aires y luego en Barcelona. Tuvo siempre claro que lo que quería era aprender, no conseguir un título. Tomó las materias que le gustaban, le dedicó tiempo a lo que le interesaba, se metió a trabajar en proyectos creativos y solidarios, sigue creando y aprendiendo. Hoy hace arte sensorial e interactivo a partir de un colectivo multidisciplinario que creó.

Tres generaciones. Hijos de papás intelectuales que eligieron ser artistas, algo frecuente hoy en día. Cada uno de nosotros en lo suyo, realizados, en búsqueda y en aprendizaje permanente. Caminando contracorriente en esta sociedad enferma de titulitis que cada vez más valora a las personas por los títulos que poseen antes que por lo que son, saben, hacen y son capaces aprender y de hacer.  

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