Dedicado a José Carlos y Vera Barreto
En Sao Paulo, una de las ciudades más populosas del mundo y la ciudad con la más alta concentración de analfabetos en América Latina, tuvo lugar en diciembre de 1990 un evento sin precedentes: un Congreso de Alfabetizandos. Corría el Año Internacional de la Alfabetización y era Paulo Freire el mentor y organizador del Congreso, desde la Secretaría Municipal de Educación de Sao Paulo, conjuntamente con el MOVA-SP (Movimiento de Alfabetización de Jóvenes y Adultos de la Ciudad de Sao Paulo), el EDA-DOT (Programa de Educación de Adultos de la Dirección de Orientación Técnica) y el FORUM de los Movimientos Populares de Alfabetización de Sao Paulo.
El Congreso, un viejo sueño de Paulo Freire, duró un día, un domingo 16 de diciembre. Empezó a las 8:30 de la mañana y concluyó a las 8 de la noche, con la presentación de un grupo de samba, pero se extendió de hecho hasta pasada la medianoche, con gran fiesta colectiva. Cerca de 5.000 personas participaron en el evento, realizado en Promocenter, uno de los locales más grandes de Sao Paulo. La mayoría de los asistentes fueron mujeres (en Brasil -y en todos lados- la mayoría de alfabetizandos adultos son mujeres) y muchos niños (como también era previsible: las madres de sectores populares van con sus hijos incluso a las clases de alfabetización). Anticipando esto último, durante el congreso se habilitó como guardería una gran sala aledaña al auditorio principal, atendida por muchachas voluntarias.
Cada asistente recibió una carpeta, un diploma de asistencia y un cupón para el almuerzo. Este último, consistente en un sánduche, un refresco y una fruta, había sido preparado el día anterior por voluntarios de los propios núcleos de alfabetización. El Congreso terminó con gran baile de samba, no previsto en la agenda. Fue un evento excepcional, un día de alegría y de fiesta, una experiencia inolvidable para quienes participamos de ella.
El objetivo del Congreso era propiciar un encuentro entre los alfabetizandos de Sao Paulo - inscritos en los núcleos de alfabetización organizados y atendidos por el MOVA- y estrechar las relaciones entre alfabetizadores y alfabetizandos así como entre el MOVA-SP, el EDA y FORUM. Un documento elaborado por el equipo organizador orientó las discusiones en el Congreso. Dicho documento fue redactado a partir de un cuestionario enviado y discutido en todos los núcleos, doce preguntas referidas a la situación de los analfabetos, sus opiniones sobre el programa de alfabetización, y sus expectativas de vida.
Los preparativos del Congreso fueron agitados e intensos. Cuando llegué a Sao Paulo, el día anterior, un ejército de voluntarios estaba distribuido en grupos por toda la ciudad realizando distintas tareas. En una casa con muchas habitaciones y un gran patio se preparaba la comida: infinidad de manos femeninas cortaban panes, untaban mayonesa y mostaza, metían rodajas de queso, jamón y tomate, sellaban bolsas plásticas y las metían en enormes cajas o en canastas. En otra casa estaban los encargados de las carpetas y la papelería, compaginando documentos y preparando las identificaciones para los 5.000 invitados. En su departamento, Estela y un grupo de jóvenes discutían los últimos toques de la agenda. Ninguno de nosotros había estado nunca en un congreso de personas que apenas empiezan a leer y escribir. Mil preguntas flotaban en el ambiente: ¿en qué debía ser este congreso diferente a un congreso académico convencional?, ¿cómo es un congreso que casi no hace uso de la palabra escrita?, ¿qué pasa con personas que no están acostumbradas a permanecer varias horas sentadas?, ¿cómo es un congreso con 5.000 personas de todas las edades? Recuerdo que esa noche me fui a dormir con la certeza de que preparar este Congreso era un enorme desafío al conocimiento y a la imaginación, y que ese desafío nos superaba a todos.
Los buses empezaron a llegar desde temprano, repletos de gente. Alegres, cantando, con sus mejores atuendos, muchos con banderitas en la mano, algunos con pequeñas cámaras de fotos, iban entrando al local del evento hombres y mujeres, niños pequeños, algunos de pecho, adolescentes, jóvenes, ancianos. A la entrada, cada cual recibía su carpeta: la satisfacción y el orgullo al recibirla era patente en muchos rostros, particularmente entre los de mayor edad. Muchos no atinaban dónde ponerla, o no les quedaba mano para sostenerla. Durante el día, de hecho, veríamos a la gente llevar su carpeta a cuestas con incomodidad, resguardándola como algo muy preciado. Algunos se tomaron fotos con la carpeta sobre el pecho, o mostrándola en alto para la foto, es decir, para la posteridad.
Poco a poco el auditorio fue llenándose hasta quedar casi colmado. Consignas, cantos, himnos, pitazos de cornetas, hurras, llantos de niños se confundían en un solo gran concierto. Desde la palestra, la visión era fantástica: un mar de gentes, de colores, de entusiasmo, de vida. Atrás de nosotros, las pantallas gigantes que permitirían acercar los expositores a la audiencia.
El acto se inició con la presentación y exposiciones de los ubicados en la palestra. Como primer punto en el programa estaba la “Abertura”, a cargo de Moacir Gadotti, Regina Villas y Pedro Pontual, todos ellos amigos y colegas de Paulo. Luego vino “A Fala dos Alfabetizandos”: Wilson José de Arruda y Teodora Francisca de Carvalho, elegidos en asamblea para hablar en nombre de sus compañeros, fueron los que hablaron más largo y los más largamente aplaudidos. Exposiciones extendidas, detalladas, con mucha reiteración, con largos silencios: por momentos daba la impresión que la exposición nunca iba a terminar. Eramos nosotros, sus compañeros de palestra, quienes no entendíamos la lógica y el ritmo interno de su discurso; el público, abajo, seguía con interés la exposición: era su ritmo y su manera de decir las cosas.
Por último, “A Fala dos Educadores”, yo primero, Paulo al final, como cierre y broche de oro. En un encuentro doméstico e íntimo como éste, tuve el privilegio de ser invitada por Paulo como única no-brasileña, para contarles a los alfabetizandos de Sao Paulo sobre la campaña de alfabetización que acababa entonces de concluir en mi país, el Ecuador. Hablé -vergonzosamente- en español, y aunque hablé lento y escogiendo las palabras más parecidas al portugués, nunca estuve segura de que la gente me entendía. Paulo fue el último en hablar -”A utopía de uma sociedade sem analfabetos”- y el que logró la mayor concentración y el mayor silencio en la sala.
Silencio y ruido -aprendí para siempre ese día- pueden tener valores y significados culturales muy distintos. Desde la palestra, lo que se veía y escuchaba era un movimiento incesante de gente y un barullo permanente de fondo. Desde arriba podía tenerse la impresión de que nadie escuchaba, de que nadie atendía. No obstante, cuando bajé a sentarme entre el público, comprobé que la gente estaba atenta e interesada, solo que por determinados espacios de tiempo y haciendo turnos: mientras la mitad de los asistentes escuchaba desde su asiento, la otra mitad conversaba, paseaba o comía, con un ojo y un oído alertas.
La hora y media de receso para el almuerzo fue un desbordamiento, después de más de tres horas de clase-congreso tradicional, la gran boca de un lado y la gran oreja del otro. Las colas para retirar el almuerzo fueron menos complicadas y largas que lo imaginado, pues mucha gente -sobre todo mamás y niños pequeños- había empezado desde media mañana a retirar su almuerzo y a comer dentro del salón, durante la sesión. Quien pensó en almuerzo con hora fija se equivocó rotundamente: el almuerzo fue continuo y se extendió a lo largo de todo el día. Los escasos recipientes de basura ubicados en lugares estratégicos no dieron abasto.
El tiempo del almuerzo fue el tiempo para las fotos y para visitar el stand de publicaciones que montó Cortez Editora, fundamentalmente con libros sobre educación. Muchísima gente pasó por la mesa en que se exhibían los libros; muchos los hojearon, se interesaron en ellos y hasta preguntaron los precios. El solo hecho de una editorial exponiendo sus libros en un congreso de este tipo, es de por sí digno de destacarse.
A continuación del almuerzo, en el momento de la siesta universal, vino la parte más convencional y aburrida del evento: la lectura y aprobación del Documento Base del Congreso. En el mejor estilo académico, y sin ninguna concesión al público y a la singularidad de este evento, se procedió desde la palestra a la lectura en voz alta del documento, con todos los aditamentos: mesa directiva, oradores, revisión de carpetas, votaciones, aprobaciones párrafo por párrafo, etc. Bastaba mirar alrededor para percibir que muchos no entendían la lógica de todo esto, tenían dificultades para seguir el documento, se enredaban con su propio documento en la carpeta, y terminaban por rendirse.
Cuando concluyó el ritual de la aprobación del documento empezó el verdadero congreso, el de ellos. Lo previsto en la agenda decía “Trabalhos, manifestaçôes e atividades programadas pelos Fóruns Regionais” y lo que se esperaba es que los representantes de los distintos núcleos dijeran unas palabras en representación de sus compañeros. Esto no fue, sin embargo, lo que aconteció. Instalado el micrófono en el pasillo central del auditorio, debajo de la palestra, antes de que nadie pudiera advertirla o detenerla empezó a formarse una larga cola: todos querían el micrófono, todos querían hablar, todos tenían algo para decir. Así, a lo largo de casi cuatro horas, miles de personas desfilaron por el micrófono para dejar su mensaje personal y único: un saludo, un poema, una canción, una anécdota, una experiencia personal, críticas y reclamos, odas a la importancia del leer y el escribir, relatos de lo aprendido y de la alegría de aprender, comparaciones entre el antes (de saber leer y escribir) y el después (de saber leer y escribir), opiniones sobre el Congreso, agradecimientos a los organizadores, palabras cariñosas para Paulo Freire.
Imposible registrar y detallar aquí todo lo que la gente fue capaz de sentir y expresar aquella tarde. Un micrófono es, definitivamente, un instrumento ansiado y poderoso para alguien que nunca tuvo voz, que nunca dijo su palabra o nunca fue escuchado. Desde la palestra, Freire espectaba dichoso este monumental acto de liberación de la palabra que él tanto defendió en sus libros y en su vida.
El discurso final y el cierre del Congreso estuvieron a cargo de Luiza Erundina de Souza, Prefecta del Municipio de Sao Paulo, la única que - junto con el propio Freire - podría haber logrado detener finalmente la interminable peregrinación junto al micrófono. Luego vino el show y el baile, el desborde de alegría, buen humor, camaradería, risa, disfrute personal y colectivo contenidos en la gente del pueblo, y en el pueblo brasileño en particular.
Cerca de la medianoche, lo que quedaba del Congreso eran montones de basura por todos lados. Cinco mil personas - aquí llamadas alfabetizandos, en otros lados simplemente analfabetos - se habían encontrado y habían pasado aquí un domingo inolvidable. Para quienes se opusieron al Congreso, dentro de la propia Secretaría de Educación, ésta era una veleidad de Freire, un sinsentido, un despilfarro de recursos. ¿Qué podía sacarse de un congreso de analfabetos? Visto desde el cálculo costo-beneficio, y medida esta relación en los términos económicos clásicos, este congreso era puro gasto, no inversión. No obstante, aún desde ese mismo cálculo, no hay nada que indique que el dinero que se invierte en los congresos convencionales, a los que asisten los letrados y estudiados, sean realmente inversión y no mero gasto. La importancia de este evento, no obstante, no puede medirse por su costo (ínfimos, si se tiene en cuenta que la organización descansó en el trabajo voluntario de mucha gente) sino por su valor real y simbólico en tanto acto por la democratización, humanización y dignificación de las personas.
Escribo esto a casi una década de distancia, rodeada de cuadernos, notas, fotos, y el video final del evento. Me hubiera gustado compartir estas páginas con Paulo, pero ahora solo me sirven para homenajearlo y pagar una vieja deuda personal: la deuda de escribir y contar a otros acerca de este Congreso de Alfabetizandos, un viejo sueño suyo en cuya realización, generosamente, me incluyó.