W.C.

Rosa María Torres
Dedicado a Juan Samaniego
El Tendedero de Cuentos

Apuesto a que les llama la atención este título. Apuesto a que tie­nen curiosidad por seguir leyendo y saber de qué se trata. Pues bien: es el título de una hojita con una lectura que llevó a la clase el profesor de Lenguaje de mi hijo menor. No bien llegó a la casa ese día, mientras almorzábamos y sin que nadie se lo pidiera, Julián nos leyó la hojita en voz alta. Nos reímos bastante. Y luego se la leyó a sus amigos del condominio y, en días siguientes, al resto de la familia y a otros amigos. Evidentemente, quería compartir y multiplicar la risa, el buen momento que había pasado con esa lectura y con sus compañeros en clase.

Quizás el asunto les parece anecdótico y trivial, pero no lo es. Leer, encontrarle sentido y gusto a lo que se lee, descubrir su utilidad social fuera del aula de clase, es algo mas bien extraordinario para niños, adolescentes y jóvenes en estos días. La gran mayoría de los que aprenden a leer, aprenden al mismo tiempo a no leer, a leer poco, a leer por encima, a leer mal, a leer por obligación, por castigo o por califi­cación, no por placer ni por propia iniciativa.

Decidí por eso conservar la hojita e insertarla como parte de un artí­culo destinado a responder a la pregunta del millón, la que una y otra vez me hacen madres y padres de familia y educadores: cómo incentivar la lectura entre niños y jóvenes. Antes que reiterados y costosos planes y campañas de "promoción de la lectura", se trata de emprender con algo mucho más básico y sencillo e infinitamente menos costoso: deshacernos de las ideas convencionales acerca de lo que es leer, lector, y material de lectura.

Es preciso liberar a la lectura de la corbata y los tacos, vestirla informalmente, sentarla en el suelo, colgarla en tendederos o meterla en canastas antes que exhibirla en estantes, despojarla de todo lo que huela a obligación y a evaluación. Textos cortos, que dejen gana de más. Textos ágiles, que inviten a leerse enteros. Textos amenos, que provoquen sonrisas y risas. Hojas sueltas, sin pretensiones, que puedan descartarse o guardarse sin compromiso, doblarse, arrugarse, multiplicarse a discreción, transportarse y compartirse con otros sin tener que pedir permiso a nadie ni obtener una calificación a cambio ...

Esto que está leyendo es el artícu­lo y ésta que tiene abajo, es la hojita en cuestión.

WEST CHAPEL
En cierta ocasión, los miembros de una familia inglesa pasaban unas vacaciones en Escocia. En uno de sus paseos observaron una casita de campo. De inmediato les pareció cautivadora para su pró­ximo veraneo. Indagaron quién era el dueño de ella y resultó ser un pastor protestante al que se dirigieron para pedirle que les mostrara la pequeña finca.

El propietario les mostró la finca. Tanto por su comodidad como por su situación, fue del agrado de todos, de forma que quedaron comprometidos para alquilarla en su próximo veraneo.

De regreso a Inglaterra, repasaron detalle por detalle cada habi­tación. De pronto, la esposa recuerda no haber visto el W.C. Dado lo prácticos que son los ingleses, decidió escribir al pastor pre­guntándole por este servicio, en los siguientes térmi­nos:

"Estimado pastor: soy de la familia que hace pocos días visitó su finca, con deseos de alquilarla para nuestras próxi­mas vacaciones. Como omitimos enterarnos de un detalle, quie­ro suplicarle que nos indique más o menos donde queda el W.C.".


Finalizó la carta como es de rigor y la envió al pastor. Al abrir la carta, el pastor desconoció la abreviatura W.C. Creyendo que se trataba de una capilla de su religión llamada West Chapel, en­vió su carta de respuesta en los siguientes términos:

"Estimada señora: tengo el agrado de informarle que el lugar al que usted se refiere queda a sólo doce kilómetros de la casa, lo cual es molesto sobre todo si se tiene la costumbre de ir con ­frecuen­cia, pero algunas personas viajan a pie y otras en bus, ll­egando todos en el momento preciso. Hay lu­gar para 400 personas cómodamen­te sentadas y 100 de pie; los asientos están forrados de terciopelo rojo y hay aire acondicionado para evitar sofocacio­nes; se recomienda llegar a tiempo para alcanzar lugar. Mi mujer, por no hacer­lo así, hace diez años tuvo que soportar todo el acto de pie y desde entonces no utiliza ya este servicio. Los niños se sientan juntos y todos cantan en coro. A la entrada se les entre­ga un papel a cada uno y las personas que no alcanzan a la repar­tición pueden usar el del com­pañero de asiento. Al salir deben ­devolverlo para seguir dándole uso durante todo el mes. Todo lo que dejan deposita­do allí es para dar de co­mer a los pobres huér­fanos del hospicio. Hay fotógrafos es­peciales que toman fotogra­fías en todas las poses, las cua­les son publicadas en el diario de la ciudad en la página social. Así el público puede conocer a las altas personali­dades en actos tan humanos como éste".

La señora, al leerla, estuvo a punto de desmayarse. Luego de con­tarle lo ocurrido a su esposo, todos decidieron cambiar de lugar de veraneo.

* Artículo publicado el 30/08/92 en la revista Familia, del diario El Comercio de Quito. Parte de mi serie de artículos publicados cada domingo en dicha revista entre 1990 y 1996.

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