» “Me ha citado demasiado”, por Gonzalo Ortiz Crespo, en Revista Plan V, Quito, 6 julio 2015.
GUAYAQUIL, 06 Jul. 15 / 01:42 pm (
ACI).-
Este lunes el Papa Francisco presidió una multitudinaria
Misa
en el Parque Los Samanes, en Guayaquil (Ecuador), en el que recordó que
la Virgen María como siempre está atenta a las necesidades de sus
hijos, y lanzó un esperanzador mensje a las familias.
A continuación el texto del Papa. Las partes en cursiva corresponden a
los breves momentos en que el Santo Padre improvisó en su homilía:
El pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar es el primer signo
portentoso que se realiza en la narración del Evangelio de Juan. La
preocupación de María, convertida en súplica a Jesús: «No tienen vino»
le dijo y la referencia a «la hora» se comprenderá,
después en
los relatos de la Pasión. Está bien que sea así, porque eso nos permite
ver el afán de Jesús por enseñar, acompañar, sanar y alegrar desde ese
clamor de su madre: «No tienen vino».
Las bodas de Caná se repiten con cada generación, con cada
familia, con cada uno de nosotros y nuestros intentos por hacer que nuestro corazón logre asentarse en amores duraderos,
en amores fecundos y
en amores alegres. Demos un lugar a María, «la madre» como lo dice el evangelista. Hagamos con ella, ahora, el itinerario de Caná.
María está atenta,
atenta en esas bodas ya comenzadas, es solícita a las necesidades de los novios.
No
se ensimisma, no se enfrasca en su mundo, su amor la hace «ser hacia»
los otros, tampoco busca a las amigas para comentar lo que está pasando y
criticar, la mala preparación de las bodas y como está atenta con su
discreción se da cuenta de que falta el vino. El vino es signo de
alegría, de amor, de abundancia. Cuántos de nuestros adolescentes y
jóvenes perciben que en sus casas hace rato que ya no hay
de ese vino. Cuánta mujer sola y entristecida se pregunta cuándo el amor se fue,
cuándo el amor se escurrió de su
vida.
Cuántos ancianos se sienten dejados fuera de la fiesta de sus familias, arrinconados y ya sin beber del amor cotidiano
de sus hijos, de sus nietos, de sus bisnietos. También la carencia de
ese vino puede ser el efecto de la falta de trabajo,
de las enfermedades,
de situaciones problemáticas que nuestras familias
en todo el mundo atraviesan.
María no es una madre «reclamadora», tampoco es una suegra que vigila para solazarse de nuestras impericias, de nuestros errores o desatenciones. ¡María simplemente es madre!: Ahí está, atenta y solícita.
Es lindo escuchar esto, María es Madre, ¿se animan a decirlo todos juntos conmigo? ¡
Vamos!: María es Madre. Otra vez: María es Madre, otra vez: María es Madre. Pero María,
en ese momento que se percata que falta el vino acude con confianza a Jesús,
esto significa que María reza.
Va a Jesús, reza.
No va al mayordomo; directamente le presenta la dificultad de los
esposos a su Hijo. La respuesta que recibe parece desalentadora: «¿Qué
podemos hacer tú y yo? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4). Pero,
entre tanto, ya ha dejado el problema en las manos de Dios. Su
apuro por las necesidades de los demás apresura la «hora» de Jesús. Y María es parte de esa hora, desde el pesebre a la
cruz.
Ella que supo «transformar una cueva de animales en la casa de Jesús,
con unos pobres pañales y una montaña de ternura» (Evangelii gaudium,
286) y nos recibió como hijos cuando una espada le atravesaba el
corazón,
a su Hijo, Ella nos enseña a dejar nuestras familias en manos de Dios;
nos enseña a rezar, encendiendo la esperanza que nos indica que nuestras preocupaciones también son preocupaciones de Dios.
Y rezar siempre nos saca del perímetro de nuestros desvelos, nos hace
trascender lo que nos duele, lo que nos agita o lo que nos falta a
nosotros mismos y nos ayuda a ponernos en la piel de los otros,
a ponernos en
sus zapatos.
La familia es una escuela donde la oración también nos
recuerda que hay un nosotros, que hay un prójimo cercano, patente: que
vive bajo el mismo techo y que comparte la vida y está necesitado.
Y finalmente, María actúa. Las palabras «Hagan lo que Él les
diga» (v. 5), dirigidas a los que servían, son una invitación también a
nosotros, a ponernos a disposición de Jesús, que vino a servir y no a
ser servido.
El servicio es el criterio del verdadero amor. El que ama sirve, se pone al servicio de los demás Y esto se aprende especialmente en la familia, donde nos hacemos, por amor, servidores unos de otros.
En el seno de la familia, nadie es descartado, todos valen lo mismo,
me acuerdo que una vez a mi mamá le preguntaron: ¿A cuál de sus cinco
hijos (nosotros somos cinco hermanos), a cuál de sus cinco hijos quería
más? Y ella dijo: “como los dedos, si me pinchan este, me duele lo mismo
que si me pinchan este una madre quiere a sus hijos como son
y en una familia los hermanos se quieren como son nadie es descartado,
allí en la familia
«se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir “gracias” como
expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a
dominar la agresividad o la voracidad, y allí se aprende también a pedir
perdón cuando hacemos algún daño y nos peleamos, porque en toda familia hay peleas el problema es después pedir perdón.
Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura
de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea» (Laudato si’,
213).
La familia es el hospital más cercano,
cuando uno está enfermo lo cuidan ahí mientras se puede, la familia es la primera escuela de los niños, es el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes, es
el mejor asilo para los ancianos. La familia constituye la gran
«riqueza social», que otras instituciones no pueden sustituir, que debe
ser ayudada y potenciada, para no perder nunca el justo sentido de los
servicios que la sociedad presta a sus ciudadanos.
En efecto, estos servicios que la sociedad presta a los ciudadanos, estos no son una forma de limosna, sino una verdadera «deuda social» respecto a la institución familiar, que es la base y la que tanto aporta al bien común de todos. La familia también forma una pequeña
Iglesia,
la llamamos «Iglesia doméstica» que, junto con la vida, encauza la ternura y la misericordia divina.
En la familia la fe se mezcla con la leche materna: experimentando el
amor de los padres se siente más cercano el amor de Dios. Y en la
familia
y de esto todos somos testigos los milagros se hacen
con lo que hay, con lo que somos, con lo que uno tiene a mano y muchas
veces no es el ideal, no es lo que soñamos, ni lo que «debería ser».
Hay un detalle que nos tiene que hacer pensar: el vino nuevo
ese vino tan nuevo que dice el Mayordomo en las bodas de Caná nace de las tinajas de purificación, es decir, del lugar donde todos habían dejado su pecado,
nacen de lo peorcito porque «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20).
y
en la familia de cada uno de nosotros y en la familia común que
formamos todos, nada se descarta, nada es inútil. Poco antes de comenzar
el Año Jubilar de la Misericordia, la Iglesia celebrará el Sínodo
Ordinario dedicado a las familias, para madurar un verdadero
discernimiento espiritual y encontrar soluciones
y ayudas concretas a las muchas dificultades e importantes desafíos que la familia
hoy debe afrontar. Les invito a intensificar su oración por esta intención, para que aun aquello que nos parezca impuro,
el agua de las tinajas, nos escandalice o espante, Dios –haciéndolo pasar por su «hora»– lo pueda transformar en milagro.
La familia hoy necesita de este milagro. Y toda esta historia comenzó
porque «no tenían vino», y todo se pudo hacer porque una mujer –la
Virgen– estuvo atenta, supo poner en manos de Dios sus preocupaciones, y
actuó con sensatez y coraje.
Pero hay un detalle, no es menor
el dato final: gustaron el mejor de los vinos.
Y esa es la buena
noticia: el mejor de los vinos está por ser tomado, lo más lindo, lo más
profundo y lo más bello para la familia está por venir.
Está por venir el tiempo donde gustamos el amor cotidiano, donde
nuestros hijos redescubren el espacio que compartimos, y los mayores
están presentes en el gozo de cada día.
El mejor de los vinos está en la
esperanza, está por venir para cada persona que se arriesga al amor. Y en la familia hay que arriesgarse al amor,
hay que arriesgarse a amar.
Y el mejor de los vinos está por venir aunque todas las variables y
estadísticas digan lo contrario;
el mejor vino está por venir en
aquellos que hoy ven derrumbarse todo.
Murmúrenlo hasta creérselo: el mejor vino está por venir. Murmúrenselo
cada uno en su corazón: El mejor vino está por venir. Y susúrrenselo a los desesperados o a los desamorados.
Tené Paciencia, tené esperanza, Hacé como María, rezá actuá, abrí tu corazón, porque el mejor vino va a venir.
Dios siempre se acerca a las periferias de los que se han quedado sin
vino, los que sólo tienen para beber desalientos; Jesús siente debilidad
por derrochar el mejor de los vinos con aquellos a los que por una u
otra razón, ya sienten que se les han roto todas las tinajas. Como María
nos invita, hagamos «lo que el Señor nos diga», lo que Él nos diga y
agradezcamos que en este nuestro tiempo y nuestra hora, el vino nuevo,
el mejor, nos haga recuperar el gozo de ser familia,
el gozo de vivir en familia. Que así sea.
QUITO, 07 Jul. 15 / 12:28 pm (
ACI).-
El Papa Francisco celebró este martes una
Misa
con más de un millón y medio de fieles en el Parque Bicentenario de
Quito, como parte de su visita apostólica a Ecuador, en la que recordó
el llamado de Cristo a la unidad dentro de su
Iglesia, así como su identidad evangelizadora.
A continuación el texto del Papa. Las partes en cursiva corresponden a
los breves momentos en que el Santo Padre improvisó en su homilía:
La palabra de Dios nos invita a vivir la unidad para que el mundo crea.
Me imagino ese susurro de Jesús en la última cena como un grito en esta misa que celebramos en «El Parque Bicentenario».
Imaginémoslo juntos.
El Bicentenario de aquel Grito de Independencia de Hispanoamérica. Ése
fue un grito, nacido de la conciencia de la falta de libertades, de
estar siendo exprimidos, saqueados, «sometidos a conveniencias
circunstanciales de los poderosos de turno» (Evangelii gaudium 213).
Quisiera que hoy los dos gritos concorden bajo el hermoso desafío de la
evangelización. No desde palabras altisonantes, ni con términos
complicados, sino que nazca de «la alegría del Evangelio», que «llena el
corazón y la
vida entera de
los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son
liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del
aislamiento»
de la conciencia aislada (Evangelii gaudium 1).
Nosotros, aquí reunidos, todos juntos alrededor de la mesa con Jesús
somos un grito, un clamor nacido de la convicción de que su presencia
nos impulsa a la unidad, «señala un horizonte bello, ofrece un banquete
deseable» (Evangelii gaudium 14).
«Padre, que sean uno para que el mundo crea», así lo deseó mirando al
cielo.
A Jesús le brota este pedido en un contexto de envío: Como tú me has
enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. En ese momento, el
Señor
está experimentando en carne propia lo peorcito de este
mundo al que ama, aun así, con locura: intrigas, desconfianzas,
traición, pero no esconde la cabeza, no se lamenta.
También nosotros
constatamos a diario que vivimos en un mundo lacerado por las guerras y
la violencia. Sería superficial pensar que la división y el odio afectan
sólo a las tensiones entre los países o los grupos sociales. En
realidad, son manifestación de ese «difuso individualismo» que nos
separa y nos enfrenta (cf. Evangelii gaudium, 99),
son manifestación
de la herida del pecado en el corazón de las personas, cuyas
consecuencias sufre también la sociedad y la creación entera.
Precisamente, a este mundo desafiante,
con sus egoísmos Jesús
nos envía, y nuestra respuesta no es hacernos los distraídos, argüir que
no tenemos medios o que la realidad nos sobrepasa. Nuestra respuesta
repite el clamor de Jesús y acepta la gracia y la tarea de la unidad.
A aquel grito de libertad prorrumpido hace poco más de 200 años no le
faltó ni convicción ni fuerza, pero la historia nos cuenta que sólo fue
contundente cuando dejó de lado los personalismos, el afán de liderazgos
únicos, la falta de comprensión de otros procesos libertarios con
características distintas pero no por eso antagónicas.
Y la evangelización puede ser vehículo de unidad de aspiraciones,
sensibilidades, ilusiones y hasta de ciertas utopías. Claro que sí; eso
creemos y gritamos. «Mientras en el mundo, especialmente en algunos
países, reaparecen diversas formas de guerras y enfrentamientos, los
cristianos
queremos insistir en nuestra propuesta de reconocer
al otro, de sanar las heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y
de ayudarnos “mutuamente a llevar las cargas”» (Evangelii gaudium 67).
El anhelo de unidad supone la dulce y confortadora alegría de
evangelizar, la convicción de tener un inmenso bien que comunicar, y que
comunicándolo, se arraiga; y cualquier persona que haya vivido esta
experiencia adquiere más sensibilidad para las necesidades de los demás
(cf. Evangelii gaudium 9).
De ahí, la necesidad de luchar por la
inclusión a todos los niveles, luchar por la inclusión a todos los niveles
evitando egoísmos, promoviendo la comunicación y el diálogo,
incentivando la colaboración. Hay que confiar el corazón al compañero de
camino sin recelos, sin desconfianzas.
«Confiarse al otro es algo
artesanal, porque la paz es algo artesanal» (Evangelii gaudium
244),
es impensable que brille la unidad si la mundanidad espiritual nos
hace estar en guerra entre nosotros, en una búsqueda estéril de poder,
prestigio, placer o seguridad económica.
Y esto a costilla de los más pobres, de los más excluídos de los más
indefensos, de los que no pierden su dignidad pese a que se la golpean
todos los días. Esta unidad es ya una acción misionera «para que el mundo crea».
La evangelización no consiste en hacer proselitismo, el proselitismo es una caricatura de la evangelización, sino evangelizar es atraer con nuestro testimonio a los alejados, es acercarse humildemente a aquellos que se sienten lejos de Dios y
en la Iglesia,
acercarse a los que se sienten juzgados y condenados a priori por los que se sienten perfectos y puros, acercarnos a
los que son temerosos o a los indiferentes para decirles: «El Señor
también te llama a ser parte de su pueblo y lo hace con gran respeto y
amor» (Evangelii gaudium 113).
Porque nuestro Dios nos respeta hasta en nuestras bajezas y en nuestro pecado. Con
qué este llamamiento del Señor, con qué humildad y con qué respeto lo
descreibe en el texto del Apocalipsis: “Mira, estoy a la puerta y llamo,
si querés abrir” No fuerza, no hace saltar la cerradura, simplemente
toca el timbre, golpea suavemente y espera, ese es nuestro Dios.
La misión de la Iglesia, como sacramento de la salvación, condice con su
identidad como Pueblo en camino, con vocación de incorporar en su
marcha a todas las naciones de la tierra. Cuanto más intensa es la
comunión entre nosotros, tanto más se ve favorecida la misión (cf.
Juan Pablo II,
Pastores gregis,
22). Poner a la Iglesia en estado de misión nos pide recrear la
comunión pues no se trata ya de una acción sólo hacia afuera… nos
misionamos
también hacia adentro y misionamos hacia afuera
como se manifiesta una madre que sale al encuentro,
como se manifiesta una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera» (
Aparecida 370).
Este sueño de Jesús es posible porque nos ha consagrado, por «ellos me consagro a mí mismo,
dice para
que ellos también sean consagrados en la verdad» (Jn 17,19). La vida
espiritual del evangelizador nace de esta verdad tan honda, que no se
confunde con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio;
una espiritualidad quizás difusa. Jesús nos consagra para suscitar un encuentro con Él,
persona a persona, un encuentro que alimenta el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo y la pasión evangelizadora (Cf. Evangelii gaudium 78).
La intimidad de Dios, para nosotros incomprensible, se nos revela con
imágenes que nos hablan de comunión, comunicación, donación, amor. Por
eso la unión que pide Jesús no es uniformidad sino la «multiforme
armonía que atrae» (Evangelii gaudium 117).
La inmensa riqueza de lo
variado, de lo múltiple que alcanza la unidad cada vez que hacemos memoria de aquel jueves santo, nos aleja de tentaciones de propuestas unicistas más cercanas a dictaduras, a ideologías, a sectarismos.
La
propuesta de Jesús es concreta, es concreta, no es de ideas, es
concreta, “Andá y hacé lo mismo” le dice a aquel que le preguntó: ¿Quién
es tu prójimo? Después de haber contado la Parábola del Buen
Samaritano: “Andá y Hacé lo mismo” Tampoco la propuesta de Jesús
es un arreglo hecho a nuestra medida, en el que nosotros ponemos las
condiciones, elegimos los integrantes y excluimos a los demás. Esta religiosidad de elite no es la propuesta de Jesús.
Jesús reza para que formemos parte de una gran
familia, en la que Dios es nuestro Padre y todos nosotros somos hermanos.
Nadie es excluido
y esto no se fundamenta en tener los mismos gustos, las mismas
inquietudes, los mismos talentos. Somos hermanos porque, por amor, Dios
nos ha creado y nos ha destinado, por pura iniciativa suya, a ser sus
hijos (cf. Ef 1,5). Somos hermanos porque «Dios infundió en nuestros
corazones el Espíritu de su Hijo, que clama ¡Abba!, ¡Padre!» (Ga 4,6).
Somos hermanos porque, justificados por la sangre de Cristo Jesús (cf.
Rm 5,9), hemos pasado de la muerte a la vida haciéndonos «coherederos»
de la promesa (cf. Ga 3,26-29; Rm 8, 17). Esa es la salvación que
realiza Dios y anuncia gozosamente la Iglesia: formar parte
de un nosotros que llega hasta el «nosotros» divino.
Nuestro grito, en este lugar que recuerda aquel primero de libertad,
actualiza el de San Pablo: «¡Ay de mí si no evangelizo!» (1 Co 9,16). Es
tan urgente y apremiante como el de aquellos deseos de independencia.
Tiene una similar fascinación,
tiene el mismo fuego que atrae.
Hermanos, tengan los sentimientos de Jesús
¡Sean un testimonio de comunión fraterna que se vuelve resplandeciente!
Y qué lindo sería que todos pudieran admirar cómo nos cuidamos unos a
otros. Cómo mutuamente nos damos aliento y cómo nos acompañamos.
El don
de sí es el que establece la relación interpersonal que no se genera
dando «cosas», sino dándose a sí mismo. En cualquier donación
se ofrece la propia persona. «Darse» significa dejar actuar en sí mismo
toda la potencia del amor que es el Espíritu de Dios y así dar paso a su
fuerza creadora.
Y darse aún en los momentos más difíciles, como
aquel Jueves Santo de Jesús, donde Él sabía cómo se tejían las
traiciones y las intrigas pero se dio y se dio a sí mismo con su
proyecto de Salvación. Donándose el hombre vuelve a encontrarse a
sí mismo con verdadera identidad de hijo de Dios, semejante al Padre y,
como él, dador de vida, hermano de Jesús, del cual da testimonio.
Eso es
evangelizar, ésa es nuestra revolución –porque nuestra fe siempre es
revolucionaria–, ése es nuestro más profundo y constante grito.
QUITO, 07 Jul. 15 / 06:21 pm (
ACI).-
El
Papa Francisco dio un discurso este martes en la Pontificia Universidad
Católica de Ecuador con motivo del Encuentro con el mundo de la escuela
y de la universidad, en el que llamó a jóvenes y docentes a asumir la
carrera universitaria como un compromiso solidario con los más
necesitados y con el cuidado responsable de la Creación.
A continuación el texto del Papa. Las partes en cursiva corresponden a
los breves momentos en que el Santo Padre improvisó en su discurso:
Hermanos en el Episcopado,
Señor Rector,
Distinguidas autoridades,
Queridos profesores y alumnos,
Amigos y amigas:
Siento
mucha alegría por estar esta tarde con ustedes en esta
Pontificia Universidad del Ecuador, que desde hace casi setenta años,
realiza y actualiza la fructífera misión educadora de la
Iglesia
al servicio de los hombres y mujeres de la Nación. Agradezco las
amables palabras con las que me han recibido y me han transmitido las
inquietudes y las esperanzas que brotan en ustedes ante el reto,
personal de la educación.
Pero veo que hay algunos nubarrones ahí en el horizonte, espero que no venga la tormenta, nomás una leve garúa.
En el Evangelio acabamos de escuchar cómo Jesús, el Maestro, enseñaba a
la muchedumbre y al pequeño grupo de los discípulos, acomodándose a su
capacidad de comprensión. Lo hacía con parábolas, como la del sembrador
(Lc 8, 4-15).
El Señor siempre fue plástico, de una forma que
todos podían entender. Jesús, no buscaba, «doctorear». Por el contrario,
quiere llegar al corazón del hombre, a su inteligencia, a su vida y para que ésta dé fruto.
La parábola del sembrador, nos habla de cultivar. Nos muestra los tipos
de tierra, los tipos de siembra, los tipos de fruto y la relación que
entre ellos se genera.
Ya desde el Génesis, Dios le susurra al hombre
esta invitación: cultivar y cuidar.
No solo le da la vida, le da la tierra, la creación. No solo le da una
pareja y un sinfín de posibilidades. Le hace también una invitación, le
da una misión. Lo invita a ser parte de su obra creadora y le dice:
¡cultiva! Te doy las semillas, te doy la tierra, el agua, el sol, te doy
tus manos y la de tus hermanos. Ahí lo tienes, es también tuyo. Es un
regalo, es un don, es una oferta. No es algo adquirido, no es algo
comprado. Nos precede y nos sucederá.
Es un don dado por Dios para que con Él podamos hacerlo nuestro. Dios no
quiere una creación para sí, para mirarse a sí mismo. Todo lo
contrario.
La creación, es un don para ser compartido. Es el espacio que
Dios nos da, para construir con nosotros, para construir un nosotros.
El mundo, la historia, el tiempo es el lugar donde vamos construyendo
ese nosotros con Dios, el nosotros con los demás, el nosotros con la
tierra. Nuestra vida, siempre esconde esta invitación, una invitación
más o menos consciente, que siempre permanece.
Pero notemos una peculiaridad.
En el relato del Génesis, junto a la
palabra cultivar, inmediatamente dice otra: cuidar. Una se explica a
partir de la otra. Una va de mano de la otra. No cultiva quien no cuida y
no cuida quien no cultiva.
No sólo estamos invitados a ser parte de la obra creadora cultivándola,
haciéndola crecer, desarrollándola, sino que estamos también invitados a
cuidarla, protegerla, custodiarla. Hoy esta invitación se nos impone a
la fuerza. Ya no como una mera recomendación, sino como una exigencia
que nace «por el daño que provocamos a causa del uso irresponsable y del
abuso de los bienes que Dios ha puesto en la tierra. Hemos crecido
pensando tan solo que debíamos “cultivarla” que éramos sus propietarios y
dominadores, autorizados quizás a expoliarla... por eso entre los
pobres más abandonados y maltratados,
que hay hoy día en el mundo está nuestra oprimida y devastada tierra” (Laudato si’ 2).
Existe una relación entre nuestra vida y la de nuestra madre la tierra.
Entre nuestra existencia y el don que Dios nos dio. «El ambiente humano y
el ambiente natural se degradan juntos, y no podemos afrontar
adecuadamente la degradación humana y social si no prestamos atención a
las causas que tienen que ver con la degradación humana y social»
(Laudato si’ 48) Pero así como decimos se «degradan», de la misma manera
podemos decir, «se sostienen y se pueden transfigurar». Es una relación
que guarda una posibilidad, tanto de apertura, de transformación, de
vida como de destrucción y de muerte.
Hay algo que es claro,
no podemos seguir dándole la espalda a nuestra
realidad, a nuestros hermanos, a nuestra madre la tierra. No nos es
lícito ignorar lo que está sucediendo a nuestro alrededor como si
determinadas situaciones no existiesen o no tuvieran nada que ver con
nuestra realidad.
No nos es lícito más aún, no es humano entrar en el juego de la cultura del descarte.
Una y otra vez, sigue con fuerza esa pregunta de Dios a Caín: «¿Dónde
está tu hermano?». Yo me pregunto si nuestra respuesta seguirá siendo:
«¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4, 9). Yo vivo en
Roma y en invierno hace frío. Sucede muy cerquita del Vaticano que
aparezca un anciano en la mañana muerto de frío. No es noticia en
ninguno de los diarios, en ninguna de las crónicas. Un pobre que muere
de frío y de hambre hoy no es noticia. Pero si las bolsas de las
principales capitales del mundo bajan dos o tres puntos ¡se arma el gran
escándalo mundial! Yo me pregunto ¿Dónde está tu hermano? y
les pido que se hagan otra vez cada uno esas preguntas y la hagan a la
Universidad, a voz Universidad Católica, ¿Dónde está tu hermano?
En este contexto universitario sería bueno preguntarnos sobre nuestra educación frente a esta tierra que clama al cielo.
Nuestros centros educativos son un semillero, una posibilidad, tierra
fértil para cuidar estimular y proteger. Tierra fértil sedienta de vida.
Me pregunto con Ustedes educadores: ¿Velan por sus alumnos, ayudándolos
a desarrollar un espíritu crítico, un espíritu libre, capaz de cuidar
el mundo de hoy? ¿Un espíritu que sea capaz de buscar nuevas respuestas a
los múltiples desafíos que la sociedad hoy plantea a la humanidad? ¿Son
capaces de estimularlos a no desentenderse de la realidad que los
circunda? No desentenderse de lo que pasa alrededor. Son capaces de
estimularlos a eso? Para eso hay que sacarlos del aula, su mente tiene
que salir del aula, su corazón tiene que salir del aula ¿Cómo entra
en la currícula universitaria o en las distintas áreas del quehacer
educativo, la vida que nos rodea, con sus preguntas, interrogantes,
cuestionamientos? ¿Cómo generamos y acompañamos el debate constructor,
que nace del diálogo en pos de un mundo más humano? Del diálogo, esta palabra puente, esta palabra que crea puentes.
Hay una reflexión que nos involucra a todos, a las familias, a los
centros educativos, a los docentes:
cómo ayudamos a nuestros jóvenes a
no identificar un grado universitario como sinónimo de mayor status,
sinónimo de mayor dinero o prestigio social. No son sinónimos. ¿Cómo
ayudamos a identificar esta preparación como signo de mayor
responsabilidad frente a los problemas de hoy en día, frente al cuidado
del más pobre, frente al cuidado del ambiente?
Y con Ustedes, queridos jóvenes que están aquí, presente y futuro de Ecuador, son los que tienen que hacer lío, ustedes son semillas de
transformación de esta sociedad, quisiera preguntarme: ¿saben que este
tiempo de estudio, no es sólo un derecho, sino también un privilegio que
ustedes tienen? ¿Cuántos amigos, conocidos o desconocidos, quisieran
tener un espacio en esta casa y por distintas circunstancias no lo han
tenido?
¿En qué medida nuestro estudio, nos ayuda y nos lleva a solidarizarnos con ellos?
Háganse esta pregunta queridos jóvenes.
Las comunidades educativas tienen un papel fundamental, un papel
esencial en la construcción de la cultura y de la ciudadanía. Cuidado,
no basta con realizar análisis, descripciones de la realidad; es
necesario generar los ámbitos, espacios de verdadera búsqueda, debates
que generen alternativas a las problemática existentes, sobre todo hoy. Es necesario ir a lo concreto.
Ante la globalización del paradigma tecnocrático que tiende a creer «que
todo incremento del poder constituye sin más un progreso, un aumento de
seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital, y de plenitud
de valores, como si la realidad, el bien y la verdad brotaran
espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico» (Laudato si’
105), hoy a ustedes, a mí, a todos, se nos pide que con urgencia nos animemos a pensar, a buscar, a discutir sobre nuestra situación actual. Y digo urgencia, que nos animemos a pensar sobre qué cultura, qué
tipo de cultura queremos o pretendemos no solo para nosotros, sino para
nuestros hijos y nuestros nietos. Esta tierra, la hemos recibido en
herencia, como un don, como un regalo.
Qué bien nos hará preguntarnos:
¿Cómo la queremos dejar? ¿Qué
orientación, queremos imprimirle a la existencia? ¿Para qué pasamos por
este mundo? ¿para qué luchamos y trabajamos? (cf. Laudato si’ 160) ¿Para qué estudiamos?.
Las iniciativas individuales siempre son buenas y fundamentales, pero
se nos pide dar un paso más: animarnos a mirar la realidad orgánicamente
y no fragmentariamente; a hacernos preguntas que nos incluyan a todos,
ya que todo «está relacionado entre sí» (Laudato si’ 138).
No hay derecho a la exclusión.
Como Universidad, como centros educativos, como docentes y estudiantes,
la vida nos desafía a responder a estas dos preguntas: ¿Para qué nos
necesita esta tierra? ¿Dónde está tu hermano?
Que el Espíritu Santo nos inspire y acompañe, pues Él nos ha convocado,
nos ha invitado, nos ha dado la oportunidad y, a su vez, la
responsabilidad de dar lo mejor de nosotros. Nos ofrece la fuerza y la
luz que necesitamos.
Es el mismo Espíritu, que el primer día de la creación aleteaba sobre
las aguas queriendo transformar, queriendo dar vida. Es el mismo
Espíritu que le dio a los discípulos la fuerza de Pentecostés. Es el
mismo Espíritu que no nos abandona y se hace uno con nosotros para que
encontremos caminos de vida nueva. Que sea Él nuestro compañero y
nuestro maestro de camino.
QUITO, 07 Jul. 15 / 09:15 pm (
ACI).-
Este es el discurso completo que el Papa Francisco pronunció ante representantes de la sociedad civil en la
Iglesia San Francisco en Quito, Ecuador:
Queridos amigos, buenas tardes.
Perdonen que me ponga de costado. Necesito la luz sobre el papel no veo bien.
Me alegra poder estar con ustedes, hombres y mujeres que representan y dinamizan la
vida
social, política y económica del País. Justo antes de entrar en la
Iglesia, el Alcalde me ha entregado las llaves de la ciudad. Así puedo
decir que aquí, en San Francisco de Quito, soy de casa.
Ese símbolo que es una muestra de confianza y cariño, al abrirme las
puertas, me permite presentarles algunas claves de la convivencia
ciudadana a partir de la vida familiar.
Nuestra sociedad gana cuando
cada persona, cada grupo social, se siente verdaderamente de casa. En
una familia,
los padres, los abuelos, los hijos son de casa; ninguno está excluido.
Si uno tiene una dificultad, incluso grave, aunque se la haya buscado
él, los demás acuden en su ayuda, lo apoyan; su dolor es de todos.
Me viene a la mente la imagen de esas madres, esposas, las he visto
en Buenos Aires haciendo colas los días de visita para entrar a la
cárcel, para ver a su hijo o a su esposo que no se portó bien por
decirlo en lenguaje sencillo, pero no los dejan porque siguen siendo de
casa, cómo nos enseñan esas mujeres.
En la sociedad ¿No debería suceder también lo mismo? Y, sin embargo, nuestras relaciones sociales o el juego político, en el sentido más amplio de la palabra,
no olvidemos que la política, decía el beato Pablo IV, es una de las formas más altas de la caridad muchas veces este actuar nuestro
se basa en la confrontación que produce descarte. “Mi posición, mi
idea, mi proyecto se consolidan si soy capaz de vencer al otro, de
imponerme, de descartarlo y así vamos construyendo una cultura del
descarte que hoy día ha tomado dimensiones mundiales, de amplitud ¿Eso
es ser familia? En las familias, todos contribuyen al proyecto común,
todos trabajan por el bien común, pero sin anular al individuo; al
contrario, lo sostienen, lo promueven, se pelean, pero hay algo que no se muere, ese lazo familiar. Las peleas de familia son reconciliaciones después.
Las alegrías y las penas de cada uno son asumidas por todos. ¡Eso sí es ser familia!: si pudiéramos
lograr poder ver al oponente político o al vecino de casa con los mismos ojos que a los hijos, esposas, esposos, padres o madres.
qué bueno sería ¿Amamos nuestra sociedad? o sigue siendo
algo lejano, algo anónimo
que no nos involucra, que no nos mete, que no nos compromete ¿Amamos nuestro país, la comunidad que estamos intentando construir? ¿La amamos solo en los conceptos disertados, en el mundo de las ideas?,
San
Ignacio, permítame el aviso publicitario, San Ignacio nos decía en los
Ejercicios que el amor se muestra más en las obras que en las Palabras ¡Amémosla a la sociedad en las obras más que en las palabras!
En cada persona, en lo concreto, en la vida que compartimos.
Y además nos decía que el amor siempre se comunica, tiende a la comunicación, nunca al aislamiento. Dos
criterios que nos pueden ayudar, a mirar la sociedad con otros ojos, no
solo a mirarla, a sentirla, a pensarla, a tocarla, a amasarla. A
partir de este afecto, irán surgiendo gestos sencillos que refuercen los
vínculos personales.
En varias ocasiones me he referido a la
importancia de la familia como célula de la sociedad. En el ámbito
familiar, las personas reciben los valores fundamentales del amor, la
fraternidad y el respeto mutuo, que se traducen en valores sociales
esenciales y son: la gratuidad, la solidaridad y la subsidiariedad. Y entonces, partiendo de este ser de casa, mirando a la familia, pensemos en la sociedad, a través de estos valores sociales que mamamos en casa, en la familia, la gratuidad, la solidaridad y la subsidiariedad.
La
gratuidad. Para los padres, todos sus hijos, aunque cada uno tenga su
propia índole, son igual de queribles. En cambio, el niño cuando se
niega a compartir lo que recibe gratuitamente de ellos,
los padres, rompe esta relación
o
entra en crisis, fenómeno más común, las primeras reacciones que a
veces suelen ser anteriores a la autoconsciencia de la madre cuando la
madre está embarazada, el chico empieza con actitudes raras, empieza a
querer romper porque su psiquis le prende el semáforo rojo, cuidado que
hay competencia,
cuidado que ya no sos el único. Curioso.
El amor de los padres lo ayuda a salir de su egoísmo para que aprenda a convivir
con el que viene, con los demás, que aprenda a ceder, para abrirse al otro.
A
mi me gusta preguntarle a los chicos, si tenés dos caramelos y viene un
amigo ¿qué hacés? generalmente me dicen, “le doy uno” Y si tenés un
caramelo y viene tu amigo, ¿qué haces?Hay duda y van desde el “se lo
doy”, “lo partimos” al “me lo meto en el bolsillo” y ese chico que
aprende a abrirse al otro, en el ámbito social esto supone asumir que la gratuidad no es complemento,
no es complemento sino requisito necesario para la justicia.
La gratuidad es requisito necesario para la justicia. Lo
que somos y tenemos nos ha sido confiado para ponerlo al servicio de
los demás -gratis lo recibimos, gratis lo damos- nuestra tarea consiste
en que fructifique en obras de bien.
Los bienes están destinados a todos, y aunque uno ostente su propiedad, que es lícito pesa sobre ellos una hipoteca social, siempre.
Se supera así el concepto económico de justicia, basado en el principio
de compraventa, con el concepto de justicia social, que defiende el
derecho fundamental de la persona a una vida digna.
Y siguiendo con la Justicia.
La explotación de los recursos naturales,
tan abundantes en el Ecuador, no debe buscar el beneficio inmediato. Ser
administradores de esta riqueza que hemos recibido nos compromete con
la sociedad en su conjunto y con las futuras generaciones, a las que no
podremos legar este patrimonio sin un adecuado cuidado del
medioambiente, sin una conciencia de gratuidad que brota de la
contemplación del mundo creado.
Nos acompañan aquí hoy hermanos de pueblos originarios provenientes de
la amazonia ecuatoriana, esa zona es de las “más ricas en variedad de
especies, en especies endémicas, poco frecuentes o con menor grado de
protección efectiva. Requiere un cuidado particular por su enorme
importancia para el ecosistema mundial pues tiene una biodiversidad con
una enorme complejidad, casi imposible de reconocer integralmente, pero
cuando es quemada o arrasada para desarrollar cultivos, en pocos años se
pierden innumerables especies, cuando no se convierten en áridos
desiertos (cfr.LS 37-38).
Y ahí Ecuador –junto a los otros países con franjas amazónicas– tiene
una oportunidad para ejercer la pedagogía de una ecología integral.
¡Nosotros hemos recibido como herencia de nuestros padres el mundo, pero también recordemos que lo hemos recibido como un préstamo como préstamo de las generaciones futuras a las que se lo tenemos que devolver y mejorar! y esto es gratuidad.
De la fraternidad vivida en la familia, nace la solidaridad en la
sociedad, que no consiste únicamente en dar al necesitado, sino en ser
responsables los unos de los otros. Si vemos en el otro a un hermano,
nadie puede quedar excluido, nadie puede quedar apartado.
El Ecuador, como muchos pueblos latinoamericanos, experimenta hoy
profundos cambios sociales y culturales, nuevos retos que requieren la
participación de todos los actores sociales. La migración, la
concentración urbana, el consumismo, la crisis de la familia, la falta
de trabajo, las bolsas de pobreza producen incertidumbre y tensiones que
constituyen una amenaza a la convivencia social.
Las normas y las leyes, así como los proyectos de la comunidad civil, han de procurar la inclusión, abrir espacios de diálogo, espacios de encuentro y así dejar en el doloroso recuerdo cualquier tipo de represión, el control desmedido y la merma de libertad.
La esperanza de un futuro mejor pasa por ofrecer oportunidades reales a
los ciudadanos, especialmente a los jóvenes, me referí a la falta de
trabajo creando empleo, con un crecimiento económico que llegue a todos,
y no se quede en las estadísticas macroeconómicas, crear un desarrollo
sostenible que genere un tejido social firme y bien cohesionado. Si
no hay solidaridad esto es imposible, me refería a los jóvenes y me
referí a la falta de trabajo, mundialmente es alarmante países europeos
que estaban en primera línea hace décadas, hoy están sufriendo y la población juvenil,
de 25 años hacia abajo, un 40 , un 50 por ciento de desocupación, si no hay solidaridad eso no se soluciona le decía a los salesianos, ustedes que Don Bosco los crió para educar, hoy educación de emergencia para
esos jóvenes que no tienen trabajo porque emergencia para prepararlos a
pequeños trabajos que le otorguen la dignidad de poder llevar el pan a
casa, estos jóvenes desocupados que son los que llamamos “ni, ni” ni
estudian ni trabajan, qué horizonte les queda, las adicciones, la
tristeza, la depresión, el suicidio, no se publican integralmente las
estadísticas de suicidio juvenil o enrolarse en proyectos de locura
social que al menos representen una idea. Hoy se nos pide cuidar de
manera especial con solidaridad este tercer sector de exclusión de la
cultura del descarte. Primero son los chicos, porque o no se los quiere
en países desarrollados que tienen natalidad casi cero por ciento. O no
se los quiere o se los asesinan antes de que nazcan, después los
ancianos, que se los abandona y se los va dejando y se olvidan que son
la sabiduría y la memoria de su pueblo y se los descarta. Ahora le tocó
el turno a los jóvenes. ¿A quién le queda lugar? a los servidores del
egoísmo, del Dios dinero que está al centro de un sistema que nos
aplasta a todos.
Por último, el respeto del otro que se aprende en la familia se traduce
en el ámbito social en la subsidiariedad.
Asumir que nuestra opción no
es necesariamente la única legítima es un sano ejercicio de humildad. Al
reconocer lo bueno que hay en los demás, incluso con sus limitaciones,
vemos la riqueza que entraña la diversidad y el valor de la
complementariedad. Los hombres, los grupos tienen derecho a recorrer su
camino, aunque esto a veces suponga cometer errores.
En el respeto de la libertad, la sociedad civil está llamada a promover a
cada persona y agente social para que pueda asumir su propio papel y
contribuir desde su especificidad al bien común. El diálogo es
necesario, es fundamental para llegar a la verdad, que no puede ser
impuesta, sino buscada con sinceridad y espíritu crítico.
En una democracia participativa, cada una de las fuerzas sociales, los
grupos indígenas, los afroecuatorianos, las mujeres, las agrupaciones
ciudadanas y cuantos trabajan por la comunidad en los servicios públicos
son protagonistas imprescindibles en este diálogo, no son espectadores
Las paredes, patios y claustros de este lugar lo dicen con mayor
elocuencia: asentado sobre elementos de la cultura incaica y caranqui,
la belleza de sus proporciones y formas, el arrojo de sus diferentes
estilos combinados de modo notable, las obras de arte que reciben el
nombre de “escuela quiteña”, condensan un extenso diálogo, con aciertos y
errores, de la historia ecuatoriana.
El hoy está lleno de belleza, y si bien es cierto que en el pasado ha habido torpezas y atropellos - ¡cómo negarlo!
incluso en nuestras historias personales, cómo negarlo
– podemos afirmar que la amalgama irradia tanta exuberancia que nos
permite mirar el futuro con mucha esperanza.
También la Iglesia quiere
colaborar en la búsqueda del bien común, desde sus actividades sociales,
educativas, promoviendo los valores éticos y espirituales, siendo un
signo profético que lleve un rayo de luz y esperanza a todos,
especialmente a los más necesitados. Muchos me preguntarán, Padre,
por qué habla tanto de los necesitados, de las personas necesitadas, de
las personas excluidas, de las personas al margen del camino,
simplemente porque esta realidad y la respuesta a esta realidad está en
el corazón del Evangelio y precisamente porque la actitud que tomemos
frente a esta realidad está inscrita en el protocolo sobre el cual
seremos juzgados en Mt. 25
Muchas gracias por estar aquí, por escucharme, les pido por favor, que
lleven mis palabras de aliento a los grupos que ustedes representan en
las diversas esferas sociales. Que el Señor conceda a la sociedad civil
que ustedes representan ser siempre ese ámbito adecuado donde se vivan
estos valores.
QUITO, 08 Jul. 15 / 03:38 pm (
ACI).-
El
Papa Francisco tuvo este miércoles un encuentro con sacerdotes y
religiosos en el Santuario de Nuestra Señora de la Presentación del
Quinche (Ecuador), en el que dejó de lado el discurso oficial y dio un
mensaje improvisado, en el que reflexionó sobre el sentido del servicio y
la vocación a la
vida religiosa.
“Hoy tengo que hablarles a los sacerdotes, a los seminaristas, a las
religiosas, a los religiosos, y decirles algo. Tengo un discurso
preparado, pero no tengo ganas de leer (risas de los fieles), así que se
lo doy al presidente de la conferencia de religiosos para que lo haga
público después”, expresó el Papa.
A continuación las palabras que el Santo Padre dirigió de manera espontánea en el Santuario del Quinche:
Buenos días hermanos y hermanas:
En estos dos días, 48 horas que estuve en contacto con ustedes noté que
había algo raro, perdón, algo raro en el pueblo ecuatoriano, todos los
lugares donde voy, siempre el recibimiento es alegre, contento, cordial,
religioso, piadoso, en todo lado, pero acá había en la piedad en el
modo, por ejemplo, pedir la bendición desde el más viejo hasta la wawa,
que lo primero que aprende es hacer así (manos juntas) había algo
distinto, yo también tuve la tentación como el Obispo de Sucumbíos de
preguntar ¿cuál es la receta de este pueblo? ¿Cuál es, no? y me daba
vuelta en la cabeza y rezaba. Le pregunté a Jesús varias veces en la
oración, qué tiene este pueblo, de distinto. Esta mañana orando se me
impuso aquella consagración al Sagrado Corazón.
Pienso que se los debo
decir, como un mensaje de Jesús. Todo esto de riqueza que tienen
ustedes, de riqueza espiritual, de piedad, de profundidad, vienen de
haber tenido la valentía, porque fueron momentos muy difíciles, la
valentía de consagrar la Nación al Corazón de Cristo, ese Corazón Divino
y humano que nos quiere tanto y yo lo noto un poco con eso, divino y
humano seguro que son pecadores, yo también, pero el Señor perdona todo
y, custodien eso. Y después, pocos años después, la consagración al
corazón de María, no olviden, esa consagración es un hito en la historia
del pueblo de Ecuador y de esa consagración siento como que le viene
esa gracia que tienen ustedes, esa piedad, esa cosa que los hace
distintos.
Hoy tengo que hablarles a los sacerdotes, a los seminaristas a las
religiosas, a los religiosos y decirles algo, tengo un discurso
preparado pero no tengo ganas de leer, así que se lo doy al presidente
de la conferencia de religiosos para que lo haga público después y
pensaba en la Virgen, pensaba en María. Dos palabras de María, acá me
está fallando la memoria pero no sé si dijo alguna otra ¿eh? Hágase en
mí, bueno sí, pidió explicaciones, de que porqué la elegían a ella al
ángel ahí, ese hágase en mí. Y otra palabra, hagan lo que él les diga.
María no protagonizó nada, “discipuleó” toda su vida. La primera
discípula de su Hijo y tenía consciencia de que todo lo que ella había
traído al mundo era pura gratuidad de Dios, consciencia de gratuidad.
Por eso, hágase, hagan que se manifieste la gratuidad de Dios,
religiosos, religiosas sacerdotes, seminaristas, todos los días vuelvan,
hagan ese camino de retorno hacia la gratuidad con que Dios los eligió.
Ustedes no pagaron entrada, para entrar al seminario, para entrar a la
vida religiosa. No se lo merecieron. Si algún religioso, sacerdote o
seminarista o monja que hay aquí cree que se lo mereció que levante la
mano. Todo gratuito. Y toda la vida de un religioso, de una religiosa,
de un sacerdote y de un seminarista que va por ese camino y bueno, ya
que estamos digamos, y de los obispos, tiene que ir por este camino de
la gratuidad, volver todos los días Señor hoy hice esto, me salió bien
esto, tuve esta dificultad, todo esto, pero todo viene de Dios, todo es
gratis. Esa gratuidad, somos objeto de gratuidad de Dios. Si olvidamos
esto lentamente nos vamos haciendo importantes, y mirá vos ¿eh? qué
obras que está haciendo o mirá vos a este, lo hicieron obispo de tal
lugar, qué importante, o a este lo hicieron monseñor o a este... y ahí
lentamente nos vamos apartando de esto que es la base, de lo que María
nunca se apartó, la gratuidad de Dios. Un consejo de hermano, todos los
días, en la noche quizás es lo mejor, antes de irse a dormir, una mirada
a Jesús y decirle: “Todo me lo diste gratis” Y volverse a situar,
entonces cuando me cambian de destino o cuando hay una dificultad no
pataleo porque todo es gratis no merezco nada, eso hizo María.
San
Juan Pablo II en
la Redemptoris Mater y les recomiendo que la lean, sí agárrenla,
léanla, es verdad, el Papa San Juan Pablo II tenía un estilo de
pensamiento circular, profesor, era un hombre de Dios, entonces hay que
leerla varias veces para sacarle todo el jugo que tiene y dice que
quizás María, no recuerdo bien la frase, estoy citando o quiero citar el
hecho, en el momento de la
cruz
de su fidelidad, hubiera tenido ganas de decir ¿y Éste me dijeron que
iba a salvar a Israel? ¡Me engañaron! no lo dijo ni se permitió decirlo,
porque era la mujer que sabía que todo lo había recibido gratuitamente.
Consejo de hermano y de padre, todas las noches resitúense en la
gratuidad y digan hágase, gracias porque todo me lo diste Vos.
Una segunda cosa que les quisiera decir es que cuiden la salud, pero
sobre todo cuiden de no caer en una enfermedad, una enfermedad que es
media peligrosa o del todo peligrosa para lo que el Señor nos llamó
gratuitamente a seguirlo o a servirlo. No caigan en el Alzheimer
espiritual, no pierdan la memoria, sobre todo, la memoria de donde me
sacaron. La escena esa del profeta Samuel donde es enviado a ungir al
rey de Israel, va a Belén a la casa de un señor que se llama Jesé que
tiene 7 u 8 hijos y Dios le dice que entre esos hijos va a estar el
rey. Claro, los ve y dice debe ser este porque el mayor era alto grande,
apuesto, parecía valiente y Dios le dice “no, no es ese” la mirada de
Dios es distinta a la de los hombres y así los hace pasar a todos los
hijos y Dios le dice, “no, no es” No sabe qué hacer el profeta entonces
le pregunta al padre: “Ché, ¿no tenés otro?” Y le dice: “Sí, está el más
chico ahí cuidando las cabras o las ovejas” “Mandalo llamar” y viene el
mocosito que tendría 17, 18 años no sé y Dios le dice: “ese es” Lo
sacaron detrás del rebaño.
Y otro profeta cuando Dios le dice que haga ciertas cosas como profeta
¿y yo quién soy? si a mí me sacaron de detrás del rebaño. No se olviden
de dónde los sacaron no renieguen las raíces.
San Pablo se ve que intuía este peligro de perder la memoria y a su hijo
más querido, el obispo Timoteo a quien él ordenó le da consejos
pastorales, pero hay uno que toca el corazón. Le dice: No te olvides de
la fe que tenía tu abuela y tu madre. Es decir:
no te olvides de donde
te sacaron, no te olvides de tus raíces, no te sientas promovido. La
gratuidad es una gracia que no puede convivir con la promoción y cuando
un sacerdote, un seminarista, un religioso, una religiosa entra en
carrera, no digo mal, carrera humana empieza a enfermarse de Alzheimer
espiritual y empieza a perder la memoria de donde me sacaron.
Dos principios para ustedes sacerdotes, consagrados y consagradas: Todos
los días renueven el sentimiento de que todo es gratis el sentimiento
de gratuidad de la elección de cada uno de ustedes, ninguno la merecimos
y
pidan la gracia de no perder la memoria de no sentirse más importante
y es muy triste cuando uno ve a un sacerdote, a un consagrado o a una
consagrada que en su casa hablaba el dialecto, o hablaba otra lengua,
una de esas nobles lenguas antiguas que tienen los pueblos, que Ecuador
cuántas tiene y es muy triste cuando se olvidan de la lengua, es muy
triste cuando no quieren hablar, eso significa que se olvidaron de donde
lo sacaron. No se olviden de eso. Pidan esa gracia de la memoria. Son
los dos principios que sí que quisiera marcar
Y esos dos principios si los viven, todos los días ¿eh? es un trabajo de
todos los días. Todas las noches recordar estos dos principios y pedir
la gracia. Esos dos principios si los viven, les van a dar en la vida,
los van a hacer vivir con dos actitudes. Primero el servicio. Dios me
eligió, me sacó para qué, para servir. Y el servicio quien es peculiar a
mí. “No, que tengo mi tiempo, que tengo mis cosas, que tengo esto, que
no, que ya cierro el despacho, que esto, que sí, que tendría que
bendecir la casa pero, no, estoy cansado, hoy pasan una telenovela linda
por televisión, entonces, para las monjitas... y entonces servicio,
servir, servir y no hacer otra cosa y servir cuando estamos cansados y
servir cuando la gente nos harta, me decía un viejo cura que fue toda su
vida profesor en colegios y universidad, enseñaba literatura, letras,
un genio. Cuando se jubiló le pidió al provincial que lo mandara a un
barrio pobre a un barrio, esos barrios que se forman de gente que viene
que migran buscando trabajo. Gente muy sencilla. Este religioso una vez
por semana iba a su comunidad. Y hablaba, era muy inteligente. La
comunidad era una comunidad de Facultad de Teología, entonces hablaba
con los otros curas de teología, al mismo nivel y pero un día le dice a
uno ¿ustedes qué son?, ¿quién da el tratado de la
Iglesia
aquí? “profesor Tamayo”, “te faltan dos tesis”. El santo pueblo fiel de
Dios es esencialmente olímpico, osea hace lo que quiere y
ontológicamente hartante, y eso tiene mucha sabiduría porque quien va
por el camino de servir tiene que dejarse hartar sin perder la paciencia
porque está al servicio, ningún momento le pertenece, ningún momento le
pertenece, estoy para servir, servir en lo que debo hacer, servir
delante del sagrario, pidiendo por mi pueblo, pidiendo por mi trabajo
por la gente que Dios me ha encomendado. Servicio, mezclarlo con lo de
gratuidad y entonces aquello de Jesús: “lo que recibiste gratis, dalo
gratis. Por favor, por favor. No cobren la gracia. Por favor, que
nuestra pastoral sea gratuita y es tan feo cuando uno va perdiendo este
sentido de la gratuidad y se transforma en sí hace cosas buenas pero ha
perdido eso. Y lo segundo, la segunda actitud que se ve en un
consagrado, en una consagrada en un sacerdote que vive esta gratuidad y
esta memoria, estos dos principios que dije al principio: gratuidad y
memoria es el gozo y la alegría. Y es un regalo de Jesús ese y es un
regalo que Él da, que Él nos da si se lo pedimos y si no nos olvidamos
de esas columnas de nuestra vida sacerdotal o religiosa que son el
sentido de gratuidad renovado todos los días y no perder la memoria de
donde nos sacaron.
Yo le deseo esto. Sí, Padre, usted nos habló que quizás la receta de
nuestro pueblo era somos así por lo del Sagrado Corazón, sí, es verdad
eso, pero yo les propongo otra receta que está en la misma línea, en la
misma del Corazón de Jesús, sentido de la gratuidad. Él se hizo nada, se
abajó, se humilló, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza,
pura gratuidad, sentido de la memoria, rezando los salmos hacemos
memoria de las maravillas que hizo el Señor en nuestra vida.
Que el Señor les conceda esta gracia a todos, nos las conceda a todos
los que estamos aquí y que siga, iba a decir premiando, y que siga
bendiciendo a este pueblo ecuatoriano a quien ustedes tienen que servir y
son llamados a servir, los siga bendiciendo con esa peculiaridad
especial que yo noté desde el principio al llegar acá, que Jesús los
bendiga y la Virgen los cuide.
» El discurso que tenía preparado el Papa pero que no leyó
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