1. Siempre se plantea la pregunta de qué es un
«buen educador». Rara vez se plantea la pregunta de qué es un
«buen estudiante».
Por
lo general se da por descontado que «buen estudiante» es el que saca
buenas notas y que saca buenas notas porque es
inteligente, estudioso, esforzado.
2. El
«buen estudiante» o la
«buena estudiante» es
alabado y premiado en el plantel, en la familia, en la sociedad. El
sistema escolar se esmera en honores y premios para el
«buen estudiante» (y en deshonores y castigos para el
«mal estudiante»). Le
encarga tareas de responsabilidad como portar la bandera, vigilar
la asistencia o la disciplina, recibir y guiar a los visitantes, representar al plantel en concursos y eventos, etc. Las buenas notas conducen a diplomas, galardones, regalos, viajes, becas.
3. Ser
«buen estudiante» tiene también un
lado oscuro: a menudo lidia con la envidia, la burla, el acoso, el
bullying.
'Matón', 'matado', 'traga', 'empollón' y muchos otros nombres persiguen al 'aplicado' y al estudioso. Consejos sobre
"cómo ser buen estudiante" y "cómo sacar buenas notas" advierten muchas veces acerca de los costos sociales,
la pérdida de amigos, el aislamiento y hasta el odio de los demás. La ventaja comparativa de
niñas y mujeres, frecuentemente mejores estudiantes que los varones, suele
convertirse en desventaja, en un estigma más asociado a lo femenino.
4. ¿Qué es ser «buen estudiante»? ¿Quiénes son «buenos estudiantes»?
A. Los que sacan buenas notas.
B. Los que estudian mucho.
C. Los que respetan las reglas y cumplen con las tareas establecidas.
D. Los que se esfuerzan y perseveran.
E. Los que se interesan y están motivados para aprender.
F. Los que leen y escriben y lo hacen con gusto y por propia iniciativa.
G. Los que buscan información e investigan por su cuenta más allá de lo enseñado en clase.
H. Los que cooperan, comparten, rechazan la violencia, son buenos compañeros.
Muchos eligen A. El
valor atribuido a las notas está tan enraizado que se consideran equivalentes
«ser buen estudiante» y
«sacar buena nota». La nota puede referirse a la trayectoria estudiantil o al puntaje obtenido en un examen.
5. Lo cierto es que:
- Una
nota (calificación) dice poco sobre lo que es, sabe y sabe hacer un estudiante. Una buena nota no revela necesariamente inteligencia. Hay malos estudiantes con buenas notas y
buenos estudiantes con malas notas.
- Una
prueba
mide apenas una pequeña parte de lo que sabe un estudiante. Además, puede estar mal hecha y/o mal aplicada, y no ser adecuada para lo que pretende medir o evaluar.
-
Estudiar no es lo mismo que
aprender; se puede estudiar y no aprender. Mucho depende de cómo se estudia.
-
Aprender y
aprobar son cosas distintas. Se puede aprobar (un examen, el pase de año) sin haber aprendido. A menudo, lo que se
«aprende» para el examen, se olvida al día siguiente del examen pues nunca se aprendió realmente. Aprender toma tiempo, implica comprensión, exige esfuerzo y uso de lo aprendido.
-
Los estudiantes más inteligentes, más talentosos, más creativos, a menudo no se llevan bien con el sistema escolar. Hay muchos ejemplos de intelectuales, científicos, artistas destacados que han sido dados por
«malos estudiantes». (
"Thomas Alva Edison y otros genios que fueron pésimos estudiantes").
- La
distracción no necesariamente revela
desinterés. Entre los
«distraidos» hay muchos curiosos,
creativos, observadores, investigadores, todas ellas cualidades
importantes para el aprendizaje.
6. Hoy se plantea el propósito de
atraer a
los «mejores estudiantes» hacia la docencia.
Por «mejores estudiantes» se entiende estudiantes con buenas calificaciones y con un puntaje alto en el examen de ingreso a la universidad. No obstante, cabe recordar que
Finlandia selecciona a los futuros estudiantes de magisterio no poniendo en el centro su rendimiento académico sino saberes, valores y actitudes considerados indispensables para la buena docencia como son la empatía, la solidaridad, el espíritu de servicio, el aprecio por la lectura, la afición por el arte, entre otros.
Breve reflexión sobre mi experiencia personal
Yo fui siempre buena estudiante. Partí de una enorme ventaja: mi papá me enseñó a leer y escribir a los 5 años, de modo que cuando entré a la escuela ya leía y escribía. Me gradué en el Colegio Alemán de Quito como la mejor alumna de mi promoción. En toda mi trayectoria escolar - y, más adelante, en la universidad - disfruté enormemente leyendo y escribiendo, aprendiendo idiomas, música y danza. Mi papá, mi mamá y mis profesores me ayudaron a creer que era buena para todo eso.
Mi mamá nunca tuvo que perseguirme para que hiciera los deberes o estudiara en época de exámenes. De niña hacía los deberes sola, con gusto, de manera prolija, antes de ponerme a jugar. En la adolescencia y en la juventud leí mucho, llevé un diario personal, escribí poemas e investigué muchos temas más allá de lo que me enseñaban en clase. No había internet; recurríamos a diccionarios y enciclopedias, a hacer preguntas y a consultar con personas mayores.
Nunca tuve temor de preguntar en clase o fuera de ella. Nunca me fue mal por preguntar (sigo preguntando, no me quedo con dudas). Participé en concursos intercolegiales de oratoria, ortografía y redacción. Aprendí a ganar y también a perder y a lidiar con la frustración. Saqué siempre excelentes calificaciones, salvo en materias que no me atraían o que no entendía bien, como Física y Química. Elegí Sociales, como muchos de mis compañeros.
El premio personal de
«buena estudiante» que me dio el rector, Hans Jacob, fue bailar con él el primer vals en la fiesta de graduación. Estuve además a cargo del discurso de despedida del colegio en representación de mis compañeros.
Estudié Educación y me dediqué a la educación como campo profesional. (Quise estudiar Periodismo pero me desanimé después de unas pocas clases en la Facultad de Periodismo). Así es como he podido entender, ya de adulta, cómo se forjan los buenos estudiantes, a medias entre el hogar y el sistema educativo. Cómo se forjan las motivaciones, las aptitudes y las actitudes hacia el aprendizaje, la autoconfianza, la resiliencia, la autonomía, la autoregulación, las opciones y las decisiones personales.
Sé que fue el promedio de las calificaciones el que me ganó el título de
«mejor alumna». Pero siempre he querido creer que, más allá de las calificaciones, mis profesores valoraron mi entusiasmo con el aprendizaje y mi actitud crítica. Ya de mamá, he valorado a mis propios hijos no por sus calificaciones sino por su creatividad, su espíritu autónomo y crítico, y su capacidad para descubrir por sí mismos qué les hace felices, qué quieren aprender y qué quieren hacer con sus vidas.
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