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El orgullo de ser maestra


Rosa María Torres

Grupo de maestras con el exPresidente José Velasco Ibarra



Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio, en 1991, y más tarde incluido en el libro Itinerarios por la educación latinoamericana: Cuaderno de viajes (Paidós, 2000). Fue inspirado por y dedicado a Blanca Margarita Abad de Velasco, fallecida hoy, 11 de febrero de 2014, en Quito, a la edad de 92 años. Sirva ahora este breve texto como homenaje personal a su vida y a su memoria.



Una por una, posiblemente como en la ceremonia de medio siglo atrás, cuando recibieron el título de maestras, van pasando a recibir el diploma que acredita sus cin­cuenta años de servicio. Mujeres canosas, en su tercera edad, que hace cincuenta años, en la flor de su juventud, aban­donaron la Escuela Normal y se lan­zaron a la aventura de enseñar.

El acto es emotivo y espe­cial. Himnos, discursos, abrazos, lágri­mas, flores, poesías, pasillos, para homenajear a este grupo de cincuenta y dos mujeres, maestras de maestras, que han formado a
miles de maestras que hoy enseñan en las aulas del Ecuador.

Una de las homenajeadas es mi suegra. Mientras la veo feliz y emocionada en este importante día de su vida, pienso en las marcas que le ha ido tatuando el oficio de maestra: la energía desbordante, la postura erguida, la voz firme, el tono de mando, las convicciones fuertes, la pasión por la lectura, la avidez por aprender y mantenerse al día, la satisfacción con la tarea cumplida, la conciencia de las grandes carencias sociales y educativas de este país, la docencia como compromiso de vida y como tarea intelectual exigente.

Un sentimiento comparten estas mujeres: el orgullo de ser maestras, el orgullo de una vida dedicada a la enseñanza. Este mismo acto, estas mismas Bodas de Oro celebradas por ingenieros, o arquitectos, o contadores, sería muy diferente. El oficio de enseñar se levanta sobre muchos otros, con un aura especial. (“Be a teacher, be a heroe”, encontré escrito, en un cartel gigante, en plena avenida de Broadway, en Nueva York, en 1996).
Un oficio que puede salvar vidas, abrir mentes, descubrir talentos, ampliar horizontes, construir posibilidades y futuros ni siquiera imaginados. Ser maestro continúa siendo una de las tareas sociales más nobles, una de las pocas que, en este mundo del sálvense quien pueda, todavía se basa en el altruismo y el espíritu de servicio.

Servir a otros es uno de los modos más significativos de existencia del ser humano y una de las fuentes más importantes de realización y gratificación personal. "Revalorizar" la docencia implica, esencialmente, recuperar para la profesión y para cada maestra y maestro concretos, el orgullo de ser maestros.
En la dignidad y la valía profesional de cada maestro y maestra se juega no solo la calidad de la enseñanza en las aulas sino la dignidad de todo un pueblo.

Quito, 11 febrero, 2014

Educación sexual


Rosa María Torres
Educación sexual - Bonil



Este artículo fue publicado el 18/11/1990 en Aulabierta, periódico del Programa Nacional "El Ecuador Estudia" del Ministerio de Educación y Cultura del Ecuador, que co-coordiné junto con Raúl Vallejo. Contaba allí una historia personal, la de mi primer embarazo y mi primer hijo, cuando la sexualidad era tabú mayor en esta sociedad y la "educación sexual" apenas un experimento. Casi 25 años pasaron. Muchas cosas han cambiado, para bien y para mal. La sexualidad se discute hoy mucho más abiertamente, la vida sexual se inicia antes, el embarazo adolescente pasó a ser nuevo campo de preocupación social y política pública, el aborto es tema nacional de controversia y de disputa, la homofobia se combate como una tara más. Religión y política siguen coincidiendo en las visiones más retardatarias de la sexualidad,  la mujer, su cuerpo y sus derechos. ¿Qué tanto avanzó la educación sexual, en la familia, en  el sistema escolar, en los medios, en la iglesia, en el sistema político?


Para mi hijo Juan Fernando


Cuando estaba en tercer año de la universidad y embara­zada de mi primer hijo, empecé a trabajar como profesora de inglés en un afamado colegio particular religioso femenino de Quito (ahora puedo agregar el nombre: Colegio Cardenal Spellman). Un día, mientras subíamos las gradas con las alumnas en forma­ción, una monja que venía más abajo alzó a ver: sentí, supe, que se percató de que estaba embarazada.

Al día si­guiente, reunión urgente convocada por la monja rectora. Visiblemente irritada, me habló de mi embarazo como un doble pro­blema: le preocupaban las molestias que sig­nificaría el parto para el colegio (le aseguré que sólo falta­ría dos días y así fue), pero sobre todo le preocupaba que mis alumnas, chicas de segundo curso, angelitos de 13 o 14 años, pu­diesen tener "malas ideas" y despertárseles inquietudes "malsa­nas" sobre el sexo.

De nada me sirvió aclararle que estaba legal­mente casada y que tener un hijo no era pecado ni motivo de vergüenza. Me pidió, ac­to seguido, que, en adelante, disimulara mi barriga poniéndome abrigos o ponchos, y que llegara todos los días cuarto de hora an­tes de empezar la clase y me ubi­cara detrás del escri­torio, tra­tando en lo posible de desarrollar la clase sentada, a fin de que las chicas no me vieran. Aunque usted no lo crea. Ve­rídico.

Por supuesto que mis alumnas desde hace tiempo, mucho antes que las monjitas, se habían dado cuenta de mi embarazo. Todos los días se acercaban a sobarme la panza para sentir cómo se movía el bebé. Todas estaban curiosas por saber cómo era eso de estar embarazada.

Algunas clases de inglés, subrepticiamente, se convir­tieron en conversaciones sobre el tema. Varias de ellas tenían mamás embarazadas o hermanitos recién nacidos. Todas tenían enamorados y más de una había dejado de ser virgen. Las más "adelantadas" se ma­quilla­ban y algu­nas fumaban a escondidas en el baño.

Puesto que, en tiempos de mini­falda, el colegio exigía que el uniforme se llevara debajo de la rodilla (en el patio de formación la monja inspec­tora medía determinada altura a partir del suelo, igual para todas), no bien sonaba el timbre de salida y se pasaba el umbral de la puer­ta, todas proce­dían apuradas a treparse las faldas haciéndose bollos en la cin­tura. Afuera, a pie, las esperaban en motos o en autos del año.

Hablo de hace muchos años, cuando en la mayoría de colegios ni se soñaba con eso que hoy llaman Educación Sexual. Pero mucho me temo que dicha Educación Sexual haya venido a instalarse como un parche, sin que hayan cambiado demasiado las condiciones, la represión y el tabú generalizados ha­cia el tema sexual.

¿En qué consiste a menudo la famosa Educación Sexual?. Una charla o un conjunto de charlas inocuas, en lenguaje sumamente científi­co y profiláctico, a cargo de médicos, psicólogos, curas, etc., ca­da uno exponiendo desde su propia especialidad e ideología. Otras veces, o complementando a lo anterior, se recurre a videos, quizás entre otras cosas para evitar el bochor­no de explicar todo esto personalmente y cara a cara.

Si he de juzgar por los videos que le tocaron a mi hijo mayor, en el bachillerato de un colegio particular, diría que los que se eligen son deficientes, mal hechos, desactualizados y profundamente moralis­tas. Imágenes borrosas intercala­das con gráficos y explicaciones tediosas acerca del comportamiento sexual del género humano, se empeñan en dejar claro que la sexualidad es fuente de muchas y muy graves enfer­medades tales como la sífilis, la gonorrea, etc. (videos más ac­tualiza­dos, claro está, agregan el SIDA a la lista).

Lo cierto es que, en general, ni charlas ni videos termi­nan sa­tisfaciendo las inquietu­des reales de los jóvenes y sus­citan mas bien algunas nuevas. O son demasiado ele­menta­les para el nivel real de conocimiento y ma­nejo efectivo de los alumnos. No es raro, en efecto, que a estu­diantes de secundaria se les siga hablando de las abejas y el polen, de los pajaritos y la primave­ra, versiones un poquito menos infan­tiles que las cigüeñas del pre-escolar.

Maestros o maestras sonrojados, nerviosos, incómodos, peroran con ayuda de gráficos anatómicos que explican, por un lado, la anato­mía femenina y, por otro, la masculina. "Organos sexuales masculinos" y "órganos sexuales femeninos" difícilmente pueden nombrarse con sus términos comunes y corrientes. El lenguaje cien­tí­fico ofrece la necesaria cobertura de asepsia y pudor que requiere el tema.

Cómo se junta el gráfico de la izquierda con el de la derecha y, en fin, cómo y dónde se encuentran el óvulo con el espermatozoi­de, es el tema más espinoso, el más esperado y el menos clarifi­cado. Todo se presenta como si se tratara de un pro­blema de mecá­nica, palancas o émbolos. Los sentimientos y las sen­saciones - el amor, la ternura, la sensualidad, el placer - se pierden en la enmarañada jerga y en su explicación única: la re­producción animal.

Charlas y videos terminan bruscamente. El espacio final para las preguntas, para el debate, cuando se da, suele ser corto y pobre. ¿Cuántos se animan a hacer preguntas, cuántos a hacer las que verdaderamente importan, inquietan y hasta torturan?. Lo que más tiempo y energía ocupa son las recomendaciones, los consejos prácticos, la normativa, por lo general estigmatizadora de la sexualidad. En definitiva, el mensaje termina siendo: "No se me­tan", "¡Cuida­do!" y hasta "¡Bas­ta!".

Cierto que muchas cosas han cambiado en estos años pero, en lo fundamental, siguen reinando en nuestra sociedad, en la familia y en el sistema educativo la represión y el prejuicio respecto de la sexualidad. Ayer quizás más ignorantes y reprimi­dos, hoy más infor­mados pero también más expuestos, pero hoy, como ayer, chicos y chicas se ven forzados a seguir improvisando, a seguir aprendien­do clandestinamente, a seguir equivocándose, a seguir ocultan­do, a seguir cul­pabilizándose. Y enton­ces, cuando la mucha­cha descu­bre su em­barazo y recuerda su clase de Educación Sexual, se pregunta para qué le sirvió el cuento de las abejas o los pulcros gráficos anatómicos del hombre y la mujer.

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El aula y el patio



NO  CORRO
NO  GRITO
NO  EMPUJO


Así está escrito, en letras amarillas muy grandes, sobre el muro del patio de la escuela, en Quito. Como para que a nadie le pase desaperci­bido. Como para que a nadie se le ocurra correr, gritar o empujar durante el recreo, a la hora de formarse, a la hora de entrar y salir. Como para que a nadie se le olvide que un patio escolar no es un patio cualquiera. 


CORRER es lo que provoca hacer después de un largo período de en­cierro, sobre todo si se es niño, adolescente o joven. El aula es esencialmente jaula. Bastante es pedirles que permanezcan quietos, sentados y atentos varias horas al día, pendientes de ser tomados por asalto con una pregunta, una instrucción, un dictado, una prueba. ¿Cabe pedirles además que sigan quietos durante el recreo? ¿Dónde liberar la energía que se acumula en el enclaustramiento de un aula y en la inmovili­dad de un asiento?.

GRITAR es esperable en un recreo, cuando los recreantes son alumnos forzados al silencio y la incomunicación. El aula es esenciamente escuchadero. El profesor habla, los alumnos escuchan. Hablar con el compañero es indisciplina. Preguntar está mal visto. Trabajar en equipo, ni pensar. ¿Puede pedirse a los alumnos que conserven la mordaza fuera del aula? ¿Dónde explotar la bomba cargada de prohibiciones: no hablar, no conversar, no opinar, no preguntar?.

EMPUJAR puede ser una manera de jugar, de agredir o de desafiar las normas. El aula es esencialmente santuario. El contacto físico con otros está prohibido. El cuerpo, negado. ¿Dónde sacudirse las rigideces de la disciplina, de las reglas, de los tabúes? 

Mientras las aulas sigan siendo jaulas, claustros, santuarios, los patios seguirán siendo desahogaderos. ¿Qué tal acercar un poco aula y patio? ¿Qué tal llevar a la clase un poco de recreo?.

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Leer los periódicos, ayer y hoy



A la memoria de mi mamá, lectora

Desde niña y hasta que me casé y me fui de la casa, en Quito, a los 20 años, ví a mi mamá leer todos los días, religiosamente, El Comercio. De hecho, "leer El Comercio" era hasta hace poco, para muchos quiteños, equivalente a "leer el periódico".

Durante la semana, mi mamá se instalaba con el periódico en la cama, no bien empezaba a clarear, mientras desayunaba y cuando mi hermano y yo salíamos a la escuela. Sábados y domingos la lectura se trasladaba al corredor que rodeaba el patio central de la casa, adornado con varandas y macetas, y rebosante de sol. La sesión de lectura duraba entre dos y tres horas - calculo - e iba corriéndose de lugar a medida que se corría el sol. Era lectura concentrada, pausada, saboreada, comentada. Tengo presente el crujir de las páginas, que ella doblaba con la misma prolijidad con que doblaba sábanas y manteles. Recuerdo esa mezcla de sol, plantas, lectura y tertulia en torno al periódico como momentos felices de mi infancia.

Leía El Comercio "de cabo a rabo" - como decía - exprimiéndole cada letra, cada foto. Primero el cuerpo principal y luego los suplementos que el diario iba agregando con el paso del tiempo. La primera página remitía siempre a páginas interiores, lo cual provocaba bastante jaleo y ruido. Luego venía la página editorial, las noticias nacionales, la internacionales, la página de muertos y condolencias, los anuncios clasificados, los deportes, las tiras cómicas. Todo corto y en pastilla. Donde más se demoraba y con la que más interactuaba era con la página editorial. Mi madre, que quedó huérfana siendo niña y que no pudo terminar la educación secundaria, era una intelectual, una mujer política, politizada y apasionada, ávida aprendiz y gran conversadora. La lectura diaria de El Comercio le mantenía intelectualmente activa y le alcanzaba para conversar y debatir sobre muchos temas, y especialmente sobre política, con parientes, vecinos, conocidos y desconocidos, y con nosotros, los hijos, mientras crecíamos.

Más tarde en la vida, mi mamá me visitó en los diferentes lugares en que viví con mi propia familia - México DF, Managua, Nueva York, Buenos Aires - y en cada uno de ellos leyó, dedicadamente, los diarios locales que ofrecía la casa. En Buenos Aires, leer La Nación o Clarín y Página/12, con todos sus suplementos, tomaba fácilmente media mañana; los comentarios podían copar el almuerzo o la cena. Murió en 1998, sin haber tenido oportunidad de leer un diario en línea. Dudo que hubiera logrado engancharla. Lo suyo era la lectura pausada y placentera, una experiencia que involucraba todos los sentidos, con tiempo y con espacio, al aire libre, con luz natural, con sol, "de cabo a rabo", a dos manos, con tinta y en papel.


En cuanto a mí, desde que apareció Internet he sido pasto de los tiempos, las tendencias y las estadísticas: prácticamente dejé de leer diarios impresos y los fui cambiando por sus versiones digitales en pantalla. Es mucho sin duda lo que he ahorrado en papel y en dinero todos estos años, y mucho también lo que he perdido en ese tránsito. Solamente vuelvo a leer diarios impresos cuando viajo, en aviones, trenes, hoteles. Y, claro, en Buenos Aires, donde sigue siendo un placer empoltronarse en el café de la esquina (siempre hay uno, y uno abierto a cualquier hora), con un cortado y dos medias lunas, 
sin prisa, sin distractores, disfrutando la escritura, rodeada de otros lectores de periódicos con los que más de una vez termina una comentando alguna noticia. Lo más parecido, sin sol, a la grata experiencia de fines de semana en el corredor de la casa de mi mamá.

En lo cotidiano, sigo y leo en pantalla varios diarios ecuatorianos - El Comercio uno de ellos - y varios internacionales. El libre acceso, la gratuidad y la conexión rápida hacen esto factible, así como leer diarios que seguramente no encontraría ni compraría de no tenerlos en la red. No leo ningún diario completo; se trata más bien de un picoteo tipo "zapping" que pasa por encima de mucho y se detiene en poco, a menudo leyendo solo titulares. Con frecuencia marco o guardo artículos o enlaces que me interesan, todo virtualmente. Y, como todos, entro a hipervículos buscando profundizar o complementar algo, y termino dispersándome y hasta olvidándome de cuál era el objetivo original. No hay horarios fijos pues en el mundo digital - a diferencia de en el mundo impreso - la información se actualiza todo el tiempo. 

Después de tantos años de leer en pantalla, siento cada vez más la necesidad de entrar al sitio web del periódico y desplegarlo completo. La necesidad de meterme en el ethos del periódico, de visualizar la arquitectura de conjunto, la composición de las noticias, su inter-relación, el peso dado a cada una, el diseño gráfico, los créditos. Leer un diario en pedacitos es como hacer cualquier cosa en pedacitos: una experiencia alienante. Cada vez más, asimismo, me resulta intolerable la publicidad por la que hay que pasar - a veces con tediosas esperas - para acceder a la noticia buscada. He abandonado diarios y revistas digitales que me interesan, por su abuso de la publicidad. (Aunque intento describir todo esto con detalle, estoy segura que para alguien que no tiene experiencia de leer diarios en pantalla, debe ser difícil comprender de qué estoy hablando). 

¿Leo? ¿Me informo? Confieso que dudo acerca de la pertinencia de estos verbos para nombrar todas estas operaciones. Acceder a los diarios del mundo a través de Internet pemite entre otros, justamente, percibir con claridad cuán frágil y engañoso puede ser eso que llamamos "información" y "estar informado", cómo se maneja la información a nivel mundial y nacional, cómo nos la seleccionan, repiten, reciclan, retocan y manipulan a todos los niveles. Hay mucha repetición y mucha pérdida de tiempo, por muchas habilidades que uno desarrolle para seleccionar, filtrar y "curar" la información. Hay un conjunto de noticias que aparecen en todos o en la gran mayoría de diarios, elegidas como tales y provistas por agencias internacionales que "ahorran" de este modo esfuerzo a miles de medios y periodistas que se limitan a reproducirlas, con los retoques del caso. A su vez, las noticias producidas localmente pueden diferir tanto entre sí que obligan a leer varios periódicos para poder contrastarlas y tratar de destilar una versión propia.

Mi mamá creía estar al día leyendo El Comercio y era feliz en su interacción crítica con ese informante clave. Yo no me siento bien informada y leo regularmente más de diez periódicos (además, claro, del acceso a otros medios como televisión y radio, y del contacto con personas de carne y hueso). Mejor dicho: estoy "sobreinformada" en asuntos sueltos de poca monta y "subinformada" en lo que realmente me importa y me gustaría entender mejor, a nivel local y global. En la opacidad general con que transcurren y se presentan los hechos, y en la rapidez de su difusión y su lectura, van quedando a medio develar - y ese es el propósito y el modus operandi de quienes "nos informan" - antecedentes, conexiones, explicaciones, contradicciones... 

La montaña de datos, "curiosidades" y frases hechas que nos ponen delante y que consumimos todos los días - cada vez mejor presentados ya no solo en gráficos sino en videos, infografías, materiales interactivos y multimedia - dificulta ya no solo acceder al conocimiento sino a la propia información. "Esta sociedad de la desinformación y del desconocimiento nos ha vuelto más ignorantes", afirma Innerarity. Así es, y así me siento cada día, pedaleando cuesta arriba contra la alienación, la manipulación y el sinsentido en esta vertiginosa, mentirosa y costosa "Sociedad de la Información" ...   

Rosa María Torres del Castillo
Quito, 31 de diciembre de 2012 / 1 de enero de 2013
 
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Centro del Muchacho Trabajador: Una familia de familias (Ecuador)

Rosa María Torres

Exposición en la Jornada Internacional
"Una propuesta de desarrollo humano que nace desde la infancia trabajadora" organizada por el Centro del Muchacho Trabajador (CMT)

Quito, 17 octubre 2008

Foto: Centro del Muchacho Trabajador - Historia

Es para mí una alegría estar aquí. Soy vieja admiradora del Centro del Muchacho Trabajador (CMT). Agradezco la invitación a participar en este evento que se propone analizar varias décadas del trabajo del CMT así como la experiencia del movimiento de niños, niñas y adolescentes trabajadores (NATs) en América Latina. Gracias por la oportunidad de compartir este espacio con el equipo y los muchachos del CMT, así como con NATS de Perú y Venezuela que han venido en representación del Movimiento Latinoamericano y del Caribe de Niños, Niños y Adolescentes Trabajadores (MOLACNATS).

Voy a referirme a cinco puntos destacables del CMT y su experiencia en Quito. 

1. Medio siglo de trabajo

Lo primero que cabe resaltar es la perseverancia. El CMT nació en 1974 y sigue en pie y avanzando, en una sociedad en la que predomina la mentalidad de la proyectitis, las intervenciones que duran lo que dura el gobierno o el financiamiento. Son pocas las experiencias educativas extendidas en el tiempo, con buenas historias y buenos resultados para contar. Después de cinco décadas de trabajo ininterrumpido, no estamos aquí celebrando el cierre sino la continuidad.

Felicitaciones a quienes han hecho posible el CMT y sus logros, con amor y pasión. Las grandes acciones no tienen detrás grandes financiamientos sino voluntad, compromiso y entrega de personas concretas. En este caso, está el compromiso cristiano de los jesuítas y el liderazgo personal del Padre Juan J. Halligan J.S.

2. Una experiencia pionera

Esta es una experiencia pionera, que rompe esquemas. Lo corriente y lo fácil es seguir modas, definir temas y prioridades en función de exigencias puestas por el financiamiento y de agendas marcadas por quienes lo proveen. 

Esta iniciativa, dirigida a la niñez trabajadora, se inició buscando responder a una problemática concreta, sin necesidad de que alguien se anticipara con diagnósticos y ofertas, y sin seguir lineamientos predeterminados. Es precisamente porque es un proyecto endógeno, autogestionado, motivado e iluminado desde adentro, en diálogo permanente con la realidad, que ha logrado sobrevivir y desarrollarse a lo largo de todos estos años.

3. La familia como unidad: "Una familia de familias"

El CMT piensa no solo en el niño trabajador sino también en su familia. Adopta la familia como unidad, se autodefine como "Una familia de familias". Atiende en promedio 450 familias al año.

Diez años le tomó al CMT darse cuenta de la necesidad de este salto hacia la familia; muchos jamás llegan a percibirlo. Eso habla bien del trabajo desarrollado, un trabajo que no renuncia a la integralidad, que prefiere la calidad a los números y que apuesta a acciones más complejas pero sustentables. 

Defiendo desde hace mucho la necesidad de educar a las familias y a las comunidades antes que a individuos aislados, ya sea niños, jóvenes o adultos. Desarrollé y vengo trabajando con el concepto de "comunidad de aprendizaje": todo un barrio, toda una comunidad que aprende, dentro y fuera del sistema escolar, unos de otros, en todos los espacios disponibles y a través de todos los mecanismos que tiene esa comunidad para aprender.

La cultura escolar organiza a los educandos por edades. El sistema escolar corta a la infancia en rodajas - niños de 0 a 3, de 3 a 6, de 6 a 9, de 9 a 12, etc. - y coloca el resto de la vida en un solo gran saco: la edad adulta. No obstante, organizaciones sociales reales como la familia, el barrio o la comunidad están conformadas por gente de todas las edades. La familia es, por naturaleza, una organización inter-generacional, en la que conviven e interactúan varias generaciones, desde bebés hasta abuelos, especialmente en las familias latinoamericanas, que congregan a la familia ampliada. Es absurdo descuartizar a la familia en términos educativos, asumiendo que la educación está 'afuera', en un sistema aparte, y que solo los niños tienen derecho a ella. La familia y la comunidad son también sistemas educativos y de aprendizaje, y soportes fundamentales en el aprendizaje de niños y jóvenes. 

Como lo muestra el CMT, la posibilidad de que un niño trabajador se desarrolle y encuentre un futuro promisorio pasa por el desarrollo y avance de su familia y de su entorno. 

4. Aprendizaje a lo largo de la vida

El CMT plasma el paradigma del aprendizaje a lo largo de la vida. Todos aprendemos desde que nacemos hasta que morimos, incluso aunque jamás pisemos una escuela. Aprendemos en la familia, en la comunidad, con los amigos, en el trabajo, en la participación social, a través de los medios de comunicación, en la naturaleza, en la biblioteca, en Internet, leyendo y escribiendo, haciendo deporte, etc. El desafío es convertir esa realidad y esa posibilidad en políticas y programas que aseguren a todos oportunidades de aprender a lo largo de la vida, mejorando, ampliando y diversificando esas oportunidades. 

Esto es lo que hace el CMT. La oferta educativa incluye centro infantil, educación primaria, técnica y de personas adultas. Aquí se juntan la mamá que juega fútbol, el padre de familia que termina él mismo su educación primaria, el hijo que aprende un oficio, niños, jóvenes y adultos que se divierten, estudian y trabajan y aprenden unos de otros. El CMT combina música, deporte, biblioteca, computadora, estudio, trabajo, salud, recreación, alimentación, arte, artesanías, espacios de desarrollo individual y colectivo.

No debemos aceptar la ideología de la carencia y la desventaja con las que suele asociarse a la pobreza, a los niños y niñas trabajadores y a sus familias. No todo es carencia en la condición de pobreza ni todo es carencia en el trabajo infantil. La carencia es también la madre de grandes valores y virtudes. En el CMT vemos cómo se desarrolla institucionalmente, programáticamente, el valor y la práctica del ahorro entre niños y adolescentes, y en el seno de las familias. El trabajo forja valores y conocimientos útiles para la vida, para el propio estudio. Quien no conoce desde niño el valor del dinero y del trabajo, puede llegar a asumir el dinero como un dado y a menospreciar el trabajo. La precariedad ayuda a apreciar lo que se tiene, a percibir la importancia del propio esfuerzo y a identificar las propias capacidades y talentos que contribuyen al buen-vivir, al buen-hacer, al bien-estar propio y de los demás.  
 
5. Niños trabajadores que estudian 

El punto neurálgico y más controversial es el propio objetivo del CMT: no se propone erradicar el trabajo infantil sino dignificar el trabajo infantil, tendiendo un puente con el estudio y con la familia, y asegurando por esta vía "una propuesta sostenible para superar la pobreza".

Se requiere coraje para ir contracorriente en un tema - el de la "erradicación del trabajo infantil" - que concita grandes acuerdos internacionales, pero que tiene muchos problemas para concretarse en la realidad pues el trabajo infantil está anudado con la pobreza. Erradicar el trabajo infantil implica erradicar la pobreza. Y erradicar la pobreza exige cambios estructurales, no simplemente paliativos, limosnas, subsidios, bonos. Mientras no se desafíe el modelo económico y social que produce la pobreza y la inequidad, no se puede enfrentar con seriedad el trabajo infantil.

Por otra parte, hay que tener claro que el trabajo es como el colesterol, lo hay de dos tipos: el bueno y el malo. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) reconoce esta diferencia:

“No todo el trabajo efectuado por niños debe ser clasificado como trabajo infantil que deba ser seleccionado para su eliminación. La participación de niños, niñas o adolescentes en un trabajo que no afecta su salud y desarrollo personal o interfiere con su educación es considerado por lo general como algo positivo. Esto incluye actividades tales como ayudar a sus padres en la casa, asistir en un negocio familiar o ganarse dinero para gastos personales fuera de las horas de escuela y durante las vacaciones escolares. Estas clases de actividades contribuyen al desarrollo de los niños y al bienestar de sus familias; les hace obtener habilidades y experiencia, y ayudan a prepararlos para ser miembros productivos de la sociedad durante su vida adulta. El término ‘trabajo infantil’ suele ser definido como el trabajo que priva a los niños, niñas o adolescentes de su infancia, su potencial y su dignidad, y que es nocivo para su desarrollo físico y mental. Se refiere al trabajo que:
- Es física, mental, social o moralmente perjudicial o dañino para el niño, e
- Interfiere en su escolarización:
   - Privándole de la oportunidad de ir a la escuela;
   - Obligándole a abandonar prematuramente las aulas, o
   - Exigiendo que intente combinar la asistencia a la escuela con largas jornadas de trabajo pesado.
(…) El que una forma particular de ‘trabajo’ pueda ser llamada ‘trabajo infantil’ depende de la edad del niño, el tipo y horas de trabajo desempeñado, las condiciones bajo las que se efectúa y los objetivos perseguidos por los países
individuales. La respuesta varía de país en país, así como entre sectores dentro de los países”.
- Fuente: OIT/Programa Internacional para laErradicación del Trabajo Infantil

Hay que condenar y eliminar el trabajo (infantil o adulto) que denigra a las personas y que impide a los niños jugar, estudiar, aprender. Pero mientras no seamos capaces de eliminar las condiciones estructurales que naturalizan la pobreza, es necesario dignificar y calificar el trabajo que aporta a la supervivencia familiar, y facilitar su integración con el estudio, convirtiendo a ambos - trabajo y estudio - en herramientas de aprendizaje, de superación personal y familiar, de escape de la pobreza. 

Esto es lo que hace al CMT. Las exposiciones y los videos que hemos visto, las experiencias de vida de ustedes, muchachos y muchachas trabajadores, muestran la fuerza de sus convicciones y de su empeño por superarse. 

La evaluación de impacto encargada por el CMT en 2006 mostró que de las más de 6.000 familias egresadas:  
- más del 75% han logrado salir de la pobreza. 
- 65.50% son dueños de viviendas que cuentan con todos los servicios de una vivienda digna. 
- 85.10% terminó la primaria y la carrera o especialidad técnica elegida en el CMT. 
- 64% continuó sus estudios después de salir del CMT. 
- 95.20% de los hombres y 83% de las mujeres estaban trabajando, 71.80% de ellos en actividades relacionadas con su área de estudios en el CMT. 

Soy una convencida del valor del trabajo desde la infancia. Vengo de una familia con madre que asumió, sola, el cuidado y el desarrollo de tres hijos. Mis padres se separaron cuando yo tenía 6 años, mi papá murió cuando yo tenía 12. Sentí, desde niña, la curiosidad y la necesidad de trabajar. Siempre con ayuda de mi mamá, con mi hermano inventamos maneras de tener nuestros propios, pequeños, ingresos. No obstante, como yo lo veía, mi 'trabajo' fundamental era ser buena alumna, pues esa fue mi manera de conseguir y mantener una beca durante toda mi vida escolar. Ser buena alumna era mi aporte no solo al orgullo sino a la economía familiar.

La relación entre estudio y trabajo suele plantearse en ese orden - primero estudio, luego trabajo - y el problema como uno de 'articulación', 'transición', ‘inserción laboral', etc. Nada de esto se da fácilmente en la realidad. La vinculación estudio-trabajo es tema de eterna preocupación pues, como es sabido, los sistemas escolares son muy malos para enseñar a niños y jóvenes los conocimientos, habilidades y actitudes necesarios para enfrentar la vida y para enfrentarse al trabajo específicamente. Por otra parte, dada la grave crisis de trabajo que hay en el mundo, la cual afecta especialmente a los jóvenes, muchos jóvenes se ven forzados a postergar su salida del hogar y a depender de los padres. Asimismo, la expansión de la escolaridad y de sus requisitos (completación de estudios secundarios, licenciaturas, maestrías, doctorados) está postergando la experiencia laboral.  

El CMT plantea el asunto al revés: cómo facilitar (a los niños trabajadores) el tránsito del trabajo hacia el estudio, y cómo hacerlo sin tener que renunciar al trabajo, si éste no es un trabajo indigno y si es indispensable para la supervivencia y la cohesión familiar. El CMT le ofrece esta alternativa al niño trabajador y a toda su familia.

Este movimiento a la inversa, que no contemplan los sistemas escolares, implica por eso mismo gran creatividad y flexibilidad, grandes desafíos curriculares y pedagógicos. Las muchachas y los muchachos que se integran al CMT no ‘retornan al estudio’ sino que aprenden a combinar estudio y trabajo. A diferencia de la problemática de los llamados "ninis" (jóvenes que ni estudian ni trabajan), estos jóvenes estudian y trabajan.

En los países ricos y en muchos planteles privados se enseña a niños y jóvenes 'educación financiera', cuestiones como qué es y para qué sirve el dinero, qué es y para qué sirve el trabajo, el ahorro, etc. Se trata, en definitiva, de introducir en las aulas una realidad exterior, vista como futuro y como realidad adulta. Muchas actividades comunitarias y pasantías tienen asimismo como objetivo que niños y jóvenes de sectores medios y altos tengan una experiencia de trabajo o entren en contacto con personas que trabajan. Ustedes, en cambio, aprenden todo eso en la vida diaria y llevan ese aprendizaje al aula.

Termino mencionando un libro que me fascinó y me rompió esquemas cuando lo leí. Se llama "En la vida diez, en la escuela cero" (Terezinha Nunes Carraher, Siglo XXI, 2000) y recoge los resultados de un estudio realizado con niños de la calle en Brasil. Al pedírseles que resolvieran una serie de problemas matemáticos, los niños de la calle - muchos de los cuales no habían pisado la escuela o la habían abandonado al poco tiempo - resolvían dichos problemas con más rapidez y solvencia que niños que asistían regularmente a la escuela. Cómo integrar el conocimiento que enseña la vida y el que enseña el sistema escolar, cómo sintonizar la escuela con las necesidades y los saberes de los niños que viven en situación de pobreza, reconociéndolos y valorándolos (a ellos y a sus saberes), sigue siendo una encrucijada de los sistemas escolares y un desafío que experiencias como la del Centro de Muchacho Trabajador asumen como punto de partida y encaran todos los días. Los Ministerios de Educación harían bien en aproximarse y aprender más de estas experiencias.

* Texto escrito en 2008, revisado en 2012 para subirlo a este blog.

Para saber más:
Centro del Muchacho Trabajador
Entrevista al Padre Juan J. Halligan S.J. Director del CMT (audio), Radio Visión. Quito, 3 oct. 2102
"Los niños trabajadores también retornan a las aulas". Fotogalería, Diario Hoy, Quito, 4 oct. 2012
IPEC: Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil-OIT

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Ecuador CIMA Kids ¿Cumbre ecológica infantil?

Diagrama: sitio CIMA Kids
"Queriendo aprovechar el domingo con mi guagua fuimos a la FERIA DE ECOLOGÍA en el parque La Carolina. Con tristeza, decepción y mucha indignación concluyo que tiramos nuestro tiempo y nuestra plata a la basura. Tal feria, que no debería costar un centavo, no es más que un desfile de marcas y productos que con el pretexto de "Cuidado a la Naturaleza" no hacían más que publicitarse, el aporte de NICKELODEON era tomarse fotos con Bob Esponja.... ¡una terrible falta de respeto! Cuando ya salíamos, faltando 30 minutos para que se terminara, encontramos una gran disputa de personas que reclamaban entrar vs. los pobres porteros que tenían la orden de ya no dejar pasar... Vendían boletos cuando ya las carpas y actividades varias estaban cerrando sus puertas... PROMOVER CONCIENCIA ECOLÓGICA NO DEBE SER UN NEGOCIO!!!!" (Testimonio de una joven mamá en Facebook, Quito, 29 oct. 2012).

Domo del Ministerio del Ambiente
Entre el 24 y el 28 de octubre de 2012 se realizó en Quito la Cumbre Internacional del Medio Ambiente-Kids (CIMA Kids) organizada por tres empresas privadas - Sambito, Maruri Eventos y Comefex - y el Ministerio del Ambiente - Ministra Marcela Aguiñaga - con el Ministerio de Educación - Ministra Gloria Vidal - como "socio estratégico", según se indica en el sitio oficial del evento.
 
"Se trata de un hito para el país. Este será el referente para que otras naciones repliquen lo hecho en Ecuador”, había dicho el Presidente de la empresa Sambito en una de tantas entrevistas en los medios. El evento incluia varias actividades: una conferencia académica, una Asamblea de Niños por el Medio Ambiente con niños provenientes de varios países del mundo, un concurso escolar de reciclaje de papel periódico y botellas plásticas (Record Guinness a 1 millón y medio de botellas plásticas recolectadas) y una Expo abierta al público organizada en el Parque La Carolina de Quito.

Foto: Minisrterio del Ambiente, Ministra Marcela Aguinaga
Interesada en ver cómo abordaban la "conciencia ecológica" y la "educación ecológica" infantiles, fui a visitar la Expo, descrita como "una experiencia muy sensorial y vivencial, a través de estaciones y stands ubicados en un área de 20.000 m² de exposición, que enseñarán a los niños de manera dinámica mensajes claves sobre la importancia de: Medio ambiente: agua, energía, reciclaje, naturaleza, forestación; Alimentación sana; Deporte y recreación; Responsabilidad social; Bienes y servicios. Los recorridos se complementarán con talleres cortos, charlas, obras de teatro, entre otros".

Foto: Ministerio del Ambiente
Lo que encontré superó mis peores expectativas. En uno de los países más biodiversos del planeta, con Constitución que reconoce derechos a la naturaleza y adopta el Sumak Kawsay (Buen Vivir) como eje, y conocido asimismo por la Iniciativa Yasuní-ITT que propone dejar bajo tierra el petróleo en esta zona de la Amazonía a cambio de donaciones internacionales, el CIMA Kids resultó ser un evento político-empresarial con nombre en inglés e inconfundible estilo gringo. Un evento de negocios, destinado a vender productos e ideas, entre otras la de que la megaminería es una gran cosa, en línea con el modelo extractivista que viene impulsando este gobierno en abierto conflicto con la Constitución y con el movimiento indígena (Ver: Marcha por la Vida). La propia empresa transnacional involucrada en el conflicto, la minera Kinross, tenía un stand en la feria.


En país de 14 millones y medio de habitantes en el que cerca de dos millones subsisten gracias a bonos mensuales de USD 35 que el gobierno distribuye entre los más pobres, el costo de la entrada a la Expo (USD 5 adulto, USD 2.50 tercera edad, gratis para niños menores de 12 años) obligó a muchas familias a quedarse afuera, eligiendo a uno o dos adultos para acompañar a los niños. Conversé con familias numerosas que habían venido del sur de Quito, creyendo que la entrada era gratuita, y que debieron quedarse acampando afuera, mientras los niños entraban solos.

Foto: El Tiempo
Adentro de la jaula, la montaña de botellas plásticas recolectadas por escolares de colegios de la ciudad. Alrededor de la jaula, el lugar tomado por el plástico: bolsas, vasos, platos, cubiertos, botellas, sillas, etc. El domingo, al cierre del evento, todo el parque era un mar de basura al que contribuian con lo suyo los puestos populares de comida multiplicados con oportunidad de la feria, con sus típicas ventas de carne en palito, empanadas, morocho, colada morada, pristiños, humitas, choclos con queso, papas con cuero, hot dogs, colas, jugos, etc., etc.

Me preparaba para escribir una crónica de la visita, con mi libreta rebosante de notas, cuando se me cruzó la de Roberto Aguilar, brillante cronista, periodista y editor de contenidos del diario Hoy de Quito. A grandes rasgos, lo que él vio y describe es lo que también yo vi, así que decidí ahorrarme el placer y el trabajo. Les dejo aquí con su crónica. ¡Agárrense!


Roberto Aguilar
Diario Hoy, 28 Octubre 2012
Una feria de lecciones para una ecología extractivista

Empresas públicas y privadas ofrecen una visión comercial y oficialista del ecologismo. La feria CIMA Kids dejó inquietantes enseñanzas a los niños.

En el "Museo interactivo del árbol", los niños juegan a llevar troncos al aserradero. Con la ayuda de los alegres y serviciales guías, cargan el adorable camioncito de madera con pequeños pinos y lo empujan rampa arriba, rodean el bosquecillo mágico simulado con matas verdaderas, entre cuyos tallos discurren las aguas cristalinas de un arroyo, y depositan la preciosa carga al pie de la prensadora. Hombrecitos de Fisher Price operan una sucesión de máquinas en miniatura dispuestas en hilera: encoladora, torno, secadora. Una instructora con voz infantil explica cada paso y agita en el aire una laminilla de madera, el producto final listo para salir al mercado.

Es una de las inolvidables lecciones que ha reservado para los niños la Cumbre Internacional del Medio Ambiente, CIMA Kids, que concluye hoy en el parque La Carolina: cómo se fabrica el aglomerado. Al término del vibrante recorrido propuesto al visitante a través de una quincena de carpas y domos ecológicos, los niños aprenderán también que "los proyectos hidroeléctricos no tienen impacto ambiental porque están bajo la tierra", que el negocio de las empresas madereras consiste en sembrar árboles, que las refrigeradoras Panasonic son amigables con el medio ambiente y que no hay mejor manera de protegerse de los excesos de la naturaleza, tan hostil ella, tan peligrosa, que utilizar productos Johnson"s Baby. Pintarán emblemas de Finalín, volarán en Aerogal, se fotografiarán con Bob Esponja, tomarán yogur Alpina y descenderán a las profundidades de las minas con el mismo candor con que lo harían los siete enanos de Blancanieves.

A las ocho de la mañana, la explanada al pie de la Cruz del Papa es un hervidero de escolares que forman intrincadas filas sobre los cientos de metros cuadrados de gravilla que los organizadores volcaron sobre el parque. El ingreso es lento y la espera es angustiosa. En las carpas y los domos, ante los pabellones de las decenas de empresas públicas y privadas que pueblan el espacio ferial más grande que se haya delimitado en La Carolina, el río de visitantes fluye ininterrumpido.

No son maestros ni personal especializado la mayoría de los expositores que reciben a los niños, les imparten lecciones sobre el medioambiente y juegan con ellos. Son chicos afanosos, voluntarios o contratados para cumplir un trabajo que se parece más al de los impulsadores en los mercados que al de los guías en los museos. Fuera del domo de Quito Verde (la iniciativa ambientalista del Municipio) no hay en toda la feria un discurso didáctico estructurado: hay propaganda, pública y privada. Sólo el pabellón municipal se plantea enseñar cosas a los niños. Los demás quieren convencerlos de que apoyen tal política o compren tal producto.

–¿Que hay en la selva? –El impulsador habla por un micrófono a una veintena de niños de uniforme verde.

–¡¡Mosquitos!! –responden en coro, ya instruidos.

–¿Y cómo nos protegemos de los mosquitos?

–¡¡Con repelente!!

–¡Exacto! Con repelente. ¡Y mucho mejor si es Johnson"s Baby!

La carpa de Johnson y Johnson se llama "Exploremos el mundo" y exhibe una seductora guía de caminos en la entrada, con cuatro flechas que señalan cuatro rutas diferentes: "la playa misteriosa", "la cascada mágica", "la cueva fantástica" y "el bosque encantado". En realidad conducen a "bloqueador solar", "toallitas húmedas", "jabón líquido" y "loción antimosquito".

–Los niños que tienen ya el producto que pasen por aquí...

En la carpa de yogur Alpina, animada por chicas angelicales vestidas como Heidi, los rompecabezas para menores de cinco años con los cuales se entretienen unos pocos no consiguen ocultar el verdadero propósito de la instalación: repartir producto. Una vez que los niños han sido provistos con su vasito plástico respectivo, un atareado joven los enfila hacia la puerta de salida con la misma neutral diligencia con que lo haría si fueran cajas. O botellas.

Más adelante los espera Nickelodeon ("Love-Love-Fun-Fun") y la oportunidad de sacarse una foto con Jimmy Neutron, Bob Esponja o Dora la Exploradora. Chicas de camiseta naranja se encargan de poner orden en la invasión infantil que amenaza con convertir en jirones los disfraces de espuma que visten tres sacrificados por la causa. Llegararán al medio día enrojecidas, extenuadas, quizás inconfesablemente hartas de los niños.

Mezclados entre las ofertas comerciales, los pabellones del gobierno y de sus empresas contratistas ofrecen una experiencia igualmente mágica. La minera Kinross guía a los niños hasta las profundidades de los socavones de donde se extraen el oro y la plata con el mayor respeto por los árboles y los animalitos.

–¡Como este lorito! –exhibe feliz un pajarraco de juguete que trajo de casa un niño del grupo de los más pequeños.

–Así es, chiquito –pone la voz tierna la impulsador de casco amarillo–, ese lorito no se va a morir, va a vivir.

Nadie, en realidad, va s salir lastimado, expone la minera a los infantes: "el agüita sucia no irá a parar en las quebradas ni en los ríos, sino que va a ser tratada con las normas de calidad de Kinross", "los arbolitos van a ser llevados a estos viveros", "personas experimentadas cuidarán a los animalitos en lugares especialmente diseñados para ellos" y después todos van a ser reubicados.

–¿Saben lo que significa reubicar?

–¡¡Nooo!!

Sobre un fondo boscoso se recorta la imagen de un niño con un perro, dibujados al estilo de los animes japoneses, con esos grandes ojos de pupilas extrañamente dilatadas. Simboliza "todo el cuidado, toda la responsabilidad que ponemos en beneficio de la comunidad". También hay un señor de mandil trabajando en un laboratorio, un técnico perforador con un veta de mineral en las manos, un minerito cargando una maceta, todos con los ojos desorbitados y la sonrisa fofa.

La hidroeléctrica Coca Codo Sinclair, la maderera Endesa Botrosa, la Fuerza Naval, el Servicio de Rentas Internas con su equipo de "guardianes de la cultura tributaria" (más personajes japoneses con mirada esquizoide), todos cuidan el ambiente y obtienen de él la riqueza necesaria para una vida feliz en la plenitud del consumo, una vida de yogures, chocotines y dibujos animados.

Los marinos han cubierto el interior de su carpa con gigantescas lonas propagandísticas. "Poder naval", se lee sobre la figura de un soldado en camuflage, el arma de asalto en ristre y el fiero rostro pintado de negro que parece a punto de saltar sobre los pequeños que lo observan. "¡Bang, bang!", disparan sobre él dos belicosos, olvidando por completo el medioambiente.

Afuera, la montaña de botellas plásticas crece y crece hasta romper el récord Guiness del reciclaje: 1 559 002. La empresa Recypet las somete a prensa y embalaje. Puntos verdes con el logotipo municipal invitan a clasificar la basura con sus contenedores de colores. Una casita de material enteramente reciclado, con paneles solares, huerto familiar y compostera para el aprovechamiento de los desechos orgánicos, habla de las buenas intenciones del Ministerio del Ambiente: es la "casita del buen vivir". Hay un muro para escalada y un área de juegos al aire libre. En el patio de comidas, los niños disponen de una dieta tan sana como el ambiente: Tropiburguer y Baskin Robbins.

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¿Qué le debo al Colegio Alemán?



¿Qué le debo al Colegio Alemán?. Quiero intentar la respuesta compleja que exige una pregunta compleja como ésta. Porque compleja es siempre la relación que tiene uno con su colegio, más si se pasó en él doce años de vida. La reflexión se complejiza a medida que pasa el tiempo y se toma distancia, cuando se deja de ser alumno, cuando se empieza a comparar la propia experiencia con la de los amigos y, más tarde, con la de los hijos.

Si alguien me hubiese hecho esta pregunta mientras fui alumna, posiblemente habría respondido afirmando mi mimetismo con el Colegio Alemán. Más allá de las discrepancias e inconformidades, y hasta de los momentos de abierta resistencia a las normas y valores escolares impuestos, fui una alumna orgullosa de su colegio. El uniforme gris y verde se llevaba con altura. Nuestros profesores estaban entre los mejores disponibles, aunque había excelentes, buenos y malos, como en todo lado. Las instalaciones - aulas, canchas, gimnasio, biblioteca, laboratorios, equipos - estaban a la punta entre los colegios de Quito. Aprendíamos dos idiomas extranjeros, alemán e inglés, con métodos modernos; los resultados estaban a la vista en la fluidez con que muchos de nosotros llegamos a manejar los dos idiomas. 

Ser alumna del Alemán era una distinción; ser "buena" alumna despertaba admiración; ser la primera alumna, ni se diga. Durante doce años me sentí estimulada, desafiada, felicitada, condecorada. Por mis excelentes calificaciones, el colegio me otorgó una beca para cursar la enseñanza secundaria. Aprendí, así, desde temprana edad que ser "buena" estudiante es no solo una fuente de satisfacción sino además una inversión, una vía de autofinanciarse, de ganar seguridad y autonomía y de aportar, a través del estudio, al esfuerzo económico de los padres.

¿Quién podía entonces permitirse dudar de la santa validez del castigo y la sanción, cuestionar el rigor en las normas y la disciplina, si - a medias entre el colegio y el hogar - nos acostumbraron a ver todo eso como ingredientes de una formación sólida, como requisito de la "excelencia" académica, la rectitud moral, los valores correctos?.

Una vez graduada, la aureola de ex-alumna destacada del Alemán se me volvió, por mucho tiempo, fuente de conflicto. El orgullo devino en rechazo. Desde mis crecientes espacios de libertad y autonomía, y vista hacia atrás, la vida colegial se me fue revelando como una experiencia dolorosa, autoritaria, maltratante. Nos habían forjado trilingües, responsables, puntuales, prolijos, perseverantes. Cierto. Pero, ¿a qué costo?. Cualquiera de nosotros - lo hemos comentando en encuentros de compañeros -  puede narrar alguna experiencia traumática, desde llano castigo físico hasta el complicado castigo moral. ¿Qué clase de persona sería hoy cada uno de nosotros si hubiésemos tenido una formación escolar más flexible, más libre, más humana?.

A diferencia de varios de mis compañeros y compañeras, no elegí para mis hijos el Colegio Alemán. No quise para ellos la educación que yo había recibido. Negando mi propia trayectoria, me propuse evitarles la exigencia y la autoexigencia de ser "buenos" alumnos, mucho menos los mejores. Opté por escuelas y colegios donde pudieran - hasta donde es posible - ser felices, respetados en sus ideas y en sus individualidades, ajenos al miedo, dueños de su palabra, estimulados en su capacidad para aprender y para pensar por sí mismos, para hacer buen uso de la libre expresión, la crítica, el diálogo.

Estoy, afortunadamente, atravesando un tercer momento vital en mi relación con el colegio. Momento de balances, de desapasionamientos, de mayor objetividad. Objetividad que va instalándose con la adultez, el crecimiento de los hijos, sus éxitos y fracasos, la disfuncionalidad de una realidad educativa que urge a replanteamientos profundos. 

Debo reconocer, por un lado, que resulté una persona de esas que nuestra sociedad suele catalogar como "exitosas" en el terreno profesional. Como me han insistido amigos y me lo ha repetido hoy el propio rector del Alemán: "Algo tiene que ver en esto el Colegio Alemán". Sin duda.

Debo reconocer, por otro lado, que no encontré, en los distintos países donde he vivido, esa escuela o colegio donde mis hijos pudieran al mismo tiempo aprender y ser felices. Donde lograron sentirse medianamente bien en el plano de las relaciones humanas y afectivas, fue en general a costa de mediocridad intelectual y académica; las "buenas" escuelas y colegios desde el punto de vista académico, en cambio, reeditaron bajo las mismas formas conocidas el autoritarismo, la arbitrariedad, el miedo, el antidiálogo. En la mezcla entre uno y otro estilo escolar, combinado con los respectivos estilos paterno y materno, mis dos hijos resultaron mucho más críticos y creativos que lo que pude ser yo a su edad. Son, también, claro, otras épocas. Pero no deja de ser cierto que el Alemán cultivó en nosotros desde niños un espíritu de esfuerzo, de tenacidad, de responsabilidad, que permite taladrar los límites usuales y que solo llega a apreciarse cabalmente en la vida adulta.

Cual más, cual menos, todos nosotros tuvimos una relación contradictoria con el colegio. Los malos tratos, los castigos, los momentos amargos, las situaciones de humillación y angustia, están en el trasfondo de eso que, al mismo tiempo, reconocemos y apreciamos como positivo. Los primeros y los últimos, los "aplicados" y los "vagos", las mujeres y los hombres: todos resultamos marcados por un sentido especial del cumplimiento, la disciplina, la puntualidad, la perseverancia, la búsqueda de la perfección.

El Colegio Alemán está presente de manera cotidiana en la autoexigencia para hacer las cosas bien; en la expectativa de que los demás hagan lo mismo; en el continuar hasta terminar; en el empeño por cumplir con la meta y en la valoración del propio esfuerzo como la vía más segura para alcanzarla; en la búsqueda de rigurosidad y de coherencia; en la necesidad de pensar en grande pero sin descuidar el detalle; en el sentido práctico de la vida; en la vehemencia por hacer las cosas; en el placer del deber cumplido, el acabado impecable, el objetivo conquistado.

Todo esto, fuente permanente de satisfacciones, es también fuente de tensión y frustración en una sociedad que institucionaliza la ley del menor esfuerzo, la irresponsabilidad, la negligencia, la impuntualidad, la improvisación, la ineficiencia, el nepotismo, las "palancas" y los favores, como si fuesen cualidades y valores propios de la cultura. Ser un poco alemán, en estas tierras, es ir contra corriente. Al formarnos de esta manera el colegio nos instaló, de hecho, un dispositivo que predispone tanto para la realización como para el sufrimiento.

Al final, lo que verdaderamente queda de la vida escolar no es tanto la información o el conocimiento que nos dejaron sino cómo lo hicieron, si reforzaron o minaron nuestra autoestima, qué valores y actitudes sociales nos inculcaron, qué buenos o malos ejemplos nos mostraron, qué tanto alimentaron nuestra curiosidad e inventiva, qué tanto nos enseñaron a amar la lectura, la escritura, la investigación, el aprendizaje.

En este sentido, ¿quién podría criticar al colegio por habernos forjado en valores, actitudes y aptitudes que constan en todo plan y programa de estudios, que forman parte de toda declaración, de toda utopía sobre el ser humano, de todo proyecto educativo, de toda anticipación de futuro?. La pregunta no radica tanto en la validez de los objetivos como de los métodos para alcanzarlos. ¿Acaso no es posible lograr todo esto de otra manera?. ¿Acaso son estos los únicos valores y actitudes deseables?. ¿Acaso no es posible armonizar educación con formación, autoridad con participación, enseñanza con diálogo, respeto con crítica, excelencia académica con excelencia afectiva, desarrollo intelectual con desarrollo integral de la persona?. El colegio nos formó en los valores y actitudes apropiados para vivir, para pensar, para ser autónomos, salir adelante, resolver problemas, superar nuestro medio familiar y social, seguir aprendiendo. De eso no hay duda. La duda es si todo ello no puede conseguirse de otra manera.

En cualquier caso, poder decir todo esto y escribirlo para una Memoria del colegio, constituye una reivindicación fundamental. Veinte, cien, mil años de silencio pueden saltar en pedazos con unas cuantas palabras dichas de una sola vez y en libertad. Cuántos quisieran tener la oportunidad de decir todo esto un día en su colegio, junto a sus excompañeros, frente a las autoridades del plantel, en las mismas instalaciones donde un día se fue alumno subordinado. Este es el privilegio que he tenido hoy.

Evidentemente, son otros tiempos. Evidentemente, soplan nuevos vientos. Enhorabuena. Me congratulo por éste, mi colegio, al que vuelvo a adoptar como mío, como en mis viejos tiempos de alumna orgullosa del Colegio Alemán.

Quito, 27 de febrero de 1992

* ¿Qué le debo al Colegio Alemán? Palabras de una ex-alumna, en: Deutsche Schule Quito - Colegio Alemán de Quito, 75 Aniversario, Anuario 1991-92, Quito, 1992.

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