Pedagogía del afecto

Rosa María Torres
"Educar es asunto del corazón". Don Bosco
                    Nathan Sawaya, en Fubiz 

Investigaciones vinculadas a la Neurociencia concluyen desde hace tiempo en un descubrimiento tan simple como fenomenal: el afecto modifica el cerebro de las personas. Un niño o niña expuesto a relaciones y demostraciones de afecto, no sólo se desarrolla distinto a uno carente de afecto, sino que su cerebro cambia y, por tanto, se modifican sustancial­mente sus posibilidades y capacidades como persona. ¡Así de impor­tante es el afecto!

Por su lado, estudios y evaluaciones en el ámbito de la educación vienen consistentemente mos­trando que el factor decisivo en la relación maestro-alumnos y en el logro escolar asociado a esta rela­ción no es ni la preparación ni la experiencia docente. Es el afecto. Los profesores que consiguen mejores relaciones y resultados con sus alumnos son aquellos que cultivan la empatía y la simpatía, les brindan comprensión y cariño, depositan en ellos altas expectativas y se lo hacen saber, apuntalan su autoestima, les ayudan a confiar en sí mismos, les estimulan y alientan constantemente.

Los niños pequeños necesitan que las personas adultas les hablen y les conversen, incluso cuando todavía no saben hablar. Todos los niños necesitan jugar, porque es jugando como aprenden y como se relacionan con otros niños. Todo niño es curioso, explorador e investigador, necesita explorar y experimentar, reflexionar por sí mismo y preguntar. El niño pregunta no por impertinente sino porque es inteligente.
Toda pregunta infantil es importante. 
 
El temor, el maltrato y el castigo inhiben, causan desorden y dolor en quienes los padecen, y por eso son antipedagógicos, tanto en el hogar como en la escuela. Si usted quiere alentar determinado comportamiento en su hijo o hija, amenace y castigue y logrará exactamente lo contrario. Si usted quiere concitar el interés por determinado tema de estudio, espolvoree miedo y verá con qué facilidad mata toda motivación.

Y es que el Amor es parte consustancial de la Calidad de la Educación: no es un componente aparte, un agregado a antojo, un insumo al margen. No existe "calidad y calidez", como oferta el cliché: la calidez es inseparable de la calidad.

Pedro no aprende rápido. Pronto es tildado de tonto y abandonado a su suerte. Termina repitiendo el año y, poco después, retirándose de la escuela. Condenado y culpabilizado,  Pedro queda marcado de por vida, predispuesto para el fracaso. ¿Cuánto de ello podría haberse evitado con un poco más de atención y de afecto, tanto de los padres como de los profesores?. ¿Acaso habría sido Pedro otra clase de alumno, otra clase de niño, si no se hubiese sentido solo, ignorado, incomprendido?.

Teresa tiene dificultades con matemáticas. Uno tras otro, profeso­ras y profesores contribuyen a reforzar su (auto)imagen de incapaz, de niña que deberá contentarse con un rol doméstico, sin aspirar a demasiados estudios y, mucho menos, a una profesión o un oficio más allá de las tareas del hogar. ¿Qué habría sido de Teresa si hubiera encontrado el profesor o profesora empeñados en ayudarle a identificar y desarrollar sus talentos en vez de sus debilidades?. ¿Dónde estaría Teresa si alguien se hubiese percatado que dibujaba y le hubiese convencido que tenía aptitudes especiales para el dibujo?.

Los casos de Pedro y Teresa son reales, y lastimosamente abundan en el mundo y a nuestro alrededor.

Por eso, si hemos de elegir un elemento a cambiar en nuestros sistemas educativos, elijamos el afecto. No cuesta un centavo, no implica trámites ni consultas, no requiere cursos ni postgrados ni tecnologías ni estándares ni expertos.

No hay política educativa, reforma curricular, capacitación docente, pedagogía o tecnología que pueda tener repercusiones tan significativas y duraderas sobre niños y jóvenes y sobre el futuro de la educación como una profunda reforma en el mundo de los afectos, tanto en el hogar como en el sistema educativo.  


* Reproducido en diario La Capital, Rosario, Argentina, 5 marzo 2011 

Para saber más
»
Toshiro Kanamori: La pedagogía de la empatía, del pensar en los demás, para ser feliz 

» Método Toshiro Kanamori. ¡Es posible enseñar empatía! 
» Videos sobre empatía y algún comentario
» Learning to care, Japan Broadcasting Corporation (NHK) - Japan Prize 2010

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El Banco Mundial y sus errores de política educativa ▸ The World Bank and its mistaken education policies

Robin Heighway

(see English below)

A lo largo de las últimas dos décadas el Banco Mundial (BM) ha reconocido públicamente errores en varias de sus políticas y recomendaciones a los “países en desarrollo” en el campo de la educación. Destacamos aquí cinco errores reconocidos, cuyas repercusiones han sido nefastas y sumamente onerosas para nuestros países:

1.  infraestructura: excesivo peso dado a la infraestructura en las décadas de 1960 y 1970, y posterior falta de mantenimiento; 
 
2.    educación primaria: argumento de la mayor ‘tasa de retorno’ de la educación primaria esgrimido por el BM para priorizar la inversión pública en este nivel en detrimento de otros niveles educativos (fines 1980s y 1990s), lo cual fue posteriormente reconocido como un error, cuando gobiernos y otros organismos internacionales ya habían adoptado estos lineamientos;
 
3.   educación superior: abandono de la educación superior, aconsejando a los gobiernos dejar de invertir en las universidades y transferir esos fondos a la educación primaria, en base al mencionado argumento de la supuesta mayor 'tasa de retorno' de esta última (desde la década de 1980) y a la idea - equivocada - de que la "reforma educativa" debe hacerse avanzando gradualmente por niveles antes que de manera integral y sistémica;

4.    alfabetización de adultos: afirmaciones de fracaso y desperdicio de recursos en la alfabetización de adultos en los países en desarrollo, basadas en una revisión documental encargada por el BM (Abadzi, 1994) que generalizaba conclusiones a partir de datos del Proyecto Piloto Experimental de Alfabetización realizado por la UNESCO en once países del mundo más de dos décadas atrás, en 1967-1972.
 
5. "proyecto": el tradicional “enfoque de proyecto”, rectificado en años recientes con el SWAp (Sector-Wide Approach) o enfoque sectorial, asumido como una manera más eficiente de encarar la "cooperación internacional".

Estas y otras recomendaciones de política del BM se presentan usualmente respaldadas con estudios realizados o encargados por el Banco, los cuales suelen ser asumidos y citados amplia y acríticamente por gobiernos, organismos internacionales, instituciones académicas, medios de comunicación, etc. No obstante, la consistencia y credibilidad de los estudios del BM han sido cuestionadas por numerosos investigadores en el mundo entero, y por la propia realidad que ha obligado al BM a rectificar políticas supuestamente basadas en dichos estudios. 


Si el BM se ha equivocado tanto, en la investigación y en la acción, ¿por qué continuar aceptando su  asesoría técnica y los préstamos asociados a ella? La Estrategia de Educación 2020 "Aprendizaje para Todos" (Learning for All) lanzada por el BM a fines de 2010 es más de lo mismo que no ha funcionado y que ha profundizado la dependencia y el endeudamiento entre los "países de bajos ingresos", los "países de medianos ingresos" y los "países en situación frágil", la nueva clasificación del BM para los otrora "países en desarrollo".

Algunas fuentes

▸ Referencia vinculadas al BM: Heyneman 1995; Lauglo 2001; Oxenham y Aoki 2001; Verspoor 1991; World Bank/UNESCO 2000 y discurso pronunciado por J. Wolfensohn durante el lanzamiento oficial del Informe sobre Educación Superior del Banco Mundial y UNESCO el 1 de marzo de 2000 en la sede del BM, en Washington D.C.;
▸ Conocimiento en Banca-rota: Evaluación dice que la investigación del Banco Mundial 'no es ni remotamente confiable', 2006.
▸ Rosa María Torres, Aprendizaje a lo largo de toda la vida: Un nuevo momento y una nueva oportunidad para el aprendizaje y la educación básica de adultos (AEBA) en el Sur, IIZ-DVV, Bonn, 2003; ASDI, Estocolmo, 2004.
▸ José Luis Coraggio y Rosa María Torres, La educación según el Banco Mundial. Un análisis de sus propuestas y métodos, Miño y Dávila/ CEM, Buenos Aires, 1997 (2a. ed., Buenos Aires/ México/ Madrid, 1999).

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World Bank's mistaken education policies 

Over the past decades the World Bank (WB) has publicly acknowledged a number of mistaken policies and recommendations to “developìng countries” in the education field. These are five such mistakes:

1. infrastructure: excessive importance given to infrastructure in the 1960s and 1970s, and lack of maintenance;

2.    primary education: ‘rates of return’ argument  used to prioritize public investment in primary education (since the late 1980s), and later rectified, when governments and other international agencies had already assumed it and acted accordingly;

3. higher education: neglect of higher education vis-à-vis primary education, based on the alledged higher 'rate of return' of the latter  (since the 1980s) as well as on the - mistaken - assumption that "education reform" can proceed by levels and stages rather than adopting a necessary systemic approach;  

4.   adult literacy: allegations of failure and wastage of adult literacy programs in developing countries, based on one single literature review (Abadzi, 1994) which used data of UNESCO's Experimental World Literacy Programme (EWLP) conducted in eleven countries back in 1967-1972;
 
5.  "the project": the traditional “project approach” was abandoned in favour of the SWAP - (Sector-Wide Approach), viewed as a more efficient and effective approach for international cooperation.

These and other policy recommendations by the WB are generally presented as  resulting from studies done or commissioned by the WB. These studies are usually adopted uncritically and quoted widely by governments, international agencies, academic institutions, mass media, etc. However, the consistency and credibility of such WB studies have been questioned by specialists and researchers all over the world, and - most importantly - by realities, forcing the WB in many cases to rectify policies allegedly based on such studies.

If the WB has been wrong so many times, in research and in action, why continue accepting its technical advice and the loans associated to it? The Education Strategy 2020 "Learning for All" launched by the WB at the end of 2010 is more of the same that has not worked and that has deepened dependency and indebtment by "low-income countries", "middle-income countries" and "fragile countries" - the new WB  country classification  for the "developing world".

A few sources
▸ WB-related sources: Heyneman 1995; Lauglo 2001; Oxenham and Aoki 2001; Verspoor 1991; World Bank/UNESCO 2000 and speech by J. Wolfensohn at the official launching of the World Bank/UNESCO Higher Education Report "Higher Education and Developing Countries: Peril and Promise" on March 1, 2000, in Washington D.C.
▸ Knowledge Bank-rupted: Evaluation says key World Bank research ‘not remotely reliable’, 2006.
▸ Rosa María Torres, Lifelong Learning in the South: Critical Issues and Opportunities for Adult Education, Sida Studies 11, Sida, Stockholm, 2004.
▸ José Luis Coraggio y Rosa María Torres, La educación según el Banco Mundial. Un análisis de sus propuestas y métodos, Miño y Dávila/ CEM, Buenos Aires, 1997 (2a. ed., Buenos Aires/ México/ Madrid, 1999). Spanish only.

To learn more
▸ Katarina Tomasevski, Six reasons why the World Bank should be debarred from education (2006)

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Pequeño homenaje personal a Julio Verne y a mi mamá


Rosa María Torres del Castillo


El 8 de febrero es aniversario del nacimiento de Julio Verne, nacido en Nantes, Francia, en 1828.

El 8 de febrero es aniversario de la muerte de mi mamá, nacida en Quito, un siglo después de Verne.

La coincidencia en la fecha vuelve a juntarlos en mi vida y me ha sugerido escribir estas líneas. Entre Julio Verne y mi mamá se confabularon para hacer de mí la lectora curiosa y voraz que fui desde niña y que sigo siendo hoy.

Religiosamente, cada semana, mi mamá me compraba un libro de Verne, parte de una colección de Editorial Molino, de España. Eran libros de tapa dura y buen papel, con escasos dibujos, en blanco y negro, que entonces me parecían maravillosos, oasis indispensables para refrescarse entre tanta letra menuda. Frecuentemente terminaba el libro antes de concluir la semana; la espera por el siguiente era - recuerdo - una sensación agradable.

Leí, devoré, todos los libros de Verne. No teníamos televisión. Jugar, escuchar música, ir al cine, leer y escribir (en esa época, mi diario personal) eran mis principales pasatiempos, aparte de ir a la escuela, claro. También estudiaba música y ballet en el conservatorio. Preadolescentes y adolescentes todos nosotros - mi hermano Antonio, menor que yo, y mi primo Pancho, visitante frecuente - nuestros temas de conversación eran libros y canciones. Todavía nos maravilla y emociona a los tres recordar esos días.

Mi primer viaje fuera del país fue cuando tenía 14 años, un intercambio estudiantil a Estados Unidos durante las vacaciones de verano. Pero para entonces yo ya había dado la vuelta al mundo; había viajado a China, al centro de la tierra y hasta a la luna; había recorrido castillos, desiertos, espesas selvas, laberintos; había viajado a caballo, en elefante, en tren, globo, submarino y cohete; había conocido por dentro el cuerpo humano; había resuelto acertijos y enigmas extraordinarios. La laboriosidad de los dibujos incitaba a la imaginación, a imaginar épocas, personajes, caras, gestos, movimientos, vestimentas, artefactos, nunca vistos ni por ver.

Cuando, ya adulta, fui al cine a ver una película basada en una obra de Julio Verne, fue una desilusión. Lo que había experimentado, leyendo, cuando niña, era mucho más lindo y más vívido que lo que me ofrecía el cine con todos sus recursos. Esa constatación me fascinó. Era la constatación adulta del poder del libro, del poder de la escritura y de la lectura, del poder de la propia imaginación, incluso frente a los encantos del mundo audiovisual y las tecnologías.

Estoy segura que, en mi caso, Verne ocupa un lugar importante en esa compleja mezcla de circunstancias y eventos que marcan la infancia y contribuyen a hacer de las personas lo que son. Sus libros me introdujeron al mundo de la ciencia y la ficción, a la lectura y la escritura como reinos de la curiosidad, la fantasía, lo extraordinario. Verne me flechó con el amor por la aventura - ese que no se pasa con la edad - y por los viajes.

Fue mi mamá - no la escuela - quien me presentó a Julio Verne y me lo trajo a domicilio cada semana, durante meses, haciéndome saber y sentir que los libros son objetos cotidianos e imprescindibles en la infancia, tanto para los niños como para las niñas.

Quito, 8 de febrero de 2011

* Las ilustraciones han sido tomadas de: Julio Verne, el más desconocido de los hombres.

Este texto fue publicado en: Ciencia ficción en el Ecuador. Semana dedicada a Julio Verne 

Para saber más  
- Las predicciones de Julio Verne
- Julio Verne: Por los abismos de la imaginación I (video)
- Jules Verne: The Man Who Invented the Future, by Maria Popova
- Julio Verne, ¿un visionario?, Educarportal, Argentina


El modelo de preparación docente que no ha funcionado

EL MODELO DE PREPARACION DOCENTE
QUE NO HA FUNCIONADO
Cada nueva política, plan o proyecto parte de cero, se descarta o desvaloriza lo anterior
(se ignoran o desestiman los antecedentes, el conocimiento y la experiencia acumulados)
Piensa el aprendizaje y la formación continua como necesidad principalmente de los docentes
(y no también de los otros agentes vinculados al sistema escolar en diferentes funciones y niveles)
Ve la formación aislada de otras dimensiones de la condición docente 
(tales como: selección, salarios, condiciones laborales, satisfacción docente, mecanismos de promoción, etc.)
No presta atención a las condiciones reales del magisterio
(motivaciones, intereses, inquietudes, conocimientos, tiempo y recursos disponibles, etc.)
Es vertical, los docentes son vistos en un rol pasivo de receptores y capacitandos
(no se consulta ni busca la participación activa del profesorado para definir sus necesidades de aprendizaje y las políticas y planes de formación/capacitación)
 Oferta masiva y homogénea destinada a «los docentes»  en general
(en lugar de ajustar la oferta a los distintos tipos de docentes, a los diversos momentos de su carrera y a sus necesidades específicas)
Se basa en una concepción instrumental de la preparación docente

(capacitación antes que formación, destinada a implementar determinada política, programa, proyecto o incluso texto escolar)
Asume que la necesidad de formación es inversamente proporcional al nivel en que se enseña y al estatus socio-económico de los educandos
(se desestima la importancia y la complejidad de la enseñanza a niños pequeños y en los primeros grados, a adultos/adultos mayores, y a sectores que viven en situación de pobreza)
Apela a incentivos y motivaciones externas (puntajes, rankings, ascenso, escalafón, mejoras salariales, etc.)
(antes que al objetivo del aprendizaje y a sus esperables impactos sobre la práctica docente y sobre el aprendizaje de los alumnos)
Se dirige a docentes individuales
(nantes que a grupos o equipos de trabajo, o a la escuela como institución)
Se realiza fuera del lugar de trabajo
(se saca al docente de su escuela, en vez de hacer de la escuela el lugar de formación y aprendizaje permanente)
Es puntual y asistemática
(es raro encontrar políticas y planes de formación y actualización del magisterio que sean sostenidos en el tiempo)
Se centra en el evento - curso, seminario, conferencia, taller - como modalidad privilegiada y hasta única de formación/capacitación
(ignora o ve como secundarias otras modalidades: observación y aprendizaje entre pares, trabajo en grupos, círculos de estudio, pasantías, tutorías, viajes, autoaprendizaje, aprendizaje a distancia, etc.)
Disocia gestión administrativa y gestión pedagógica
(lo pedagógico se considera patrimonio de los docentes y lo administrativo patrimonio de los administradores, desconociendo la necesidad de desarrollar saberes y competencias integrales para ambas funciones)
Disocia contenidos y métodos (saber la materia y saber enseñar) y privilegia los contenidos
(ignora la necesaria complementariedad de ambos saberes y la importancia del saber pedagógico para el perfil y la práctica docentes)
Considera la educación/formación como un asunto formal, serio, solemne
(desprecia la importancia de un ambiente informal, relajado, apto para el diálogo, la comunicación, la diversión, el juego)
  Está centrada en el punto de vista de la enseñanza y en el número de horas de capacitación como indicador
(antes que en el punto de vista del aprendizaje: lograr aprendizajes significativos entre los docentes y, a través de ellos, entre los alumnos)
Ignora los conocimientos previos y las creencias de los docentes
(en lugar de partir de ellos, ya para reafirmarlos o bien para revisarlos y reflexionar sobre su validez y vigencia)
Está orientada a corregir debilidades
(antes que a identificar, valorar y reforzar fortalezas)
Es academicista y teoricista, centrada en libros y autores
(desprecia y niega la práctica docente como espacio y materia prima esencial para el aprendizaje)
Se basa en el modelo frontal y transmisivo de enseñanza
(replica la «educación bancaria»: la enseñanza como transmisión de información y el aprendizaje como digestión de información)
Es incoherente con el modelo pedagógico que se propone a los docentes para su práctica
(se les pide promover pedagogías activas,   participación, pensamiento crítico, creatividad, que no experimentan en su propio proceso de formación)

* Tomado y adaptado de: Rosa María Torres, Formación docente: Clave de la reforma educativa, en: UNESCO-OREALC, Nuevas formas de aprender y enseñar, Santiago, 1996.  

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Sobre educadores, buenos educadores y profesionalización




Entrevista con Rosa Maria Torres
(Revista Nuevamérica Nº 122 “El educador como sujeto”, junio 2009)


1. ¿A quién se considera educador actualmente? ¿Quién ejerce la función de educador?

Educador(a) es alguien que se propone educar a otros. Educar es un acto intencional, implica intención de enseñar, formar, orientar, a otros. E implica un reconocimiento y una aceptación por parte de esos ‘otros’ de su papel de ‘educandos’.

Se afirma que “los padres son los primeros educadores”. Hoy y siempre, la función de educar la han asumido y ejercido en primer lugar padres y madres, o quienes hagan sus veces. Esta función continuará siendo esencial, sobre todo en la primera infancia pero también en la infancia, la adolescencia y la juventud de los hijos, no importa cuántas instituciones educadoras se creen o qué tecnologías se inventen. Precisamente, dada la importancia de la familia en el desarrollo y bienestar de niños y jóvenes, el Estado debería ofrecer a padres y madres las condiciones para cumplir de la mejor manera su rol de educadores: necesidades básicas satisfechas, conocimientos epecíficos sobre la crianza, sobre el aprendizaje y sobre el funcionamiento del sistema educativo. Padres y madres tienen asimismo derecho a programas de educación de adultos, a oportunidades de aprendizaje y superación a lo largo de la vida.

Además de la familia, la institución educadora por excelencia es el sistema escolar. Llamamos docentes, maestros o profesores a quienes ejercen allí la función de educar.  Luego están todos quienes educan por fuera de la familia y por fuera del sistema escolar. (Dada la centralidad de la educación en el hogar, deberíamos hablar de educación familiar y extra-familiar antes que de educación escolar y extra-escolar).

Educar no equivale a hablar, dar lecciones o clases. Como destaca la sabiduría común, la educación más efectiva no está en el decir sino en el hacer, en el aprender haciendo, en el enseñar con el ejemplo. Los hijos aprenden de sus padres no sólo a través de lo que escuchan sino de lo que ven. Los alumnos aprenden no sólo de lo que dicen sus profesores y de lo que está escrito en los textos, sino del ‘currículo oculto’, el que actúan sus compañeros, profesores y autoridades en el plantel. Lo que se aprende con los amigos, en el barrio o la comunidad, a través de los medios de comunicación, en el juego, en el trabajo, en el deporte, en el mundo virtual, en la participación social, en la vida política, por lo general no está escrito ni prescrito en ningún lado.

2. ¿Se trata de un profesional? Y si es así, ¿en qué sentido?

En nuestras sociedades se considera ‘profesional’ a quien posee un título. Esto es lo que los gobiernos tienen en mente cuando anuncian políticas o planes de ‘profesionalización’ docente: que todos los docentes – aspirantes o en funciones - tengan un título habilitante, en el nivel y campo correspondiente. Esta es una comprensión limitada de lo que implica ser un 'profesional' y actuar con 'profesionalismo'.

La carrera docente se ha configurado tradicionalmente como una carrera credencialista en la que cuenta, se atesora y premia cada curso, cada certificado de asistencia, cada diploma. Todo ello sirve para ascender de categoría, mejorar el salario, el estatus y, supuestamente, el desempeño profesional. No obstante, desde hace varios años las investigaciones y evaluaciones internacionales vienen confirmando que no existe relación directa entre calidad de la enseñanza y años de estudio, cursos tomados o títulos obtenidos por quienes enseñan. En definitiva: el título es importante pero no es suficiente para asegurar un buen profesional. Hay malos médicos, malos arquitectos, malos educadores, con currículos abultados.

La asociación entre ‘buena docencia’ y posesión de títulos académicos asume equivocadamente que: (1) el conocimiento (sobre qué y cómo enseñar) es el factor más importante de la buena enseñanza; (2) el conocimiento relevante para la docencia se adquiere solamente o principalmente a través de la educación formal y en instituciones académicas; (3) el título revela y asegura el nivel de conocimientos de quien lo obtiene. No obstante, el buen educador o educadora no se forma sólo en las aulas universitarias ni es necesariamente quien tiene más años de estudio, más títulos o mejores calificaciones en las pruebas; el buen educador se forma desde la infancia, en el entorno familiar, en su trayectoria como alumno en el sistema escolar, en su experiencia de vida y de trabajo, en la práctica misma de la enseñanza y en la reflexión cotidiana sobre su quehacer, a través del autoaprendizaje, gracias al esfuerzo y la voluntad de superación constante.

El profesionalismo se forja en la combinación entre teoría y práctica. Implica no sólo posesión de conocimiento sino sobre todo apertura hacia el conocimiento, criterio, aptitudes y actitudes coherentes con la actividad de enseñar, respeto hacia uno mismo y hacia los demás, responsabilidad, compromiso y pasión con lo que se hace. Un educador profesional es una persona autónoma, capaz de tomar decisiones informadas y flexibles en el desempeño de su labor, adaptándolas a cada grupo y contexto específicos. Un educador profesional no tiene miedo a decir “No sé” cuando no sabe, investiga y busca por su cuenta, está consciente de su necesidad de continuar aprendiendo a través de todos los medios a su alcance, sin necesidad de ofertas externas de recompensas, incentivos, o puntos para el escalafón.

El profesionalismo no está solo en el profesional sino en el contexto que lo valora y asume como tal. En otras palabras, un docente profesional requiere trato profesional, salario profesional, estima profesional. No se puede aspirar a contar con docentes de calidad, dedicados a su tarea y a perfeccionarla de manera permanente, si la sociedad no aprende a valorar la enseñanza como una actividad profesional y a discernir entre el buen y el mal educador.

La búsqueda de ‘profesionalización’ se ha extendido también a muchos ámbitos de la educación no formal. En el campo de la educación de personas adultas, por ejemplo, desde hace tiempo viene reclamándose ya no sólo capacitación sino ‘profesionalización’ para los educadores, entendiéndose por ello a menudo que los educadores de adultos también posean un título, por lo general el título de profesores regulares, ya que en pocos casos se oferta la educación de adultos como una carrera profesional.

Para los padres de familia menos mal no se plantea su ‘profesionalización’ ni la necesidad de un título para poder ejercer. Pero sí viene reconociéndose cada vez más la importancia de la educación de padres, de programas informativos y educativos para ayudarles a ser mejores padres, poniendo a su alcance lo mucho que hoy se sabe acerca del desarrollo y bienestar de niños y jóvenes, la crianza de los hijos, el diálogo padres-hijos, etc.

3. Considerando la pluralidad de roles, ¿cómo ve la formación de este profesional?

Imagino una formación de educadores muy distinta a la que ofrece la política gubernamental. Imagino a los mejores talentos, a los mejores especialistas, a los mejores científicos, pedagogos, artistas, literatos, poetas, sociólogos, psicólogos, lingüistas, animadores culturales, deportistas, dirigentes y activistas sociales y políticos, defensores de los derechos humanos, periodistas y comunicadores, asumiendo la formación de los educadores en cada uno de nuestros países. No leyendo apuntes ni resúmenes sino libros de verdad, de autores reconocidos a nivel nacional e internacional, no sólo en el campo educativo sino en muchos campos. No en aulas masivas sino en clases organizadas en grupos pequeños, que se presten para el diálogo, la pregunta, la participación. No solamente a través de clases magistrales sino también de mucho contacto y trabajo entre pares. No en espacios desprolijos sino en espacios limpios, agradables, bien equipados. No confiando la evaluación a pruebas y exámenes, sino mostrando lo aprendido en el análisis de situaciones concretas y la resolución de problemas reales, en la elaboración y ejecución de propuestas y proyectos en marcha o plasmables en la realidad.

Imagino una oferta educativa que sale de las aulas
(de las escuelas normales, los institutos pedagógicos, las universidades), que transcurre también al aire libre, se traslada a las instituciones escolares en el campo y la ciudad, a los barrios, a las comunidades, plazas, parques, mercados, bibliotecas, laboratorios informáticos y cafés Internet, talleres, fábricas, sitios históricos, museos, cines, galerías de arte, zoológicos...

Imagino un programa de aprendizaje itinerante y vivencial
que aprovecha todos los espacios, herramientas y modalidades para aprender, que promueve las excursiones, las visitas de campo, la experimentación, el encuentro permanente entre teoría y práctica, entre trabajo intelectual y trabajo manual. Una formación que hace realidad el aprendizaje a lo largo y ancho de la vida, que reconoce que se aprende no sólo de los libros sino del contacto con la realidad, con la naturaleza, con los demás, en la conversación y en el debate, en el acuerdo y en el desacuerdo, en el intercambio de experiencias,  en el aprovechamiento crítico de los medios masivos de comunicación, viajando, haciendo deporte, escuchando música, viendo una buena película, usando bien la computadora y el Internet. Como parte de su formación y de su desarrollo profesional, en fin, los educadores deben poder acceder no sólo a las modernas tecnologías – obsesión actual – sino a todos los recursos culturales, científicos y tecnológicos que están hoy disponibles para el disfrute, el desarrollo y la producción cultural y científica de la humanidad.

Imagino que, a través de programas oportunos y sistemáticos de formación y capacitación, se pone empeño en que todo educador/a aprenda a manejar competentemente las modernas tecnologías – la computadora, la navegación y la búsqueda en Internet, pizarras digitales, programas de software, cámaras de video y otros artefactos que vienen proveyéndose a las instituciones escolares en muchos países – antes de poner todo ello a disposición de los alumnos en las aulas.  Por absurdo que parezca, esto es justamente lo que viene haciéndose en materia de tecnologías: los educadores son los últimos en quienes se piensa, su capacitación (si se hace) se deja para el final, alentándose así una nueva y perversa asimetría entre educandos y educadores, un nuevo frente de resistencia, impotencia y subordinación docente, y una nueva fuente de disfuncionalidad en las instituciones escolares.

Imagino, en fin, una educación renovada y de la máxima calidad para los educadores, desde su formación inicial y a lo largo de su carrera, y sobre todo para aquellos que provienen de los sectores más pobres y de las trayectorias escolares más precarias, y que trabajan o trabajarán en los contextos y condiciones más difíciles. Una formación profesional en la que se encuentren educadores de todos los niveles y áreas, sin separaciones arbitrarias por edades, asignaturas o modalidades educativas, con ofertas diferenciadas sólo en aquello que exige tratamiento específico y especialización. Una experiencia educativa atractiva que encarne y muestre vivencialmente lo que se pide a los educadores ofrecer a sus alumnos: una educación activa, participativa, crítica, deliberante, creativa, emancipadora, que enseñe no sólo a aprender sino a gustar del aprendizaje, no sólo a pensar mejor sino a hacer mejor, no sólo a saber sino a utilizar el conocimiento para cambiar.

El problema principal no es de dinero sino de imaginación, de voluntad y de coraje para innovar y romper con viejos moldes.
De hecho, muchos de esos elementos que imagino los he visto plasmados en programas y experiencias, muchas veces realizados con recursos mínimos por movimientos sociales, organizaciones comunitarias o barriales, grupos de mujeres, ONGs, universidades, en países de ésta y de otras regiones.

Imagino a los mejores estudiantes y a los mejores ciudadanos interesándose de nuevo en la educación, no como una opción pragmática dictada por la supervivencia sino como una alternativa laboral atractiva, de tiempo completo. Una carrera docente que se da el lujo de seleccionar, que acepta solo a los de veras entusiasmados con hacer de la enseñanza una opción de vida, una fuente de realización personal y social, un motivo de alegría: la alegría del descubrimiento, del aprendizaje, de la lectura y la escritura, del sentirse socialmente relevante y útil. Si todo esto existe, no importan la edad, el género o la condición social, si vienen de escuela pública o privada, de una buena o de una mala experiencia escolar.

4. ¿Cuáles serían los principales aspectos a encarar en la formación de educadores?
Una parte importante de la seguridad y autoconfianza de todo educador es sentir que maneja los contenidos que debe enseñar así como los referidos a cómo enseñar, aunque ambos siguen de hecho aprendiéndose en el propio oficio de la enseñanza, y los contenidos estarán siempre sujetos a revisión, ampliación y actualización. Pero la buena enseñanza va mucho más allá del dominio de los contenidos específicos a enseñar y de cómo enseñarlos. Todo educador debe aspirar a una cultura general amplia. Esto es algo que no puede asegurar ningún programa de formación docente; es una labor de vida, forjada cotidianamente en la observación, la lectura, la escritura, el estudio por cuenta propia, el autoaprendizaje. Lo que sí puede hacer una buena formación profesional es ser, en sí misma, amplia; alentar la curiosidad y el deseo de aprender, el gusto por la lectura y la escritura, la necesidad de la investigación.

Lo que hoy muchos parecen olvidar, atrapados en la ilusión de la ‘sociedad del conocimiento ’, es que muchas de las claves que hacen al buen educador no tienen que ver con qué y cuánto sabe, sino con sus cualidades como persona, con su actitud hacia los demás, hacia el mundo, hacia el aprendizaje y hacia el propio conocimiento. No todo el mundo tiene madera de educador, igual que no todo el mundo tiene madera de médico, abogado, comerciante, pintor, músico o actor. Hay talentos, habilidades, predisposiciones, que facilitan o no la elección y el buen desempeño de cualquier oficio. En educación, antes se invocaba a la vocación; hoy la noción se ha ido perdiendo, pero el hecho y su necesidad siguen ahí.

Muchos esfuerzos de formación/capacitación docente vienen desaprovechándose porque se invierten en personas inadecuadas, sin las cualidades necesarias y sin interés genuino en la educación y en la enseñanza. Debería establecerse criterios claros de selección de los candidatos a educadores y orientar al respecto a quienes se aprestan a convertirse en tales, tentados por lo que suele considerarse una vía “fácil” y una de las pocas perspectivas que quedan de trabajo estable y remunerado. Asimismo, sería importante establecer un período de prueba, como se establece para el sacerdocio o debería establecerse para el matrimonio u otras opciones que implican compromisos prolongados y gran responsabilidad.

No importa qué materia enseñe y quiénes sean los educandos, la buena enseñanza implica algunos conocimientos, habilidades y actitudes esenciales. Los educadores deberían ser expuestos a reflexionar y debatir en torno a cuestiones claves como:
- lo que implica el derecho a la educación, incluidas las nociones de gratuidad, calidad y equidad;
- el aprender a aprender y el aprendizaje a lo largo de toda la vida;
- el respeto por el otro y la empatía (es decir, la capacidad y la voluntad para ponerse en el lugar del otro, diferente a uno);
- la importancia de la comunicación interpersonal y el diálogo en la relación educativa;
- la distinción entre desigualdad y diferencia, y la importancia de atender a ambas, promoviendo la igualdad en la diferencia;
- la distinción entre enseñar y aprender, entre aprendizaje y logro académico, entre prueba y evaluación, calificación y conocimiento, educación y educación escolar, comunidad educativa y comunidad escolar, información y comunicación, opinión y hecho, autoridad y autoritarismo;
- respeto y no mera tolerancia por el otro;
- las nociones de sistema y de proceso;
- el manejo de grupos heterogéneos (y el reconocimiento de que todo grupo lo es, en esencia);
- el verdadero sentido de lo que implica la atención personalizada;
- las virtudes de la colaboración y el trabajo entre pares, tanto entre educadores como entre educandos;
- la disciplina, qué es y cómo manejarla;
- la relación con y la participación de los padres de familia y la comunidad;
- el papel de las expectativas del educador sobre el aprendizaje de los educandos;
- el conocimiento previo y la necesidad de partir de él, reconocerlo y aprovecharlo en la enseñanza; - la importancia de la pregunta;
- la diferencia entre una buena prueba y una mala prueba, entre un buen y mal educador, entre una buena y una mala escuela.

Aprender a aprender es una necesidad imperiosa no sólo para los alumnos sino para los docentes en primer lugar. Todo buen educador es, necesariamente, un buen lector, alguien que aprecia y disfruta la lectura, y que encuentra también un lugar para la escritura en su vida cotidiana. No sólo los docentes de Literatura, sino todo docente, debería poder acceder a la literatura y disfrutarla.

La noción de ‘inteligencias múltiples’ tiene gran potencial desestructurador de viejos prejuicios escolares y sociales en torno a 'la inteligencia'. Los ocho tipos de inteligencia identificados por Howard Gardner (inteligencia verbal-lingüística, lógica-matemática, visual-espacial, musical, corporal-cinestésica, intrapersonal, interpersonal, y naturalista) y que toda persona posee en alguna medida, destronan la vieja dicotomía ‘tonto’/’inteligente’ que tanto daño ha hecho a la enseñanza y al aprendizaje, al prestarse a tantos malentendidos y prejuicios especialmente en contra de los pobres (tildados de tontos y de vagos por la ideología dominante, autojustificatoria de la desigualdad, y lastimosamente tan extendida en la sociedad y entre los educadores) y de las mujeres (en tanto la inteligencia ha permanecido asociada a la capacidad matemática, área que la investigación científica muestra más desarrollada entre los hombres que entre las mujeres; otro sería el estatus cognitivo atribuido a las mujeres si fueran las habilidades del lenguaje – mucho más desarrolladas en las mujeres que en los hombres - las elegidas como indicativas de ‘la inteligencia’).(Aquí pueden bajarse varias obras de Gardner, en PDF).

Toda educación de educadores debería incluir un núcleo central dirigido a combatir estereotipos y discriminaciones, no a partir de consignas sino de información pertinente y actualizada sobre todas esas áreas en las que predomina la ideología antes que el conocimiento fundamentado y la razón. Muchos vicios de la mala enseñanza están enquistados en incomprensiones y prejuicios en contra de los niños/as, las mujeres, los pobres, la edad adulta, los ancianos, las personas con capacidades especiales, los que aprenden ‘lento’, los que tienen ‘sobre-edad’, las personas que nunca han ido a la escuela y los niños y niñas que tienen padres analfabetos, los fácilmente diagnosticados como ‘hiperactivos’ o con ‘problemas de aprendizaje’, los que hablan demasiado, los que preguntan, los que no aceptan órdenes sin explicación. Como bien decía Paulo Freire, “no hay errores metodológicos, son errores ideológicos".

En el programa de estudios de todo educador deberían estar las obras de Edgar Morin
(“Introducción al pensamiento complejo”, “La cabeza bien puesta”, “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro” (el libro puede descargarse gratuitamente aquí), no para recitarlos de memoria o pasar un examen, sino como alimento intelectual para reflexionar sobre algunos de los temas y dilemas que se plantean en torno al pensamiento, el conocimiento, la enseñanza y el aprendizaje en el mundo actual. En particular, todo educador debería manejar estos siete saberes indispensables: 1. Las cegueras del conocimiento: el error y la ilusión  (el desarrollo del conocimiento científico es un medio poderoso de detección de errores y de lucha contra las ilusiones); 2. Los principios de un conocimiento pertinente (la necesidad de una revolución paradigmática del pensamiento y de la organización del conocimiento, abandonando los saberes fragmentados y parcelados en favor de saberes multidisciplinarios, multidimensionales, transversales); 3. La complejidad de la  realidad y de la condición humana (los enormes avances en la comprensión del ser humano en la sociedad y en el universo a partir de diversas ciencias);  4. La identidad terrenal (una identidad que ya no es sólo local o nacional sino planetaria); 5. Las incertidumbres (aprender a vivir en un mundo regido por la incertidumbre y un futuro cada vez más impredecible, aceptando entre otros los límites y la transitoriedad del conocimiento, la inexistencia de verdades absolutas y para siempre); 6. La comprensión (verdadero sentido de la educación pues sin comprensión no hay aprendizaje, y los muchos obstáculos que la dificultan, entre ellos los prejuicios y la dificultad para aceptar lo diferente); y 7. La ética del género humano (un llamado a trabajar por la unidad y la conciencia planetaria, por una ética de la solidaridad y el respeto a las diferencias, por la democratización del conocimiento y de la participación ciudadana en los asuntos públicos y en la política).

Todo educador debería leer la obra de Immanuel Wallerstein sobre los sistemas históricos y la civilización, así como a Eric Hobsbawm, para ubicarse mejor en el mundo y en la época que le tocó vivir, entender la historia en una nueva dimensión esclarecedora del presente y de los caminos que se abren para la humanidad en el futuro.


Todo educador y educadora latinoamericana debería leer y enseñar a sus alumnos a leer a Eduardo Galeano, uruguayo, nuestro y universal, escritor y periodista que ha logrado reunir en su oficio una rara mezcla del buen escribir, el buen informar y el buen animar a pensar. Con un estilo de escritura que resulta no sólo accesible sino placentero para cualquier lector, joven o adulto, Galeano se toma el trabajo de ponernos al día, por encima de la multitud de pequeñas noticias sueltas con que nos desinforman todos los días los medios masivos en esta abrumadora ‘sociedad de la información’, y de ponernos a pensar de manera reflexiva, crítica, movilizadora, en torno a los grandes titulares, crisis, problemas y dilemas del mundo actual. Sus sustanciosos artículos de divulgación, de una o dos páginas de extensión, se publican en algunos de los principales diarios de América Latina y están disponibles en Internet, en diversos sitios web y de manera gratuita.

5. ¿Cuál es el papel del Estado en la formulación de políticas públicas dirigidas a la formación de educadores?

1) El Estado debe ser consecuente con la retórica de “la importancia de los educadores” en la calidad de la educación y en el cambio educativo. Asumirlo de verdad implica dar prioridad y urgencia a su formación integral, y replantear las prioridades tradicionales del gasto en educación, que privilegia la infraestructura y el equipamiento, la “obra tangible” que concita aprecio social, visibilidad pública y rédito político. Ya sabemos - y todas las investigaciones y evaluaciones lo confirman a nivel internacional - que en la calidad de quienes educan radica la clave de la calidad de la enseñanza, mucho más que en la infraestructura o la tecnología. Como se viene reconociendo y repitiendo hasta el cansancio, no hay computadora que sustituya a un buen educador. No obstante, las políticas siguen ignorando esta constatación, repitiéndola retóricamente pero negándola en la realidad.

2) El Estado debe avanzar hacia la construcción de un solo sistema unificado pero diferenciado de formación de educadores, que articule formación inicial y en servicio como un continuo. El Aprendizaje a lo Largo de la Vida es un imperativo, en primer lugar para los educadores.

3) El estado debe asumir un paquete de políticas que encaren la cuestión docente de manera integral, no sólo la formación sino sus condiciones de trabajo y de vida, así como su valoración profesional y social. Tanto en Finlandia como en Cuba – Finlandia, el país que viene obteniendo los mejores resultados escolares a nivel mundial, en las pruebas internacionales PISA; Cuba, el país que viene obteniendo los mejores resultados escolares en América Latina y el Caribe, en las pruebas realizadas por el Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la Calidad de la Educación (LLECE) – los educadores gozan de alto respeto profesional y social. En Finlandia, ni los educadores ni las instituciones escolares son objeto de evaluación externa: la evaluación se da “hacia adentro”, más bien como autoevaluación en el marco de toda la institución; la sociedad confía en el profesionalismo del sistema y de sus educadores, y el gobierno se encarga de que esa confianza se asiente sobre bases sólidas.

4) El Estado debe comprometerse con la consulta y la participación de los educadores y sus organizaciones para definir y consensuar las políticas docentes y las educativas en sentido amplio. Como muestra abundantemente la experiencia, nada que se haga de manera impositiva y vertical, sin contar con la comprensión y el aporte de los educadores, funciona. Por lo demás, el propio proceso de información, diálogo, participación y negociación es una valiosa oportunidad educativa y formativa de los educadores en tanto educadores y en tanto ciudadanos.

5) El Estado debe comprometerse a concretar las políticas en la realidad y darles suficiente vida en el tiempo como para generar cambios efectivos, aprender en el proceso y rectificar donde sea necesario. Las políticas por sí mismas no valen nada a menos que se traduzcan en hechos. Es sorprendente la atención que se da hoy a ‘las políticas’, como si de ellas dependiera todo, cuando en verdad muchas de dichas políticas se quedan en el papel, generando grandes gastos, grandes expectativas y grandes frustraciones.

6. ¿Y en lo que se refiere a las universidades?

Son las universidades - públicas y privadas - las llamadas a formar los profesionales, los educadores entre ellos. No obstante, las universidades están en ‘crisis’ hace tiempo y en deuda con la sociedad. En general, su funcionamiento y sus resultados vienen dejando mucho que desear desde el punto de vista de la producción de conocimiento y la formación de profesionales idóneos. Su papel viene siendo especialmente deficitario en el campo de la formación docente. Las Facultades de Ciencias de la Educación suelen estar entre las más deprimidas financiera e intelectualmente, entre otros dada la subvaloración del oficio docente en nuestras sociedades, cerrándose así el círculo vicioso.

Sin cambios importantes en la institucionalidad y la cultura universitarias, y en la valoración social efectiva de la profesión docente, la formación docente no puede avanzar. Muchas universidades vienen mal formando educadores hace décadas, con enfoques teóricos y librescos alejados de la realidad y de la práctica docente concreta, con contenidos obsoletos a menudo a cargo de profesores que dictan su materia durante años, sin actualizarse y sin una pizca de pasión. Los mejores profesores prefieren muchas veces enseñar en otras carreras. ¿Cómo pueden los y las educadores aprender a aprender, a investigar, a gustar de la lectura y la escritura, a pensar de manera compleja, a trabajar de manera interdisciplinaria, si quienes los forman siguen apegados a viejas formas de pensar y de enseñar, a feudos disciplinares, a visiones de la educación y del cambio educativo que corresponden al siglo que quedó atrás?

7. ¿Quisiera agregar algo?

Un mensaje a quienes toman decisiones en torno a políticas y programas. Un llamado a cambios radicales, no a más de lo mismo, no más al modelo de preparación docente que no ha funcionado. Si ya sabemos que lo que se ha venido haciendo no ha tenido impactos reales sobre la calidad de la enseñanza, ¿por qué seguir haciéndolo?  ¿Para qué y por qué seguir evaluando lo que ya sabemos sin necesidad de evaluaciones? ¿Por qué no actuar sobre lo que ya sabemos, que es mucho, sin tener que esperar a contar con más “evidencias empíricas” de lo que está mal y no funciona?

Un mensaje a los dos principales educadores de niños y jóvenes: padres y docentes. Un llamado a que comprendan mejor sus roles y sus diferencias, y actúen complementándose en lugar de ignorándose o culpabilizándose mutuamente. Los padres - y sobre todo las madres - de familia no son docentes a domicilio, su labor no es hacer las tareas escolares ni enseñarles a los hijos lo que no aprendieron en la escuela o el colegio; ese es dominio y responsabilidad  de la educación escolar. Los docentes tienen una tarea difícil, que requiere la comprensión y el apoyo de los padres. Los padres de familia aman a sus hijos y tienen un conocimiento sobre ellos que es indispensable para el sistema escolar; quieren ser llamados a la escuela no sólo para recibir instrucciones sino para ser escuchados, y no sólo para recibir reclamos sobre sus hijos sino también alabanzas y buenas nuevas. Ambos, si son buenos educadores, deben ceder su protagonismo, poner en el centro a sus hijos y alumnos respectivamente, y descartar el viejo método de “la letra con sangre entra” que viola los derechos humanos, mete miedo en las relaciones, aniquila el gusto por el aprendizaje y no funciona ni en el sistema escolar ni en la familia.  El día que tanto padres de familia como docentes tomen plena conciencia de que las acciones educan igual o más que las palabras, cambiarán radicalmente muchos comportamientos y relaciones en la familia y en la institución escolar.

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